cinco.

;— ↷ ·˚ ❝--.- ..- .❞

𝖑𝖆 𝖒𝖆ñ𝖆𝖓𝖆. 𝖈𝖊𝖗𝖔.

Lo primero que notaron cuando entró fue su uniforme desaliñado, la mirada clavada en el suelo como si intentara desesperadamente no torcerse al caminar. El saco estaba abierto, dos botones sin abrochar y la corbata café no estaba abrochada tan prolijamente como él siempre la llevaba.

Dostoyevsky buscó su mirada intentando averiguar en ese rostro inmaculado y exótico que sucedía con él esa mañana, pero Slora pasó de largo, sin mirarlo, como siempre. Le lanzó una mirada a Nakahara que seguía la delgada espalda de Slora, luego miró a Fyodor con la misma expresión extrañada.

Dazai recargó su rostro lívido en sus manos, Slora, que acostumbraba a llegar muchísimo antes que ellos cuatro estaba llegando minutos antes del inicio de clases. Arrastraba los pies sobre la alfombra roja, su cabello negro, normalmente recogido hacía atrás le caía sobre la frente en un ademán casi preciso, le sorprendía como de maravilloso lucía así, pero le intrigaba más su estado actual.

Oyó un chirrido a su lado, Ranpo levantó las cejas en dirección al recién llegado, Dazai asintió, él también entendía a qué se refería. Slora se desplomó sobre su asiento apenas llegó, sus cuadernos esparcidos sobre la piedra. No importaba el espacio que abarcara, nadie se sentaba a su lado, toda la piedra era suya.

Kalumnia entró minutos más tarde, Septhis apenas lo atisbo. Sentía la cabeza nublada, la alfombra roja le mareaba, tenía ganas de vomitar.

―Buen día clase, como bien habrán visto ya, fui designado como su tutor ―Kalumnia sonrió. Septhis sentía que las palabras se le escurrían entre los dedos, no tenía sentido tratar de comprenderlas, se le escapaban antes de entrar en sus oídos.

Tenía que mantener toda su concentración en mantener la espalda erguida y no cerrar los ojos, si los cerraba iba a desplomarse allí mismo.

―...la clase designando un coordinador para que se mantenga en contacto conmigo y con el resto de profesores... ―y siguió hablando.

Nakahara alzó la vista de su cuaderno al oír su nominación, Fyodor también estaba en la lista, no muy interesado. Giraba algo entre sus dedos.

―Slora sería una buena candidata ―se rió alguien.

La chica se congeló en su asiento, de repente alerta. No estaba sorprendida, solo tomada desprevenida.

―Nos someterá a una tiranía ―se rio alguien más, y a ello le siguieron otros.

―Hará que nos reprueben a todos ―risillas a sus espaldas, ojos burlones mirándola. Septhis sintió el estómago arderle, no estaba de buen humor, la cabeza le retumbaba.

La boca seca, los labios sellados, tampoco podía pensar nada coherente en qué decir. Quiso suspirar, pero el aire se le atoró en los pulmones, podría irse si no sintiera las piernas como toneladas de metal. Se dio cuenta de que temblaba, la tranquilizó el hecho de que nadie estaba lo suficientemente cerca para verlo.

Kalumnia decía más cosas.

―Muy bien, Nakahara obtiene la mayoría de votos ¿objeciones?

―Pero Nakahara ya es capitán del equipo de lacrosse, sería una carga para él ―murmuró alguien. La misma voz que la postuló, una mujer―. Es mejor dejar a Slora en su lugar.

Miró su cuaderno cerrado, las letras cayendo a sus pies. Las palabras huyeron, una neblina le cubría la vista.

―No significa ninguna carga para mí ―escupió una voz repentinamente, que la hizo levantar la cabeza. La ancha espalda de Nakahara, el cabello pelirrojo cayéndole sobre la camisa blanca. ¿No tenía frío con ese clima? ¿Qué estaba diciendo?―. Puedo hacerme cargo de ambos. No pongas palabras en mi boca.

Miraba a alguien detrás de ella, sus zafiros centelleantes de molestia, Septhis no entendía que lo molestaba. Su mirada cayó en ella, su ceño se frunció más si cabía la posibilidad, luego se volteó con fastidio.

Parpadeó, confundida. No lo intentó entender, luchó por mantenerse despierta. Aunque la clase pasó como un borrón llenó de poesía, creyó soñar en algún punto con Dostoyevsky, lo que la devolvió de un tirón a la realidad. No comprendió de qué iba la clase, tampoco le importó, se limitó a copiar todo lo que había en el pizarrón.

Kalumnia abandonó la sala, Septhis esperó hasta que la sala estuviera medio vacía, recogió sus cosas y se puso de pie. Sus cuadernos casi se le resbalan de las manos al bajar, sentía los dedos dormidos, sin fuerza alguna. Aferró sus cosas contra el pecho y siguió avanzando, la mirada de alguien estaba sobre ella, eso no lo podía dejar ir. Incluso dormida, incluso ocupada, incluso desmayada. Era consciente, lo sentía todo en los malditos huesos.

No miró atrás.

Caminar a Woolf fue todo un desafío, un pie tras otro, la vista al frente, no chocar con nadie, no meterse en el pasillo equivocado. Espalda erguida, evitar miradas, cuerpos que se apartaban como si fuera venenosa, ojos sobre ella. Murmullos, ¿sobre ella? no, quién sabe, tal vez. Hacía adelante.

Woolf, elevador. No, abarrotado, escaleras, podía caerse. ¿a dónde iba?

―¡Cuidado! ―un vistazo blanco le pasó a centímetros del cuerpo. Septhis se recompuso, trastabillando―. ¿Qué estás pensando?

Edogawa le sostenía el brazo, no tenía idea de que alguien como él pudiera sostener con tanta fuerza. Se le quedó mirando hasta que el pelinegro la soltó, alzó la vista a la chica con el ceño fruncido. Nunca lo había visto con esa expresión.

―No estaba poniendo atención ―murmuró, tallándose los ojos con fuerza.

―Me puedo dar cuenta ―chistó el hombre, casi con hastío. Seguro que le fastidiaba hasta la médula haberla tenido que salvar, pero tampoco la iba a dejar morir. Septhis se apresuró.

―Mi error, lo lamento ―inclinó la cabeza y mostró la palma de su mano. Era una forma bastante típica de su ciudad de pedir perdón, la mano significaba gratitud y ofrecimiento.

―Da igual ―farfulló desviando aquellos ojos cerrados. Septhis asintió, debía resultarle muy molesto tener que verla incluso fuera de clases. Lo entendía.

―Bien, adiós.

Esta vez checó antes de cruzar la calle, siguió andando con rapidez hasta las escaleras de Woolf, estaban vacías. Se desplomó sobre la pared fría, suspiró. Se arrastró hasta su habitación y azotó la puerta al llegar, le puso seguro.


Se masajeó el brazo donde Edogawa la había jalado. Le dolía y le extrañaba su fuerza. No alcanzó a pensar en nada más porque el sueño la venció apenas tocó la cama.


Despertó con la sensación de estarse hundiendo, agarró una bocanada de aire y se incorporó de golpe. La habitación estaba oscurecida, y la oscuridad osciló ante sus ojos antes de estabilizarse. Ella ya la había visto de todos modos, se frotó los ojos y miró su reloj brillante.

Apenas dos horas, y sabía que no dormiría más. Suspiró, se puso de pie y encendió las luces del escritorio. Sus cosas esparcidas por la madera, cuadernos, lapiceros, hojas.

Se echó el cabello para atrás, tenía frio, afuera no estaba muy soleado y la piedra siempre mantenía las habitaciones frías. Se quitó el uniforme lanzándolo a la cama, encontró el pans y la sudadera que había lavado recién y se lo puso.

Su escritorio no estaba mucho más limpio que el resto de su cuarto, en una esquina tenía enmarcada la foto que les habían tomado recibiendo los premios, esbozó un amago de sonrisa. Se sentó a revisar su agenda y redactar algunos trabajos de clase, o al menos eso iba a hacer.

—¿Dónde está? —murmuró para sí, alzando las libretas y papeles sobre la mesa. Ordenó todo y aun así no dio con ella.

Se paró a pensar, su turbulenta mañana debió haberla hecho perder el hilo de las cosas, seguro la había botado en el salón. Eso esperaba, al menos, si no jamás daría con ella.

Refunfuñando volvió al salón, aun se sentía cansada y la vista se le emborronaba de vez en cuando, pero al menos no la habían casi atropellado. Abrió la puerta del aula, que estaba vacía.

Olía a cedro y piedra, las alfombras rojas que cubrían los pisos estaban aspiradas. El ambiente se sentía distinto por las tardes, la luz dorada caía sobre las gradas de piedra. Septhis siempre había encontrado incomodo sentarse sobre piedra y escribir sobre piedra, aunque esta estuviera labrada.

En su asiento no veía su agenda, subió las escaleras. Resbaló, su pie se deslizó por el escalón, intentó agarrarse de la piedra, pero claro, falló. Cerró los ojos.

—Hoy han sido dos veces Slora —giró el rostro hacía la voz cantarina y las manos que la sostenían por la cintura.

Un escalofrió le recorrió la espalda. Saltó como un gato para alejarse. Edogawa sonrió con sorna.

—No te esta yendo muy bien ¿verdad? —Septhis no supo si estaba burlándose de ella por la forma en que su sonrisa se ampliaba.

—No —espetó con brusquedad y se giró hasta su grada. Su agenda estaba en el suelo. Bueno, aparentemente no habían aspirado muy bien—. Gracias, ya tengo lo que necesitaba.

Paso al lado de Edogawa sin molestarse en mirarlo.

—Oye —se detuvo antes de abrir la puerta.

Giró el rostro. Edogawa estaba parado sobre las escaleras, la luz había rehuido de él y proyectaba una sombra que alargaba las puntas de sus cabellos hasta los pies de Septhis. La oscuridad de la sombra oscilo, Septhis sintió que iba a vomitar.

—¿Qué? —preguntó, él no se apuraba.

—¿Conoces a Anders Odel? —Septhis sintió una inflexión en su voz que nunca había oído, le caló en la espina dorsal. Era una seriedad poco tranquilizadora.

—¿El sueco? —Edogawa asintió—. Si, ¿por qué?

—Desapareció.

Ella se enderezó, ladeó la cabeza sin creer haberlo oído bien. Se mordió el interior de la mejilla, sintió en el estómago un vacío.

—Dumas también —murmuró—. Le pregunte a Kalumnia que pasaba con ellos, ni siquiera supo de quienes hablaba. Le pregunte a mi roomie, Edgar. Me dijo que no conoce a nadie que se llame Anders Odel. Nadie se acuerda de ellos. Desaparecieron.

—A Dunas, Kalumnia ni siquiera lo menciono en la lista —recordó Septhis.

Edogawa asintió, la luz proyectó en él una sombra aterradora. Que suerte que tuviera los ojos cerrados.

—A Odel tampoco, pregunte en el grupo de nuestra antigua sección —un segundo de silencio—. Nadie lo conoce. Pero yo me acuerdo de él, trabajo conmigo y con Edgar en un proyecto, se burlaban de él por su cabello.

Septhis asintió.

—Es... algo curioso —murmuró.

—Es mi amigo.

Septhis se congelo.

—Si tú te acuerdas y yo también, no puedo estar loco. En ese caso, tú también lo estás. Slora, no puedo estar loco.

—No lo estás, yo también me acuerdo de él. Leí dos de sus relatos —buscó sus ojos, pero no halló nada allí. Dos líneas de pestañas oscuras, una sombra de algo peligroso arrastrándose en su rostro.

—Investiga conmigo —Edogawa bajó un escalón, luego otro. La oscuridad se arrellanó contra él y luego se disipó. Septhis le echó una mirada de advertencia—. Si tú también te acuerdas, ayúdame.

Sintió el sudor frío resbalarle por la nuca. El vacío en el estómago creció, no sabía como ayudarlo. Ni siquiera podía creer que estuviera pidiéndole ayuda, buscó el reloj en la pared detrás. En los sueños no hay relojes, y aunque estaba segura de que no era un sueño, quiso encontrar una seña real.

—No entiendo como podría ayudarte —le dijo. Él se acercó más.

—Antes que ser escritor, soy detective, Slora. Esto no es normal —un paso más. La oscuridad se comió sus tenis.

—Está bien —farfulló, le puso una mano en el pecho. Lo mantuvo allí, ni un paso más.

—¡Muy bien! Me alegro que me creas —sonrió. Dos pasos hacia atrás, la mano de Septhis quedó flotado—. Por cierto, quedamos de vernos con Fyodor en la biblioteca.

—¿Quedamos? —alzó una ceja, no recordaba haber aceptado nada.

—Fyodor y yo decidimos por ti —replicó con desdén, bamboleó el cuerpo hasta la salida y se despidió con una seña militar—. Nos vemos a las seis.

Y cerró la puerta.

Septhis arrojó la agenda contra la pared. La oscuridad se revolvió en la pared como si en realidad la agenda le hubiera ocasionado algún daño. Respiraba frenética, con un odio incandescente en los orbes rojos.

Desencajó la daga que llevaba prendida a la pierna todos los días, se pasó el filo por la palma. La sangre le brotó en pequeñas gotas, luego una línea roja se deslizó por su brazo. Remojó el dedo en ella y dibujó un símbolo al aire a la altura de sus ojos.

El aire vibró y el símbolo se pintó sobre este, brilló y un dolor agudo le atravesó el cuerpo a Septhis. Pugnó por no caer de rodillas y soltó el aire de golpe, el sudor le empapaba la frente.

Pero la oscuridad había desaparecido.


Agarró aire, se limpió la sangre con un pañuelo y se lo envolvió alrededor de la mano. Recogió la agenda y salió.


𝖑𝖆 𝖓𝖔𝖈𝖍𝖊. 𝖉𝖔𝖘.

Si Dazai hubiera estado allí para dar sus paseos nocturnos, lo habría notado. Habría notado la sombra grande moverse por la noche, entre los árboles. Habría notado la facilidad con la que se movía.

Pero no estaba, y la sombra se alejaba.

El aire removía las hojas de los árboles, las ramas proyectaban pobres sombras desde la luz de la luna. La sombra se movió entre el bosque. El aire también transportaba un fétido olor a podrido y mientras la noche se comía el bosque, a la sombra que ya no era una sombra, se le acercó otra.

Tenía cuernos sobre la cabeza y las manos negras, no como si las hubiera sumido en pintura o carboncillo, eran negras. Y si no fuera por las garras que le crecían apenas sería capaz de verlas. Llevaba el rostro cubierto, no podía verle, no podía tocarle.

La sombra con cuernos lo llevó lejos, tan lejos que si giraba el rostro no alcanzaba a ver las luces de la academia, tan solo kilómetros y kilómetros de árboles.

De pronto había una reja, pintada de negro. La sombra con cuernos siguió el perímetro y se detuvo sobre unas enredaderas. La oscuridad era tanta que tras la reja no se veía nada. La sombra tiró de las enredaderas, allí detrás estaba la puerta de un túnel.

—Se escapo de nuevo ¿no? —murmuró la sombra grande.

—No se escapo —replicó la sombra con cuernos—. Es tiempo, eso es todo.

—Se está volviendo codiciosa.

—Lo sé.

—¿Qué harás cuando ya no tengas con quien alimentarla?

a life to death | wuserpoe


Internate profundo pero no mires atrás.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top