Capítulo 21

Los días siguientes pasaron en un borrón de entumecimiento. La comunicación con mi madre iba de mal en peor.

Cuando había llegado aquella tarde del porche del señor Nicolás, no paró de preguntar por mis ojos rojos y mi voz ronca. No paró de decirme que me había advertido. Ni siquiera le había contado nada, y ya iba exclamando con todo gusto que ella tenía la razón y que debía lidiar ahora yo con mi corazón roto.

¿Qué debía decirle yo en respuesta? ¿Que sí, que Daniel me había engañado? ¿Que hizo algo mucho peor que acostarse con otra mujer?

Daniel no había sido nada más que un excelente hombre en lo que a mí respecta. Como nadie nunca lo había sido. Y, aunque, haya hecho lo que hizo, no iba a revelar su secreto para que ella pudiera regodearse en mí cara.

Él no lo merecía...

No podía ir y simplemente perdonarlo por lo que había hecho. Era solo que no lo merecía, y odiaba tener todavía esos pensamientos hacía él porque, ¿cómo se suponía que tenía que olvidarle si todavía seguía con sentimientos por él? No podía. Era la única cosa que no abandonaba mí mente.

Pero para mi fortuna, una noche hablé con mi padre sin decir ni una palabra de lo sucedido. Recordé, entonces, a Daniel y como él seguía disculpándose conmigo. No era a mí a quien le debía disculpas, era al hombre que había sido un padre para él. Disculpas por cómo lo apuñaló por la espalda.

Pasé toda la llamada imaginando un pequeño Daniel jugando con mi padre. Sólo para que mi garganta volviera a quemar con lágrimas. Lo único que me sacó de mis pensamientos era él diciéndome que volvería a casa en unas pocas semanas. Eso formó una sonrisa en mis labios en días.

Y desde entonces, cada que en mis pensamientos se colaba un recuerdo de él, simplemente pensaba en cuantos días faltaban para volverlo a ver.

─Hoy iremos a la casa de Olivia Grant a tomar té. Justo después de Almorzar. Tenemos que ponerte algo lindo, ella quiere presentarte a un sobrino ─me contó mientras comíamos el desayuno en silencio.

Apreté mis labios guardándome la respuesta para mí. No era la primera vez que las señoras hacían de casamenteras. Tampoco era un secreto como esos hombres salían corriendo clamando una reunión de emergencia dejándome a mí en vergüenza. No sabía por qué ellas seguían insistiendo. Creía que ya se les había agotado la reserva de hombres.

─Como desees ─contesté cortante. Últimamente esta era mi tipo de respuesta hacia ella cuando trataba de entablar conversación. Además, parecía que su ánimo se había elevado considerablemente cuando me vio entrar por esa puerta con ojos rojos. Eso sólo me irritaba más. ¿Era ese el grado de desprecio que le tenía a Daniel?

Ni siquiera yo, después de saber la verdad, había logrado tener un mal pensamiento sobre él. Únicamente mi dolor se centraba en como siempre había algo que me separaba de lo que más quería.

─¡Deja de comportarte así conmigo! ─exigió mientras posaba con fuerzas sus manos en la mesa.

─Está bien ─asentí hacia ella. Mi estado de ánimo no daba para más nada que sentir indiferencia. Porque si dejaba entrar toda la bola de sentimientos a mi cuerpo, este no se podría sostener a sí mismo por la carga. Mas lágrimas correrían a empeñar mis ojos y más dolor estrujaría mi corazón hasta quedar en nada. En los últimos seis años había tenido una cuota suficiente de eso como para saberlo mejor.

Para variar, mi madre estaba a punto de seguir replicando cuando el teléfono de la casa empezó a sonar y la escuché levantarse. Suspiré por el momento de paz y seguí con la comida.

─Diga... Sí, con ella habla. ─No la escuché por unos segundos hasta que de repente exhaló sorprendida─. Dios mío, eres tú... ¡No puede ser! ─chilló. Fruncí mí ceño preguntándome quién sería, y estaba a punto de preguntar cuando escuché un reguero de cables siendo tomados y un momento después una puerta cerrarse.

Ahí tenía mi respuesta.

•••

Era la una del mediodía cuando estaba sentada debajo de la sombra de un árbol en la casa de Olivia Grant. Mi voz no había sido usada más que para saludar a las seis señoras que nos recibieron a mi madre y a mí en la entrada. Y estaba determinada a que siguiera así para poder ir en paz a través de la tortura relacionada con té de hierbas, galletas sin gluten y charlas hipócritas sobre la "excelente" vida que llevaban todas.

¿Por qué ya no las toleraba? Antes trataba de hacerlo más ameno para mí y para ellas. Bromeaba, tomaba y comía por completo mi té de hierbas y galletas desabridas. Pero ahora todo a mi alrededor sonaba en un tono más bajo y aburrido. Tedioso.

Había probado algo mejor que esto, y no podía tener suficiente de ello.

Estaba cansada de lindos vestidos de verano y horquillas, de falsas comprensiones y superficiales conversaciones. Todo lo que quería era unas zapatillas, unos jeans y una gran camisa de Daniel con su olor. Una ráfaga de viento azotando mi cabello suelto y una risa provocada por bromas estúpidas y sin sentido.

¿Por qué todo ahora se sentía tan rígido? ¿Siempre se había sentido así y nunca le había encontrado diferencia?

─Patrick me compró un ramo de rosas ayer por nuestro aniversario número treinta, ¿no es tierno? Todavía brilla la llama del amor en su corazón. ─Mariela Evans era conocida por sus incansables discusiones con su marido. Su relación era una pena, pero lo que ella hacía creer al mundo era peor.

─¡Que hermoso! ─Y Katherine Hamilton le ayudaba engañosamente a mantener la ilusión mientras las demás, según mis oídos, sorbían un poco de té a modo de decoro.

─León en nuestro aniversario número veintisiete nos llevó a un crucero por el caribe, ¡fue un sueño! ─Y por supuesto, no podría faltar Greta Morgan, quien siempre encontraba algo mejor en que superar a las demás.

No me dejaron seguir con mi voto de silencio, sin embrago, ya que el dichoso hombre que iban a presentarme había arribado en el nido de cuervos. Exhalé un suspiro de resignación y me preparé mentalmente para lo que venía en camino.

─¡Que emoción, querida Eloise! ─oí suspirar a Sonia Rousse.

¿Mencioné que fue ella quien hablaba a escondidas de mi fracasada vida amorosa?

─Esta vez le vas a encantar, ¿a quién no? ─comentó Sonia descaradamente.

Traté de oír a mi madre, pero estaba en completo silencio. Me lo esperaba.

Ignoré sus comentarios porque haciéndolo se vive mejor.

Forzando una sonrisa, con cuidado dejé mi taza llena de té en la mesa del jardín y me levanté de la silla. Di unos cuantos pasos hasta que sentí un abrazo meterse dentro del mío.

─Cuidado, Eloise, no querrás romper nada ─advirtió en medio de una risita Olivia Grant. Claro, porque es más importante sacarle el costo a las macetas que preocuparse por una lesión en mi cuerpo.

─No se preocupe, Señora Grant, puedo ir sola ─dije fingiendo indiferencia.

─Como crees, niña, no puedes encontrar tu camino sola hasta la puerta de entrada. ─Ciertamente, sí podía. ¿Para qué me sirven las manos y mi desarrollado oído? Pero callé y dejé que ella me guiara como trataban de hacer siempre.

Unos cuantos pasos y tropezones después, consecuencia de malas indicaciones, llegué a la puerta. Escuché como esta se abría y dejaba pasar un aire cargado de una fuerte y asfixiante colonia de hombre. Arrugué mi nariz y me quedé quieta para un saludo.

─¡Frederick, querido, que guapo estás! ─escuché como Olivia le daba la bienvenida y cerraba la puerta. Yo, por mi parte, traté de formar una sonrisa frente a ella.

─¿Cómo estás, tía Olivia? ─Una voz con un tono de vergüenza saltó en el aire. Aunque tuviera una voz retumbante, él trataba de moderarla para que sonara más suave. Mal intento. Además, estaba el hecho de que sonaba nervioso e incómodo. Sonreí para mis adentros preguntándome cual excusa sacaría este para salir corriendo de aquí.

─Bien, Frederick, bien. La cadera sigue molestando pero está mejor que antes ─informó Olivia y pasó su mano por mi espalda para darme un empujoncito hacía adelante─. Mira, querido, esta es Eloise Bennett. Ha sido muy generosa en acompañarme a recibirte.

─Frederick Grant ─se presentó aprisa y forcé una sonrisa. Alcé mi mano ante él y al instante sentí una gran y fría mano estrechando la mía por unos segundos.

─Un placer ─respondí. ¿Esperaban algo más que eso cuando me lanzaban a estar en esta situación?

─Bueno, pasa. Pasa, Frederick, mis amigas están en el fondo pero creo que se está mejor adentro. ¿Por qué no se quedan un rato por aquí? ─decía con entusiasmo Olivia. Enrolló de nuevo su brazo con el mío y me jaló fuerte hasta la sala de estar─. Eloise, acompaña a Frederick mientras yo voy a preparar algo, por favor.

Todo pasó en menos de en un minuto, y cuando me di cuenta ya estaba sentada en el sofá teniendo un incómodo silencio con este personaje de asfixiante colonia.

¿Se suponía que tenía que ser agradable y empezar la conversación? ¿Estaba eso escrito en el manual del buen decoro?

No lo creo.

¿Cómo se supone que empieces a charlar con alguien que te han lanzado a la cara para salir con él? Al menos en ocasiones anteriores los tipos ya estaban ahí y no tenía que esforzarme mucho en charlar porque apenas me veían saludaban y salían corriendo con una excusa en la boca.

─Um, bueno. Esto es incómodo. ─Salté cuando escuché su retumbante voz. No podía entender como poseía esa voz cuando era un pequeño manojo de nervios. Al escucharlo me lo confirmaba.

Daniel sonaba tan seguro de sí mismo comparado con él. Solo habían pasado unos cuantos días y ya extrañaba su gruesa voz ondeando con mi nombre. Sus manos calentando las mías, la manera en que sus brazos se sentían como el lugar perfecto para estar...

Apreté mis manos y suspiré en resignación. Debía sacarlo de mi mente. No era así como funcionaba el reparar un corazón roto. Así que solo seguí la vaga conversación con el chico para despejarme.

─¿No has sido víctima de casamenteras antes? Puede tardar un poco en acostumbrarse y agarrarle el hilo ─bromeé sin ganas. Quería calcular cuánto tiempo estaría aquí.

─¿Quiénes? ─sonaba verdaderamente confundido.

─¿No sabes por qué motivo estás aquí? ─pregunté un poco divertida, ahora con un poco más de interés. ¿En serio le habían hecho eso?

─Bueno, tía Olivia dijo que estaba haciendo una reunión con viejos amigos y como llevaba tiempo sin verme dijo que sería agradable que viniera ─confesó como si lo que me había contado fuera tan cierto como sale el sol en la mañana.

Reí un poco y sacudí mi cabeza.

─Has caído completamente en la trampa, Frederick ─le anuncié, no pudiendo esconder mi risa. Me sorprendía que recurrieran a eso, usualmente eran muy directas con ellos. Quizás creyeron que ese método no funcionaba y pasaron al plan B.

─¿De qué hablas?

─Dime, Frederick, ¿cuántos años tienes?

─23.

─¿Estudias o trabajas?

─Graduado, tengo un pequeño trabajo en una compañía de seguros.

─¿De buena familia?

─Por supuesto.

─¿Eres guapo?

─S... pero, ¿qué? ─Parece que se pensó mejor su respuesta y optó por preguntar de nuevo. Mi sonrisa de diversión ya tenía a mis mejillas entumecidas. Me recosté al sofá cruzándome de brazos y le sonreí cómplice.

─Que, según ellas, tienes todos los requisitos para ser un buen partido para Eloise Bennett ─comenté, todavía con mi sonrisa amplia.

─¿Quién? ¿Tú? ─El chico estaba a punto de echar a correr.

─¿Hay algún problema, Frederick? ─Mi tono definitivamente era inocente.

El silenció se asentó otra vez y sentí su mirada fija en mí mientras escuchaba la cháchara sin sentido de las señoras afuera, en el patio. Me extrañó que no estuvieran atentas a la situación.

─En realidad, sí. Porque tengo una cita con la chica de la fotocopiadora. ¡He estado intentándolo por meses!

Me quedé un segundo en silencio, procesando lo que había dicho. Esto definitivamente no me lo esperaba. Sin evitarlo, rompí en una carcajada hasta las lágrimas. Él solo se quedó ahí, callado, mientras yo dejaba caer mi cabeza hacía atrás en risa.

Mil cosas habían pasado por mi mente, preparándome para el golpe que daría. Y él inocentemente anunció su amorío con esta chica.

─Entonces, ¿no estás disgustado por mí? ─pregunté aun tratando de calmarme.

─¿Por qué debería? ─El chico realmente no estaba enterado de nada.

─Ya me caes bien, Frederick.

─... Um, ok. Pero todavía no sé qué estabas tratando de decirme. ─Negué con mi cabeza y me levanté del sofá sonriendo.

─¿Tienes auto?

─Sí, está afuera.

─Vamos a por él ─dije y di unos cuantos pasos hasta que el me retuvo con su gran mano sudorosa.

─Espera, te tropezarás. ─Lo oí levantarse para luego posar mi mano en su hombro─. ¿A dónde se supone que vamos? No podemos irnos sin decir nada. A parte, acabo de llegar, sería descortés.

Sonreí. Me parecía tanto a él. Pero me di cuenta que simplemente hay cosas muchos más importante en la vida. Mi felicidad.

─¿A quién le importa, Frederick? No tengo que complacer a nadie más que a mí misma.

Había tardado tanto tiempo para darme cuenta de eso.


N/A: ¿Dónde está mi Daniel?

La pregunta del millón. ¡Seguiré escribiendo para descubrirlo!

¡Gracias por los 1k votos! Estoy muy emocionada, son increíbles :')

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top