Capítulo 42

La fatiga empeoró. Las baldosas frías se volvieron mi refugio en los últimos días. Me abrazaba al retrete cada mañana. Los ácidos subían a mi garganta y con la misma rapidez con que lo hacían yo los devolvía. La cabeza, mis piernas... el cuerpo entero. Estos estaban envueltos en un entumecimiento y malestar constante produciendo un mal humor y pesadez. Sumado a mi desprecio por el encierro en que me estaban obligando a vivir estaba esto. Pero ni una palabra dicha, me lo guardaba todo. Lavaba mis dientes, caminaba derecha y con esfuerzo volvía a poner mi semblante neutro cuando el infame llegaba. Trancaba mi puerta y de ahí no salía por más que llamara mi nombre a gritos.

Me atormentaba. Tenía una profunda angustia porque no era estúpida o ilusa. Mis síntomas no eran de un virus estomacal o alguna enfermedad. Nunca fui enfermiza, los doctores alababan mi sistema inmunológico.

Las comidas de Alexander no eran sanas, pero al pasar un mes mi cuerpo se debió adaptar a ellas. Y no eran todo el tiempo, yo misma me aseguraba de ingerir algo nutritivo cuando podía.

No había cólicos, sólo acidez, mantenía las aceitunas en mi estómago pero el pimentón me daba repulsión. Tomé en cuenta que en su momento los pimentones estaban en mi ingesta diaria y las aceitunas eran un no seguro para mí.

En algún momento pensé que había sido el estrés de la situación, de la ansiedad provocando cambios en mi cuerpo, pero entonces recordaba las palabras de Alexander hace unos días cuando había irrumpido en el baño.

 —¿Qué pasó, Eloise? ¿Vomitando? ¿Enfermando? ¿A caso te ha dejado el imbécil de Daniel Cox un regalo en tu vientre?

Pensé en esa única noche. Daniel no usó protección y yo no me preocupé.

Recordé hace años en la secundaria en las clases de sexualidad la profesora Silvia remarcando que dejáramos las ilusiones de que como fue la primera vez no podía ocurrir.

Podía, yo misma lo vivía. Y me sentí ridícula por pensar aquello, pero en el fondo era un hecho. Era un hecho que no había manchado desde hace más de dos meses cuando era regular.

La probabilidad era fuerte. Para mí era mejor pensar lo peor que crearme ilusiones en mi mente que luego me decepcionarían de la peor manera. Quizás estuviera paranoica por no sentir mi período, pero no podía parar de darle vuelta a las consecuencias de estar en estado y encerrada aquí y con él. No eran buenas. Ninguna. Todas las posibilidades se dirigían a algo atroz. No trataría si quiera de engañarme, tenía que afrontarlo desde el principio.

Pero para mí fortuna un día, mientras yo seguía con mi cabeza recostada al espaldar del sofá, pensando en escenarios y probabilidades, escuché las cerraduras abrirse y al instante los pequeños y apresurados pasos de la madre de Alexander.

Ella hacía sus visitas recurrentes al departamento cada ciertos días desde hace una semana, entraba sin siquiera tocar y cerraba con sus llaves. La inocencia de esa mujer me sorprendía sobremanera. Estaba tontamente engañada de lo que era su hijo. Dando un ejemplo, pensaba que Alexander me encerraba todos los días solo para prevenir un asalto donde yo estuviera indefensa por mi ceguera. En resumen, creía que me protegía.

Por otra parte, venía aquí a hacer el almuerzo desde que tuve el último enfrentamiento con el susodicho en el baño y vio lo mal que estaba. Estuviera agradecida si las circunstancias fueran otras porque su comida era simplemente ambrosía para mi cuerpo famélico.

Mientras la saludaba, de manera inconsciente calculaba cuando sería el próximo ataque de vómito, lo sentía venir. Yo esperaba que viniera, así terminaría con eso y podría comer lo que sea que ella fuera a preparar. Sin pimentones.

—Niña, te vez más rellena, mira esos cachetes —Hice una mueca cuando los apretujó en sus rugosas manos—. Pero tranquila, no se lo diré a Alexander para que no se le meta la idea en la cabeza.

Los tomé ahora yo en mis manos y comprobé que decía la verdad. Pero en vez de traumarme por mi inminente gordura pensé en lo que había dicho.

Que no se lo iba a decir a Alexander.

Tenía una cómplice sin saberlo. Quizás podría decirle la verdad y ella se lo guardaría hasta que fuera inevitable. Sólo me daría tiempo. Me ayudaría a descubrir el enigma sobre todo. Era arriesgado, pero parecía ese tipo de mujer que guardaría un secreto solo para soltar risitas cómplices con otras. Guardar secretos sería su fuerte. No tenía otra opción, si lo estaba debía saberlo ahora, no cuando fuera demasiado evidente. Debía armar un plan.

—Señora Elizabeth, ¿puedo contarle algo sin que Alexander se entere? —Tantee el terreno mientras me acomodaba en el mullido sofá haciendo una mueca por mis extremidades entumecidas.

Quizás estuviera cometiendo un error, ella correría hacía la puerta y gritaría a Alexander la verdad. Pero supe que era mejor arriesgar que quedarme de brazos cruzados esperando un milagro.

—Claro, Eloise, sabes que puedes contar conmigo. Los hombres no deberían saberlo todo tampoco —comentó con su voz suave y una risita. En realidad, esa mujer era un alma de Dios, no quería que por mi culpa se llevara las represalias de él, pero era mi supervivencia, debía pensar primero en mí.

—Elizabeth —Me acerqué hasta donde la podía sentir al lado de mí, alcancé su mano y la rodeé con la mía—, necesito que me ayudes.

No podía verla para transmitir lo importante que era pero apretuje sus manos para que entendiera.

—Dime, cielo —pidió—. Confía en mí.

Confiar. Me sentía en caída libre con la angustia de si me iba a atrapar o no. No del todo segura, pero aun arriesgando.

—Verás, cada mañana voy al baño vomitando. Mi cuerpo se entumece, mi cabeza duele y mi cansancio es mayor.

Sin previo aviso su mano se lanzó hasta mi frente comprando mi temperatura.

—¿Desde cuándo?

—Hace unas semanas —confesé nerviosa.

—¿Haz sentido algo más que eso?

Negué lentamente. Ella se calló por unos segundos, quizás pensando en todo lo que le había dicho.

—Eloise... Qué tal... ¿Qué tal tu período? —preguntó insegura.

Respiré hondo, preparándome y le respondí—: Inexistente desde hace dos meses.

—¿Eres regular, mi niña?

—Sí, Elizabeth —aseguré con miedo. Ella lo sabía, no era mi mente aprovechando su tiempo libre y creando ilusiones. Ella también lo sospechaba.

—¡Eloise! Tú sabes que es, ¿por qué preguntas? Uno simplemente siente cuando está embarazada.

Asentí dándole la razón y tragando fuerte. Oír la palabra hacía todo más real, se me formaba un nudo en la garganta y se me estrujaba el estómago. Podría ponerme a llorar en su regazo del miedo, pero me aguanté escuchando su exclamación.

—Niña... eso es —Esperé una réplica, un sermón y una idea pero en cambio—, ¡maravilloso! — exclamó en éxtasis.

¿Lo era?

Sin darme tiempo de analizar más sentí como sus brazos se alzaron alrededor de mí en un apretujado abrazo con olor a lavanda que machucó mi débil cuerpo. Me quedé ahí inmóvil preguntándome cuál debía ser mi próximo paso, no compartía su emoción, estaba aterrada, mis manos temblaban y sentía como el sudor frío corría por mi sien.

La aparté de mí tomando una pesada respiración, estrujé mis manos y traté de poner mis pensamientos en orden. Un remolino en mi mente era todo menos necesario cuando lo que buscas es salvar tu pellejo de las garras de un psicópata. Y probablemente no era sólo el mío el que debía salvar.

Pensé. Pensé hasta que...

—Tienes... Tienes que traerme una prueba, Elizabeth, necesito saberlo para... —Tragué fuerte—. Para darle la sorpresa a Alex.

Las esquinas de mis labios resecos se curvaron para una sonrisa de mentira.

—¡Por supuesto! Claro. ¿Quieres que vaya ahora? Traje el auto y... —Sonaba emocionada, como si no lo pudiera contener en su interior. La escuché levantarse—. No importa, voy a ir. Iba a preparar el almuerzo, pero... ¡Tengo que ir, Eloise! ¡Podría tener un nieto!

Cuando tomé consciencia de lo que había dicho mi corazón se detuvo por un segundo. Un bebé. Nieto. De ella.

No. Levanté mi cabeza bruscamente.

"Es de Daniel" proferí en mi interior con convicción y de forma repentina. "Alexander Pierce nunca me tocó y nunca lo hará".

Cuando entendí que ella esperaba por mi aprobación asentí para ella con mi cabeza alzada, aún atónita de lo que había insinuado. Lo último que oí fueron sus cortas pisadas ir rápido a la puerta y ésta cerrarse fuerte.

Respiré profundo y toqué mi cara encontrando que las lágrimas que había retenido en mi garganta habían buscado su liberación. Lloraba. Descubrí que lo hacía porque quería y podía, porque encoger las rodillas y abrazarlas en el sofá mientras dejaba salir mis miedos en forma de lágrimas servía de consuelo en este lugar frío.

—Si es verdad, es tuyo, Dani... Nuestro —susurré a la nada con el corazón apretado.

Nuestro.

No esperé mucho para que sus cortos pasos volvieran a sonar en la porcelana, era el único sonido que hacía y el ritmo rápido en el que iban igualaba los latidos de mi corazón.

Su aguda voz resonó en el silencio del apartamento, porque ni siquiera Scott emitía sonido, era como si supiera sobre la tensión que me consumía.

—Tengo dos... —anunció.

Respiré profundo, afrontando el hecho de que en menos de cinco minutos sabría. Tendí mi mano resignada, esperándolos, ansiosa y nerviosa a partes iguales.

—¿Sabes cómo hacerlo, querida? —preguntó insegura mientras me veía con las cajas en mis manos. Solamente ahí sentada mientras sentía como quemaban mi palma. Sabía que debía levantarme pero mis piernas no reaccionaban.

Negué suavemente y como si entendiera por lo que estaba pasando puso un brazo en mi espalda y otro en mi bíceps, instándome a levantarme. Lo hice, y si no fuera por ella me hubiera caído en la alfombra mullida encogiéndome en mi miedo.

Y ya de ahí todo se sintió tan lento. Sin estar consciente de lo que me esperaba.
En unos minutos estaba con ella en el baño, en otro esperaba y en otros más escuchaba su respuesta. Despacio, como si le hablara a una niña. Todo se escuchó a cámara lenta después de eso mientras procesaba lo que su boca pronunció. Se formó una conmoción en mi cuerpo y fuera de él, de repente una puerta abriéndose y cerrándose con esfuerzo. Luego la voz de mis pesadillas llamando por mí nombre desde afuera, tocando la puerta. Yo clavada en el lugar aún con la respuesta de Elizabeth Pierce en mi mente, marcando un antes y después en mi vida. Empeorándolo o mejorándolo, no estaba segura, todo era confusión.

—Eloise...

Una voz que era gruesa y aterradora junto con una débil y emocionante. Sentí una mano tomar de nuevo mi brazo y jalarme hacía el frío aire de afuera del baño.

Recordé esta mañana cuando me levanté y pensé que nada podría ser peor que estar encerrada por ese hombre. Entonces, fui ilusa, se volvía peor y peor.

Levemente fui consciente que me sentaban de nuevo en el sofá y escuchaba más atrás como Alexander despachaba a su madre del apartamento. Pero sus voces eran lejanas aun estando a metros de mí. Simplemente mi mente estaba en otro lugar.

Lo último que escuché fue la puerta cerrarse y a una persona acercándose a mí.

—Levántate —demandó Alexander en frente de mí, con su aparatosa voz.

Como si de un control sobrenatural se tratara mi cuerpo cedió a su orden. Actuando por inercia.

—Escúchame bien lo que voy a decir, mi querida Eloise, tu padre ha vuelto y quiere hablar contigo. —Sin tener un respiro de mi conmoción él dio la noticia que me sacó del trance que estaba, llevé mi temblorosa mano a mis labios cuando entendí lo que había dicho—. Llamará en cualquier minuto.

Mi padre, a quien no escuchaba por más de un mes, volvía a mí.

Tenía mi oportunidad con esa llamada. Le diría, le diría todo y él vendría por mí y me salvaría otra vez de Alex.

Caminé lejos de él pensando en la idea. Sentía como mi corazón trataba de salir de mi pecho, trabajando con esfuerzo de soportar los recientes minutos de mi vida. Caminé y caminé de un lado a otro buscando el aire que mi cuerpo necesitaba.

—¡Detente, maldita sea! —Alexander paró mis pasos con sus manos en mis brazos. Infringiendo un fuerte agarre, apretando hasta cortar la circulación. Hice una mueca al sentirlo—. Escúchame, pequeña ciega, si no quieres terminar con una maldita costilla rota.

No presté atención a lo que decía, en cambio traté de zafarme.

—Voy a decirle —informé con convicción, con mi garganta obstruida.

—¡No dirás una mierda! —exclamó en mi cara. Con fuerza me lazó al suelo y caí amortiguando el golpe con mis brazos. Ahí fue cuando entré en consciencia de lo que había hecho y las consecuencias que tenía. Sentí como ya mis lágrimas salían,  de manera pausada y lenta tocaba protectoramente mi vientre. 

"Lo matará" caí en cuenta de repente abriendo ligeramente mi boca, sofocando un grito. Toda la sangre se dreno de mi cara cuando recordé lo que llevaba en mi vientre y lo que él  haría. Un frío miedo recorrió mi cuerpo haciéndome estremecer.

En el fondo de mi conmoción escuche una melodía alegre, produciendo un sonido que no iba acorde con la situación.Pero sin prestar atención Alex me volvió  a levantar con la misma fuerza hasta el nivel de su cara. Parecía una muñeca en sus brazos, me habló como una sin vida también.

—¿No quieres arruinar tu cuerpo con moretones, verdad, lindura? —preguntó por encima del incesante sonido del aparato, con su aliento llegando a mi cara. Se me heló la sangré. "No quiero que él salga lastimado" pensé. Ya no era solo yo,  no podía permitirlo. 

Yo no tenía que dudar ante sus amenazas porque siempre las cumplía. Lo haría, él lo haría. Mi consuelo era que al menos no él sabía qué era lo que protegía, no podría tomarlo contra ello. Aún pensaba  era débil cuando de lesiones en mi cuerpo se trataba. Quería que fuera así, de ese modo no tendría una verdadera arma contra mí. Agradecí a Elizabeth por ocultar todo.

—No, Alex —respondí con mi voz quebrada producto de mi miedo. Sintiendo la necesidad de decirle en voz alta que no quería que pusiera una mano sobre mí.

—Bien, entonces, contestarás el teléfono y le dirás a tu padre que todo está bien aquí.

Cerré mis ojos y sentí como todo volvía a caer encima de mí. Negué suavemente negándome a creer que me iba a someter otra vez de esta manera. Que debía hacerlo.

—Por qué... —pregunté impotente en medio de lágrimas, sintiendo como me faltaba el aire, sintiendo dolor y desesperanza.

—Porque ahora vives conmigo, Eloise, y harás lo que a mí me apetezca. Eres mía —declaró dándome un retorcido abrazo. Transformándose en segundos en un suave Alex, uno que yo repudiaba aún más que el insensible.

—No soy tuya —inquirí con fuerza por encima de su hombro. Estaba tiesa en sus brazos, sin mostrar ninguna emoción más que la rabia y tristeza.

—Claro que sí —aseguró con confianza—.¿Lo harás, pequeña?

Preguntó separándose de mí, llevando sus manos hasta mis mejillas mojadas. No pude responder, mi naturaleza pedía con todas las ganas que me siguiera resistiendo. El sonido fastidioso del aparato perforándome los oídos, poniéndome ansiosa.

—¡Eloise! —presionó en un grito. Sin perder segundo su mano derecha apretó con fuerzas mi mandíbula, clavando sus dedos en los huecos de mis mejillas, casi alzándome del suelo, provocándome un dolor intenso.

—Sí, sí... está bien —apenas logré pronunciar por su mano en mi boca. Cuando le di la garantía que quería me empujó sin miramientos contra la pared detrás de mí dejándome sin aire. Tragué fuerte evitando ser evidente al tomar mi estómago. Traté de enderezarme, de recomponerme para hacer la farsa que quería y salir a salvo de esta. Y mientras limpiaba mis lágrimas y sorbía, el repique de su teléfono se calló y el habló.

—¡Señor Bennett! —contestó alegre, como si minutos antes no hubiera estado fuera de quicio—. Sí, por supuesto, señor, ya se la paso.

Él no tardó en venir hasta donde estaba y agarrar mi brazo y hablarme bajo al oído.

—No lo eches a perder, Eloise, recuerda tu bonito cuerpo sin dolor —decía mientras secaba delicadamente mis lágrimas. Cuando hubo terminado tomó mi mano derecha y colocó ahí su teléfono, y sin poder controlar el temblor en mi mano lo llevé a mí oreja.

—Papá —apenas logré decir con el nudo en mi garganta.

—Mi Elie —me llamó y casi lo perdí cuando lo escuché. Separé el teléfono de mí y levanté mi cabeza por aire, buscando fuerzas para no derrumbarme—. Dime que pasa, mi amor —preguntó con un tono de angustia, su voz era sagrada, dulce y profunda. En mis mejores días me calmaba, hoy era un arma contra mi fortaleza.

—No... —no lograba decir nada ya que con una sola palabra podría romper en llanto. Otro respiro, otro recuerdo del porque luchaba y seguí—. No pasa nada, papá —tartamudee cerrando mis ojos, guardando todo el dolor y llanto que amenazaba con desprenderse de mí. 

  —Pero está con él...

 —Yo quiero a Alexander —confirmé rápido, no dándome espacio para dudar de lo que decía.  Despreciando con todo pronunciar indignas palabras.

—Tú lo odiabas, Eloise. Lo que te hizo fue... —"Lo odio, papá, aún lo odio"—. ¿Qué pasó con Daniel? —preguntó de repente. La angustia en su voz me rompía hasta el punto de sentir literalmente como mi corazón se agrietaba.

—Perdón, pero yo ahora quiero a Alex y Daniel... —Callé por un segundo recordando a quien de verdad quería a mí lado, más gotas rodaron por mi mejilla cuando el dolor incrementó al recordar su voz—. Yo lo usé —mentí con toda la culpa del mundo.

—¿Que te pasó, Elie? Esa no es mi hermosa hija. Sé que quieres estar con Daniel sino, no hubieras enfrentado a tu madre —expuso buscando algo con que asegurar que yo no quería estar con él.

—No, papá... Yo quiero a Alex. Déjame... —decía en contra de mi voluntad. Era como una letanía que mi boca seguía diciendo, por inercia, sin sentirlo.

—Daniel te quiere, Elie. Está tan preocupado por ti, no sabes cuánto quiere que estés junto a él —decía tratando de convencerme de no hacer una locura.

Pero lo único que logró fue que me quebrara y tapara mi boca ahogando sollozos.

—Adiós, papá... Te quiero —me despedí como pude y lancé el teléfono con furia a un lado. Escapando de Alexander y su risa cínica. Escapando de su dominio y control, del daño y el dolor. Pero era en vano, porque esas cuatro paredes no me podrían proteger nunca, era ridículo. Él seguiría viniendo por más y yo seguiría peleando hasta el cansancio. Porque ya no era solo por mí, Elizabeth me confirmó que debía pelear por alguien más.

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