Capítulo 9 "Una mujer extraña"
¿Morgana? Pero que...
La mirada de la maestra me obligaba a sentarme, al hacerlo sentí el desbloqueo y pude ser dueña de mis movimientos, como si estuviera despertando.
La maestra Friola no Morgana, siguió con su clase normal, con la diferencia de que se le veía más animada, con mejor humor y ansiosa por terminar, veía como me miraba alegre y esperanzada, pero de qué.
La posesión que acababa de presenciar no me está gustando nada, no es normal y no es la primera vez que me pasaba. Ahora ya no creía que un médico me ayudara sino que tendría que empezar a buscar la ayuda de un sacerdote o algo parecido, porque lo que me pasaba solo lo he visto en películas de terror.
La clase se desarrolló de lo más común, como si no se acabara de ver la pelea más épica de mi vida, pero no era algo que les importara a los demás. Comencé a sentir la mirada pesada a mi espalda y asustada buscaba el origen de la sensación; hasta que me topé con el rostro de Leo que se encontraba en el otro extremo del salón, no me perdía de vista y me analizaba más fijamente de lo que me gustaría, no sabía si sentirme alagada o realmente furiosa. Pero en ningún momento suavizo sus ojos y esta vez tuve que ser yo la que desviara la mirada.
Trate de concentrarme en la lección de botánica que la maestra trataba de explicar pero resulta demasiado difícil si no quieres mirar a la profesora, así que preferí clavar mi vista en el libro hasta que la campana sonara. Y así fue.
Cuando la campana sonó todos los alumnos se retiraron del salón, no querían estar aquí y no eran los únicos, lo que más quería hacer era huir del lugar, no estar en el mismo lugar que la maestra sobre todo por el vergonzoso acontecimiento con ella. Llamarla Morgana es demasiado penoso, porque para empezar ni se porque lo hice.
Tomé mis cosas arrepintiéndome de haber sacado casi todos mis útiles, ahora por culpa de ello voy a demorar más de lo que tenía planeado. Pero cuando por fin pude recogerlo todo fui rápidamente hacia la puerta.
—Espera —la voz de la maestra me detuvo a medio paso—, Iridia, ven un momento.
Maldije por debajo mientras iba hacia el escritorio de la maestra, los alumnos pasaban detrás de mí hacia la puerta, ansiando ser como ellos me plante frente a la maestra.
La maestra Friola se quitó sus gafas dejándome ver sus ojos increíblemente azules que contrarrestaban con el color oscuro de su piel, era como ver el día y la noche al mismo tiempo.
—¿Por qué me llamaste así? —la sonrisa de la maestra me dolió.
Créame, no tengo ni la menor idea.
—Lo lamento mucho maestra Friola, mis más sinceras disculpas —no le podía decir que algo tomó el control de mi cuerpo y habló en mi lugar, sé que no iría directo a la dirección sino al manicomio—, pero fue algo que dije por pura inercia, un error solo eso
—No te disculpes, sabes muy bien que no fue un error, muy pocas personas conocen mi antiguo nombre —se quedó callada por unos momentos, analizó toda el aula, me giré y vi que estábamos completamente solas—, pero dime, porque no me habías dicho que eras tú... —me gire confundida hacia la maestra lo cual ella noto—. Creí que habías muerto. —Y el miedo vino a mí
—¿De-de que está hablando? —dije casi en un susurro, lo primero que se me vino a la cabeza fue la herida que me hicieron en mi visión y el terror se apodero de mi cuerpo.
—No actúes como si no supiera quien eres
—Maestra, no se de lo que está hablando
—Deja de fingir, ya no hay nadie en el salón Roshbell
—¿Ro-Roshbell?
Una presión en mi pecho me impedía respirar.
—¿En dónde te metiste? —la maestra se levantó—. Todos creían que habías muerto pero algo en mí me decía que aun estabas viva, por eso te esperé —no escuchaba nada de lo que me decía la maestra, en mi cabeza lo único que oía era un leve susurro con eco diciendo Roshbell, el mismo nombre de mi visión, el nombre de esa chica que...—, ¿Cómo es que estas tan joven?, Oye Roshbell
—No me llame así —me zafe del garre de la maestra.
—Roshbell no te comportes como si no me conocieras
—Roshbell... —al pronunciar el nombre de mi visión el dolor en mi cabeza y en mi pecho incremento, el latido en mi corazón al igual que mi respiración subía con cada repetición que hacía en mi mente. La cicatriz comenzaba a latir y el ardor en mi tobillo subía por toda mi pierna, un dolor cálido que abrazaba como el fuego—. Lo siento maestra, pero me tengo que retirar
Huí de ese lugar sin dejar que la maestra me respondiera, salí del salón sujetándome el vientre justo donde sentía que la cicatriz me quemaba, el dolor me doblegaba y el mareo borraba mi visión.
Al llegar al baño me recargue en el lavabo, no podía soportar el ardor en mi vientre, por encima de mi vestido podía ver una mancha de sangre. El pánico me invadió terriblemente y lo primero que hice fue quitarme la ropa quedándome en una liviana blusa blanca y un short de licra color negro. Totalmente aterrada levante mi blusa y vi que la herida sangraba, mis manos temblaban al momento de querer limpiarla con el pañuelo que nunca dejaba en casa.
Chist, chist...
Me detuve.
Giré tratando de encontrar de dónde provenía el chistido pero por más que buscaba, en el baño no había nadie, yo me aseguré que nadie entrara antes que yo y me fije bien que no hubiera nadie aquí, quizás ya solo imagino.
Chist, chist...
Pero lo volví a oír, solo que esta vez más cerca. Levanté mi mirada hacia el lugar en donde provenía aquel chistido.
Asustada llevé mis manos a mi boca, frente a mi yacía la chica de mi visión. El espejo reflejaba a Roshbell y no a mí, como si fuera ella la que estuviera en mi lugar o como si yo estuviera en el suyo. Mi rubio cabello era suplantado por el corto y negro de ella, mis ojos azules ahora padecían heterocromía con un iris café y el otro violeta y mi piel bronceada ahora era igual de pálida que la joven de mis pesadillas.
Ella me miraba fijamente detrás del espejo, cerré los ojos asustada como lo hacía cuando tenía malos sueños y quería despertar. Al abrirlos era mi reflejo nuevamente, como si no hubiera pasado nada, y eso fue lo que más me asusto. No perdí tanta sangre como para delirar nuevamente, las visiones se están volviendo algo más preocupante de lo que parecía, sabia claramente que las ilusiones no eran de una mente sana.
Asustada me recargue nuevamente en el lavabo mientras trataba de normalizar los latidos de mi corazón. Pero la risa a mis espaldas no ayudó para nada.
Giré totalmente aterrada para toparme con algo horrendo pero lo que vi fue algo peor.
—¡¿Qu-qué demonios haces en el baño de chicas?! —Leo se recargo en su pierna mirándome.
—Es obvio que me encanta espiar a las chicas raras en los baños
—Deja de bromear. —Limpié las lágrimas de mis ojos, cosa que Leo noto—, eso está prohibido
—Lo he hecho miles de veces. —La mirada de Leo me incitaba a que le preguntara pero mi instinto me advertía que no lo hiciera.
—No me importa lo que hagas, pero cuando yo esté no te atrevas a venir aquí
—Como si quisiera estar en la misma habitación que tú
—Pues aquí estas, siguiéndome como enfermo
—La enferma eres tú mirando a la nada como loca
—¿A la nada?, estaba mirándome en el espejo como toda chica normal
—¿Espejo? —Leo me miro mientras que su sonrisa desaparecía de su rostro y añadió—: Si delante de ti no hay nada, en esta escuela no hay muchos espejos por mandato de la directora —el miedo me comenzaba a invadir poco a poco—, hay solamente en el segundo piso y estamos en el primero.
Sin creerle me giré y estaba en lo cierto, delante de mí no había nada, solo la pared de mosaico del baño, mi cuerpo comenzó a temblar del miedo mientras que me palpitaba la cabeza, mis respiraciones y mis latidos aumentaban.
—Pe-pero...
—Ahora resulta que hasta loca estas. —Aunque él intentó sonar como una broma, su voz no sonó graciosa—. Primero alucinas que estas frente a un espejo —La voz de Leo no ayudaba nada para tranquilizarme sino todo lo contrario—, luego alucinas que quiero estar contigo solo en la misma habitación
—¡Con una mierda Leo, ya cállate!
Mal
Muy mal
Mi madre siempre me recalcaba que lo peor que puede hacer una dama era decir una palabra altisonante, y lo acababa de hacer.
—¡Vaya! La gatita tiene garras. La risa de Leo me hizo sentir más sucia.
—Olvídalo, y mejor deja de seguirme como un enfermo acosador
—Ya te dije que no soy yo quien te está acosando, mi tiempo es demasiado valioso como para desperdiciarlo contigo
Las palabras afiladas de Leo me hicieron sentir mal.
—Oh por dios, mantente callado y lárgate de aquí —me giré tratando de ver que hay cosas más importantes porque preocuparme que por tontas palabras de un insolente joven.
—No puedo irme sin más, hay asuntos de los que me tengo que encargar. —Leo camino por el baño asegurándose que no hubiera nadie—. Así que es mejor que te vayas
—¿Disculpa?, el que se tiene que ir de aquí eres tú —me volteé para verlo frente a frente mientas que él hacia lo mismo—, te recuerdo que estas en el baño de chicas
—Sí, pero yo no quería estar aquí —Leo me miró fijamente mientras se cruzaba de brazos—, yo solo quería quedar con una mujer ultra sexy en medio de una laguna y disfrutar de su deliciosa compañía, pero lo único que obtuve fue aparecer detrás de ti
Mi cara se tornó roja por lo grave que se escuchaba su voz, me cruce de brazos al escuchar lo decepcionado que sonaba al lamentar estar conmigo
—Eres un mentiroso
—O no, no, no, no, no, no... —Leo se acercó demasiado a mí mientras yo retrocedía, pero el lavabo me lo impidió—. Puedo ser lo que tú quieras —remarco las palabras y levantó su ceja mientras acomodaba un mechón suelto de mi cabello—, lo que quieras, pero no un mentiroso —mis ojos se posaron en sus labios y me mordí uno de los míos, este chico puede ser realmente irresistible cuando se lo propone—, mi gatita con garras
—Estúpido. —Lo aventé para alejarlo de mí mientras me encaminaba hacia la puerta acompañada del eco de la risa de Leo.
Pero me equivoqué con Leo.
Alguien me impedía salir del baño, una mujer.
Una mujer con la piel casi traslucida, con el cabello trenzado de color blanco con un poco de lila, similar a la espuma de mar, una especie de flor hecha por espinas, el vestido de color naranja escotado de un hombro y una especie de marca en el cuello. Sus ojos eran el increíble misterio, realmente grandes y totalmente negros, con unas raras pestañas del color de su piel; pero seguía siendo verdaderamente hermosa, una de esas bellezas raras y misteriosas. Volteé hacia puerta que ahora estaba cubierta por una especie de enredaderas que antes no estaban, la mujer se veía molesta, muy molesta mientras miraba a Leo. Pero luego se fijó en mí y su sonrisa apareció, comenzó a caminar hacia nosotros moviéndose de una manera muy sensual, algo que me hacía sentir un tanto incomoda.
Me asusté por la forma en la que Leo me tomo del brazo para acercarme hacia él, me pegó a su pecho mientras se acercaba a mi oído, podía sentir su cálida respiración causando escalofríos en todo mi cuerpo, escalofríos de miedo y aunque odio reconocerlo, también escalofríos de placer.
—¿Ves que no te mentía? —La mujer se detuvo con una mano en la cadera y una mirada de reto— Tienes que confiar más en mi gatita
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