[23] ♡Recuerdos♡

Salí del edificio después de un largo día, miré hacia los lados antes de cruzar la calle y caminé por las desoladas aceras del pueblo.

El atardecer se avecinaba dejando el cielo teñido de colores cálidos y anaranjados. Avancé hacia la plaza central y di pasos lentos entre el largo camino de piedra que se encontraba bajo un túnel hecho de árboles enredados y verdes.

Tomé asiento sobre el césped y recosté mi espalda contra el gran roble al que vine a visitar. Dejé que el aire puro vagara con total libertinaje por mis pulmones y acaricie el tronco del árbol con suma delicadeza. Mis dedos dieron leves trazos sobre la áspera textura y un dolor inquebrantable volvió a presentarse en mi pecho.

Veo las iniciales R y M, y una sonrisa triste se esboza en mis labios.

Ron y Maya.

Mis padres.

Oigo la risa de una pequeña feliz y me levanto caminando hasta el viejo y desgastado columpio que yace colgado a la gruesa rama del antiguo roble.

Diviso a la niña de rizos dorados riendo y gritando que la empujarán más fuerte. Su cabello brillante revoloteba en el viento gracias al impulso del columpio. Su padre estaba detrás de ella dándole leves empujoncitos y la menor exigía que quería llegar aún más alto y él, con una sonrisa brillante en el rostro, la complacía.

Su madre permanecía recostada contra este mismo roble leyendo un libro y viendo a su familia feliz. Ella poseía una expresión plácida, pero a la vez vacía, fría y.... Triste.

—¡Mira como vuelo alto, mamá!—exclama la pequeñuela llena de una alegría que podría contagiar a cualquiera.

Muy bien hecho, cariño—le habla con dulzura la mujer.

¡Más fuerte, papá!—exigió la niña.

—Podrás caerte, chiquita—rió su padre.

La madre no dejaba de verlos a ambos con cuidado y colocó su mano en el pecho sintiendo algo extraño. El mareo llegó haciéndola soltar el libro que leía para tocarse la cabeza. Sus pupilas daban vueltas y varias punzadas la hicieron temblar sobre el suelo para empezar a ver todo de forma borrosa y ausente.

El padre deja de empujar a la niña y mira a la mujer que intenta ponerse de pie, pero termina desplomándose en el suelo inconsciente.

¡Maya!—gritó su esposo lleno de dolor.

¡Mamá!—chillo la chiquilla que corría hacia su madre.

Los pitidos de las ambulancias suenan a lo lejos, las palabras del doctor sobre el encuentro de su enfermedad palpita en mi cabeza y recuesto mi cráneo en el tronco dejando que las lágrimas desciendan por mis mejillas.

Estoy demasiado confundida. Son muchas emociones al mismo tiempo. Me recuerdan a ese día. A esa mini Kya que no entendía nada, que no sabía que hacer, pero quería intentar algo.

Me limpió el líquido salado que se había unido a mis labios y resoplo profundamente.

No quiero saber nada de nadie, nada de la escuela, nada del trabajo de mi padre, nada del amor, nada de nada.

Dejo que la noche caiga y me siento muy cómoda conectada con la naturaleza. Me pongo de pie cuando ya es hora de volver a casa y camino con los pies arrastrados hasta mi hogar.

Paso por una calle llena de personas, dentro de un restaurante atisbo con una familia feliz compuesta por dos padres y una niña como de siete años. La nena sonríe dejando ver la falta de sus dos dientes delanteros y los papás carcajean cuando se pone dos palillos de sushi en la boca y termina pareciéndose a una morsa.

Sigo mi camino y cerca de la plaza, veo a una pareja. El chico ríe porque a ella se le ha caído el helado y toda enojada, le refuta que deje de burlarse. Él no para y la chica se cruza de brazos indignada, pero su acompañante termina extendiéndole su helado con una pura sonrisa mientras le decía que ambos lo podían compartir.

Llego a casa y entro sin decir nada. Mi hogar se siente extraño y frunzo el ceño al oír varias risas desde la sala.

Avanzo con lentitud hasta el lugar en donde se escuchaba la felicidad y mi rostro se contrae de sorpresa al divisar a Jayden riendo y tomando café con mi padre y tía Christa.

Achique los ojos y noté que ellos estaban viendo algo en un gran libro. Y en ese instante si sentí el verdadero terror. Estaban mirando mi álbum de fotos, el cual esta lleno de imágenes mías y vergonzosas.

Corrí hasta ellos y observé la causa del buen humor de los tres. Era una foto mía de pequeña en la cual estaba maquillada horriblemente y escondida en una esquina del cuarto de mis padres porque había utilizado el maquillaje de mamá.

—¿Por qué demonios ven mi pasado vergonzoso?—espeto tomando el álbum y cerrándolo con las mejillas sonrojadas.

—Jamás pensé que te gustaba comer labial—Jayden alza las cejas.

—¡Tenía cinco años!—me defendí—además ¿Tú que haces aquí?—pregunto déspota.

—Kya—reprime mi padre.

—¿Ahora no puedo visitar a mi futuro suegro?—inquiere socarrón y el color carmesí se expandió por todo mi cuerpo.

Mi padre trata de ocultar sus celos porque Jayden le cae bien y bebe de su café sin decir nada.

—Amo a este chico—ríe mi tía Christa tomando una cerveza.

—Vino porque sus padres desean hacerme una entrevista de trabajo para ser el gerente de la nueva empresa que abrieron—responde mi padre con un cierto tono de felicidad. 

Mis ojos se abren sorprendida y miro a Jayden que se está limpiando una basurita invisible del pantalón.

—¿Qué?—murmure confundida.

—Dicen que puedo comenzar a trabajar desde casa hasta que me recupere, cariño—papá parece feliz.

Mi mirada estaba muy fija en Jayden, quien ni siquiera se atrevía a encararme.

Después de un rato, esboce una sonrisa forzada.

—Pero que gran noticia—observo al castaño con detenimiento—¿Jayden, podría hablar contigo un momento? Afuera, a solas—pido con un fingido tono dulce.

Él alza la cabeza sorprendido y un tanto estupefacto, empieza a asentir y a ponerse de pie.

—Claro—mete sus manos dentro de los bolsillos de su sudadera y le abro el paso para que salgamos al patio.

Cierro la puerta al salir, y me poso frente a él junto a la casa. La tenue luz de la bombilla que iluminaba el techo del porche hacia ver su rostro más suave y tierno. Sus ojos azules destellaban y me acaricio el brazo soltando un prolongado suspiro.

—¿Por qué lo hiciste?—pregunté confundida.

Él no respondió al instante, en realidad, desvió la mirada hacia la cerca de nuestro patio y pateó una piedra falsa del suelo de madera. 

—Te oí muy triste esta mañana al contárselo a los chicos—admite sin preámbulos y enarco una ceja llena de sorpresa.

—Pensé que no me oías—murmure viéndolo fijamente.

—Tú eres mi único punto de atención desde que te conocí.

Nuestras miradas se conectan y el sonrojo de ambos nos delata al segundo.

—No debiste hacer eso—musité tratando de ver a otro lado que no sea a la infinidad de sus ojos.

—Sí debí, no me gusta verte triste. Cuando era pequeño mis padres estaban muy ausentes y después de la muerte de Gus, la tristeza era lo único que conocía. Nadie hizo nada para que dejara de sentir ese sentimiento y yo no quiero que tú también lo sientas.

Él saca algo de su bolsillo y me extiende un trozo de papel.

—¿Qué?—murmuro tomando el sobre impactada.

—El cartero me vio entrar al porche y me pidió que te la entregara—se fija en la carta y con manos temblorosas le doy vuelta para ver de donde viene.

Es de Inglaterra. Es de Oxford. Es la respuesta a mi carta de admisión.

Mis manos tiemblan al romper el sobre para abrirlo y de forma torpe lo logro sacando la nota.

Mis pupilas leen con meticulosidad cada palabra y mi expresión se endurece cada vez que llego al final. Se cristalizan mis ojos y paso saliva alzando el rostro para ver a Jayden.

Dejo caer mis brazos a los lados de mi cuerpo y él divisa la carta con cierta curiosidad.

Un nudo se apodera de mi garganta y mis manos cubren mis ojos para permitir que las lágrimas caigan. Jayden se alarma y me observa preocupado tratando de quitar mis palmas del rostro.

—¿Kya? ¿Estás bien?—pregunta preocupado—si no te admitieron no iré, no si tú no estás.

—Jayden...

Una sonrisa se plasma en mi cara.

—Me han dado la beca—solté en voz muy baja y asentí con alegría al mismo tiempo.

Sus párpados se abren y sonríe sin final antes de abrazarme con mucho cariño. Mis pies dejan de tocar el suelo cuando él me carga en medio del abrazo y da vueltas conmigo frente a la puerta. Suelto una estruendosa carcajada al verlo hacer eso y él hace lo mismo disfrutando de la situación.

Me baja y me aferro a sus hombros para no balancearme. Nuestros rostros quedan a tan solo centímetros y su respiración acelerada choca con mi cara.

—Estoy muy orgulloso de ti—alude en lo bajo.

Mi comisura se eleva y la puerta de la casa se abre mostrando a mi tía Christa muy ebria.

—Chicos...—nos llama levantando su cerveza—¿Qué hacen aquí afuera?

Con una sonrisa inmensa muestro mi carta de admisión.

—¡Me han aceptado!—chillo y mi pariente se queda dormida contra el umbral al hacerlo.

Mi expresión se congela y Jayden ríe entrando con mi tía en el hombro.

—Pero que músculos—murmura ella riendo.

—Lo siento—me disculpo apenada.

—Tranquila, es muy divertida.

La deja en el sofá y corro hacia papá que nos detalla sin comprender nada. Lo abrazo por el cuello y le restrego mi carta en la cara para que la lea.

—¡Me admitieron!—doy varios brinquitos—¡Iré a Oxford!

Papá lee la nota con lentitud y una sonrisa orgullosa se muestra en su boca.

—¡Esa es mi hija!—exclama alzando su brazo en una señal de alegría. 

Él camina con las muletas hasta la entrada de la casa y a todo pulmón grita mirando hacia el hogar de uno de nuestros repugnantes vecinos.

—¡¿Vio eso, señor Bachmann?! ¡Mi hija se irá a Oxford!—lo contempla con altivez y nuestro amargado vecino hace una mueca y entra a su casa ignorando a mi padre—envidioso—brama malicioso—pediré comida china para celebrar—se menea hasta la sala felizmente para buscar su celular.

—Quédate con nosotros—tomo a Jayden del suéter y él hecha la cabeza hacia atrás.

—Tengo que volver a casa.

—¡Vamos!—replico con insistencia—solo una vez—hago ojitos y él me atisba apretando los labios para después suspirar rendido.

—Esta bien, pero deja de hacer esa cosa con los ojos que no puedo resistirme—masculla y lo llevo conmigo hasta la sala.

La comida llega y todos rodeamos el comedor antes de empezar a comer. Tía Christa seguía rendida en el sofá mientras que nosotros ya degustamos la comida.

Jayden me mira raro al notar que quitaba los brotes del arroz y ladeó la cabeza antes de observar a mi padre en busca de una explicación.

—Odia los brotes—explica masticando su platillo—cuando entró a la primaria dijo que se casaría con el hombre que se comiera los brotes por ella—se encoge de hombros y yo permanezco sumergida en mi tarea.

De pronto, unos palillos chinos se acercan a mi plato y veo como alzan los brotes antes de metérselos a la boca. Atisbo a Jayden netamente impresionada y mi padre sonríe comiendo aún.

Jayden me regala una mirada significativa y me hago pequeñita en mi sitio tomando un poco de agua.

—¿Entonces ya somos esposos?—masculla divertido y lo miro de malas ganas.

—No sabes nada del amor—demando ceñuda.

—¿Y tú sí? Has estado soltera toda tu vida—enarca una ceja y papá casi escupe su bebida de la risa.

Lo fulmino con los ojos y mi padre se limpia con un pañuelo conteniendo su carcajada.

—Idiota—mascullo regañadientes.

Afuera se oye la bocina de un auto y Jayden se pone de pie antes de vernos, con Cooki poniendo sus patitas sobre su pantalón.

—Han venido por mí, muchas gracias por la cena—nos sonríe y me observa de reojo.

—Te iré a abrir.

Me levanto dejando la servilleta sobre la mesa y abro la puerta dándole paso al exterior. Él no aparta su vista de mí y respiro hondo antes de divisar con el auto en que lo han venido a buscar.

—Gracias—susurro haciendo mofletes y Jayden extiende su boca.

—No me lo agradezcas, era necesario.

—¿Para qué?

—Para hacerte feliz.

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