Los minutos habían pasado, hasta que se volvieron horas, ya casi pasando la media noche.

Me encontraba en un estado etílico deplorable.

Mi celular empieza a sonar y lo saco del bolsillo de mi pantalón. Observo el número y ruedo los ojos cuando veo que es Camila. Cuelgo y lo guardo de nuevo. Vuelve a sonar y decido no prestarle atención, sin embargo, al noveno tono decido contestar, pues ya me estaba poniendo harto el ruido.

— ¿Por qué llamas? —hablo arrastrando las palabras.

—Christopher —dice entre sollozos. —Ayúdame, estoy sangrando —habla con desesperación, pero no me inmuto ante ello.

—Pues llama a una ambulancia, mujer —digo con fastidio.

— Por favor, Christopher. No nos hagas esto —llora desconsolada. — ¡Es nuestra hija!

— ¡Tu hija! —espeto. —Yo no te pedí ser padre, ¿acaso no me bastó con el castigo de estar contigo?

—Chris... —dice sin parar de llorar y suelta un grito desesperado.

Cuelgo la llamada sin darle importancia y sigo bebiendo como si no hubiese un mañana.