Capítulo 13
Está siendo un viernes de lo más tranquilo en la cafetería. Solo ha venido una parte del equipo de baloncesto, lo que hace que estén más formales de lo habitual. Apenas hay dos familias con niños ruidosos. Y por suerte, hoy nadie se ha cortado. De momento.
Cuando Mikael entra pienso que mi suerte se ha acabado. ¡Con lo bien que iba el turno! Para colmo, se sienta en la barra y me hace un gesto con la mano. Mi primer impulso es hacer como que no le he visto, pero no quiero ganarme una reprimenda de Simón, así que me acerco a regañadientes.
—¿Qué quieres?
—Cualquiera diría que no te alegras de verme...
¿Cómo lo ha adivinado?
—No sé cómo has llegado a esa conclusión —exagero el tono y esbozo una sonrisa de lo más falsa. No tengo ganas de seguirle el juego. Quiero acabar e irme a casa. Nada más.
—¡Qué mala eres! Ponme una hamburguesa poco hecha. Sin pepinillos, por favor. Y una cola.
Paso la comanda y me acerco de nuevo para servirle la bebida. Le veo deslizar la mirada por todo el local como si buscara a alguien y me adelanto.
—Si buscas a Vanesa se ha ido hace nada. Si es a la otra... no la he visto.
—No es eso...
Está más serio de lo habitual y aunque le conozco poco, me mosquea su comportamiento.
—¿Entonces?
—¿No te pasa a veces que tienes la sensación de que va a pasar algo malo?
Genial. Ahora va a resultar que es adivino.
—Pues no.
—¿En serio? Venga, seguro que sabes de lo que hablo. Se te eriza la piel, notas un cosquilleo en la nuca... Se parece a lo que les ocurre a los animales cuando se acerca una tormenta. Se ponen nerviosos y es porque la sienten llegar.
—Joder, me estás dando miedo.
Justo en ese momento, Martín se acerca a la barra dispuesto a pagar la cuenta de su mesa.
—Aquí tienes Olivia.
—¿Todo bien? —pregunto como buena camarera. Para nada estoy intentando alargar la conversación con él...
—Sí, genial. Quédate el cambio, ¿vale? Siempre nos atiendes de maravilla.
Me guiña un ojo y ese gesto me hace balbucear como una idiota.
—Gra... gracias.
En cuanto se aleja, escucho la risa de Mikael.
—Con esa facilidad de palabra, vas a llegar lejos. ¿Piensas conquistarle babeando?
—¿Y quién te ha dicho que quiero conquistarle? —protesto. Tiene una facilidad increíble para ponerme de mal humor.
—Tú dijiste que te casarías con él...
—¡En un estúpido juego! No lo decía en serio.
Mikael señala mi rostro, realizando una circunferencia con su dedo índice.
—Ya, por eso se te ha quedado cara de tonta en cuanto has intercambiado dos frases con él, ¿no?
Pillada. Sin embargo, por mucho que me guste Martín, es de forma platónica. Como cuando ves un actor en la tele y te chifla pero no te planteas la posibilidad real de estar con él.
—¿A ti nunca te ha gustado nadie por el simple hecho de que es genial? Sin pretensiones, solo eso, te gusta y ya está.
Me observa extrañado, como si no entendiera de lo que le hablo. Le sirvo su hamburguesa y me quedo esperando una respuesta. Aún tarda un bocado en contestar.
—Pues no. Además no lo entiendo, si me gusta alguien, no soy capaz de quedarme sin hacer nada. ¿Qué sentido tiene eso? Si no lo intentas, no sabes si había posibilidad o no de hacerlo realidad.
—Entonces digamos que en este caso, se trata más de la fantasía de estar con alguien tan perfecto que conseguirlo y ver que no era como yo creía.
Se ríe con tantas ganas que se atraganta con la hamburguesa. Ni que le hubiera contado un chiste.
—Vamos, que por evitarte el desengaño, eres capaz de perder también la oportunidad. Y eso lo dice alguien con la eternidad a su disposición. Solo eso, debería haberte hecho más atrevida. Tienes millones de oportunidades. Años y años de equivocarte o acertar...
Nunca lo había visto así. Me quedo tan pasmada con sus palabras que tardo en darme cuenta de que lo ha dicho en mitad de la cafetería, sin preocuparse de si alguien podía captar sus palabras.
—Olivia, tu turno ha terminado —me avisa Simón desde la puerta de la cocina.
—Me voy. Disfruta de tu cena —me despido. Ya he tenido suficiente de Mikael por hoy.
Ni siquiera espero a que diga algo. Voy al almacén para cambiarme y en cuanto acabo, tomo mis cosas deseando regresar a casa. Tengo ganas de darme una ducha para quitarme el olor a comida grasienta y tirarme en la cama a ver una serie en el ordenador hasta que el sueño me venza. Intercambio unas cuantas palabras con el personal de cocina y unos minutos más tarde, estoy en el parking de gravilla.
Mikael permanece muy quieto a unos pocos metros y me acerco a él con curiosidad.
—Por favor, dime que no me estás esperando...
—¡Chist!
Levanta la mano para que me detenga mientras su mirada busca una señal en la oscuridad. Unos segundos después, escucho un lejano grito que me hiela la sangre.
¡Ay, madre! ¡Que se va a liar! Jajjaja
Quienes me conocéis, seguro que ya estábais pensando que mucho estaba tardando en complicarles la existencia a mis protagonistas. ¡Pues no os preocupéis! Ese momento ha llegado, aunque de momento vais a tener que esperar un poquito para saber qué es lo que pasa.
¿Quién se atreve a decir qué ocurre? Tiene pinta de que hay alguien en peligro...
Ahí lo dejo. No tardaré mucho en publicar el próximo. Lo prometo. Besitosssss
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