1. El callejón Diagon
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James Potter
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Hoy era otro día más de verano. Un verano caluroso y aburrido. Aburrido porque mi madre no me dejó ir a pasar unos días a casa de Peter Pettigrew cuando estoy seguro de que Remus, Sirius han ido y los tres se están divirtiendo sin mí.
Me senté en la cama y cogí las gafas que había dejado en la mesa. Desordene mi pelo y me dirigí a la puerta para abrirla y nada más hacerlo, unos gritos ensordecedores llegaron hasta mi cuarto, situado en la segunda planta, que procedían de la cocina.
- No me lo puedo creer, ¿Lo has visto mamá? – dijo emocionada sosteniendo la carta que ansiaba tener desde hacía dos años
- Silencio Alina o despertarás a tu hermano
- ¿Qué pasa aquí? – dije con voz adormilada cuando entré en la cocina
Alguien corrió hacia a mí y me abrazó tan fuerte que pensé que me había roto una costilla. Alina siempre había tenido bastante fuerza su edad.
- Alina, ¿quieres soltarme? – grité cuando ya llevaba un rato abrazado a mí
Alina es mi hermana. Tiene dos años menos que yo, siendo ella de mayo y yo de marzo. Tiene el pelo largo y ligeramente ondulado. Su pelo tiene un brillo sacado de un cuento de hadas.
- ¿A qué no sabes que ha traído Orlando? – dijo nerviosa
- ¿Qué ha traído mi lechuza que te emocione tanto? – pregunte
- ¡La carta de Hogwarts! – respondió emocionada mientras alargaba el brazo para enseñarme la carta que tenia entre las manos.
- ¿Qué? ¿Es en serio? – le pregunté para después mirar a mi madre y obtener un asentimiento por su parte. Mis padres siempre habían estado muy preocupados de que Dumbledore no aceptase a Alina en Hogwarts aunque nunca había entendido por qué. Abracé a mi hermana con fuerza, emocionado por la noticia y también para vengarme por lo de antes.
- James... me... estás... ahogando – dijo entrecortadamente
- Lo siento – dije soltándola – Déjame verla
Me dio la carta y me puse a leerla.
- Me acuerdo cuando llegó la mía – dije devolviéndosela – Parece que fue ayer
- Si – dijo – Yo también me acuerdo que del grito que pegaste, Orlando no volvió en 3 días
-Mis padres me compraron a Orlando mi lechuza antes de que recibiera mi carta de Hogwarts.
- Bueno, ya está bien – dijo nuestra madre, Euphemia Potter – Por lo que veo son los mismos libros que usó James cuando estudió así que no hará falta comprarlos - dijo consultando la carta
- ¿Qué? – protestó Alina – Mamá, no quiero los libros de James. Están estropeados y tienen anotaciones y dibujos por todos lados, y no precisamente dibujos aptos para niños.
- ¡JAMES POTTER! – gritó Euphemia furiosa– ¿Qué significa eso?
En lugar de mirar a mi madre, miré a Alina. Traidora. intenté ocultar mi enfado, de momento, y miré a mi madre.
- Si, ¿mama? – dije con voz inocente
- ¿Me quieres explicar y decir que hiciste con los libros?
- Pues... bueno... como ya no los necesitaba pues...
- No los necesitarías tú, PERO TU HERMANA SI – dijo gritando la última parte – ¿Qué libros has estropeado más?
- Pues, creo recordar "Historia de la magia" y "Teoría mágica" – dijo
- Bien, esto te lo descontaré de tu paga - iba a protestar pero mi madre me mandó arriba. Miré a Alina tan furioso que no me hizo falta explicarle que no le hablaría en todo lo que quedase de verano.
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Alina Potter
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James no protestó pero por la forma con la que me miró, yo diría que no me piensa hablar en todo lo que me queda de vida. Tragué saliva ante ese pensamiento.
Cuando James ya había subido a su habitación, mi madre me dijo:
- Venga, coge tus cosas que nos vamos al Callejón Diagon
James me había contado que era una calle que se encontraba detrás de El Caldero Chorreante, un pub londinense situado en la calle Charing Cross Road. También me comentó el verano pasado que había un montón de tiendas pero su favorita era la Tienda de bromas de Gambol & Japes.
Cuando llegamos al Callejón Diagon era mucho mejor de lo que me había contado. Estaba lleno de tiendas diferentes y la calle estaba llena de magos y brujas de todas las edades.
Mi madre me llevó hasta una tienda llamada "Librería Flourish y Blotts".
- Muy bien, ahora voy a comprarte los libros que te faltan y de paso compraré los de James – dijo mientras sacaba un pergamino donde tenía escrito la lista de los libros – Tu mientras tanto puedes ir al Emporio de la lechuza y escoger una lechuza
- Pero mama – dije y bajé la voz para decir lo siguiente – Yo quería que me dejaras llevar una pixie conmigo
- ¿Cómo se te ocurre? – dijo disgustada – ¿Qué pensaría la gente si viera todas las mañanas llegar al comedor a un hada diminuta con una carta?.Ni lo pienses siquiera... Te comprarás una lechuza como la de tu hermano y si no te convence ninguna, iremos a la Tienda de Animales Mágicos, ¿entendido?
- Si - respondí cabizbaja. Ni que le hubiese dicho que quería un dragón...
- Muy bien, te veo en cinco minutos – dicho esto entró en la Librería dejándome sola en la calle atestada de magos.
A mi madre no le hacía mucha gracia que hablara de cosas referentes a la Ciénaga o Maléfica en lugares públicos, y menos delante de otros magos. A decir verdad, los únicos que sabían lo que soy eran mis padres y la tía Marge, con la que solía pasar con ella unos días en verano como excusa para justificar a James mi ausencia de unas semanas en verano y es que, en lugar de visitar a mi tía Marge, volaba hasta la Ciénaga para pasar allí una parte de las vacaciones de verano.
Me di la vuelta y pude ver al lado el Emporio de la lechuza, tal como había dicho mi madre. Era una tienda oscura y llena de ojos brillantes, susurros y aleteos y a decir verdad, y espero equivocarme, las lechuzas que había en la puerta me miraban como si fuera la peor persona del mundo. Ni que hubiesen estado escuchando lo que le dije a mi madre. Y, a decir verdad, no debería sorprenderme ya que hace 3 años había jurado escuchar a dos gatos comentar un partido de quidditch.
Entré sin hacer mucho ruido en la tienda, pero nada más puse un pie en ella, varias lechuzas empezaron a hacer ruido como señal de protesta ya que las había despertado.
- Hola, ¿necesitas ayuda? – preguntó un hombre detrás del mostrador
- Emm... si – dije nerviosa – Quería una lechuza
- ¿Alguna en especial? – preguntó
- La verdad es que no – respondí observando algunas que estaban expuestas
- Ven – dijo – Llegaron varias lechuzas esta mañana. Tal vez te interese alguna
Me llevó al final de la tienda donde, aun en sus jaulas, se encontraban 3 pequeñas lechuzas durmiendo. La que más destacaba era la más pequeña. Era una lechuza de color blanco con tonos claros y ojos negros. Esto último lo sé porque cuando me situé cerca de su jaula para verla mejor, esta se despertó pero no se había asustado como lo habían hecho las demás.
- Parece que le gustas – comentó el hombre con una sonrisa
Cinco minutos después salía con la jaula y la comida por la cual la lechuza iba ululando de alegría.
- ¿Al final te decidiste? – dijo mi madre enfrente de la puerta cargada con una bolsa con libros.
- Si – contesté más alegre – ¿Te gusta?
- Es bonita y diferente – respondió - La verdad te pega bastante. ¿Qué nombre has pensado?
- Pues... en realidad ninguno – dije
- Bueno, pues ya puedes ir pensando en ello – dijo comenzando a andar – Venga, que tenemos muchos recados por hacer. La verdad, pensaba que no te iban a coger en Hogwarts... ya sabes porque lo digo. Tu padre y yo ya nos habíamos hecho a la idea de enviarte a la Academia Mágica Beauxbatons
- A James no le habría gustado – susurré
- Si, lo sé... pero tendremos que ir a hablar con Dumbledore en persona. Entremos en Madam Malkin. Tenemos que comprarte una túnica y otra para James. Ya le queda pequeña la que tiene.
- Hola Euphemia– dijo Madam Malkin nada más entrar en la tienda– ¿Cómo estás? Esta debe ser la pequeña Alina- dijo girándose para mirarme – Hogwarts, verdad?
- Si – respondí
- Tengo muchos por aquí – dijo caminando hacia un escabel – Ven, sube aquí
Me subí al escabel y Madam Malkin me deslizó una túnica por la cabeza y comenzó a marcar el largo apropiado
- Bien, ya está – dijo apartándose – ¿Tres verdad? – le preguntó a mi madre
- Si y también dame dos para mi hijo James – le dijo - Es una tontería comprarle más. Las acaba detrozando en menos de un mes.
- Estos chicos y sus bromas - dije ella riendo.
Diez minutos después salíamos con mis túnicas y las de James.
- Bueno, nos quedan unos recados más, pero creo que querrás ir ahí – dijo señalando una tienda llamada Ollivanders. El escaparate tenía un simple cojín desteñido de color púrpura con una única varita. – Ahí podrás comprar tu varita. Toma – dijo dejándome dinero. - Ahora yo iré comprar el resto del uniforme. Cuando acabes, dirígete a la Tienda de Calderos, vale?
- Si – respondí y entré en la tienda de varitas
- Hola – dijo - ¿En qué puedo ayudarte?
Me contuve para no responderle "Una barra de pan, por favor"
- Pues... bueno... - dije en su lugar
- Ya veo... espera un momento – dijo dando la vuelta y volviendo al pasillo por el que había aparecido
Tuve que esperar dos minutos hasta que volvió con varias cajas.
- En primer lugar: ¿diestra o zurda?
- Diestra – respondí rápidamente
- Extiende tu brazo, por favor – Me miró del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo... Mientras medía, me dijo – Así que eres Alina Potter, hermana de James Potter. Tu hermano escogió una varita de veintiocho centímetros y medio, flexible, de caoba y excelente para transformaciones. Cada varita que vendo en esta tienda están hechas con un núcleo central de una poderosa substancia mágica como pelo de unicornio, plumas de cola de fénix y corazón de dragón.
Me sorprendió su memoria. Cogió una de las cajas que había sacado antes y sacó una varita de una de ellas.
- Prueba esta – dijo entregándome la varita. - Madera de haya y pelos de unicornio. Veinticinco centímetros, flexible. Cógela y agítala
Cogí la varita, como si fuera uno de los jarrones de cristal que tiene mi madre en el salón, y agité la varita. Nada más agitarla, varias cajas que estaban en la estantería más próxima cayeron al suelo.
- Me parece que esa no es – dijo recogiendo rápidamente la varita – A ver esta – dijo eligiendo una de las cajas que había caído al suelo. – Madera de ciprés, pluma de fénix, veintidós centímetros y medio, flexibilidad sorprendentemente susurrante. Vamos, cógela – dijo
Nada más tocar la varita, sentí un súbito calor en los dedos. El señor Ollivander me miró y dijo:
- Oh... Muy bien. Creo que ya la has encontrado - dijo felizmente
Este ha sido uno de los mejores días de mi vida.
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