[17] ♡Tormenta♡
Estoy recostada en el sofá de la habitación en donde mantenían a mi padre. No pude dormir en toda la noche. La agonía y ansiedad no me dejaban descansar.
Los chicos se fueron hace varias horas, les insistí en que fueran a descansar, diciéndoles que yo ya estaba bien.
Miraba el pequeño narciso que yacía dentro de un florero sobre una mesa junto a la camilla de papá, éste se movía al compás del viento que se colaba por la ventana y ese fue mi único método de distracción.
Es una linda flor, mi favorita, en realidad. Crece gracias a luz brillante del sol, pero un solo problema hace que se marchite y se llene de oscuridad. Es suave y débil. Justo como mi estabilidad emocional.
Veo a mi madre en ese delicado narcioso, tan hermoso y dulce, pero a la vez tan frágil. Todavía sigo recordando su rostro y su radiante sonrisa tan vívidos como el agua de un manantial.
Observo el cielo y siento su mano sobre la mía mientras me dedicaba sus últimas palabras.
Ella me había dicho que siempre estaría ahí conmigo. Dijo que no dejara que mi soledad pudiera cegarme de las alegrías que me diera la vida.
Yo también era como ese narciso que estaba dentro de aquel florero, necesitaba de los rayos del sol para crecer y esos rayos eran mi familia.
Me pongo de pie al escuchar un sonido y me acerco a la camilla de mi padre sonriendo, al verlo abrir sus ojos con lentitud y mirarme descorcentado. La dicha es tan grande que no hay tiempo para más lágrimas y abro la puerta de la habitación gritando que él por fin había despertado.
—¡Despertó!—expresé llena de felicidad y sentí mi pecho oprimirse—¡Él está bien!
La misma enfermera de ayer llega junto a un doctor y entre ambos le explican a mi padre lo ocurrido. Cuando terminan y le dicen que debe mantenerse en reposo durante varios meses, corro a él para abrazarlo.
—Estás bien—sonrío alegremente, respirando hondo para guardar su olor conmigo—no vuelvas a hacer eso.
—No lo haré—me besa la cabeza—no volveré a dejarte sola, no ahora.
—Te quiero—lo abrazo otra vez.
—Y yo más—lo corresponde acariciando mi cabello—¿no fuiste a la escuela?
—No iba a dejarte solo—reprocho y él ríe por lo bajo.
—Deberías llamar a tu tía Christa, no puedes dejar de ir a tus clases por mí—replica y me siento en la camilla para verlo cruzada de brazos.
—Eres mi papá. Eres mi maldito pilar. Podría dejar hasta la estúpida beca y toda mi vida solo por saber que estás bien—demando y agacha la cabeza con una sonrisa melancólica.
—Eres igual a tu madre, tan terca y cabezota—sus ojos se fijan en los míos—de todas formas, llámala. Tampoco puedes quedarte a cuidarme tú sola, de seguro estás agotada y...
—Papá—lo sostengo de los hombros—estoy bien y la llamaré si eso quieres, pero no debes preocuparte por mí, ahora lo que importa eres tú y tu salud—alego con sinceridad.
Justo como mi padre lo había pedido, llamé a mi tía Christa y ahora la estaba esperando en las afueras del hospital mientras que la enfermera le cambiaba las vendas a mi padre.
Un auto negro era conducido de forma alocada por el estacionamiento del lugar y éste casi choca con otro auto haciéndome negar con la cabeza presa de la vergüenza.
—¡Ten más cuidado, perra!—grita el hombre al que iban a chocar tocando la bocina.
—¡Perra tu abuela, imbécil!—grita la del auto negro estacionándose de mala manera y sé que en menos de cinco minutos a infringido más de diez leyes de transito.
Y ahí estaba ella, mi tía Christa, la mujer más alocada que conozco.
Christa Wilson, es una mujer excéntrica, confiada, emocional y extrovertida, pero cuidado, a veces puede ser un verdadero dolor de cabeza.
Baja de aquel Mercedes negro sacando primero una de sus largas piernas bronceadas, dejando brillar bajo la luz del día, los extravagantes tacones de diez centímetros que vestía. Ella sale por completo cerrando la puerta a la vez y dejándome deslumbrada con el vestido rosa ceñido y corto que traía puesto.
Su cabello rubio con una mezcla de reflejos rubios y castaños claros, ondea en el aire. Se baja los lentes de sol mostrando sus felinos ojos verdes y sus caderas se contonean en tanto camina en mi dirección y muchos hombres se quedan babeando por ella.
¿Soy yo o parece que se acerca en cámara lenta?
Un chico casi se cae de su bicicleta por estar contemplando la figura de reloj de arena de mi tía y sé que a ella no le molesta en lo absoluto.
Tía Christa siempre se ha sentido cómoda con su sexualidad, en realidad tiene muchas aventuras de una noche y no muestra problemas para invitar a los chicos a bailar o besarse. Y aunque dice que los hombres son unos perros y un caso perdido, ella también usa su propia sexualidad para su ventaja, como para conseguir lo que quiera; por ejemplo, el Mercedes que tiene en estos momentos.
—¡Preciosa!—exclama al verme y me toma de los hombros para besar mis dos mejillas.
—Tía...—fuerzo una sonrisa.
—Pero que grande estás. Mira, te traje un regalo—me extiende una bolsa fucsia con un moño dorado y lo acepto con una mueca.
—Gracias—mascullo abriéndolo y al ver su interior, trato de disimular mi expresión de reacio.
Saco el conjunto para bebés que me obsequió y la miro con la cabeza ladeada.
—Te recordaba más pequeña—se encoge de hombros y lo guardo pasándolo por alto—de todas formas se la puedes dar a uno de tus hijos en un futuro—se pone los lentes de sol—pero no tan cercano, recuerda usar condón, nena.
Entra al hospital y me paso las manos por el rostro manteniendo la poca paciencia que tengo.
Ella camina por el pasillo deslumbrando a todos y yo permanezco detrás de ella, andando con un aura oscura, que de seguro en cualquier instante crearía una nube negra sobre mi cabeza y caería llovizna.
No es que no aprecie a mi tía, simplemente es que a veces puede ser..... Muy poco convencional.
Abre la puerta de la habitación de mi padre extendiendo sus brazos y haciendo un alboroto gigante, en cambio él la recibe con una sonrisa dulce mientras ella se pasea por el lugar para acercarse a su hermano.
—¡Rony, Rony, Rony!—chilla antes de correr a abrazarlo.
—Chris, es un gusto verte después de tanto—corresponde su abrazo.
—Te había extrañado tanto, Rony—hace un puchero y lo repara de arriba a abajo—me alegro de que estés bien—la seriedad y genuinidad de sus palabras me sorprenden.
—También te extrañaba—admite dirigiéndome la mirada—noto que ya viste lo grande que está Kya.
Ella se levanta.
—Está grandísima—suelta con euforia—de seguro ya tiene muchos pretendientes como su tía—ronronea y me pongo roja en mi sitio cuando me atisba con coquetería.
—Christa....—papá niega divertido.
—Solo te diré que no se los dejes tan fácil. Si quieren tu amor, deben demostrar cuanto darían por ello—sus ojos me observan con detalle y asiento lentamente—además, nada de sexo todavía, tal vez un oral si no aguantan las ganas, pero no queremos los mismos accidentes como el que le pasó a tu abuela con tu padre.
Busco mirar hacia otro lado en tanto mi padre no encuentra la forma de callar a mi tía.
—Christa, necesito que Kya no pierda clases—cambia de tema—y aún no pueden darme de alta, así que necesito que te quedes conmigo al menos esta noche para que ella pueda ir a casa, descansar e ir mañana en la mañana al instituto.
Mi tía alterna su vista entre mi padre y yo, y después sonríe con complicidad.
—¿Cómo en los viejos tiempos? ¿Haremos pijamada?—alza las cejas y papá ríe por lo dicho.
—Claro—afirma divertido.
—Además, puedo llevarla yo a clases mañana. Tengo el auto de Rob, así que puedo que aprovecharlo—se frota las manos con malicia.
—¿Volvieron?—indaga su hermano.
—Conste que él fue quien rogó por mí—alardea orgullosa.
Ellos siguen conversando y yo tomo asiento en el sofá para coger mi teléfono y ver algunas llamadas perdidas. De Kiara, de Jung, de Thiago y de un número desconocido. Que extraño.
Marco el número y suena varias veces.
—El número que usted marcó, no puede ser localizado.
Dice la voz del teléfono y frunzo el ceño, cortando la llamada. Después me llega un mensaje del mismo número y abro el chat para leer lo que dice.
Desconocido: Ya tienes la verdad de dos, solo te queda uno por descubrir para así avanzar el tercer paso. L. V.
Kya: ¿Quién es?
Envío el texto, pero éste no le llega y suelto mi teléfono pensativa.
Mis parientes siguen poniéndose al día y al llegar el atardecer me pongo de pie para abrazar a mi padre.
—Volveré a casa. Si ella no te cuida bien me llamas y correre hacia el hospital sin pensarlo dos veces—murmuro y él acaricia mi espalda.
—Estaré bien—afirma con una sonrisa.
Miro a mi tía sobre mi hombro y hago una mueca.
—Siento que tú cuidarás más de ella que ella de ti—confieso y papá ríe por mi argumento.
—Tal vez, pero es una buena compañía. Además quiero que tú también descanses—toca mi hombro y asiento, yendo hacia mi tía.
—Por favor, cuídalo bien—exijo en un tono confidencial mientras ella se aplica labial mirándose en un espejo pequeño que sacó de su cartera.
—Estás hablando con la mujer más confiable en este mundo, muñeca—alude acomodando los bordes de su labio.
—Si tú lo dices—alzo las cejas—vendré mañana después de la escuela—voy hacia la puerta—los quiero.
—Y nosotros a ti—se despide mi padre.
—¡No olvides que con el oral no te embarazas, puedes hacerlo libremente!—exclama mi tía antes de que salga y como un tomate, camino por el pasillo en tanto todos me miran como si algo estuviera mal con nosotros.
Voy a casa a pie y decido caminar un poco para despejar mi mente, pero cuando subo la cabeza noto que el cielo estaba oscurecido.
Que no haya tormenta, por favor.
Siento una extraña pesadez en los hombros, son muchas cosas a la vez para mí, a penas tenía suficiente con mis líos amorosos y ahora mi padre sufrió un accidente y mis problemas de preadolescente vuelven a florecer.
Soy muy débil, no tengo porque negarlo. A veces desearía ser como Kiara, a pesar de todo, ella es tan imponente y fuerte sin importar las circunstancias, o como Thiago que siempre está en la cima de todo sin interesarle los demás, o como Jung que le importa una reverenda mierda todo lo que pasa a su alrededor.
La pequeña llovizna empieza a precipitar y toda la gente corre por las avenidas tratando de llegar a sus hogares. Yo hago lo mismo y avanzo por las calles intentando no resbalarme. Llego a mi casa justo a tiempo antes de que la lluvia se volviera más fuerte y un intenso frío se alza en el interior del lugar.
Cooki baja las escaleras con las orejas hacia abajo y lo acaricio con una mueca poniéndome de cuclillas.
—Papá volverá pronto—sonrío un tanto nostálgica y él me lame la cara haciéndome reír.
Se va y me deja con aquella soledad agobiante que hay en nuestro hogar. Si antes era un poco solitario, ahora sin papá lo es el doble.
Un trueno me hace dar un salto y tiemblo en mi puesto, dándome vuelta para asomarme por la ventana. La lluvia hace que todas las calles se vean borrosas y vacías. Mi miedo a las tormentas crece cuando veo un rayo y el terror me ataca obligándome a subir a mi habitación a toda velocidad para esconderme entre las sábanas.
Cooki estaba a mi lado en la cama y con ambas manos me cubría los oídos temerosa mientras apretaba los ojos.
En días de tormentas papá siempre se queda conmigo en mi habitación acompañándome y calmando mi miedo, pero ahora con él en el hospital no tengo a nadie que me pueda distraer.
Cooki roza su nariz en mi pierna y un trueno me hace gritar con horror. La lluvia azotaba mi ventana, los árboles de las aceras se movían de un lado a otro a punto de caerse, los rayos caían contra el pavimento y los truenos eran ensordecedores.
Cierro mis ojos poniéndome en posición fetal, cantando una canción relajante en tanto lágrimas inconscientes descendían.
El temor a las tormentas era inevitable, era mi miedo número uno y después venía la fobia a las alturas, pero ahora está más que superado gracias a Jayden.
Mis manos tiemblan al igual que mis labios y Cooki emite sonidos de llanto mientras que con su pata toca la ventana. Sus garras juegan con el cristal y me mira como si quisiera decirme algo. Después se acerca a mí halando la sábana en la que me ocultaba para llevársela a la ventana.
—Cooki, no es momento para juegos—replico con la voz temblorosa.
Él vuelve a tocar la ventana y su insistencia es tan grande que me obliga a levantarme con sumo cuidado y mucho miedo. Observo a través de ella y mis ojos se abren como platos al reconocer a una figura oscura frente a mi puerta, bajo la lluvia, tocando el timbre empapada.
Salgo de mi cuarto con la sábana en mis hombros y abro la puerta de golpe encontrándome con la silueta mojada de Jayden, viéndome fijamente.
Tenía el cabello pegado a los lados del rostro, llevaba sobre la cabeza la capucha de una sudadera de la NASA puesta y sus mejillas y nariz estaban rojas por el frío.
—¿Jayden?—es lo primero que digo al verlo, pero estoy tan sorprendida que me cuesta hablar—¿Qué demonios haces aquí?—trato de ocultar el rastro de lágrimas por el momento de pánico.
Sus ojos brillantes me observaban con intensidad y con sus manos en los bolsillos, no desconecta su mirada de la mía.
—El día de nuestra cita me dijiste que tu mayor miedo eran las tormentas. Y ahora estás sola, sin tu padre y.... Vine a acompañarte—suelta con un suspiro y lo hago pasar antes de que se moje más.
¿Vino por mí?
Observo las aceras mojadas y frunzo el ceño ahora viéndolo a él.
—¿Por qué rayos no viniste en tu auto?—pregunto al ver que mete una patineta con él y la deja en un rincón.
—Si sacaba el auto tenía que responder al interrogatorio de mis padres de hacia donde iba, en cambio así pasaría desapercibido—sonríe y hago lo mismo, pero aquella expresión se esfuma al oír otro trueno e instintivamente me aferro al brazo de Jayden.
Él detalla mi acto y de inmediato la separo un poco apenada.
—Te traeré algo seco, antes de que te resfries—aludo subiendo las escaleras y traerle ropa del clóset de papá.
Vuelvo a bajar y Cooki tiene las patas sobre el regazo de Jayden en tanto él juega con el perro.
—Te traje esto. Allá hay un baño—concluyo y él asiente yendo a cambiarse.
En cinco minutos sale y yo me siento en el sofá con la cabeza gacha intentando soportar los horrorosos truenos.
Jayden se sienta a mi lado y me observa con sutileza.
—¿Cómo estás? Te he estado llamando durante toda la tarde y no contestaste ninguna de mis llamadas—comenta viendo como Cooki se pone en medio de ambos.
—Mi teléfono se descargó—confieso jugueteando con mi cabello y doy un respingo al ver un rayo cerca de la ventana.
De pronto, se fue la luz y solté un grito que dejó a Jayden aturdido. Abrazo su cuerpo por inercia y él busca su móvil para encender la linterna y ver el exterior desde la ventana.
—No hay electricidad, hay una tormenta ¿¡Qué más quieres de mí universo?!—espeto con dramatismo.
—Vamos a calmarnos—pide mi acompañante.
—Tengo miedo—admito y Cooki me acaricia contribuyendo a mi comentario—tenemos—corrijo.
—No tienen que temer—se levanta.
—No me dejes sola, Jayden—chillo asustada.
Él busca por la sala algo y después se acerca a la fogata para hallar la forma de encenderla y lo logra, haciendo que lo vea sorprendida.
—Ni siquiera papá la sabe encender—confieso yendo hacia él para sentarme a su lado frente al fuego.
Parezco una gallina temblando, oyendo la lluvia y Jayden se frota las manos cerca de la llama.
Jayden se saca los auriculares que tenía alrededor de su cuello y me impresionó ver que no se habían mojado. Grito cerrando mis oídos cuando los relámpagos y la tormenta amenazan con romper las ventanas y oculto mi cara entre mis rodillas volviéndome un ovillo dentro de la sábana.
Jayden se arrastra a mi lado y de pronto, dejo de escuchar la fuerte lluvia para oír la suave melodía de la canción Make it to me, inundando mis oídos. Alzo la cara encontrándome con los ojos de Jayden y él me abraza intentando que olvide mi temor hacia la tormenta y me concentre en la música de Sam Smith.
Empiezo a calmarme al sentirlo a mi lado. La paz llega justo al finalizar la canción y me bajo los auriculares para mirarlo con una extraña sensación en el pecho.
—Gracias.
—No hay de que—su sonrisa me hace sonrojar—¿Por qué le temes tanto a las tormentas?—pregunta con cuidado.
—No lo sé—contesto sin dejar de verlo—es algo que simplemente siento y no puedo evitar. Pero es horrible. ¿Acaso tú no le temes a nada?—curioseo un tanto paranoica.
Él me muestra una mueca divertida y niega con la cabeza.
—A nada.
—Oh vamos, todos tenemos algún miedo—insisto.
—Hablo en serio, no le temo a nada.
—No te creo—acuso con los ojos achicados y él ladea la cabeza viendo el fuego.
—Bueno, hay uno....
—Cuenta, cuenta—insistí como una chiquilla apunto de oír una gran historia.
—Cuando era más pequeño sentía un horroroso pavor hacia las ancianas.
—¿Las ancianas?—arrugo la nariz—eso si es un miedo raro.
—Es que siempre se acercaban a mí y querían tomarme de los mofletes y eso era horrible y desagradable. A penas veía a una, salía corriendo despavorido como un loco.
Carcajeo por la mueca de desagrado que hizo y él ensancha una sonrisa entretenida al notarme más calmada.
—¿Te estás burlando de mis fobias, Wilson?—finge dolor.
—Es que es muy gracioso—me encojo de hombros riendo.
Él hace lo mismo enseñándome sus hoyuelos marcados y contagiándome de paz con su melodiosa risa.
Jayden deja de hacerlo de repente y su mirada azulada me contempla con destellos en los ojos y dejo de reír al notar que se ha quedado viéndome sin prejuicios.
—¿Pasa algo?—pregunto extrañada.
—¿Por qué no te gusta estar sola?
Su interrogariva me hace ladear la cabeza.
—¿Por qué me estás preguntando eso ahora?—suelto con cierto nerviosismo en mi voz.
—Solo responde.
—No lo sé...—suspiro profundamente—cuando estoy sola muchas cosas abarcan mi mente y.... No me gustan que esos pensamientos me invadan, entre otras cosas—musito observando la fogata.
—Ya veo—asiente con la cabeza.
—¿Qué cosa?
—No te gusta estar sola porque tienes miedo de ti misma.
En ese momento todo se enciende y ambos levantamos la cara para ver cómo la electricidad había vuelto.
La tormenta afuera aún no cesaba y ya era casi la media noche.
Me pongo de pie en silencio y señalo las escaleras de arriba con las mejillas sonrojadas.
—Puedes dormir en mi habitación—murmuro y él alza una ceja con diversión.
—¿Juntos?
—¿Qué? ¡No!—espeto con el calor subiendo cada vez más a mi rostro.
—Le estás quitando la diversión a esta situación—mofa y ruedo los ojos sonriendo.
—Yo dormiré en el sofá.
Él frunce el ceño.
—Yo puedo hacerlo, no me voy a expropiar de tu habitación cuando he venido como un intruso a tu casa—alude y me hace reír al verlo acostarse en el mueble en tanto Cooki se recuesta sobre su abdomen—creo que se quiere quedar conmigo—dice siendo aplastado por el grandote y una risilla se me escapa.
—No es así con todo el mundo—admito y me mira orgulloso—debe quererte mucho.
—Entonces él y su dueña tienen algo en común—sonríe y hago lo mismo con los pómulos rosados.
—Que descanses, Jayden.
—Igualmente, Kya.
Subo las escaleras rápidamente, pero antes de llegar al piso de arriba su profunda voz me detiene.
—Si temes otra vez, estaré aquí abajo esperando para acompañarte y protegerte.
—Jayden....
—¿Sí?
—Creo que tienes razón, Cooki y yo si tenemos algo en común.
Puedo ver su sonrisa desde acá y entro a mi habitación sintiéndome más calmada con la presencia de la persona que está abajo y me olvido por completo de la tormenta que perfora la tierra sin parar.
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