doce.
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𝕷𝖆 𝖙𝖆𝖗𝖉𝖊. 𝕮𝖊𝖗𝖔.
Omnisciente POV
Para esa tarde, Haexinarts se estaba vaciando. Había pasado exactamente tres semanas desde la conversación de Slora con Fyodor, y la chica se sentía drenada hasta los huesos.
Dos estudiantes más habían desaparecido. Gregory Skovoroda y Julio Cortázar. Era una tortura pensarlo, mientras los espacios vacíos que se quedaban en el aula se rellenaban con los mismos estudiantes inconscientes recorriéndose más y más, solo ellos cinco lo notaban. Cada día más tensos y paranoicos.
Tenían un patrón, todo hombres. Slora podía pensar que estaba a salvo, pero no el resto de ellos. En cualquier momento sería su turno y no tenían ni una sola pista que seguir. Casi los dejaba sin respiración entrar y encontrar otro asiento vacío.
Chuuya se había sumado a la investigación luego de que a Osamu se le hubiera soltado la lengua, el pelirrojo había sido consciente desde el primer momento de las desapariciones pero ¿tenía sentido preguntar más si nadie se acordaba? De todos modos, ahora eran cinco y Osamu ya no era un sospechoso principal. Resultaba casi irreal pensar que había pasado casi un mes y medio desde la primera desaparición y no tuvieran nada.
Al menos, al día siguiente podrían colarse en las habitaciones al fin.
El viernes era feriado, y Haexinarts tenía que estar cerrado forzosamente por alguna ley ridícula del gobierno que ninguno de ellos estaba interesado en explorar. Así que, allí estaban.
Septhis trabajaba con un profesor que le había pedido un relato suyo para una antología que estaba armando, la chica estaba más que encantada de hacerlo, aunque eso implicara más carga académica. Por otro lado, el relato romántico que tenía con Fyodor y Ranpo no estaba avanzando a un buen ritmo, estaban atorados. Y, por si fuera poco, el profesor Kalumnia le había pedido su cooperación para la organización del viaje escolar a mediados del año.
Desecha era una palabra muy corta para cómo se sentía, quería dormir con una urgencia terrible. El plan para ese día, sin embargo, la tenía un poco nerviosa.
Cuando las cinco marcaron en las torres de Haexinarts, el viento pegaba con una intensidad poco común. Se avecinaba una tormenta por la forma en que las nubes se arremolinaban entre ellas y oscurecían el paisaje. Eso significaba que debían irse lo más rápido que pudieran antes de que la tormenta y la oscuridad los arrastrara a su boca. Cinco personas esperaban a Septhis en el estacionamiento mientras esta se arrastraba hasta allí.
La quinta persona estaba más alejada de los cuatro chicos, recargada en una motocicleta enorme y con el casco aun puesto balanceaba las llaves entre sus dedos enguatados. Septhis se acercó hasta ella bajo la atenta mirada de los otros cuatro.
Estaba envuelta en ropas oscuras y de cuero, llevaba un casco negro en la mano y una mochila en la espalda. Pese a su delgadez, se notaba más robusta con la ropa.
Miraron con atención como la figura alta le daba las llaves de la moto a la chica y le revolvía el cabello oscuro. Mayor fue su sorpresa cuando Septhis se puso el casco y se montó sobre la moto mientras la figura se alejaba en dirección al edificio central.
La chica los abordó de inmediato, inclinada en la monstruosidad que montaba. Era de un negro intenso que brillaba como si fuera nuevo —quizá lo era—, Septhis los observó tras la visera oscura del casco.
—¿Nos vamos? —dijo con la voz amortiguada por el caso. Alzó la visera.
—No tenía idea de que manejaras. —Chuuya fue el primero en hablar, abriendo la boca de la impresión, más por la moto que por la misma Septhis.
—No lo hago muy seguido —respondió la chica echándole una mirada a la moto del propio Chuuya.
Rojo intenso la recubría, era tan grande como la suya y también un modelo deportivo. Le hacía juego con su cabello y el traje negro que llevaba encima, se parecía al suyo.
Fyodor estaba recargado sobre su auto, un deportivo largo de color oscuro, con un alerón enorme y ventanas polarizadas. Ninguno de ellos habría esperado que el ruso manejara autos deportivos, pero al parecer era un hobby.
—Quiero ir contigo —pidió Osamu de inmediato, los ojos brillándole de manera infantil.
Septhis negó.
—Ni de chiste.
—Eres un aburrido Slora —farfulló el castaño, enfurruñándose en su propio lugar—. ¿Te da miedo que tu increíble compañero se ponga cómodo en tu moto?
—Si, claro —se rio sin gracia la chica—. Lástima que no tenga increíbles compañeros.
—¿Ah no? ¿Cómo te va en las publicaciones de las revistas? Seguro que mejor que a mí no —sonrió petulante el castaño, inclinándose hacía Septhis con cierta provocación.
La chica le siguió el juego.
—¿Revistas? Ridículo, estoy trabajando en una antología.
—¡Antología! —Se sumó Ranpo a la conversación—. ¿Eso es todo? Te estas quedando Slora, tengo varios cuentos que publicar.
—Cuentos —murmuró Osamu como si la palabra en si misma fuera despreciable—. ¿Qué aportara eso a la literatura? ¿Diversión?
—¿Intentas deprimir a todo tu público, Dazai? —se burló Chuuya—. Vamos, se más innovador.
El motor del auto deportivo de Fyodor rugió al encenderse, las luces frontales parpadeando para molestar a Osamu y Ranpo. Fyodor los observaba con una sonrisa pedante.
—Súbanse o los dejo.
Osamu murmuró algo sobre lo poco justo que era eso, mientras se montaba en el auto junto a Ranpo, quien se puso cómodo de inmediato, más interesado en resolver el rompecabezas en su celular que en sus disputas.
Chuuya hizo lo propio, atándose el cabello en una coleta y poniéndose el casco. Septhis encabezó la marcha extendiendo su credencial escolar al sistema de seguridad de la entrada, era así como funcionaba todos los días.
Si un solo estudiante se quedaba dentro de Haexinarts, el sistema lo reportaría enseguida. Septhis aceleró la moto en cuanto salieron a la carretera.
La carretera se extendió ante ellos como una serpiente infinita, rodeada de bosque y absoluto silencio. No había paradas ni semáforos y mientras la oscuridad y la tormenta amenazaba con quebrar su camino, Septhis aceleró.
La motocicleta se desplazó a una velocidad que dejo atrás con rapidez al auto de Fyodor y a Chuuya, que les hacía compañía. El frío viento rompió contra la ropa de Septhis y le entumeció los dedos mientras apretaba los manubrios de la moto.
El grupo la observó desde atrás, intrigados por la velocidad y su capacidad de correr con ese clima terrible, sin contar que había algo atractivo en su postura y todo ese traje de motociclista cubriéndola.
—Ey nena, alcanzamos —sonrió Chuuya a Fyodor. Se bajó el visor y aceleró como si la vida se le fuera en ello.
La moto roja arrasó en medio de la carretera y pronto se perdió junto con la negra. Chuuya alcanzó a Septhis en un parpadeo, la chica le lanzó una mirada y una sonrisa atrevida bajo el visor. Cambió de velocidad y aceleró.
Chuuya la siguió de cerca, el par de escapes silbando en medio de monótono silencio del bosque. Iban a la par, y de alguna manera, ambos sabían lo que el otro haría a continuación, echándose miradas retadoras y arrancones. Septhis frenó para entrar a la curva a la par que Chuuya.
Se dieron otra mirada antes de acelerar.
Y entonces un borrón oscuro los adelantó. El deportivo de Fyodor se puso delante de ellos y les lanzó las luces traseras en un gesto de burla. Osamu sacó la cabeza desde el asiento copiloto y les sonrió, en cambio, Ranpo, iba aferrado al asiento de atrás rogando que no se fueran a estrellar en la siguiente curva, y que, por favor, llegaran rápido.
—¡No pensé que el señor perfecto disfrutara de la velocidad! —se carcajeó el pelirrojo, acercándose a la ventana del conductor.
El auto aceleró, dejándolos atrás de nuevo. Pronto Septhis los sobrepaso, y Chuuya la alcanzó segundos más tarde.
A esa velocidad, tardarían la mitad del tiempo en llegar a la cabaña. Sin embargo, para su desgracia, el diluvio comenzó antes de lo que tenían previsto.
Redujeron la velocidad hasta la mínima permitida, las gotas de agua furiosas reventaron contra la ropa de los motociclistas, empapándoles el cuerpo poco a poco. Septhis se estremeció y se inclinó más contra la moto, entrecerrando los ojos para ver en la oscuridad y la lluvia. Las luces de ambas motos iluminaban brevemente el camino, pero no podían ver más allá.
Ese era el problema de esas carreteras.
La llanta trasera de la moto de Septhis patinó.
—¡Mierda!
La moto dio un giro brusco por la carretera, forzando a Chuuya y a Fyodor a frenar de golpe. Septhis apretó el freno con toda la fuerza que tenía mientras maniobraba para que la moto no se estrellara contra uno de los árboles ni se volteara. Vieron chispas volar desde el piso mientras Septhis se inclinaba peligrosamente contra el asfalto y sus botas rozaban contra este. Cuando por fin pudo estabilizarla se paró en la orilla de la carretera.
La chica se bajó de la moto, respirando agitadamente.
El auto y la moto frenaron detrás de ella. Chuuya se bajó de la moto y se acercó en un trote a ella tomándola por los hombros, lo que sobresalto a la chica. Chuuya le levantó el visor.
—¿Estas bien? —inquirió este, buscándole heridas.
—Si —murmuró la chica, con la voz apenas temblorosa.
Apretó las manos, ocultando su temblor y la tensión de su cuerpo que parecía a punto de desmallarse. El resto de chicos se acercó.
La lluvia les empapaba los cabellos y las ropas, un trueno reventó en el cielo e iluminó la escena unos segundos. La luz parpadeante le puso los pelos de punto a Septhis que se encogió ante el sonido. No le gustaban los truenos.
—Tienes la pierna herida —expuso de inmediato Ranpo, señalándole la pierna derecha.
El grupo bajo la vista a la pierna de Septhis, la chica ni siquiera lo había notado. La adrenalina no le había permitido sentir el dolor pero allí estaba, el cuero estaba desecho y exponía una gran parte de su piel que estaba rasguñada y algunos hilos de sangre le corrían, mezclándose con el agua. Septhis temblaba en una mezcla de frío y adrenalina. Inhaló con fuerza y contó hasta tres para controlar el temblor.
—Sube al auto —exigió Osamu tomándola del codo.
Septhis se tensó y se quitó, negando con la cabeza.
—No, estoy bien. Solo fue el susto —exclamó—. Vámonos.
Se giró para comprobar el estado de la moto, que estaba intacta. Era un alivio considerando que casi moría aplastada por su peso. Septhis suspiró y apretó las manos, el agua había traspasado el cuero en un santiamén. Aun así, apenas sentía el frío.
—Deja la moto aquí —riñó Chuuya—. No es seguro que manejes en este estado. Ya la vendrán a recoger.
—No, es un regalo. —Septhis se mantuvo firme. Chuuya chasqueó la lengua—. ¿Cuánto nos queda de camino?
—Unos cinco minutos —espetó el pelirrojo, no estaba contento—. Deja la moto o te meto a fuerzas al auto.
Septhis se le quedó viendo, evaluando si tomar en serio su amenaza o no. Un segundo después, se subió a la moto y arrancó sin molestarse en esperar a los otros cuatro que se empapaban bajo la lluvia.
Chuuya arrancó de golpe siguiéndole el paso hasta adelantarla. La manera en la que conducía sacaba a relucir lo fastidiado que estaba con la decisión de Septhis. Le dio luces a Septhis y a Fyodor para que lo siguieran al girar en el camino de tierra, era una terrible idea meterse allí con la tormenta.
Avanzaron lento sobre la tierra con Chuuya a la cabeza y Fyodor hasta atrás. Un tramo más de camino en medio del bosque y estaba la cabaña, era de dos pisos y tenía un precioso balcón cubierto por un techo de cristal.
Era la cabaña de un hermano de Chuuya, que se había prestado a dejárselas para que no tuvieran que viajar hasta la ciudad a conseguir hospedaje. El grupo descendió de los vehículos. Chuuya se acercó a abrir las puertas y encender las luces y cuando todos estuvieron dentro, el pelirrojo tomo del cuello de la chaqueta a Septhis y la empujó contra la pared.
—¿¡Qué carajos estabas pensando!? —bramó, iracundo.
Septhis se le quedó mirando, perpleja. Luego parpadeó y trató de apartarse. Ya no temblaba, pero el frío le estaba empezando a cobrar factura y la adrenalina drenándose de su cuerpo. La pierna le punzaba.
Trató de sacudirse y quitarse de encima al pelirrojo, al que no le costaba nada alcanzarle el cuello y someterla pese a su altura. Septhis no tenía ganas de pelear en ese momento y pese a su imprudencia, tampoco quería darle explicaciones a Chuuya. No estaba en condiciones mentales ni físicas de mantenerse de pie y la sensación de que iba a perder el control la abatió como un mal sabor.
—Chuuya... quizá no sea el momento... —murmuró Osamu, tratando de acercarse para tomar al chico del hombro—. Slora está herido.
—Si bueno, quizá no le importa tanto —gruñó el otro apartando a Osamu de un manotazo y volviendo la vista a Septhis—. ¿Y qué? ¿No vas a decir una puta mierda?
—Te dije que es un regalo, no quería dejarla —murmuró la chica, sintiendo que la pierna le iba a fallar en cualquier momento—. Es especial para mí, lo siento si te moleste.
Tenía el cabello despeinado tras haberse quitado el caso, los rojizos orbes centellaban y una mueca se dibujó en sus facciones doloridas. Cerró los ojos con un gesto de dolor.
—Con un carajo —escupió el pelirrojo, se separó bruscamente, soltando por fin el cuello de la pelinegro—. Vete a la mierda.
Chuuya se alejó a grandes zancadas de la sala y se metió en una habitación. Septhis hizo lo que pudo para no derrumbarse en ese momento, Osamu se acercó y lo sostuvo del brazo junto a Fyodor.
La estancia estaba conformada por una sala con grandes ventanales cubiertos por largas cortinas, un juego de sillones con una mesa de estar pequeña sobre una alfombra verde afelpada que a Septhis le llamó la atención. También tenía una pantalla enorme y unos controles de videojuego.
Los chicos se apoyaron para dejar a Septhis sobre el sillón.
—Quítate el pantalón —pidió Fyodor, arrodillándose para mirar más de cerca la herida.
Septhis se puso tensa, esa era la parte que temía. Ranpo ya había ido a buscar toallas al baño para secarse y Osamu estaba a su lado en el sillón, examinándola atentamente.
No estaba preparada para eso. Todavía estaba mojada y la ropa se le pegaba peligrosamente al cuerpo, temía que al quitarse la chamarra la playera negra no le estuviera cubriendo lo suficiente el pecho ¿y quedarse en ropa interior frente a ellos? Ni loca.
—Aquí esta —gruñó una voz. Chuuya les extendió un maletín de primeros auxilios.
No se molestó en mirar a Septhis a los ojos y solo volvió a la habitación. En cambio, Septhis todavía no tenía idea de cómo zafarse de la situación, quizá no pudiera. De hecho, podía caminar, dado que la pierna solo estaba con la piel expuesta, no tenía nada roto, aunque le dolía cada vez que apoyaba el peso adecuadamente.
—No es necesario, yo puedo —dijo la chica, haciendo amago de levantarse y fallando estrepitosamente. Apretó los dientes del dolor.
Osamu la dirigió una vez más al sillón con un gesto delicado de preocupación tiñéndole las facciones. No era la mejor idea que Septhis tratara de cuidarse sola en ese momento.
—Quítate todo mejor, estas empapado —murmuró el castaño. Se acercó y desabrochó los botones del cuello de la chaqueta y luego bajo el cierre.
La pelinegra estaba paralizada, incapaz de moverse. No tenía idea de que hacer y menos en una situación así, si descubrían que se trataba de una mujer, dejaría de gozar de sus privilegios. Después de todo, ser un hombre era un privilegio. Paró la mano de Osamu cuanto este intento bajarle las mangas de la chaqueta.
—Hace frío, voy al baño a cambiarme.
Se puso de pie, Fyodor la dirigió con calma al baño, abriéndole la puerta, Ranpo le paso un par de toallas y su mochila —que también estaba empapada—. Septhis la miró con una mueca, aunque era de cuero y diseñada para que no traspasara líquidos, dudaba que fuera tan resistente a la tormenta. En ese momento, la idea de habérselas encargado en el auto de Fyodor cruzó su mente, vaya que el cansancio se estaba comiendo sus neuronas.
Alzó la vista y se encontró con la mirada de los otros tres, que al parecer pensaban lo mismo.
—Creo que tengo un cambio extra —exclamó Osamu.
—Es posible que yo también —murmuró Fyodor y se alejó junto al castaño.
Septhis se quedó sentada en el retrete, pensando que demonios hacer y aguantando el fastidioso ardor de la pierna que todavía le sangraba. Ranpo se inclinó y le paso una toalla por los hombros cuando la chica se quitó la chaqueta, esperando que la ropa no se le adhiriera tanto al cuerpo.
—Te ayudo con esto —murmuró Ranpo a la par que se arrodillaba.
Desabrochó los botones de las botas, eran de un plástico duro y tenían placas de metal para evitar que se deshicieran si accidentes como el que había pasado sucedían. El pelinegro le quitó las botas en silencio, Septhis no se movió, consternada por los repentinos actos del grupo.
Quizá se debía a lo extraño de su naturaleza, como si un acto de servicio en sí mismo resultara intrincado y lejano. Su perspectiva no alcanzaba los suaves rincones de ese lugar.
Con el tiempo, la conclusión de que el camino más difícil era el que mejor éxito tenía la había consumido por completo, que cuando miraba una alternativa fácil, no suponía un buen resultado. Suspiró.
—¿Pasa algo? —preguntó Ranpo levantándose con las botas en la mano.
—Nada... —Miró al pelinegro, se preguntó qué color habría tras esos parpados cerrados—. No me gusta que se preocupen por mí, es raro.
—Umh... —canturreó el otro, se dio la vuelta para poner las botas sobre el piso—. Supongo que el cuidado es extraño para quienes no gozan de él.
Alzó una mano y salió del baño. Septhis se le quedó mirando a la puerta entreabierta, soltó una risita burda. Creo que me atrapo.
El baño contaba con un ambiente rustico muy agradable, tenía una tina y una regadera, baldosas y azulejos con diseño de madera y un tocador largo junto a un espejo ovalado. Los muebles daban un aire limpio y cálido.
La puerta se abrió otra vez. Fyodor le extendió un puño de ropa que Slora recibió, luego el otro cerró la puerta con un asentimiento.
—Si necesitas ayuda, estoy afuera —dijo el ruso tras la puerta.
—Gracias.
Se quitó la playera oscura empapada e inspeccionó las prendas que le habían llevado. Tomó una sudadera oscura que sabía era de Osamu, pues lo había visto con ella en alguna ocasión; al chico le gustaban las prendas holgadas y eso era una ventaja para Septhis ya que la sudadera le caía a medio muslo.
Se guardó el corpiño empapado y sacó otro de su mochila, Septhis le debía todo el crédito a su bolsa impermeable donde ponía su ropa interior. Se cambió la parte de abajo también y le dio las gracias internas a Fyodor por haber llevado un short.
Era casi incomodo ponerse ropa ajena.
Afuera, Fyodor esperaba recargado en la pared al lado de la puerta. Chuuya había mandado a bañar a Osamu y Ranpo, Fyodor había decidido quedarse para curar a Septhis. Al igual que el resto, le preocupaba un poco el estado de la chica y, sobre todo, su terquedad. Supuso que era normal que se comportara así con ellos, es decir, no eran amigos.
La puerta se abrió, Fyodor se acercó para ayudarla.
—Puedo curarte aquí, para no tengas que moverte más —exclamó.
Septhis volvió a sentarse y Fyodor se arrodilló con el maletín en mano. Llevaba el short de Fyodor puesto, detalle que no paso por alto. El chico nunca había visto a Septhis con las piernas descubiertas y vaya que eran delgadas y lisas, pero podía notar allí varias cicatrices de mucho tiempo.
Cuando le puso su mano en la pantorrilla de la chica, se tensó. Estaba frío y el roce de los cayos en su mano se sentía con mayor intensidad, le hacía cosquillas de alguna manera. Fyodor hizo caso omiso a su reacción.
Se inclinó sobre la herida, vaciando alcohol en la herida sin aviso alguno. La chica siseó una sarta de groserías y se debatió entre jalarle el cabello al ruso a modo de protesta.
Tenía tierra y piedras encajadas en la herida e incluso una cortadura larga y ligeramente profunda horizontal.
Fyodor se concentró en limpiarle la sangre con agua oxigenada para exponer todas las heridas a la vista y poder trabajar con ellas, Septhis seguía siseando de dolor cada vez que la gasa tocaba la herida que no era especialmente pequeña.
Le abarcaba desde la parte superior del muslo hasta debajo de la rodilla. Terminada de limpiar, tiró todas las gasas llenas de sangre y se dedicó a ponerle más sobre las aberturas más expuestas, cuando le puso la mano detrás de la rodilla, Septhis brincó.
El ruso alzó una ceja y le dirigió una mirada a la chica. Septhis lo miró mal.
—Soy sensible de esa zona —explicó con un gesto de molestia—. Ten cuidado... por favor.
Fyodor asintió con gesto imperturbable y continuó con su trabajo, apretó un poco los vendajes alrededor de la piel menos herida. Miró su trabajo unos segundos, evaluando si estaba bien, luego se levantó y le tendió una mano a Septhis.
La chica se apoyó de su peso para levantarse e ir hasta el sillón, Fyodor dejo sus cosas en la mesilla, tomó su propia mochila y se metió al baño. Septhis escuchó el agua correr unos minutos más tarde mientras se quedaba allí tendida mirando su reflejó en la pantalla de la televisión. Suspiró para sí. Que desastre.
Chuuya salió de un pasillo que llevaba a la cocina con una taza humeante y una pastilla en la mano, se sentó en un sillón al lado de Septhis y le tendió lo que llevaba, todavía sin verla a los ojos.
—Con esto bajara el dolor —explicó y lo dejo sobre la mesa.
Septhis parpadeó, miró la taza y luego a él con el ceño fruncido. Se suponía que estaba molesto con ella así que... que raro hombre. La chica se tomó la pastilla y miró a Chuuya de nuevo, el pelirrojo no había apartado la mirada de la alfombra.
—Gracias —dijo al final—. No sabía cómo reaccionar cuando paso y no quería dejar la moto allí, me la regaló alguien a quien apreció mucho así que lo siento si te hice preocupar o molestar de más. No era mi intención, solo no estoy acostumbrado.
Ya estaba, se había sincerado.
Chuuya alzó la vista, la miró, se levantó y regresó con una manta que le paso por los hombros. Septhis la uso para cobijarse, el frío por la tormenta le estaba empezando a calar.
El pelirrojo le buscó la mirada a la chica, sus ojos azules se encontraron con los de ella. Tenía una expresión de algo más parecido a la perdida que al cansancio, Chuuya vio en ella un alma cansada. Una sonrisa mínima se manifestó en el rostro del pelirrojo y asintió con compresión, su mirada se suavizó.
—Está bien —dijo—. Discúlpame a mí, me exalté y te traté mal cuando no debía.
Giró el rostro en otra dirección con una mano en la nuca jugueteando con sus cabellos largos. Septhis se le quedó mirando hasta que él volvió la vista.
—Está bien para los dos.
Ambos asintieron y compartieron anécdotas sobre las motos, sus marcas preferidas, accesorios, preferencias de manejo, entre otras cosas. Cuando el resto salió de bañarse, los encontraron riendo sobre una anécdota de Chuuya perdido en el bosque por su terquedad a no usar GPS.
Septhis estaba envuelta en la manta que le había dado Chuuya y miró a los otros tres llegar con una risa risueña. Fyodor alzó las cejas y Osamu rápidamente se sumó a la conversación, tomando asiento al lado de la chica.
—Ah, esa es mi sudadera. Te queda bien —le mostró a la chica una sonrisa resplandeciente.
—Te queda mejor que a él —murmuró Fyodor, Osamu le lanzó las manos al cuello a modo de juego.
—A ti te queda mejor el short Slora —sonrió el castaño y le señaló las piernas. Septhis las encogió ante las miradas.
Tenía la piel pálida, y ninguno pudo dejar pasar la colección de cicatrices alrededor de ambas piernas, como si se hubiera metido en una planta espinosa. Chuuya captó su atención con un aplauso.
—Antes de cenar, hay que dividirnos las habitaciones.
Septhis sintió que el color la abandonaba.
—Son nada más dos, así que pensé que estaría bien por tamaños —explicó el pelirrojo—. Dazai y yo tenemos los hombros relativamente anchos, entonces, podemos dormir con personas más delgadas, como ustedes.
—¿Relativamente? —inquirió el castaño alzando las cejas y cuadrando los hombros. Chuuya lo miró con desdén.
—Si, eres de hueso ancho pero si hicieras ejercicio, tendrías los hombros más anchos. Ya no me interrumpas —riñó—. Por el espacio de las camas quizá convendría que yo durmiera con Fyodor y ustedes tres durmieran juntos.
Ranpo, Septhis y Dazai se miraron.
En ese momento, Septhis se arrepintió de haber aceptado pasar la noche con ellos.
—¿Exactamente por qué Fyodor? —Ranpo alzó la vista de su celular.
—Por es casi igual de ancho que tú —le dijo Chuuya—. Da lo mismo si duermes conmigo o con ellos, pero como eres más chaparro que Fyodor...
—Ok, no me digas más —chistó y volvió a bajar la vista al celular.
—¿No será dañino para Slora compartir cama? —preguntó Osamu.
—No —replicó de inmediato Fyodor—, mientras duerma de lado. Además, el calor ayudara a que el dolor disminuya. Así que si duerme entre dos es mejor.
Ranpo asintió, medio ausente, y se acomodó mejor en el sillón.
—Por mi bien —dijo entonces.
—Por mí también —bostezó Osamu.
Septhis cerró los ojos, rendida. Esto no va a ir nada bien.
—También estoy de acuerdo.
a life to death | wuserpoe
tengo ya cuatro capitulos escritos y me dan ganas de subirselos todos pero me contengo, pero las cosas se ponen todavía más locas adelante
FELIZ SAN VALENTIIIIIN
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