Capítulo 46 Rota

Recuerdo que caía la noche cuando después de esos días en el yate la dejé en el que suponía era el resguardo de su hogar. Fue la última vez que la vi. Iba a ser ya un mes, pero en mí lo sentía como eones pasando en cámara lenta. Tan lento como veía el confiable Jaguar recorrer la infinita autopista aún cuando veía el kilometraje en 120km. Los hombres que me acompañaban iban recostados en sus asientos metidos en sus propios pensamientos sin siquiera mencionar mi velocidad de locura. Intuía que su necesidad por llegar rayaba la mía.

La cosa era que Eloise no podía permitirse desperdiciar otro segundo de tiempo junto aquél hombre. Cuando hablé con ella hace unas horas podía escuchar sus quejidos de dolor, y esto no podría ser otra cosa que la malicia de Alexander haciendo de las suyas.

No. Tenía que ir más rápido. Aceleré un número más en la carretera solitaria, con los faroles del auto iluminando la oscuridad a cada metro que avanzaba. La noche cayó en el camino como boca de lobo.

—Estamos llegando a la ciudad, Daniel — informó Maxwell sentado en el asiento del copiloto quien sostenía su portátil que le alumbraba el ceño fruncido deconcentración con luz blanca.

Asentí y apreté el volante con la ansiedad corriendo desbocada por mis venas. El silencio era intranquilo, y tan denso que sentía la tensión de Robert estallar detrás de mí en el asiento trasero.

El preocupado padre apenas pronunciaba palabra. Su palidez igualaba a la de la luna y tenía el leve presentimiento que en su mente rodaba una película morbosa de la misma situación de hace casi siete años atrás.

—Vira a la izquierda —comandó Maxwell.

Los restantes cinco minutos fueron un borrón de calles y avenidas con luces de neón alumbrando a la deriva. Pequeños restaurantes modernos y calles relucientes, farolas cada 20 metros y semáforos que detenían y alentaban a contados automóviles. No había mucho movimiento. Y apenas eran las ocho de la noche.

Siguiendo la instrucción del que hacía de copiloto avancé recto en una avenida que iba quedando más y más aislada del centro del pequeño pueblo/ciudad hasta encontrarme con un conjunto de tres edificios de al menos 25 plantas llamado Greenford.

—Es ahí. El segundo —señaló maxwell tan neutral como si no hubiéramos llegado hasta el lugar donde estaba Eloise.

Pero algo iba mal, algo iba muy mal.

No tarde un segundo en estacionar el Jaguar y bajarme con premura, ni siquiera recordando si cerré la puerta. Mis pasos repicaban en el frío asfalto mientras me acercaba más y más al objetivo de mi inquietud.

Luces azules. Azules y Rojas ondeando en las paredes adyacentes, provocando sombras y alertandome de que algo sucedía. Mis ojos se fijaron en dos coches patrulla, pero no vi a nadie.

Proseguí para entrar en el vestíbulo hasta que oí la inconfundible e inquietante sirena de una ambulancia. La vi virar con rapidez en la entrada del complejo y llegar frente a mí con un frenazo. Del resto recuerdo haberlo visto en cámara lenta, una sucesión de hechos. Un hombre uniformado llegando frente a los paramédicos atentos e inquietos por hacer su trabajo con pericia. El hombre gritando órdenes y Robert y Maxwell llegando frente a mí corriendo y con la cara encumbrada de consternación.

—¡Piso veinte! Una mujer herida y una fallecida. Atiendan a la otra, pero es claramente la escena de un homicidio. Andarse con cuidado.

Fue lo último que escuché antes de correr a la entrada del vestíbulo y buscar apurado con ojos alertas un par de puertas de elevador.

Muerta. Alguien había muerto.

No.

Estaba abierto, entré y marqué en un segundo. Las puertas se cerraron con una protesta de un corpulento policía que casi llegaba a alcanzarme. No podría detenerme.

Los segundos fueron desquisiantes, los quejidos del elevador sonaban atronadores y no aguardé un paso para saltar fuera de él al momento en que marcó el número veinte en fulgurante rojo.

"Elie... por favor" susurré.

Me encontré con la aglomeración de unas cuantas personas, uniformadas y con las estáticas de radio zumbando en el aire informando palabras inentendibles para mí.

—Señor, no puede estar aquí...

Una mujer vino hacia mí haciéndome retroceder. Pero la vi. Tan claramente como hace un mes. Reducida a un manojo de carne y hueso sobresaliendo. De vivos colores cubriendo su brillante piel pálida. Morado, verde, rojo. Dios, en todas las partes visibles de su cuerpo acostado en el piso con un almohadón en su cabeza. Estaba inerte. No se movía.

—¡Elie! —grité abriendome paso. Mi pecho iba a estallar.

—Disculpe, señor, debe retirarse —ordenaba.

—¡Eloise Bennett, ella es Eloise Bennett! Soy Daniel Cox, la reportó como desaparecida ¡Maldición, déjenme pasar!

Me abrí paso entre ellos y llegué de rodillas hasta donde estaba. Descubrí que sus ojos apenas podían abrirse por evidentes golpes. Pero su boca se movía en susurros apenas audibles.

—Elie...— intenté con mis dedos rozar su mejilla escarlata, pero al simple contacto se retiró con una rápida sujeción.

—¡No! —chilló mientras su cuerpo se estremecía en el frío piso.

Mi pecho se encogió de angustia y traté de hablarle, sin embargo me apartaron de un empeñon los paramédicos para atenderla y transportarla en una camilla.

Ella se retorció ante su toque y su garganta a carne viva y ronca profirió escalofriantes sonidos de dolor y terror.

—¡Eloise, bebé! —escuché a su padre gritar, y lo vi alcanzarla hasta tomar su mano con una temblorosa. — ¡Soy su padre, soy su padre!

Ellos desaparecieron tras las puertas del elevador y me quedé en el pasillo cada vez más atestado de personas.

—Señor Cox, debemos hacerles unas preguntas.

Apenas escuché al hombre de la placa porque me dirigía lentamente hasta la puerta destrozada del apartamento. Me percaté de las pequeñas pirámides en amarillo que portaban una seguidilla de números, de los hombres tomando nota y del otro con una cámara. El flash de esta casi ciega mi borrada visión pero no me pudo distraer del cuerpo inerte en el piso reluciente de madera, con brazos y piernas desparramados, lánguidos. Miré más arriba y encontré su cuello con patrones rojos y morados marcados permanentemente en él. Dedos marcados con fuego. Y después su cabeza, portadora de unos ojos abiertos inyectados en rojo, con vasos reventados, la cual estaba girada en una posición anti natural.

Cerré mis ojos y me alejé consternado.

—Señor Cox, ¿conoce a Alexander Pierce?

Después de eso me tuvieron en una esquina tomándo declaración de mi testimonio.

Mi lengua reproducía las palabras que ellos necesitaban escuchar, conté cada cosa que sabía sobre Alexander Pierce, a excepción de confesar mi pequeña investigación con Maxwell. Estaría en aprieto.

Conté la narración de hechos revelados por Eloise y después la de su padre, acusando a  Alexander de lo que era famoso y lo que había hecho en los últimos días antes de llevarse consigo a Eloise

No le dejé rastro de duda al hombre uniformado que tenía delante de mí que el sospechoso que buscaban era Alexander Pierce.

***

—Robert —llamé cuando llegué a la fría sala de espera del hospital y lo encontré en una silla metálica con su cabeza embutida en sus manos.

Él levantó su mirada y me devolvió unos ojos brillantes que proyectaban preocupación.

Me senté a su lado mientras él se enderazaba y tomaba una profunda respiración.

—¿Cómo está? —pregunté ansioso. Desde que la vi salir detrás de las puertas del elevador lo único que quería hacer era correr tras de ella, pero me dije que ella ya estaba segura, iba camino al hospital y estaba con su padre. A pesar de esa certeza no podía mantener mi ansiedad a raya la cual Maxwell percató al instante despachandome rápido en la entrada del recinto de salud, haciéndome prometer que le contaría del estado de ella. Él me dijo que estaría al tanto de Alexander por si acaso a la ley se le escapaba por debajo de las narices. Le di un asentimiento y me volví a las puertas automáticas recibiendo en mi cara el frío estéril y entumecedor del lugar.

—Costillas rotas, contusiones, signos de asfixia. Daniel... —respiró—. Tuvieron que detener una hemorragia interna.

Me levanté del frío metal y caminé de un lado a otro mientras apretaba las llemas de mis dedos en mis ojos. No podía respirar. Todo ese dolor que pasaba lo sentía como mío.

—Tenías que ver su cuerpo... Tiene golpes recientes y viejos por todo el torso, brazos, cuello... —Él negó consternado—. Él lo hizo otra vez, ahora con la fuerza de un hombre.

Un teléfono pito en el silencioso lugar sonando estrepitosamente. Robert sacó el móvil de su chaqueta y leyó quien era. Por un segundo lo hice yo también.

Alicia.

Lo miré a los ojos esperando su próxima acción y lo que ocurrió fue su pulgar colgando la llamada y su mano devolviendo el artefacto a su bolsillo.

La tensión después de eso cayó como un mazo. Pude ver como las facciones de su cara se transformaban a una de ira y frustración mientras con el dorso de su mano arrastraba el agua de sus mejillas con brusquedad.

No dije nada. Y así nos quedamos hasta que yo me volví a sentar a su lado dejando que el momento se deslizara.

Ella ahora estaba a salvo, y por un momento sentí tanto alivio que los días de desvela tomaron su cuenta de mi cuerpo haciendo que cerrara mis ojos y dejara caer mi cabeza hasta mis manos.

Respiré lento y profundo. La tensión dejando mis hombros. Pero entonces él habló de nuevo.

—Daniel, ella... —calló un instante. Levanté mi cabeza y lo vi mirar al piso retorciendo su mano—. Ellos hicieron exámenes y se percataron que... —hizo una pausa—. Eloise está embarazada.

Me enderece con sus palabras y mi aliento se atascó en mi garganta. Lo miré fijamente unos segundos sin dar tregua a lo que decía. Sonaba tan extraño, como si esta situación realmente fuera un sueño. Me sentía tan externo a el momento.

—El... el pequeño sobrevivió a los golpes y hemorragia. Lograron estabilizarla. Daniel, si...

Vi la preocupación en sus ojos y la razón de ello. Por un momento lo creí también, y me negué al hecho.

Él no podría haberla forzado, no lo habría logrado...

No.

—Robert... —Lo miré profundamente asustado, mi estómago se constreñia— ¿Ellos dijeron cuanto tiempo tiene?

Asintió y contestó —: Casi cuatro semanas.

Aquellas palabras provocaron que yo no cupiera en mi asiento. Apreté con fuerza, hasta que mis nudillos eran blancos, el apoya brazo templado, mientras hechos pasaban en una rápido película en mi cabeza.

Alivio. Dios, suave alivio corrió por mis venas, porque ese tiempo solo coincidía con nosotros y esa noche, esa mañana. Estaba seguro, dentro de mí lo sabía.

—Robert... es mío.

—Daniel, ¿tú y elie..?

Asentí mirándolo de frente.

—Hace exactamente ese tiempo. No podemos asegurarnos hasta que ella... diga algo. Pero sí, Robert, es mucho más probable que sea mío.

Esperaba su desprecio o ira pero todo lo que vi en esos ojos del mismo tono que su hija fue una tranquilizadora paz. Brillaron con lágrimas y asintió dos veces, y luego recostando su espalda cansada en la silla. Con evidente presión desvaneciéndose de su maduro cuerpo.

Mío. Un bebé.

Maldición, necesitaba verla. Necesitaba saber si lo sabía, si lo quería, si había hecho lo que Alexander quería sólo para protegerlo.

A su bebé.

Y de repente esa imagen de su cuerpo en el piso del pasillo. Casi lloré en ese momento. Todo lo que pasó con otra persona en su vientre.

Estaba al borde cuando las puertas de vaivén se abrieron y dejaron pasar a una mujer madura con bata blanca y un moño apretado en su nuca. Su rostro se mostraba cansado pero amable.

—¿Señor Bennett? —Robert se levantó y fue hasta donde se encontraba. Yo escuché desde mi asiento—. Ella está tranquila ahora. La instalamos en una habitación. Necesitará quedarse unos días para monitorizar sus signos debido a la hemorragia y lo que podría causarle al embrión. Se necesita atención diaria. Aunque él haya sobrevivido no sabemos como podría evolucionar según los días y las heridas internas.

Apreté mis puños con la rabia consumiendome. Tanto dolor causado por él. Y Eloise no merecía nada de esto.

—¿Daniel?

Robert me hablaba de cerca.

—¿Quieres ir a hasta su habitación? La doctora ha dicho que podemos ir a acompañarla. Uno por uno.

—¿Tu no..?

Él negó suavemente y me instó.

—Ve. Yo iré luego. Ella podría necesitarte más, y ahora... es tuya, y el bebé...

Respiré.

—Robert, yo...

No sentía que lo merecía. Estar aquí, por más que lo quisiera, no lo merecía. Nada de lo que había hecho en el transcurso de mi vida había estado bien. Ver el rostro de Robert aceptar el hecho de que ese bebé era mío fue demasiado.

No era digno.

Pero, sin embargo contestó:—Se quién eres, Daniel. Desde que eras un crío corriendo por los pasillos de esas oficinas, buscando el cariño de alguien. Eloise no pudo haber encontrado un hombre mejor. Todo lo que has hecho por ella —sus ojos brillaban con lágrimas—. Estás aquí, contrataste a alguien para su búsqueda, incluso cuando la policía te había dicho que era una tontería, que había sido su voluntad. Lo veo en tus ojos, nunca hubo malicia en ellos. Una mirada que no veía en Alexander. La mereces, ve con ella. Ella tiene todo el amor que el mundo necesita.

—Dices que Eloise es un alma bondadosa, pero no sabes cuánto te pareces a ella.

Mencionó finalmente.

Su pesada mano cayó en mi hombro y asintió hacia la doctora que esperaba por mí.

Bajé mi cabeza a mis manos e inhalé todo el aire de la habitación a mis pulmones comprimidos. Peleando en mi interior por el sentimiento de culpa y de necesidad del dolor para flajelar mi herido corazón.

Lo miré a los ojos y, a pesar de que nunca me iba a perdonar a mí mismo lo que hice, sabía que debía ser lo mejor para él y su hija. Merecerla.

Los pasillos de aquél hospital eran asfixiantes y gélidos. Caminar era pesado y el olor era penetrante. Subir escaleras y abrir puertas y entonces todo lo que estaba mal volvió a estar bien porque ella estaba ahí. En una camilla, maltratada, dolorida y débil. Pero estaba con nosotros y no con él. Ya no iba a joder su vida de nuevo. Todos nos aseguraríamos de eso.

Apenas sentí el clic de la puerta cerrarse y el silencio roto por el pitido de la máquina monitorizando sus latidos. Pausados y tranquilos. La habitación era sobria y fría. Miré a las cortinas azules deteniendo los primeros rayos del día abriéndose paso en el horizonte. Las corrí de un tirón y miré la centelleante ciudad cobrando vida después de la somnolienta noche. Ajena a la situación que había sucedido hace unas horas.

A Eloise le gustaría imaginarlo mientras lo describía.

—El sol crece por encima de la línea de los edificios. Naranja y cálido, Elie. Siéntelo en tu piel, reconfortante después de una gélida madrugada. Las calles vuelven al atasco de coches y viandantes a sus trabajos, los árboles brillan y las nubes bailan en el cielo celeste y rosado.

Miré hacía atrás, y la vi con su rostro vuelto hacia la ventana, surcado en lágrimas silenciosas. Sus ojos palidos abiertos y parpadeando.

—Eloise —le llamé mientras reducía nuestra distancia a nada. Sentándome en una silla al lado de la camilla.

Alcé mi mano e intenté acariciar su mejilla pero se volvió a alejar ante el ligero roce. Apreté el puño ante esto mientras mi corazón se rompía. ¿Qué le había hecho?

—Elie, soy yo... Daniel —informe en un suave susurro.

—No... no es verdad —negó ligeramente con su cabeza mientras cerraba sus ojos y dejaba caer lágrimas acumuladas.

Su cabello se revolvió en la almohada y resaltó en la pulcra funda Blanca. Igual como lo recordaba. Esta era la misma Eloise, pero estaba rota. Mi valiente y hermosa Elie rota.

—Te cuidaré. Te amaré, Elie. Te malditamente amaré cada día de mi vida, Eloise. Yo puedo hacerlo. Por ti yo puedo hacerlo — repetí.

Nadie había escuchado eso más que ella y yo. Susurrado para ella a través de un teléfono. Una confesión que no retiraba.

Un sollozo se escapó de su boca pero aún así levantó una tentativa mano hasta mí. Suspendida en el aire mientras buscaba su objetivo, al mismo tiempo que sus ojos dejaban escapar sus lágrimas en un torrente interminable.

Lo primero que tocó fue mi cuello, y aguante la respiración y cerré mis ojos por las emociones corriendo por mí. Guardé silencio por ella.

Subió por mi oído y bajó hasta la línea de mi barbilla. Y corrió y palpó cado uno de sus dedos por mi boca, mejilla, ojos y frente. Abarcó cada facción y deslizó los mismo largos y delicados dedos por mi cabello largo y descuidado por su pérdida.

El aliento se atascó en su garganta y sollozó —: Dani.

Ella dejó su mano en mi nuca y me acercó hasta ella hasta que nuestras frentes se tocaron y respiraba su aliento al mismo tiempo que ella el mío. Y lloró, tanto que por un momento creí que no podía parar, que iba a ahogarse. Me quedé justo ahí mientras ella estrujaba los cabellos de mi nuca como si fuera un salvavidas en el mar de emociones contenidas que estaba sintiendo. Quebrada hasta el tuétano, así se escuchaba.

—Lo siento tanto, cariño —le susurré en un hilo de voz. Le había fallado, había permitido que él la tomara cuando le prometí que ella estaría bien.

Negó ávidamente.

—No lo hagas, no te culpes.

—Te lo prometí, Eloise. Lo hice y dejé que él te llevara consigo.

—Yo quise arreglarlo todo. No podíamos hacer nada.

Volví a negar contra su frente.

—Se pudo haber hecho mucho. Lo siento, lo siento, Elie. Nena, lo siento demasiado. —Y ese momento fue desbordante y todo de repente me cayó como un golpe y pensé en el caso sin remedio que era mi padre, en mi madre ausente, en la mujer que creí amar y corrió de mí, en mi piso frío y solo. Pensé como de lleno me sentía con Eloise a mí lado y desaparecía igual que todo lo que alguna vez aprecié. Estaba asustado, tan asustado de que también se hubiera ido para siempre y por mi negligencia. Porque se lo prometí.

En un impulso tomé su delicada mano y la apreté para darme cuenta que estaba ahí, sentí su tensión pero me permití sostenerla un momento más mientras percibía la humedad correr de la comisura de mis ojos.

Recordé entonces algo mucho más importante y le pregunté suavemente mientras llevaba a mis labios sus nudillos maltratados y los acariciaba. —: Dime, Elie ¿él... él te forzó a hacer algo que no querías?

Sabía que la había forzado en tantos ámbitos pero ella conocía de qué estaba hablando.

Respiré con tranquilidad cuando ella negó ligeramente.

—Entonces —besé sus dedos— es nuestro —reafirme. Me alejé un poco de ella y la observe abrir los párpados todo lo que las heridas le permitían—. El bebé, Elie...

No dejó que pronunciara una palabra más. Con sus ojos brillantes de lágrimas nuevas asintió.

—¿Él está bien, verdad, Dani? Dime que está bien, por favor —rogó apurada llevándose sus manos a su vientre y encojiendo sus rodillas hasta su pecho en una posición de evidente protección—. Es nuestro, Daniel. No quería que nada le pasara. Por eso te mentí en el teléfono, le mentí a mi padre, porque no quería que él le hiciera daño. Daniel, dime que está bien.

Su voz era ronca y quebrada. Agónica. Me seguía doliendo.

Me di cuenta que esas habían sido oportunidades para librarse de lo que estaba viviendo pero las había dejado ir sólo para proteger al pequeño que crecía en su interior del brutal ataque de Alexander.

Todo su cuerpo temblaba con nerviosismo y temor debajo de las pulcras sábanas blancas. Se me encogió el estómago al observarla pero me acerqué a ella de prisa, acaricie su mejilla y le susurré al oído.

—El está bien, Elie. Los dos están bien. —Eloise alcanzó mi mano y la apretó con premura mientras soltaba un suspiro.

No quise decirle que aún estaba en peligro, que sus heridas podían afectarlo. Solo dejaría que su instinto protegiera lo que era suyo, ya lo había hecho. No tenía dudas de la determinación que podía tener. Su cuerpo respondería igual para mantener la vida que llevaba ahí.

Y con su mano en la mía volvió a caer dormida en un profundo sueño. Aún con una mano en el vientre y con las rodillas dobladas hasta el pecho, recostada de lado. Quizás con dolor por la posición, pero todavía en ella. Protegiendo el pequeño ser que crecía dentro de ella.

Mi corazón se encogió ante la vista y me permití levantar la comisura de mi labio en una semi sonrisa por lo que estaba ocurriendo. Ella iba a tener un bebé. Tan mío como suyo.

Dejé mis labios en su frente sintiendo la paz embarcarme. Y me quedé ahí, protegiéndola de sus demonios mientras ella protegía una combinación de los dos.








N/a: Sigo llorando😥

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