Capítulo 29

No comenté ni produje un solo sonido al momento de entrar por esa puerta después que Daniel me dejara. Mi cuerpo se estremecía si pensaba como Alexander volvía a cruzar ese umbral.

Toda la situación todavía tenía a mis manos inquietas y a mi estómago hecho un retorcijón. El Scott mismo sabía que pasaba algo y solo iba a mi lado en silencio. Incluso, cuando llegué hasta mi cuarto y tranqué la puerta, él se sentó junto a mí en la cama, completamente inmóvil. Justo como yo lo estaba.

Vagamente escuché el llamado de ella cuando subía las escaleras. Pero mi reacción seguía siendo la misma, completamente estoica y esquiva. Mi único objetivo era mi cuarto para tratar de alejarme de ella.

Desde ayer cuando escuché lo que sucedía de la boca del señor Nicolás. Había vuelto tarde ese día y había hecho la misma táctica que hoy.

Pero no valía de nada. Ella todavía estaría ahí hablándome como si no estuviera trayendo de vuelta a mi vida a la persona que nunca tuvo que estar ahí en primer lugar. Como si no doliera volver al pasado para recordarlo manipulando todo lo que me rodeaba. Haciéndole creer a las personas que solo era un lindo chico que amaba con todo a la niña ilusionada que tenía a su lado.

Adulador, simpático, gracioso y finalmente hipócrita y manipulador como él solo. Un maldito psicópata disfrazado del chico popular de la secundaria con unos lindos ojos grises.

Todavía no podía creerlo, pero la realidad era que Alexander había alagado tanto la comida de mi madre como para dejarle la puerta abierta de nuevo a nuestras vidas.

Recordaba como la adulaba en cada oportunidad que podía. Su sonrisa blanca y su trato conmigo nunca le fallaban para convencerla que todo era color de rosa. Que me quería tanto como para no creer, por ningún motivo, causarme algún daño.

Sin dejar de lado la buena familia de donde venía. Mamá estaba totalmente encantada con él, y detrás de ella muchas más.

Pero las personas no sabían nada. Ella nunca quiso creer nada.

Incluso mi padre rechazaba y repudiaba a Alexander después de contarle la verdad. Mi madre solo estaba estupefacta ante todo. Me ayudó, sí, pero comentarios despectivos sobre él no hacía.

Él simplemente un día había desaparecido del mapa, dejándome a mí con un suspiro de alivio puro.

Y me lo quería arrebatar, sin embargo, no estaría aquí para que lo lograra.

Daniel me había invitado para el fin de semana que hablaba Ryan en un yate. Mencionó que era propiedad de la familia Cox y que no nos alejaríamos mucho de la costa.

Yo, con tal de no pasar un día más en esa casa, con la persona que potencialmente había tirado a la basura mi confianza, acepté.

No sabía qué podría tener planeado, no sabía si lo traería en mi presencia y ni siquiera sabía si era verdad; pero seguro que no estaría aquí para presenciarlo.

Sin siquiera pensarlo, levanté mi colchón y busqué con mis manos un bolso mediano. Tiré el colchón en su lugar y abrí el bolso. De inmediato me puse a buscar ropa en mis cajones y en mi closet. Unas cuantas prendas y unas cosas personales más, y ya tenía el cierre del bolso cerrándose sonoramente. Sin estar muy segura de colores o formas.

Lo tiré de bajo de la cama y me senté para llamar a Daniel. Después de apenas dos timbres contestó.

—¿Lista?

—Sí

—¿Tu mamá?

—Está de acuerdo.

No podría estarlo ni que le prendiera una vela a un santo.

•••

Al día siguiente, cuando todavía sentía el frío de la madrugada en mi piel, bajé por las escaleras con mi bolso a cuestas. Desde ahí podía oler el café recién hecho de mi madre en la cocina.

En la cena no habíamos hablado mucho, ni siquiera del pequeño paseo que haría. El plan era que mi bolso y el sonido del auto de Daniel la dejaran sacar sus conclusiones.

—¿Eloise? ¿Dónde vas tan temprano, niña?

Al segundo de decirlo un pitazo resonó desde afuera junto con el sonoro ronroneo del motor del jaguar.

—Pasaré el fin de semana con Daniel —anunciésin expresión, mientras calculaba mis pasos para llegar a la puerta.

—Pero... Pero no me habías dicho nada —tartamudeó, sorprendida.

—Bueno, mamá, no soy la única aquí que está guardándose cosas. —Con mis dedos identifiqué la llave y empecé a abrir la cerradura.

—¿De qué hablas? Vuelve aquí, no irás a ninguna parte con él otra vez —ordenó, apresurada, como si estuviera asustada de algo.

Apreté mis labios cuando ese sentimiento de angustia se asentó en mi estómago. Ella realmente lo había recibido y esperaba el momento para sentarlo en frente de mí.

Suspiré, tratando de calmarme, y apreté mis manos temblorosas en las tiras del bolso.

—Te lo expliqué claramente aquél día, madre. Daniel es mi elección, es el único que hace que todo esto tenga sentido. —Respiré hondo—. Nadie más —insistí, fijando fuerte las palabras, rogando internamente que ella lo entendiera para que no cometiera un grave error. Pero lamentablemente no hay peor ciego que el que no quiere ver la verdad.

Abrí la puerta y la fría brisa me llegó en la cara, al igual que el aroma a limpio y especias. Daniel.

Sentí como una gran y cálida mano rozaba la mía para tomar el bolso mediano.

—Eloise... —la escuché decir mi nombre entre dientes.

—Te veo luego, mamá —me despedí resignada y me giré. Estiré mi mano hacia arriba y Daniel no tardó un segundo  para tomarla y para hacer que todo volviera a estar bien. Suspiré aliviada apoyando mi cabeza en su hombro mientras caminábamos hasta el auto.

Cuando ya estábamos sentados en el cálido asiento, él finalmente habló en una profunda voz—: ¿No lo estaba, o sí?

Solo encogí mis hombros, y lo escuché suspirar.

—No es la manera, Eli —advirtió. Mevantó mi mano hasta que sentí sus labios en ella, dejándole un ligero beso—. Pero no puedo quejarme de que estés aquí.

Sentí cómo atrapó en su mano mi cuello y me acercó hasta su boca para besarme de esa forma delicada y suave que me hacía sentir segura y apreciada. Como si el estuviera teniendo cuidado de romperme. Como si estuviera adorando lo que sus labios tocaban.

"Mi chica"

Suspiré en sus labios al recordarlo decir aquello. Tomándome como suya, revelando que estaba con él de la manera en que deseábamos.

No me importaba tener una etiqueta, simplemente éramos nosotros. Pero admitía que me gustaba escuchar tal cosa de su boca.

Me gustaba pertenecer a alguien más que a mí misma. Porque a pesar de poder cuidarme sola, tener a alguien apoyándote y teniéndote era la mejor cosa.

Cerré mis ojos y me relajé contra el asiento cuando Daniel arrancó el auto. Sabía que los problemas volverían en cuestión de dos días, pero esto era mejor que nada.

No podría soportar estar un minuto más allí sabiendo que en cualquier momento podría presentarse alguien indeseado. Esquivar los problemas no son la solución. Pero no había remedio si trabajabas con alguien con el cerebro lavado, exento de razón alguna.

•••

—¡Ryan! ¡No! —gritó una voz femenina a unos cuantos metros de mí, seguido de una sonora carcajada del mencionado.

—A tu alisado le falta un poco de agua —afirmó divertido y agitado. Creo que seguía forcejeando con la chica.

—¡En su debido momento! —volvió a decir la chica en cuestión. Su identificación era ajena a mí. Había dos chicas más con nosotros, sonaron simpáticas al presentarnos, pero aún no diferenciaba sus voces con sus nombres.

—¡Es ahora o nunca! —gritó Ryan y al instante escuché como sus cuerpos golpearon el agua junto con un grito agudo.

Sonreí débilmente ante el juego de esos dos.

Estábamos varados no muy alejados de la costa. Bajo el sol incipiente del medio día. Yo estaba sentada en un asiento de cuero que bordeaba toda la proa, disfrutando del día.

Lo que era casi imposible porque toda la media hora de viaje hasta aquí había estado con mi cuerpo entumecido. Todavía con escenarios de la situación absorbiendo mi alegría y buen humor.

Mi objetivo con éste paseo no era más que para alejarme de mi madre. No esperaba que Ryan me sacara unas cuantas carcajadas. No esperaba que la brisa salina, el sonido del océano chocando con los laterales del barco y el cálido sol bañándome hicieran esto algo importante para mí.

Apenas fue después del mediodía cuando me di cuenta que esto de verdad era una salida de jóvenes adultos siendo libres de hacer lo que quisiesen. Disfrutando de la vida que le habían regalado. Algo tan normal y sencillo como inusual para mí.

Empecé a disfrutar, entonces, yo también sin querer. Con unas cuantas sonrisas, con charlas despreocupadas, con un vaso de refresco en la mano y con un bikini cubriendo partes específicas de mi cuerpo.

Parecía como si hubiera dejado los problemas en el muelle.

Pensándolo bien, ahora mismo tenía todo lo que alguna vez había deseado; el océano que tanto me fascinaba, el grupo de amigos con quienes compartir, un chico importante para mí, y sobre todo, la libertad para poder disfrutarlo.

No quería dejar que los problemas de mi vida destruyesen ese momento.

—¿Qué estás pensando? —Una ronca voz me susurró al oído. Me encogí de hombros con una sonrisa por la sorpresa, con mi piel de gallina. No lo había escuchado aproximarse.

—En que fue una buena idea venir. —Dirigí mi cara hacia donde lo escuchaba, aun con mi sincera sonrisa en mis labios.

Desde ayer no me había atrevido a levantar mi mirada hacia Daniel. Temía que viera algo que le preocupara, y de hecho, se había dado cuenta. Pero lo esquivé, no quería que se enterara y preocuparle más. No quería más conflictos entre mi madre y él. No hasta estar cien por ciento segura de la situación.

Pero por ese momento, juré olvidar y disfrutar de él y del viaje, así que le ofrecí mi mirada y mi sonrisa. Lo único que tenía para mostrar ahora era mi alegría. Esta no era la Eloise que tenía que ocultar algo.

—Claro que lo era —aseguró, animado, para luego sentarse a mi lado. Asentí en acuerdo, risueña. Al instante, sus manos se posaron en mis piernas y las movió a su regazo.

Con un suspiro de satisfacción me acerqué más a él, enroscando mis brazos a su bíceps y dejando caer mi cabeza en su hombro.

Suspiré de nuevo por la sensación, relajada. Con el vaivén por las pequeñas olas, el sonido de ellas, el sol calentando mi cuerpo y las manos de Daniel en el mismo. Levanté mi mano derecha y la pasé por su cuello y empecé a acariciar su cabello. Lo sentí tensar sus manos en mis piernas ante ello.

Mi pecho y todos mis sentimientos se sentían a plenitud. Él provocaba aquello. Junto con otras sensaciones desconocidas para mí.

—Un tal Frederick estaba llamando a tu teléfono —lo escuché decir por encima de las voces de Ryan y las chicas.

—¿Si? —Levanté mi cabeza de su hombro sorprendida—. No ha llamado desde aquél día cuando me dejó en tu departamento.

—Entonces, así fue como llegaste allí, eh. ¿Debería estar preocupado? —preguntó, sonando un poco molesto. Pero sabía que solo estaba bromeando.

Lo miré con una sonrisa pícara.

—No sé, me invitó a una cita. Tiene muy buenos gustos el chico —confesé y me encogí de hombros, indiferente.

Internamente reí cuando sentí su cuerpo contra el mío tensarse. Algo me decía que ahora sí tenía un ligero mal estar.

—¿Cómo que una cita? —preguntó en una voz baja y grave.

—Tranquilo, le dije que tenía otro hombre que me estaba esperando. Que no podía aceptarlo.

—¿Otro hombre? Eloise, me estás matando. —Lo escuché quejarse y acercarme hasta tenerme completamente en su regazo.

Sonreí ampliamente.

—Claro, un hombre guapo —aseguré y posé mi mano en su mejilla derecha—, con buen sentido del humor, aventurero y atrevido. Tiene una Ducati a la que llama Doty. Fascinante, por cierto. —Sentí como me apretó y empezó a besar mis mejillas con ligeros besos en medio de una risa. Su cuerpo se relajó considerablemente—. Se preocupa, me llama todas las noches para verificar que estoy bien y no puede estar un minuto alejado de mí.

Acaricié su cabello mientras sentía su sonrisa contra mi mejilla. Me seguía abrazando.

—Y le quiero mucho a decir verdad.

Él respiró profundo y no pasó un segundo más cuando ya tenía mis labios en los suyos devorándolos. Fue lento al principio, como siempre, pero tomó intensidad cuando pasó una mano por mi espalda para estrellarme contra su pecho.

Nuestras lenguas se acariciaban, un delicioso juego de labios que producía un fuego por todo mi cuerpo. Sus grandes y cálidas manos que lo recorrían me hacían sentir necesitada. Con una sensación en mi estómago que muy contadas veces había sentido.

Junto a él, ya habíamos llegado a ese punto. Yo sabía lo que venía después. Algo que hacía a mis mejillas sonrojarse y a mis manos temblar. Pero no sabía qué ganaba la batalla, si la necesidad de tenerlo de todas las maneras posibles o el miedo y nerviosismo que me producía.

Secretamente quería llegar al momento en que nuestras fuerzas de voluntad se volvieran nada. Porque sabía muy dentro de mí, muy abajo del miedo, que no había otro en quien confiara más que en Daniel. No lo habría. No quería buscarlo.

—¡Paren con eso ya! Consigan una jodida habitación. —Oí a Ryan gritar detrás de nosotros provovando que mis labios se separasen en una tímida sonrisa. Sentía como mis mejillas ardían.

Sin embargo, los labios de Daniel seguían dándome cortos besos sin prestarle mucha atención a Ryan. Deduje que hacía algo hacia él con su mano izquierda ya que la retiró de mi espalda. Podría tener algo que ver con su dedo medio.

Quizás podría usar también esa táctica con quienes quisieran joder con lo que tenemos.

Si tan sólo fuera tan fácil como mandar a joder a alguien.

N/A: Please have mercy on me!

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