Capítulo 22
Frederick tenía un civic azul. Sonaba y se sentía genial. Bien por él. Mal por mí por estar encerrada en este pequeño auto con un hombre cuya boca no paraba un segundo para tomar un respiro.
El chico había entrado en confianza cuando lo alenté a contarme como había conseguido el auto. Desde ahí hacia adelante se adentró en una incansable charla sobre préstamos del banco y ahorros. Entre seguros, fideicomisos y demás.
Sin embargo, cuando paré su cháchara para sugerirle que fuéramos a la playa, su entusiasmo bajó de nivel y se cerró diciendo en una voz confusa que no llevábamos la ropa adecuada. Yo le dije que era muy estirado y que podía nadar en calzones si quería.
─¡No fui criado por salvajes!
─Bueno, hubieras salido más divertido, eso sí ─bromeé con él y escuché una pequeña risa por su parte.
Finalmente el aceptó y justo ahora me encontraba a su lado sentada en la capota del Civic, escuchando la diversión a la distancia desde el estacionamiento.
El olor a mar y sol, por alguna razón, me tranquilizaba. Los sonidos que rodeaban ese espacio de tierra eran un contraste entre paz y diversión pura.
Porque si cierras tus ojos puedes escuchar gritos de entusiasmo de los niños alejándose de las olas que los persiguen en la orilla, a sus padres llamándolos, al grupo de amigas riendo escandalosamente de una broma entre ellas... Pero también, y a al mismo tiempo; el romper de las olas, al viento ondear fuerte en tus oídos y al grupo de palmeras rosar sus hojas entre ellas formando un sonido tan armonioso que arrulla tu ser.
Recordé, entonces, aquella noche fría donde estábamos Daniel y yo sentados frente a frente en su Ducati, mientras reíamos en una interminable conversación sin sentido alguno. Llenando nuestros oídos y almas de lo que el océano, en su inmensa oscuridad, podría ofrecer con sus orillas.
Recordé como me sumergió en sus frías aguas mientras reía de alegría. ¿Qué había hecho para perder eso? Para perder sus manos en mis mejillas mientras sonreía.
─¿Qué se supone que deberíamos estar haciendo aquí? ─escuché a Frederick a mi lado quejarse.
Reí sin ganas, sacudiendo la cabeza. Había personas que eran altivas, su personalidad se dirigía y concentraba más en las actividades, que en el lugar. Y estaban aquellas que no necesitaban hacer nada para disfrutar el momento, se fundían con el lugar, con el paisaje, los sonidos. Se iban tan lejos en su mente, que aquello parecía suficiente entretenimiento.
Yo era la segunda.
─Escapar de las pretensiones ─comenté simplemente.
─¿De quiénes? ─dijo. Suspiré, me levanté y me paré frente a él.
─¿Podemos ir al parque de diversiones?
─¿Por qué?
─¿Porque podemos hacerlo, no? ─le recordé y me encaminé al lado derecho del auto con mi mano en él. Encontré la manilla y abrí la puerta─. ¿Vienes? ─pregunté con una sonrisa mientras me montaba. Escuché su suspiro de resignación y luego la puerta del pasajero abrirse y cerrarse. Aunque amara éste lugar, me traía muchos recuerdos.
•••
─¿Quieres que nos montemos ahí? ─preguntó Frederick sonando para nada entusiasmado con la idea.
─¿No te emociona la idea de ver toda la ciudad quince metros arriba? ¿Sentir esa sensación en tu estómago al ir subiendo? ─comenté mientras me enganchaba en su brazo sonriendo. Sentí como unos pies tropezaban con los míos desde atrás y supe que estábamos, efectivamente, haciendo la fila para la rueda de la fortuna.
─No puedo creer que me estés haciendo subir a esto. Ya lo había superado a los nueve años ─se quejó mientras avanzábamos. Yo sonreí aún más grande.
─Todavía podemos disfrutar de ello, Frederick. No seas tan estirado.
─Los niños y sus padres nos están viendo raro. Como si fuéramos a hacer una escena en una cabina o algo así. ─Reí.
─Bueno, eso servirá para tu hombría ─lo escuché quejarse de nuevo y reí.
Al final subió conmigo. A eso y a la montaña rusa, aunque estuviera muy reticente.
Olvidé cómo se sentía cuando subía a una atracción. Olvidé esa sensación de hundimiento en tu estómago al momento de bajadas y esa libertad que te llenaba al llegar a la sima de la rueda de la fortuna. Aunque no pudiera verlo, mi cuerpo lo seguía sintiendo.
─¿Cómo sabes que estamos en la sima? ─preguntó Frederick en ese momento.
─Lo sientes en tu estómago y en el viento azotando fuerte en tu rostro ─comenté mientras cerraba los ojos y disfrutaba el momento de tranquilidad a quince metros de altura de los problemas y tormentos.
Vagamos por toda la feria, tropezándonos con niños correteando y comiendo algodón de azúcar. Iba con mi mano en su hombro, escuchando las típicas canciones y los sonidos chirriantes de las atracciones, junto a los gritos de las personas que montaban en ellas.
Imaginé a Daniel arrastrándome a una. De seguro era el tipo de esto.
Por muy difícil que sea de creer, Frederick ganó un cursi oso de peluche para mí después de fastidiarle la vida diciéndole como de estirado y amargado era. Lo reté a jugar uno de los juegos de tiro y ganó uno para mí. Yo reí sin parar mientras él se quejaba de como los objetos que apuntaba estaban pegados al tablero y no caían. Le dije que practicara con los papeles desechables y la papelera de la oficina. Obtuve de él una carcajada genuina.
Reí sin parar cuando una niña derramó su helado en Frederick y éste se quejó de haber manchado su fino pantalón caqui. Consolé a la nena, quien no dejaba de llorar, y le rogué a Frederick que le comprara otro. Él lo hizo quejándose diciendo que, después de todo, él no fue el que había corrido como si estuvieran regalando chichobelos en la otra esquina con un un helado en la mano. Reí aun más con su comentario.
Por otro lado mi teléfono seguía sonando en el bolsillo de mi vestido. El timbre de mi madre se interponía en la conversación cada diez minutos provocando que Frederick insistiera en que contestara. No lo hice y no lo haría.
Y estaba el hecho de estar enfadadacon ella por no haber dicho ni una sola palabra sobre las hipocresías de Sonia. Se dejaba llevar tanto por las apariencias, dejaba que controlaran su vida.
─¿Qué te parece si salimos ya de este infierno colorido y te llevo a comer algo, como los jóvenes adultos que somos? —Me sacó de mis pensamientos repentinamente con su voz gruesa y fastidiada. De verdad sonaba como si lo estuvieran torturando. Reí junto a él y asentí en consentimiento emocionada por la libertad. Olvidando por completo al irritante teléfono y lo que el conllevaba.
•••
Entramos a un lugar donde las especias y el olor a queso se apoderaban de tu nariz. Donde la gente charlaba alegre, y los acordes de una mandolina italiana danzaban en tus oídos. Donde el mesero se dirigía a la gente con un pronunciado acento italiano y donde podías sentir un ambiente confortable.
Sonreí y me encontré de inmediato saboreando la pizza con salami. A los minutos, ya estábamos sentados en una mesa y ordenándola.
─Mira, la calma después de la tormenta ─anunció Frederick en broma en medio de un suspiro después que el mesero se hubiera ido.
─No fue tan malo ─lo tranquilicé sonriendo.
─¿Qué no? ¡El niño que iba atrás de mí en la montaña rusa me explotó el tímpano y la niña de las coletas derramó su helado de frambuesa en mis pantalones! Sin contar toda esa gente que me miraba como si fuera a pervertir a sus niñas ─se quejó. Lo único que pude hacer fue reí fuerte y sacudir mi cabeza.
─Entonces, tendrás cara de pervertido si todos pensaban eso ─mencioné.
─¡Por supuesto que no! ─sonó a la defensiva y seguí riendo.
─Pues yo la pasé genial... Hacía tanto que no iba a un parque. ─Sonreí nostálgica, con mi barbilla apoyada en mi mano. Podrían decir cualquier cosa, la había pasado increíble.
─¿Por qué? Parece que son tu lugar favorito ─preguntó. Yo hice una mueca y respondí.
─No salgo mucho.
─¿Por tu ceguera?
─Algo así ─esquivé la pregunta, no queriendo que se adentrara en ello─. Cuéntame de ti, ¿te va bien en la oficina?
Y de inmediato él se enzarzó sin ninguna reticencia en una conversación unilateral de como había obtenido su propio cubículo en la empresa hace unas semanas.
La realidad era que sí salía mucho últimamente con Daniel. Y eso solo sirvió para recordarlo y cerrar mis ojos.
Posé mis codos en la mesa y apoyé mi barbilla en mis manos mientras prestaba más atención a los alrededores que a él.
─Mark, deja eso. Límpiate la boca ─demandó alguien a mi derecha.
─Querida, sabes que eres la mujer más preciosa que he visto en mi vida ─escuché detrás de mí a un señor de edad con voz temblorosa. Sonreí ante los años de amor. Pero luego...
─Emma, por favor. Perdóname, no sabía lo que hacía. Los chicos dijeron que nada pasaría. ─Le presté más atención a la voz de un chico suplicante.
─Me lastimaste ─respondieron en una voz débil y quebrada.
─Y exactamente eso es lo último que quiero hacer en esta vida, Em ─confesó urgente─. Te quiero con toda mi alma, Emma Peters. No sabría que hubiera sido de mí si tú no hubieras aparecido en esa banca.
Lo último que escuché de ellos fueron unas sillas arrastrándose y ropas en rose.
─¿Se están abrazando? ─pregunté a Frederick por lo bajo.
─¿Qué? ¿Quiénes?
─La pareja de al lado.
─Ah... sí. ¿Cómo lo supiste?
Encogí mis hombros, y gracias al mesero, él evitó hacer más preguntas con la pizza en la mesa.
En toda la cena en lo único en que pude pensar fue en la pareja y como su amor por el otro había superado cualquier cosa que se interponía entre ellos, mientras Frederick seguía hablando de su vida. Y ahora mi cabeza por algún motivo no dejaba de reproducir imágenes de Daniel y yo.
<<─¡Daniel, no vayas tan rápido! ─le rogué una vez cuando habíamos parado en un semáforo. Por más que no viera el camino todavía podía sentir la velocidad en que íbamos. La emoción estaba, pero el terror le superaba.
─¿Qué no vaya rápido? ¡Éstas motos se hicieron para correr, Eloise! ─gritó por encima del ruido de aceleración de la Ducati. Sabía para qué se estaba preparando.
─Daniel, no... ─advertí cautelosa, sosteniendo más fuerte su cintura.
─¡Diablos, sí! ─escuché su risa y luego la última aceleración antes de derrapar en el asfalto y salir a una velocidad desorbitante.
─¡Daniel! ─grité a la noche, riendo mientras me aferraba con todo a él.>>
Era tan masoquista. Amaba cuando hacía eso.
Recordé como su profunda risa llegaba a mis oídos y llenaba mi corazón de alegría.
Apreté mis labios al recordarlo. Lo extrañaba, estaba divirtiéndome, pero lo extrañaba. ¿Por qué no podía olvidar y perdonarlo? Y tener lo que sin darme cuenta había necesitado.
Suspiré y seguí prestando atención a lo que Frederick me contaba de su vida. Vivía con su familia y tenía dos hermanas menores. Sus padres eran importantes abogados y con una respetable reputación. Su familia estaba asociada al club de golf de la ciudad y al marítimo. Me invitó a pasar un día con ellos. Yo le sonreí y le dije un tal vez.
Al final terminamos y salimos del lugar. Había sido un buen día después de todo.
─Bueno, ha salido bien. Las casamenteras deben estar contentas ─enunció Frederick caminado junto a mí en la acera.
─Ya deben estar preparando la boda ─bromeé con él.
─¿Son tan así? ─preguntó sorprendido.
Reí y le respondí─: Incluso más.
─¡Qué dolor de cabeza! ─exclamó y asentí en aprobación en medio de una sonrisa.
─Oye, Eloise, enserio la he pasado bien. Me lo he pensado y creo que funcionaría. Tú y yo. ─Paró de caminar y lo sentí frente a mí. Los vestigios de su Colonia llegando a mi nariz─. ¿Saldrías conmigo? Como... ¿en una verdadera cita? ─preguntó.
¿Era en serio? Su pregunta me dejó perpleja.
Justo en ese momento pensé en un futuro donde mi madre escogía un marido como Frederick para mí. Donde yo lavaba trastes, aseaba la casa y hacía la cena para cuando él llegara. Siendo una esposa ejemplar, escuchando sus charlas del trabajo y animándolo para seguir con ello.
Diciendo las cosas necesarias todos los días. "Cariño, ve por los niños hoy", "haré espagueti para la cena", "buenos días, cielo", "buenas noches, Cielo". Donde tenía las vacaciones con la familia lo más cerca de la casa posible porque no podía separarse mucho del trabajo que daba los principales ingresos para el hogar. Donde no había calidez más que la de los niños correteando en tus tobillos porque en la cama matrimonial, por las noches, las cosas simplemente se habían enfriado por la monotonía. Porque al principio lo que los había juntado había sido una simple atracción por los cuerpos.
Frederick sonaba como ese tipo de vida. Sonaba como una común, sin embargo. Pero la pregunta era: ¿quería yo una vida como esa? La idea simplemente no entraba en mi cabeza.
La había pasado increíble con él. Pero era porque le había obligado hacer cosas que a mí me gustaban. Nuestras personalidades no eran pares. Mi corazón no daba un salto al oír su voz. Sus manos no eran grandes y cubrían las mías. No se acercaban para decirme donde estaba. Su voz no me calmaba y su ser no me llenaba.
Conducía un Civic, no una Ducati. No aceleraba, iba lento y cauto. No hacía mi piel erizarse ante su toque, no me sorprendía con sus ideas. No tenía mi corazón en sus manos...
─Lo siento, Frederick. Creo que por ahora no es una buena idea ─le dije suavemente y con una sonrisa de disculpa─. ¿Llamarías un taxi para irme a casa? ─Esperé tan ansiosa su respuesta a eso. Duró unos segundos.
─Claro, por supuesto.
Mi pecho se contrajo, y reí con lágrimas en los ojos.
Me di cuenta, entonces, que podía divertirme con Frederick. Que podía disfrutar mi vida y tener aventuras con él. Que podía abrirme a él y bromear sobre cosas sin sentido.
Podía ir a un parque de diversiones, ir a una playa, comer un poco de pizza y tener el mejor día posible con él. Pero todo eso que hacía junto a él, siempre le iba a faltar algo... Y eso era Daniel Cox.
Un Daniel para sacar mis sonrisas, para ser mi compañero en mis aventuras, para tener interminables conversaciones. Un Daniel para vivir mi vida.
Un Daniel que no me dejará tomar un taxi sola.
<<─Mereces más que un revolcón. Mereces a alguien que te ame, que adore la manera en que eres, que cuide de ti pero que te deje ser libre de hacer lo que quieras. Que reconozca con orgullo a la preciosa persona que tiene a su lado.>>
No, lo que merecía era alguien con quien ser feliz. Alguien que llenara ese pequeño espacio que faltaba en mí.
Y todo eso lo podía tener si dejaba ir el pasado, si perdonaba y vivía como yo quería.
Recordé a la pareja y como se habían perdonado lo que sea que habían hecho. ¿Por qué yo no podía hacerlo?
¿Por qué dejamos que el pasado arruine lo que tenemos construyendo para el futuro? Daniel había sido sincero conmigo, contándomelo él mismo sabiendo que yo me iría. Él prefirió decirme que había cometido un error y que por su culpa le había costado a alguien más muy caro.
<<─ No lo sabía, Eloise. Solo era un estúpido niño impulsivo con la chica que quería.>>
Si lo quería de vuelta debía dar un salto de fe.
Porque, ¿qué hacía yo rompiéndome la cabeza contra un muro? ¿Qué hacía aquí mientras él estaba del otro lado de la ciudad teniendo mi corazón en su posesión? ¿Dejando escapar de mis manos a alguien quien merecía hasta las ultimas de mis sonrisas?
Acerqué mi mano hasta Frederick y toqué su pecho. Cuando supe exactamente donde estaba me acerque y rodeé mis brazos en su cuello en un abrazo. Él se quedó sorprendido por unos segundos, pero me correspondió.
─Gracias, Frederick ─agradecí con mi voz ahogada en su cuello.
─¿Por qué? No he hecho nada.
─Por hacerme ver la verdad.
─No se de que hablas. En realidad, desde que nos presentaron nunca tuve una idea de lo que hablabas. Pero de nada ─dijo y rió separándose de mí. Yo reí junto a él y subí mis manos a su cara.
─Ve a esa cita con la chica de la fotocopiadora y, por favor, cuando vayas, no la asfixies con tu colonia ─le pedí sonriéndole.
Sentí su risa retumbar en mis manos. ─Me estabas empezando a gustar, Eloise Bennett.
─Qué pena. Porque hay alguien más que ya ganó una parte de mí.
─¿Ah, sí? ¿Hay un rival?
Asentí sonriendo. ─Sí, y tú mismo lo conocerás porque me llevarás con él. ─Bajé mis manos de su rostro y empecé a dar pasos.
─¿Qué pasó con el taxi? ─preguntó tomando mi mano y caminando a mi lado.
─¿Dejarías que un viejo taxista, loco por las jóvenes en la flor de la vida, me lleve? ─cité las palabras de Daniel sonriendo.
─¡No! Es solo que tú... habías dicho... Agh, está bien, vamos ─dijo trabado y reí. Tomó de nuevo mi mano y me jaló hasta el auto─. ¿Sabes a dónde vamos, no? ¿Estás segura?
─Como nunca he estado en la vida.
N/A: Siento la tardanza pero este capítulo me tuvo mucho rato pensando.
Por otro lado tengo novedades que quiero compartirles.
Como ven, estoy participando de varios concursos; no sé, cuando me di cuenta ya estaba en unos cinco. Pero está bien, se aprende de ellos.
Los últimos fueron los Premios Laurel y pues ¡Quedó como finalista! No pude ganar pero "Una Vida Contigo" quedó en los 10 mejores de 50 en esa categoría. Quedé muy satisfecha y agradecida :')
Los próximos a elegir el ganador son los Oreos Awards. También está de finalista la historia y en la fase de votaciones. ¡Estoy tan emocionada que no se como describirlo! No me creo que esté progresando tanto, y aparte con las 5k de visitas<3<3 *Grita emocionada* ¡Son increíbles!
Finalmente quería agradecerle a @beDemxns por la hermosa reseña que hizo de mi historia en @EditorialCiorie ¡Me encantó, cielo, muchas gracias! En realidad, hay varias que han reseñado mi historia y aun están por aquí. Repórtense para darles un gracias<3
Sin mas que decirles me despido hasta un nuevo capítulo. No olviden que son los mejores lectores que un escritor podría tener.
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