dos.
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𝖑𝖆 𝖒𝖆ñ𝖆𝖓𝖆. 𝖈𝖊𝖗𝖔.
Lo primero que hacía al levantarse a las cinco era realizar una lista de cosas por hacer.
Uno. Hacer un cronograma de actividades de acuerdo al desarrollo de las clases.
Dos. Ir a comprar papel plastificado para su constancia.
Tres. Evitar y abstenerse en su totalidad de empujar por las escaleras o meterle el pie a alguno de esos cuatro, o en todo caso, evitarles heridas.
Septhis suspiró, encendió las luces de su habitación. Afuera seguía oscuro, amanecía a las siete. Se paseó por el suelo alfombrado hasta atrapar su ropa para correr de su gancho detrás de la puerta.
Algunas de las escasas ventajas de su estatus ―si es que a eso se le podía llamar así―, era la habitación que se podía permitir, no como el resto de sus compañeras. Septhis sabía bien el tipo de cosas que decían. Había dejado de importarle a mediados del año anterior, cuando abandonó la idea de hacer amigos.
Las cosas bien podrían no haber sido de ese modo, pensó en ello mientras bajaba las escaleras. Los pasillos estaban oscuros, sus tenis resonaron contra la piedra mientras procuraba no caerse. Se miró el reloj de la muñeca.
Corría media hora alrededor del campus, había tenido que planear una ruta completa para no toparse con Nakahara Chuuya, aunque se topaba con otros, no le importaba tanto como tener que cruzar miradas con él. Por ejemplo, durante el cruce por el arco se topaba a Doppo, en su segunda vuelta por el estadio se topaba con Shelley, que iba en su bicicleta.
Al regresar tomaba un baño, se vestía con el inmaculado y perfecto uniforme y se iba a clases. Los edificios de primero estaban del lado oeste, los de segundo y tercero del lado este y para segundo, la mitad de cada grupo había desertado.
Cada año los grupos se partían por la mitad, la mayoría abandonaba desde el primero, sin importar el esfuerzo ni las ganas, sino destacabas no eras nada. Entrar era difícil, pero salir implicaba contar con el talento y la práctica, y no cualquiera lo conseguía. Haexinarts era así. Septhis cruzó el estacionamiento hasta su nuevo edificio. Su salón estaba en el tercer piso, y cuando entró, estaba desierto.
Subió las gradas hasta sentarse en el medio, lo bastante abajo para escuchar al profesor. Dejo su mochila sobre su asiento y sacó su par de cuadernos para la nueva materia. Miró su horario.
Los lunes y jueves compartía clases con Dostoyevsky y Edogawa, uno en cada clase. Los martes y viernes con Dazai y Nakahara y los miércoles una única clase con los cuatro. No le sorprendía que hubieran juntado algunos salones debió a la escases.
De su salón apenas habían quedado quince. Y pronto se irían más, pero no como le gustaría.
Tamborileó el lapicero contra la libreta mientras el resto de alumnos llegaba. El segundo en pisar el salón fue Dostoyevsky y a él le siguió Edogawa, Dostoyevsky le echó una mirada antes de sentarse en la otra punta de la grada, Edogawa pasó a su lado y luego subió hasta la última. Septhis no les prestó la menor atención pues enseguida entró el profesor. El profesor Fitzgibbons, que le había dado en primer año, al igual que a ellos.
El hombre sonrió, las arrugas se le marcaron en los ojos.
―Que alegría ver caras conocidas por aquí ―dejo su maletín sobre la mesa―. Y tan puntuales como se puede ser. ¿Cómo están tomando este inicio de clases?
―Debieron movernos los horarios más tarde ―bostezó Edogawa en el fondo. Fitzgibbons emitió una risilla.
―Pudo ser peor ―respondió Fyodor.
―Eso es cierto, muchos desertaron el año pasado ― Fitzgibbons meneó la cabeza―, es bueno que ustedes se quedaran. No esperaba menos. ¿Y tú Septhis?
Los ojos de Fyodor cayeron en ella, Septhis sonrió ligeramente.
―Lo estoy tomando con calma.
―Que bien que sea así, recuerden que un buen escritor siempre puede trabajar bajo presión.
Septhis consideraba que su consejo se refería más a la idea de que un escritor verdaderamente apasionado por su trabajo nunca de los jamases flaquearía ante la presión pues las ideas correrían por su mente más rápido de lo que pudiera ser capaz de escribirlas. Pero también sabía que no siempre podía ser así, cada escritor llevaba un ritmo.
Las clases transcurrieron en un parpadeo, en la salida de la primera el profesor Fitzgibbons los felicitó a o todos por haber llegado a segundo año. Septhis anduvo por los pasillos hasta las escaleras, las personas apartándose de su camino como si tuviera un imán repelente. No se giró a mirar a ninguno, no tenía que darles miradas a personas que miraban sobre su hombro y le deseaban el fracaso en el fondo.
Para llegar a la cafetería había que cruzar el estacionamiento. La cafetería estaba al lado de los edificios, justo delante de Wilde y al lado de Austen, la segunda cafetería estaba detrás de Borges y al lado de Badbury. En ambas vendían el mismo menú, que siempre estaba plagado de delicias y nuevos platillos traídos de otros lados. Septhis se dirigió a la segunda cafetería, que por lo general tenía menos personas.
La mayoría de los estudiantes eran estadounidenses e ingleses, algunos japoneses, rusos, ucranianos, de todo tipo, pero los que menos existían eran los hispanos y latinos. Septhis se cruzó con un platillo de occidente que le recordó lo poco que comía de su propia comida. Suspiró para si misma al darse cuenta que ninguna mesa estaba vacía, se mordió el interior de la mejilla.
Ya le había pasado en una ocasión, en esa, el idiota de Octavio Paz la había empujado por ir jugando con los idiotas de sus amigos y por su generosa culpa, había chocado con Edogawa. Fue una ocasión memorable, esperaba no volver a repetirla. Dio media vuelta y salió de la cafetería, mejor hacerlo antes de que ocurriera algo similar de nuevo.
Aunque en esa ocasión no había ningún Octavio Paz ni ningún Edogawa, y si hubiera chocado con alguien, esa persona se hubiera evaporado de miedo o de algún sentimiento similar.
No fue hasta la última clase que todo su buen día se esfumo como el correcaminos. Su tarea para fin de semestre era muy simple: en tríos crear un relato de mínimo diez hojas y máximo veinticinco de un género que ninguno de los tres haya escrito. Y Septhis estaba perfectamente bien con eso, es más, estaría bien si le hubieran avisado en ese momento que debía entregarlo ese mismo día.
Con lo que no estaba bien, era con sus parejas de trabajo.
Dostoyevsky y Edogawa.
Suspiró. Hizo una lista de géneros que no había escrito hasta el momento, subrayó de verde los que creía que Dostoyevsky tampoco había escrito, de Azul los de Edogawa y de rosa los de ambos. Seguro encontrarían un género en el que coincidir, escribían géneros similares.
Estaba revisando su agenda y su cuaderno lleno hasta la coronilla de notas, subrayados de distintos colores, post its y más artilugios que lo hacían parecer una especie de diario complicadísimo. A lo mejor lo era, pero podía estar segura de que estaba lo suficientemente organizado hasta para que un retardado lo entendiera. De todos modos, no importaba, siempre estaba concentrándose en cosas que no importaban.
―¿Estás libre ahora? ―prorrumpió una voz a su lado, lo que la hizo dar un salto.
Frunció el ceño, podía jurar que hace un segundo Dostoyevsky no estaba allí. Septhis estaba pendiente hasta de su propia sombra, ¿cómo es qué no lo había visto? Apretó los dientes.
―Sí, vamos a la biblioteca ―siseó. Sus ojos cayeron sobre las miradas y cuchicheos del resto del grupo abandonando el salón.
Se callaron de inmediato. Para nadie era secreto que ella y esos cuatro eran enemigos declarados, siempre peleando por los primeros puestos en la lista de calificaciones, por obtener los premios de excelencia, por ser publicados en las revistas.
Edogawa escupió una risilla. Septhis lo observó, ojos cerrados y sonrisa arrogante. Ambos llevaban el uniforme de invierno. Pantalón negro, camisa blanca, suéter color café distintivo de segundo año, chaqueta negra y la corbata café, que Dostoyevsky llevaba perfectamente alineada junto con su cadena con el escudo de la escuela rodeándole el pecho.
Edogawa tendía a ser más desalineado, al igual que Dazai, y no es que hubiera estado acosándolos ―investigándolos sería la palabra―, es que sus meras presencias le daban un tic en el ojo. Llevaba la chaqueta abierta y la cadena caída, la corbata medio desecha y dos botones de la camisa desabrochados. Septhis no entendía como es que no se estaba deshaciendo de frío.
Dentro de la biblioteca estaba encendido en aire acondicionado, Septhis se quitó la bufanda y se desabotonó la chaqueta. El siguiente mes estarían muriéndose de calor y ella volvería a usar el uniforme femenino, y los más idiotas exclamarían sorpresas.
―Aquí está bien, nos da la luz natural ―murmuró Dostoyevsky―, la artificial me lastima los ojos.
―Eso es porque te quedas hasta las cuatro de la mañana leyendo, te vas a quedar ciego a estas alturas ―replicó Edogawa dejándose caer en la silla.
Dostoyevsky cargaba consigo un termo de café enorme, Edogawa llevaba una bolsita de dulces o estaba comiendo algo dulce cada vez que Septhis lo miraba. Esa ocasión no fue la excepción. Septhis sacó su cuaderno y sus plumas.
―Hice una lista de géneros que pensé que ninguno ha trabajado ―les mostró su libreta.
―Vaya, eres muy buena en esto de hacer listas Slora-chan ―canturreó Edogawa, que ni siquiera miraba la libreta.
Septhis ignoró su tic en el ojo y sus modismos japoneses que ya se había molestado en investigar la primera vez que la llamó así.
―Soy buena en todo ―replicó con desdén.
―¿Ya olvidaste la vez que saque 99 en el examen de ortografía y gramática? Tú sacaste 98 porque olvidaste lo que era un dequeísmo ―sonrió Edogawa alzando la cabeza de la mesa para echarle un vistazo a la libreta.
Septhis apretó la goma de borrar en su mano, resistiendo la tentación de lanzársela sobre el ojo. Forzó una sonrisa.
Tres. Evitar y abstenerse en su totalidad de empujar por las escaleras o meterle el pie a alguno de esos cuatro, o en todo caso, evitarles heridas.
―No lo he olvidado ―apretó los dientes con una sonrisa que no le llegaba a los ojos―, tampoco he olvidado la vez que entregaste tarde el ensayo en literatura inglesa, ¿por qué razón? Ah sí, estabas muy ocupado regodeándote en tu ego.
Edogawa despegó la vista de la libreta, sonrió.
―¡Cierto! Pero no olvidemos la ocasión en la que te pusieron al final de la fila en deportes porque eras tan malo pateando que retrasabas la clase.
Septhis enterró su lápiz en la madera de la mesa, se inclinó sobre esta con una sonrisa todavía más grande.
―Es verdad, y ¿te acuerdas de la ocasión en que el profesor Lloyd te despertó de tu siesta matutina? ―a Edogawa le flaqueó un segundo la sonrisa, pero también se inclinó sobre la mesa.
―¡Y la vez que fuiste el segundo mejor en los juegos semestrales! ¿Quién fue el primero? ¡Ah sí, yo!
―Ustedes dos, harán que nos saquen de aquí ―gruñó Dostoyevsky.
Jaló el cuello de la camisa de Edogawa para sentarlo correctamente en la silla. Septhis todavía sentía que los dientes le iban a tronar mientras se arreglaba la corbata, soltó su lápiz que ya se estaba rompiendo por la presión. Carraspeó y le dio un tragó a su agua.
―Me sorprende que recuerdes todas esas cosas Edogawa ―chistó.
―Yo lo recuerdo todo ―escupió―. Es decir, todo, porque tengo buena memoria.
―Podría poner en duda eso.
Edogawa abrió la boca para contestar algo pero Dostoyevsky le puso una mano encima y se inclinó hacía Septhis.
―Me parece que el romance es uno de los géneros que nunca hemos probado, además, es muy distinto de todo lo que solemos escribir ―exclamó pasándole la libreta a Septhis.
―Noches Blancas es romance ―refutó de inmediato la chica. Había sido la primera novela que había leído del hombre frente a ella.
―Noches Blancas esta catalogada en ficción ―contestó este. Septhis odiaba su forma de ser.
Su manera tan indiferente y serena de tratar las cosas la ponían en jaque, hablando como si todo fuera demasiado fácil y tuviera en la palma de sus manos el destino del mundo. Dostoyevsky apoyó la cabeza sobre su mano que descantaba en la mesa. Sus ojos violáceos cayeron en Septhis. Ella frunció el ceño.
―Pero tiene romance.
―Romance trágico ―replicó.
―Romance, a fin de cuentas ―chistó ella cruzándose de brazos.
―Bien, hagamos un romance feliz ―Dostoyevsky se incorporó, abrió un pequeño bloc de notas―. Primero anotemos nuestras ideas y luego podemos ver que hacemos con eso.
―¿Haremos diez hojas sobre un romance? ―chilló Edogawa con la cabeza y los brazos caídos sobre la mesa.
―Veinticinco ―corrigieron ambos al mismo tiempo, Septhis arrugó la nariz. La mirada de Dostoyevsky sobre ella.
―No quiero ―lloriqueó el pelinegro, metiendo la cabeza entre sus brazos y jalándose los despeinados cabellos.
Septhis se puso a trabajar en sus ideas, la mesa se sumió en silencio salvo por el rasgar de los lápices y lapiceros en el papel. La chica soltó el lápiz y se masajeó la muñeca, tenía tiempo doliéndole y podía estar casi segura de que tenía síndrome del túnel carpiano. Tal vez debía irse a revisar ese fin de semana. Al alzar la mirada de la libreta notó los ojos de Dostoyevsky clavados en ella, un parpadeo después, estaba escribiendo de nuevo.
Dostoyevsky llevaba un rosario encima de la corbata desde que lo conocía, incluso juraba haber visto una biblia en su mochila alguna vez. Fiel creyente de la religión, eso la hacía sentir furiosa. Mirarlo le suponía un arrebato de burbujeante rabia subiendo por su garganta, ojalá nunca lo oyera rezar.
Chasqueó la lengua y volvió la mirada a su libreta.
―Dado que los tres somos hombres, podríamos darle una mirada desde lo que implica ser un hombre enamorado ―comentó Fyodor de repente.
Septhis se mordió el labio aguantándose la risa.
―¿Qué? ¿Dije algo gracioso? ―inclinó la cabeza, mechones de cabello oscuro cayeron sobre su rostro.
―Nada, nada. Me gusta tu idea.
Tal parecía que aquellos dos sentados frente a ella no habían prestado atención a la entrega de premios, ya quería ver sus caras el día que usara el uniforme femenino por primera vez. La vez que había pedido uno, la falda era demasiado corta así que paso el resto del año usando el masculino.
No importaba cuan inteligente fuera un hombre, siempre se les escapaban los detalles importantes.
―¿Alguno tiene novia? ¿O novio? No me importa ―masculló un desganado Edogawa.
―Yo no.
―Yo tampoco ―Septhis se encogió de hombros.
―¿Y no están interesados en nadie? Creo que eso haría la experiencia más llevadera. Si ninguno de nosotros se ha enamorado, no entiendo como pretenden que esto funcione ―alzó los brazos.
―Tu tampoco has visto una silla humana ¿no? Y funciono perfectamente.
Edogawa se irguió. La acusó con un dedo.
―Sé como es vivir el miedo, y el horror, y eso hace que narrar una silla humana no sea difícil. Si ninguno de nosotros sabe lo que es amar, no veo a donde va a terminar esto.
Septhis alzó los brazos encogiéndose de hombros.
―Yo tengo la teoría de que el amor debe sentirse como una taza de té caliente después de un día lluvioso.
―Me parece que se sentiría más como estar encerrado en un cuarto atado a cadenas ―Dostoyevsky meneaba su lapicero entre sus largos dedos.
―A mi me parece aburrido ―espetó Edogawa dejando caer la cabeza de nuevo.
Septhis no pensaba en el amor como una taza de té, de hecho, no pensaba en el amor en absoluto. No recordaba haber sentido algo así en tus años de vida, eso la hizo sentir miserable. Seguro que ellos dos tenían padres cariñosos y un brillante futuro por delante, y claro que tenían a alguna chica mirándolos a la distancia. Ellos conocían el amor mucho mejor que ella. Casi se le escapa una risa amarga.
No era una taza de té. Ni cadenas ni cuartos. No era aburrido. Era un arma. Un detonante de dolor y sufrimiento que arrastraría incluso al hombre más fuerte e intimidante. Lo quebraría en mil pedazos.
Y moriría.
a life to death | wuserpoe
hasta el más fuerte cae por amor ¿saben lo que eso significa?
¿ya desifraron el titulo del capítulo anterior?
¡me gustaría leer sus opiniones!
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