diez

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𝖑𝖆 𝖒𝖆ñ𝖆𝖓𝖆. 𝕮𝖊𝖗𝖔.

El lunes aplastó los buenos ánimos de los estudiantes, mientras algunos se dirigían caminando desde los dormitorios hasta sus salones, otros entraban en flamantes vehículos.

Con el inicio de las clases llegaron los anuncios matutinos por las bocinas, entre ellos, la repetida prohibición del alcohol en las fiestas de bienvenida y que esperaban encarecidamente, que no se volviera a presentar un percance del tipo o se verían obligados a tomar represalias. Dazai bostezó al son de los anuncios.

El castaño subió las escaleras de caracol que lo llevaban a su salón de clases con la sensación de que le corrían hormigas por todo el cuerpo, había tenido una noche terrible. Es decir, más terrible de lo normal.

La noche en que la sombra lo había "atacado" significó la caída de su horario de sueño y tranquilidad, sus días estaban plagados de tensión y sus noches se convirtieron en aleteos de horror.

Dazai no era creyente ni de sí mismo, no pertenecía a algo tan banal como una religión, no se molestaba en lo que no le preocupaba.

El problema es que ahora le estaba preocupando. Estaba claro que esa sombra había tenido todo que ver con el hecho de que él estuviera viendo sombras, que al intentar dormir las pesadillas lo azotaran sin tregua. Y al final de la noche, si intentaba abrir los ojos, algo lo aplastaba y no se iba hasta que Dazai dejaba de luchar por moverse.

Había noches en las que ni siquiera dormía, se la pasaba metido en los estudios. Volteaba a ver a su cama y desechaba la idea de inmediato al recordar las pesadillas, no se parecían en nada a las suyas. Estas eran brutales y lo peor de todo, lucidas. Dazai despertaba con las vendas desechas y arañazos o moretones.

Suspiró y se metió en el salón, de los últimos en llegar.

Las clases transcurrieron en un torbellino de papeles y tinta, prestaba tanta atención como podía y dejaba pasar lo que no necesitaba repasar ni volver a entender. Y, sin embargo, en algún momento y sin darse cuenta, se quedó dormido. Era extraño, pero si dormía de día y en compañía de más gente, no soñaba.

—...ja, no creo que sea un problema —murmuraba alguien a quien Dazai no reconocía.

—No creo que yo pueda ser... —dijo alguien más. Y Dazai le perdió el hilo a la conversación cuando el sueño se lo tragó de nuevo.

Abrió los ojos y estiró las manos, esta vez sin ningún esfuerzo extra. Era un alivio, casi se sentía liviano en comparación a otras noches.

Lo primero que encontró fue la cabellera fuego de Chuuya, luego la pálida y delgada figura de Slora. Los ojos rojos de un brillo antinatural, siempre que lo veía, encontraba algo animalesco y hermoso en él. Brutal, como un majestuoso pecado.

Slora le lanzó una mirada, tan rápida que Dazai solo reacciono alzando las cejas. Lo notó desde el principio, incluso antes de conocerlo más.

Algo en su semblante siempre estaba alerta, escondía los filos de su ser en una recta postura, pero allí estaban, titilando bajo una capa de niebla. Dazai adivinada algo peligroso en él, un sentimiento hermético. Aun así, no era capaz de descifrarlo y la mirada se le perdía más allá, como si Slora fuera un objeto demasiado cerca de sus ojos, que era incapaz de enfocarlo sin que se le perdieran los detalles.

Slora era extraño por sí solo, porque no había nadie que estuviera tan lejos y tan cerca al mismo tiempo.

Dazai sabía cuándo no darle la espalda a alguien.

—Ah, bastardo —saludó Chuuya y la mirada afilada en Slora se dispersó. Las sombras la cubrieron—. Creí que nunca te ibas a despertar.

—¿Tanto me extrañabas? —murmuró con una sonrisa perezosa.

—Ya te gustaría —se rio. Señaló a Slora con un pulgar—. Te estaban buscando.

Dazai abrió la boca para decirle algo a Chuuya, pero este solo le dio un papel a Slora y luego se despidió. Dazai se irguió en su asiento, Slora se quedó sobre las escaleras, mirándolo.

—No había visto tus ojeras —dijo él. ¿Ella? Dazai ya no lo sabía.

—Si bueno, noches difíciles. —Se encogió de hombros—. ¿Para que estabas solicitando mi maravillosa presencia?

Sonrió, notó el tirón en el labio del chico. Estaban tan prolijo como siempre, parecía un retrato, aquello exasperaba profundamente a Dazai. Quería quitarle esas capas, deshacerse de las sombras y mirar todo lo que tenía que ocultar. No soportaba la idea de mirarlo y no ver nada, ¿estaba muerto acaso?

—Tengo que hablar contigo.

Alzó las cejas, intrigado. Guardó sus cosas en su maletín y se levantó, le parecía gracioso que Slora fuera alto pero que pareciera de papel. Casi se carcajeó al imaginárselo como un muñequito de papel, el pelinegro le lanzó una mirada.

—¿Vas a devolverme el favor por haberte llevado a mi habitación porque te desmayaste? —dijo cuando salieron al pasillo.

Algunas cabezas se voltearon a verlos, su sonrisa se ensanchó, pues aquella había su intención. Slora se puso rígido a su lado, Dazai notó la tensión en su mandíbula y, aun así, no rehuyó las miradas con la suya. Era otra cosa que le exasperaba de él.

—En todo caso, tú me lo devolviste. Yo también te cuide.

Sonrió y asintió. Slora no dijo nada mientras caminaban. Dazai no sabía a donde iban hasta que empezaron a subir las escaleras, frunció el ceño. Más arriba estaban los salones en desuso y nada más. Fue todavía más raro cuando sobrepasaron los salones y se acercaron a la puerta de la azotea.

—¿Qué no está cerrada? —inquirió el chico y se agachó.

El techo se inclinaba hacía el final de la puerta. El lugar allá arriba olía a encerrado, no era un mal olor, a Dazai solo le recordaba cuando abría su habitación en vacaciones después de un año entero sin ir a su hogar. Todo allí era de piedra, hacía un frío que calaba en los huesos y se escuchaba el susurrar del viento golpeando las ventanas.

Slora no contestó y solo abrió la puerta. Dazai alzó una ceja, intrigado. Estaba totalmente seguro de que todas las puertas que llevaban a las azoteas estaban cerradas y muy bien cuidadas.

El viento azotó sobre el cabello y la chaqueta de ambos. Le revolvió los mechones negros a Slora mientras este se movía hacía la orilla del edificio. Dazai se apresuró y lo tomó de la muñeca antes de que saltara.

—¿Qué carajos haces? —gruñó.

Slora giró el rostro, lo miró a él y luego miró el agarre en su muñeca. Un pie aun le colgaba en el aire, Dazai tiró de él hacía atrás. El pelinegro se detuvo en la orilla del edificio y miró una última vez al castaño antes de girarse y saltar. Fue un acto que cruzó frente a él sin detenerse. Un segundo estaba allí, al otro no.

El chico se paralizó. Las facciones se le descompusieron del fastidio a la preocupación y se acercó en un parpadeo a la orilla. Sin embargo, Slora estaba de pie sobre una plataforma de cemento unos metros debajo de la azotea. Miraba en su dirección, esperando.

Dazai no tenía idea de que algo así existiera en el edificio, apenas era perceptible y estaba seguro que era imposible verlo desde debajo. Dejo escapar la tensión que lo cubría con un suspiro, no había tenido idea de cuál sería la imagen que se encontraría si Slora se hubiera matado en frente de él. Saltó el tejado.

Sacudió la cabeza al caer sobre la plataforma, miró a Slora. Frunció el labio con algo parecido a la molestia y el desconcierto gorgoreando en su pecho.

—¿Qué demonios Slora? ¿Qué querías hacerme sentir con eso?

—Nada ¿te hice sentir algo? —murmuró con mordacidad.

El viento le volaba el cabello hacía delante, un atisbo de rojo en su rostro y una sonrisa apenas perceptible. Dazai acrecentó la mueca en su rostro.

—¿Disfrutas del sufrimiento ajeno o algo así?

—No —dijo y empezó a caminar por la plataforma—. El sufrimiento ajeno solo lo disfruta aquel cuya alma está vacía.

Por un momento, Dazai tuvo la sensación de que Slora hablaba de él.

Slora se acercó al medio de la plataforma y el chico le echo un vistazo a donde estaba parado. Era de cemento y tenía barandales relativamente altos. Conectaba los dos edificios y la torre.

El campus tenía cuatro edificios de salones, dos de cada lado del campus, tenía dos torres. Una de cada lado y esta estaba en medio de los edificios, como su nombre decía, era alta y funcionaba como sala de maestros, además, tenía un reloj en la parte de arriba.

Slora se subió a unas escalaras que estaban en la pared de la torre, en la parte de atrás. El castaño siguió a Slora hasta la azotea de la torre, era una cúpula. Así terminaba el edificio.

El pelinegro se movió por la orilla de la cúpula hasta una puerta muy bien escondida, tuvo que forcejear un poco para abrirla, esta crujió y finalmente cedió. Slora la abrió para él, pero Dazai se negó a pasar primero.

El chico se encogió de hombros y entró.

Estaba desierto. No, no exactamente. Las sombras recorrían el lugar con parsimonia, se deslizaron por el techo de la cúpula hasta que el cristal se las tragó y dio paso a la iluminación pobre del día. Dazai alzó la cabeza, pero todo lo que obtuvo fue el manto gris de ese día y la lluvia próxima a caer. La puerta se cerró a sus espaldas y Slora apareció delante de él.

No estaba arreglado, tampoco abandonado. Claro era que Slora o alguien más había estado habitando por allí. En medio de la sala había un colchón y poco más allá un largo escritorio curvo pegado a la pared, también había sillas.

Aun así, flotaban motas de polvo por donde los caudales de luz flotaban, la piedra de alrededor estaba más allá de su frialdad habitual y no había ni un gramo de que alguien viviera allí.

Dazai reparó en el colchón, entrecerró los ojos y deshizo su afirmación anterior. Slora si vivía allí. Tenía mantas y una sudadera sobre el colchón, alzó las cejas y volteó a ver a Slora, quien ya se dirigía al escritorio.

En la tenue iluminación, al fin reparó en el moretón colorido en su mejilla, se extendía debajo de su ojo y por todo el pómulo prominente. Dazai no sabía de donde había sacado esas facciones pero le recordaba a los nativos de algún lugar en América. Cuando lo intentaba, Dazai podía encontrar facciones de una mujer allí y recordó las tantas veces en que hablaba de sí mismo en femenino y, aun así, nunca los había corregido.

Recordó también, su pequeña investigación para dar con Slora el día de la fiesta. Era algo infantil de su parte y casi egoísta, le divertía dar con los chismes de su vida académica. Enterarse de todo lo que pudiera y simplemente disfrutar del saber.

—Bueno, antes que todo, me gustaría, digo y si es posible, saber porque estoy aquí —farfulló el chico, ahuyentando los pensamientos.

—Ah si, vamos a buscar patrones para la desaparición de Dumas y Odel —dijo, deslizó una silla—. Siéntate.

Después de tragarse hasta el último detalle del lugar, Dazai se sentó. Se sentía mal de nuevo, como estar viendo todo debajo del agua, aquella pequeña siesta no era suficiente. Observó a Slora teclear en su computadora.

—Ah ya —dijo él, mirándolo—, supongo que ahora formo parte de su investigación.

—Si —respondió el otro con sencillez—. Me habría gustado vernos en la cabaña, pero es tarde y va a llover, además, no hay internet allá.

—¿Tienes una cabaña? —murmuró Dazai, medio sorprendido. La escena no era difícil de imaginar, Slora era un espíritu que se podía imaginar en el bosque.

—"Tener" es una palabra que no usaría. —Slora se giró en la silla—. Busca a Odel, yo me dejo a Dumas. Anótalo todo, cumpleaños, fechas de nacimiento, amigos, familia, lugares que frecuentaban, sus coches, propiedades. Lo que sea, que no se te pase nada.

Dazai abrió la boca, luego la cerró. Sacó su computadora y la abrió, miró a Slora, que ya tecleaba y abría múltiples páginas de redes sociales y noticias. Mirarlo suponía una exquisitez mental, como un buen acertijo para resolver. Supuso que su capricho por conocer si Slora tenía una relación secreta con su profesor radicaba en ese mismo lugar, la necesidad de saber, de conocer. Quizá, conociendo un pequeño secretito de Slora, podría entenderlo.

Incluso si fuera su género, tal vez era trans. A Dazai no se le había pasado por la cabeza hasta ese instante. ¿Debía preguntar? Descartó la idea de inmediato, temía meterse en terreno delicado.

El castaño se puso a hacer lo propio. No había ruido salvo el arrastre de los dedos y mouses sobre el escritorio, Slora tenía los hombros rígidos y el cuerpo encogido en la silla.

—¿Tienes frio? —adivinó el chico. Slora negó.

—No —. Aun así, una voluta de vapor frío le escapo de la boca cuando contestó. Dazai puso una mueca divertida y se quitó el abrigo que llevaba encima del uniforme.

Por debajo le asomaba la chaqueta y más allá, vendas y un cuello de tortuga negro en el que Slora reparó más tiempo del debido. Luego miró el abrigo y una fugaz sonrisa sin ninguna gracia cruzó su rostro.

—Relájate, no soy tu novia —siseó y continuó tecleando.

Dazai rodó los ojos y se lo lanzó a los hombros. El pelinegro gruñó, lo miró mal y aun así se ciñó el abrigo a los hombros.

Cuanto más buscaban, menos encontraban. Las redes sociales de ambos habían desaparecido por completo, no había un solo rastro de sus nombres en ningún buscador. Solo sus familias, que por ningún lado los mencionaban, realmente habían desparecido de la faz de la tierra. No era una sorpresa, cuando Dazai había intentado marcar el número de Dumas, no había nada en su directorio. Aun así, siguieron buscando.

—¿De qué hablabas con el enano? —murmuró tras largos minutos de absoluto silencio. Las gotas ya habían empezado a caer en el techo de cristal de la cúpula y dejaban sombras interesantes sobre sus cuerpos.

—Me invitó al equipo de lacrosse —respondió el otro. A Dazai se le escapó una carcajada genuina.

—¿A ti? —Lo señaló, se rio de nuevo—. No te lo tomes a mal, pero ni siquiera a mí me invitó y creo que hasta yo te gano en fuerza.

—Claro —murmuró vagamente—. Dijo que fuera a uno de sus entrenamientos y si me gustaba, podía quedarme.

—¿Y lo harás? —Dazai volvió la vista y cliqueó en una noticia amarillista sobre la hermana de Odel.

—No es conveniente.

—¿Umh? ¿Y eso por qué?

—Suficiente tengo con haber escuchado todo el día como me decían maricon —murmuró con aparente desdén.

Había una nota de amargura en su voz que se esforzó por guardarse, la vista clavada en la computadora, pese a ello, Dazai podía verle el semblante taciturno. Recordó la pelea del día anterior, seguro que el rumor había corrido como río desbocado.

Siempre lo hacía si de Slora se trataba.

—Es cierto —dijo tras un rato de silencio—. ¿Es verdad? Que te gustan los hombres, quiero decir.

—No te preocupes —escupió—. No eres mi tipo.

—Ah, no. No me refería a eso, no es lo que pretendía... —Se atropelló con sus propias palabras, alzó la mirada. Slora suspiró, las sombras del crepúsculo le acentuaron las facciones cansadas y el gesto taciturno—. Slora...

—Déjalo —siseó moviendo una mano en su dirección—. Fue un problema venir aquí contigo, habrá más rumores. Espero no te moleste; ponte a buscar.

Así lo hizo. Dazai se sentía tenso, ya no tenía idea de a donde mover la lengua, como si las palabras se le hubieran esfumado. Buscó y buscó todo lo que pudo de Odel en completo silencio. Pensó en el colchón tirado a sus espaldas, el frío descomunal de aquel lugar y las sombras que lo aquejaban cada noche, pensó en Camus y sus amigos, en su calidez recorriéndole el alma.

Camus se preocupaba cuando Dazai despertaba en medio de la noche, agitado y con el pecho oprimido por lo que sea que se le subía por las noches. Camus fumaba con él. ¿Había alguien que consolara a Slora en ese frío?

—Mira, se parece a ti —dijo Dazai. Giró la pantalla a Slora.

El chico alzó la vista de la suya, la luz de su pantalla caía sobre su perfil. Sus pendientes carmesís emitían destellos. El moretón tenía colores morados, verdes y amarillos. Slora vio aquel gato negro en la pantalla, con los ojos verdes y una posición que le resulto curiosa. Dio un soplido, una sonrisa burda en su rostro.

—Es lindo —murmuró.

Volvió a lo suyo, media hora más tarde, cerró la pantalla. Se estiró, miró a Dazai y le devolvió su abrigo a la par que se ponía de pie. Fue hasta el colchón y se puso la sudadera que estaba tirada.

El castaño cerró su computadora, masajeó sus ojos que ya le ardían por estar tanto tiempo bajo la luz artificial. Bostezó y se puso de pie.

Lucía más oscuro que antes, sobre el techo no caían más que gotas en una profunda negrura. Las sombras se arrastraban por el lugar, observó las escaleras de piedra que llevaban al pasillo del segundo piso. Allí solo había estanterías vacías y más oscuridad.

Slora se acercó a la puerta.

—Vamos.

Salieron de la cúpula. De inmediato la lluvia los atacó con fuerza, gruesas gotas cayendo sobre sus hombros; a ambos les apelmazó los cabellos mientras bajaban las escaleras y se metían en el edificio.

—La próxima vez será en la cabaña —murmuró Slora, empezó a bajar las escaleras con la cabeza gacha—. Es problemático aquí, si quien está haciendo todo esto es de aquí, estaremos en peligro. Por suerte no hay cámaras acá arriba.

Dazai no dijo nada mientras descendían. Bajaron en completa oscuridad hasta los pasillos iluminados de los salones en uso, estaban cerrados, pronto las luces se apagarían y cerrarían los edificios.

Salieron atravesando las grandes puertas de estilo barroco. Slora abrió una sombrilla y Dazai hizo lo mismo. Giraron hasta el estacionamiento, ninguno dijo nada. No sabía que decir, Slora era difícil de sobrellevar, ni siquiera podía bromear con él.

—Te enviare lo que encontré de Odel —dijo al fin—. No encontré nada raro, típicos asuntos de sus familiares, pero ni siquiera se relaciona con ellos.

—Está bien, también te enviare lo que encontré.

De nuevo, silencio.

—Ah, así que este era tu asunto de importancia —dijo una voz. Dazai alzó la cabeza y se encontró con Fyodor. Vestía ropas casuales y miraba a Slora con algo parecido a la acritud.

Slora lo miraba a su vez, confundido.

—¿De qué hablas?

—Teníamos una reunión hoy para el trabajo con Ranpo —chistó el ojivioláceo. Alzó la barbilla y barrió al más bajo con la mirada, había una mezcla de sarcasmo y burla cruel en su gesto—. Te escribimos, llamamos y tratamos de buscarte cuando se acabaron las clases, pero veo que escabulliste con tu novio.

Fyodor escupió la última palabra con condescendencia.

Slora endureció el gesto de inmediato, la tensión en su mandíbula y el brillo molesto en sus ojos eran casi palpables. Apretó el mango de su sombrilla. En un instante, a Dazai le pareció peligroso, luego, aquel atisbo desapareció.

Sacó su celular del bolsillo, prendió la pantalla y una ráfaga de notificaciones la inundo. Frunció el ceño y se lo guardó.

—No me llegaron —dijo—. No tenía idea.

Fyodor chasqueó la lengua, negó con la cabeza y luego miró a Dazai por primera vez. Lo repasó con la mirada, burlona. El castaño frunció el ceño, parecía buscarles algo para exponer, como si los hubiera encontrado escapándose de las miradas. Era ridículo.

—Bueno. —Alzó las cejas—. Al menos espero que tus experiencias románticas nos aporten algo en la próxima escritura.

—No es mi novio. —Un gesto rabioso cruzó sus facciones, intentó ocultarlo irguiendo los hombros—. Suficiente.

Dio un paso, luego otro y se alejó en la oscuridad. Se masajeó las sienes con un gesto abatido, Dazai abrió la boca para detenerlo, luego se arrepintió. En su lugar, le lanzó una mirada a Fyodor cargada de fastidio.

—¿Estas de mal humor? —Apretó los dientes.

El pelinegro lo miró como si apenas se hubiera percatado de su presencia, tenía una mueca aburrida en los labios pálidos.

—No, pero detesto que falten a las reuniones. —Se encogió de hombros.

—¿Y tenías que ser así? —preguntó. Avanzó a la par que el ruso. Fyodor alzó una ceja en su dirección.

—Estaba bromeando —dijo con simpleza—. No sé porque se lo tomo tan mal.

Dazai suspiró.

—Estas ciego y sordo por lo que veo —masculló—. Ayer en la pelea le dijeron que es maricon, y tú sabes cómo son los rumores con él.

—Es su culpa. Nunca ha hecho que pararan. —De nuevo, se encogió de hombros.


Dazai hizo una mueca ante su insolencia, no creía a Fyodor tan indiferente. No dijo nada, quizá tuviera un poco de razón.


Septhis azotó la puerta de su dormitorio, arrojó la sombrilla y maletín sobre la alfombra y se dejó caer en el colchón.

Tironeó de sus cabellos, con la esperanza de que eso deshiciera la migraña. No era así, solo deseaba aplacar la molesta sensación, parecía que uñas gigantescas se arrastrasen por dentro de su cráneo. Era insoportable, la visión se le reducía a puntos negros y apenas había llegado a su habitación.

—Es mi culpa. Es parte de esto.

Dirigió la mirada al uniforme femenino colgado en su closet, llevaba dos días allí, acumulando anhelos. Slora negó con la cabeza. No iba a funcionar, no sería una mujer, sería un trans. Un trans maricon dada las circunstancias.

Desde el principio, no le había importado que lo confundieran con un hombre. Daba lo mismo, intentó arreglarlo solo porque sí, pero no funciono. Los maestros pasaban de su género en el expediente, ignoraban que entraba a los edificios femeninos, todo el mundo hizo oídos sordos en la entrega de premios.

Una risilla se le escapó.

Incluso, cuando sus compañeras descubrieron que tenía una habitación para ella sola, todas se habían puesto de acuerdo para no desmentir el rumor sino acrecentarlo.

Aunque la vieran entrar y salir de los edificios femeninos, nadie cuestionaba nada. Y ahora era un maricon, la miraban, como si fuera algo todavía más raro. Ahora las risas se oían más fuertes y las miradas se quedaban más tiempo prendadas a su espalda.

Wow, hasta Dostoyevsky y Dazai eran parte de ese mar sin sentido. No le importaba, no importaba donde estuviera parada, había sido irrelevante, pero esto era distinto. Se sentía distinto.

Marcó un número mientras se masajeaba las sienes.

—Si, buenas noches —saludó—. Si, Slora Septhis. Solicito una transferencia de habitación a Wilde. Para esta semana. 

a life to death | wuserpoe



sooo..., creí que serían menos capítulos pero, llevo más de 24 planeados y apenas es la mitad del libro

anyways, teorías?

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