.XXXIV

–Empecemos por la estructura –indicó Helena yendo a una zona de escombros para elegir unos pedazos adecuados de ladrillos y baldosas–. Redención la componen dos edificios: el anillo de los guardias –enumeró mientras trazaba en el suelo un círculo con los fragmentos– y la torre de los presos –añadió junto con un montoncito en el centro–. El anillo tiene tres pisos –continuó echando pedazos de ladrillo, formando capas precisas mantenidas por su poder–. Mientras que la torre sólo asoma dos pisos por encima de la superficie –unos trozos más al centro–, la mayor parte está por debajo. Si os cuento esto es porque quiero que tengáis en cuenta que, desde fuera, no se ven ni los muros que confinan a los presos. Eso es un dato importante en Redención.

Las miradas de todos estaban pendientes de cómo la maqueta de escombros se había elevado en el aire, perfectamente cohesionada, y estaba creciendo hacia abajo por la parte central.

–La columna dorsal de la cárcel es el Coliseo –señaló con tono didáctico, mientras calculaba a ojo la escala y la profundidad para que la maqueta quedara decente–. Aquí abajo luchan los presos a los que les toque y, alrededor... –se engrosó la columna– están las gradas desde donde el resto, presos y redentores, miran.

–Pues los de arriba no tienen que ver muy bien –supuso Onán.

–Los de arriba están catatónicos –intervino Kielan.

–¿Cómo, tienen una sección para presos catatónicos? –preguntó César–. ¿Pero presos que ya entraron así o...?

–Oh, no –respondió el Doctor con una buena ración de humor negro–. Redención es muy dura, es normal no soportar la estancia e ir cayendo de piso hasta la A.

–Aunque se diga "caer de piso", en realidad, físicamente, suben –apuntó Helena–. Se empieza en la F y, según se van rompiendo, suben hasta la A, donde están los catatónicos.

–Es horrible –escuchó murmurar a Simone.

–Pues todavía no sabéis nada –advirtió Kielan–. La cuestión es cómo rompen a la gente.

–¿Eso también tengo que explicárselo yo? –preguntó Helena.

–Tú eres la hermana del redentor.

–Eso no me convierte en... experta. Y tú lo sufriste de primera mano.

–Pero no me rompieron.

–Un poco sí, que te volvió más loco.

–Es que si no me hubiera vuelto un poco más loco, ahora estaría majareta –exclamó Kielan como si aquello tuviera todo el sentido del mundo. Y la verdad era que, dejando a un lado la semántica, lo tenía–. Y estamos hablando de la caída hasta la A.

–Mi hermano sólo está en la E.

–Es la segunda parada, algo ya se han roto. E Ilul está en la D, ya tenemos medio camino hecho.

–Ya, pero... me niego a detallar qué hacen.

–Tú limítate a esquematizarlo, eso bastará para espantarlos en la primera sesión.

–Eh, qué puta manía con decir que no lo soportaremos –intervino Eli ofendido.

–Qué ganas tengo de traumatizarte y que dejes de decir esas cosas –le contestó Kielan con demencial alegría, haciendo que el chaval recelara.

–¿Quieres traumatizarlo y romperlo para que deje de ser tan gallito? –planteó Helena mientras construía pasillos horizontales de la maqueta.

–Sí, ¿por qué no? Eso lo ejemplificará mejor.

–No voy a decirte nada porque sé que Redención te ha dejado tocado –le respondió ella negando para sí misma.

–¿Ahora qué pasa? –se extrañó Kielan.

–Que aquí fuera no puedes ir traumatizando alegremente a la gente –le reprochó Helena.

–Mejor alegremente que con mala saña, ¿no?

Helena suspiró resignada.

–Eh, ¿por qué no vais al grano de una puta vez? –sugirió Eli.

–Estoy haciendo las zonas importantes, ¿vale? –le replicó ella algo molesta–. Y deja de meter tanto taco en cada frase, ¿no?

–No me da la puta gana.

Helena entornó los ojos, notando cómo Purga daba señales de vida después de la descarga con Tifa.

–Acércate –indicó con suavidad.

–¿Qué, vas a arañarme otra vez? –preguntó receloso, sin moverse de la silla junto a la azucarada mesa.

–Si quisiera hacerlo, podría desde esta distancia. Acércate, quiero que veas la maqueta más de cerca –dijo con mayor suavidad.

Eli se levantó de la silla con una fingida desgana que tenía el objetivo de tapar su inquietud.

–Los presos comienzan aquí, en la F –señaló el segundo piso empezando por abajo–. Los dejan inconscientes antes de entrar en Redención para que no sepan el camino que hacen –levantó el brazo y recorrió el camino desde el anillo de los guardias hasta el pasillo de los presos de la F–. Es importante la sensación de que se está apartado del mundo y que aquello es el Infierno donde pasarás toda la eternidad sufriendo –explicó con voz desafectada–. Despiertan en una de las celdas, de las que ya sólo saldrán para ir al Coliseo, ya sea para luchar en la arena o para mirar desde las gradas; para ir a la sala de interrogatorios, que no es más que un asqueroso eufemismo de "torturas"; o a una habitación aparte porque la Alcaidesa quiera hablar personalmente con ellos. De esos sitios, si las cosas han ido bien, regresarán a su celda; si han ido mal, pasarán a la Enfermería –señaló una estancia formada por fragmentos en el nivel D–; si han ido muy mal, el destino será la Cámara de la Agonía –apuñaló con el dedo el final del pasillo de los presos de la F–; y si ha ido tan mal que lo han roto, bajará de piso, en este caso a la E, que es donde está mi hermano. Allí tienen la misma rutina, sólo que con otros redentores y otra Cámara. Cuando ya se estaban acostumbrando a las manías, los vicios y los odios de unos torturadores, van y se encuentran con otros distintos. Dicen que es lo peor de bajar de piso –terminó echando un vistazo a Kielan.

–Eso dicen –corroboró él, recordándole que no lo había pasado mal en la E, lo que era un alivio teniendo en cuenta que Álvaro estaba allí–. Eso y la pérdida de dignidad que tenemos... tenía... hay en la F.

–Me estáis hablando de presos, pero a mí lo que me importa es mi hermano.

–Te estaba contando esto para que te hagas una idea del ambiente y de la personalidad de la mala perra que lo dirige todo.

–Ya, pero lo que a mí me interesa es...

–Cómo le va a tu hermano, lo sé. Pero debería interesarte también cómo de mala es su jefa. Sobre todo si se encapricha de él –comentó Helena como si nada mientras retocaba los pasillos, sabía que algunos bajaban, subían, se torcían, ensanchaban o estrechaban.

–¿Encapricharse? –repitió Eli con cautela.

–Sí, a la Alcaidesa le van jovencitos, como tu hermano.

–¿Y qué...?

–¿Quieres que te diga lo que le hace? –planteó ella mirándolo un momento, antes de ponerse a extender los pasillos de la G–. No lo sé, porque Álvaro no lo sabe, pero es obvio que le va el sadomaso. Ilul aparece a veces un poco... desmejorado.

–Joder, puta zorra.

–Y lleva así desde que empezó, casi tres años ya. Supongo que no le apetecía contártelo. Si tuviera que contártelo todo...

–Ah, ¿pero que hay más?

Purga soltó una risita a través de sus labios, que Helena se apresuró a acallar.

–Pasan muchas cosas allí –respondió esforzándose por permanecer seria y hundir a Purga bien al fondo–. ¿Estás seguro de que quieres que siga?

Eli asintió pese a que su cara tuviera cada vez peor aspecto. La conciencia Helena hubiera preferido no continuar, pero si lo dejaba, el chaval volvería a ponerse gallito soltando tacos a diestro y siniestro.

–A la Alcaidesa no le gustan los nenazas, así que Ilul tiene que ser duro y malo para no recibir más, al igual que muchos presos. Por eso se ha volcado en la Cámara de la D, perfeccionado su funcionamiento para que sea algo retorcido de lo que la mala perra esté orgullosa. Antes de que llegara tu hermano, esa Cámara se limitaba a proporcionar muy poco oxígeno al preso, para que cayera en la inconsciencia y tuviera alucinaciones.

–¿Nada más? –preguntó César.

–Nada más, a partir de ahí corría a cargo de la traumatizada y vejada mente del preso. Por lo que sé, tenían visiones espantosas. Aunque también hubo quien salió con una visión iluminadora que hizo que regresara a la E. Por eso tu hermano vio un filón donde poder trabajar.

–Menudo cabrón tu hermano –soltó Onán.

–¡Eh! No te metas con el gilipollas de mi hermano.

–En Redención, muchas veces hay que hacer cosas terribles para sobrevivir. Y, otras veces, te hacen cosas terribles personas que también quieren sobrevivir. O que simplemente son unos sádicos –medió Helena–. Volviendo al tema de la Cámara, tu hermano encontró unos experimentos anteriores de estimular las neuronas o algo así, y se ha volcado en ello. Porque, si está trabajando a destajo para que Redención supere al Infierno, la mala perra no podrá reprocharle nada.

–Ah... ¿Ves? –Eli se volvió hacia Onán.

–Ahora, según me ha contado mi hermano, puede controlar las visiones para conseguir que siempre sean pesadillas espantosas –Helena se quedó mirando su maqueta flotante–. Aquí está la Cámara de la D –señaló el final de otro pasillo.

–Supongo que eso es bueno... para él. Hay más, ¿verdad? –tanteó Eli.

–Sí, hay más, y que conste que te estoy contando lo más sonado. A saber cómo lo lleva por dentro.

Eli hizo una fugaz mueca de dolor, como si tuviera una indigestión.

–¿Qué más? –preguntó a media voz.

–Cuando tu hermano todavía era novato, ocurrió la fuga de Klakla.

–¿Fuga, es que ha habido más fugas? –exclamó Walter.

–Klakla no llegó a salir de la cárcel –respondió Kielan–. Se pasó un día dando vueltas, disfrazándose de redentora, inundando el Coliseo, domando a un licántropo, sobreviviendo a disparos en el pecho, intoxicando media cárcel con el gas de la Cámara de la F... En definitiva, volviéndolos locos a todos. Fue uno de los mejores días de mi vida allí.

–Hostia con esa Klakla –exclamó Onán.

–¿Por qué no os soltó a los demás? –planteó César.

–Porque hubiéramos intentado escapar –respondió Kielan con un tono de voz que indicaba lo obvio que era.

El pandillero de imponente nariz boqueó tratando de encontrar las palabras para responder que precisamente a ello se refería, pero su jefe se le adelantó.

–¿Qué le pasó a Ilul en esa fuga?

–Bueno... Álvaro no estaba presente. En ese momento estaba encerrado en una celda junto a Lázaro... Kielan, tú estuviste presente.

–¿Estás segura de que quieres que se lo cuente yo? Estuve presente como preso, mi punto de vista será un poco cruel para el hermano de un redentor.

–No eres un sádico, así que estará bien. Además, no se va a traumatizar, ¿verdad?

–Claro que no, soltadlo de una puta vez: ¿qué le hizo esa Klakla al idiota de Ilul? –interrogó volviéndose hacia Kielan.

–De acuerdo –aceptó Kielan, sentándose en el reposabrazos de uno de las butacas–. Primero te hablaré de Riss.

–Ese nombre me resulta familiar –intervino Neil mientras hacía dibujos con el azúcar derramado en la mesa.

–Sí, a mí también –coincidió Simone.

–Vaya, ¿él sí? Qué curioso –consideró el doctor.

–¿Es algún tipo chungo famoso? –preguntó Eli.

–No, qué va. El más famoso es Chris, Bufo, pero a estas alturas ya se están olvidando de él.

–Esperad, ¿conocéis a un policía llamado Adrián Abad? –preguntó Helena, era la única conexión plausible que se le ocurría.

–Ah, sí, apareció un día por aquí –recordó César–. Es un amigo de la Silva con la que está V.

–Dijo que ninguno de nosotros le impresionábamos, ni siquiera V, porque había conocido a un tal Riss –añadió Onán con cierto desdén.

–¿Le preguntasteis quién era? –quiso saber Kielan.

–Sí, y dijo que era el tipo más loco que había conocido nunca –respondió Simone.

–A excepción del hombre que lo inspiró a ingresar como agente de la ley –apuntó Neil.

–Pero ése no daba la sensación de ser tan sádico –replicó la joven.

–Cierto es –aceptó regresando a sus dibujos.

Y, hablando de dibujos, aunque parecía que Walter les prestaba atención, se dedicaba a mover el lápiz sobre su libreta, sentando junto al loco alucinógeno. Helena se preguntó a qué se estaría dedicando.

–Riss fue redentor hasta hace casi dos décadas –empezó a explicar Kielan–. Y era amante de otra redentora. Los dos muy sádicos y cabrones.

–Los Violet y Dieter de aquella época –intervino Helena.

–Sí, algo así. Cuando el antiguo Alcaide, el actual General Alfa de FOBOS, se retiró del cargo, ella se hizo con el poder. Parece que a Riss no le gustaba trabajar bajo las órdenes de su amante, de modo que no renovó el contrato e ingresó en la Policía.

–Y fue compañero de ese Adrián –aportó Simone.

–Eso es. Pero, aunque Riss actuaba de una forma que él consideraba muy blanda, empezaron a llover quejas por sus métodos y modales. Helena, cuando puedas, pregúntale a Adrián a ver qué aprendió en ese tiempo.

–De acuerdo –asintió, era algo por lo que ella también sentida curiosidad.

–¿Y me estáis contando todo esto para...? –empezó Eli.

–Para que lo comprendas mejor –contestó Kielan–. Como decía, recibieron un montón de quejas, tantas que no se limitaron a despedirlo, sino que pidieron algún tipo de responsabilidad a Redención. Y la Alcaidesa respondió que, visto lo visto, parecía que el único lugar para él era la cárcel. Riss creyó que le devolvería su puesto, pero lo que hizo fue darle una celda en la F. Ya estaba allí cuando yo llegué.

–¡Pero qué zorra! –exclamó Onán.

–Hostia, a eso se le llama joder a un ex –añadió César.

–Joder –se limitó a decir Eli, para añadir un elocuente–: Joder con la tía.

–Cuánta saña –corroboró Walter.

–Mala mujer ésa de la que habláis –opinó Neil.

Y Simone agarró con fuerza el cuchillo.

–Os cuento esto para que os hagáis una idea de que, si Riss ya era un cabronazo que, conteniéndose, espantaba a la gente; después de más de una década como preso en Redención, está totalmente grillado. Si antes era sólo sádico, ahora lo es más y más retorcido, y, además, masoquista. Para él, el dolor es un juego y un alimento. Y si no tiene su ración de sufrimiento ajeno, se pone realmente insoportable.

–¿Y ese puto loco le hizo algo al capullo de mi hermano? –preguntó Eli con cara de temerse lo peor, lo peor que era capaz de temer.

–No, Riss estuvo metido en su celda todo el rato. Pero, como ese día no había habido tortura para nadie de la F, estaba poniéndose insoportable.

–¿Le gusta que os torturen? –exclamó Simone atónita.

–Ya he dicho que es un sádico retorcido. Puede ser tu amigo y disfrutar con tu sufrimiento, es como una droga para él. Y, creedme, entre ser su amigo o su enemigo hay una diferencia abismal con lo que podría hacerte. Con lo primero y mis cuidados, te recuperarías relativamente pronto; pero con lo segundo, incluso con mis cuidados tendrías una dolorosa mutilación de por vida.

Simone aguantó estoica, pese al tic en el labio superior que transparentaba sus náuseas.

–Vale, ya nos ha quedado claro cómo es ese cabrón –intervino Eli controlando también su temor–, pero si no le hizo nada a Ilul...

–Ahora quiero hablarte de otra cosa –continuó Kielan–: de la Cámara de la F.

–Ugh –soltó Helena sin pensar.

–Y eso que tu hermano no lo experimentó.

–Ni él ni Lázaro. Pero por los pelos.

–Cierto –concedió antes de volverse hacia los pandilleros, especialmente hacia Eli–. La Cámara de la F es un cubo de unos ocho metros cúbicos, de cemento macizo, con cadenas ancladas al techo y las paredes, y pequeñas aperturas para que entre el gas –empezó a explicar sin mostrar ninguna emoción–. Al preso se le rodean los antebrazos y las piernas con gruesos grilletes de acero, que al cerrarse tienen la perversa añadidura de atravesar la carne con tres agujas –dijo mientras se arremangaba para dejar a la vista tres puntos rosados y algo deprimidos que tenía en cada uno de los lados de los antebrazos.

–Joder, ¿te hicieron eso? –preguntó César acercándose a mirar.

–Sé de lo que hablo –contestó levantándose las perneras del pantalón para mostrar las otras cicatrices de los grilletes–. Pero eso no es nada comparado con lo que viene después. Te cuelgan bocabajo y duele por las agujas, pero sigue sin ser nada. Cierran la puerta herméticamente, sueltan el gas y ahí sí que empieza el Infierno. Al estar bocabajo, no tienen que llenar la Cámara más allá del pecho y, además, la sangre baja a la cabeza, manteniendo la consciencia mucho más tiempo.

Helena observó a los críos, pendientes de Kielan, atrapados por el morbo y el horror, mientras que él clavaba la mirada en ninguna parte.

–El gas afecta al respirarlo y duele como mil demonios. Es como si... te arrancaran la piel a tiras, echaran ácido en la carne, clavaran agujas al rojo hasta la médula, desgarraran los músculos, astillaran los huesos... Intentas no respirar, pero no puedes aguantar el aliento; respiras y los pulmones abrasan y se ulceran, las tripas se retuercen, se separan y estrujan. El cerebro se derrite entre alfileres que bailan en los ojos. Gritas y gritas sin parar... aunque sientas que las cuerdas vocales te han estallado.

Kielan hizo una pausa, con la mirada fija en la nada y un ligero temblor en un párpado. Los pandilleros se habían quedado boquiabiertos.

–¿T–Todo a la vez? –preguntó Onán, lívido como los demás.

–Es la única forma que se me ocurre para explicarlo –respondió Kielan volviendo en sí y desarremangándose.

–¿Te encuentras bien? –quiso saber Helena.

–Sí, es sólo que... es uno de mis peores recuerdos de allí –se frotó la frente, reponiéndose–. Y eso que sólo me castigaron una vez.

–¿Qué tienes que hacer para que te castiguen con eso? –preguntó Eli acongojado.

–Soportar las tortura cotidianas y chulearte por ello. O hacer algo tan bueno que no le guste a la Alcaidesa.

–¿Qué quieres decir? –interrogó Simone.

–Que a mí me mandó allí por no querer darle los resultados de mis experimentos. Me ofreció un laboratorio con el que entretenerme, a cambio de darle las drogas y técnicas que descubriera. Me negué y me mandó a la Cámara –suspiró–. Como comprenderéis, cuando salí, acepté el trato.

–Joder... –murmuró Eli.

–La mayoría de los presos que van a la Cámara es porque la Alcaidesa les exige algo que excede sus límites o principios y se niegan.

–Como por ejemplo... –empezó Onán para darle pie.

–Creo que Chris es un buen ejemplo.

Helena tuvo que ir a sentarse cuando recordó lo que le había contado Álvaro a Selene. La maqueta de Redención se desmoronó. Kielan le lanzó un breve vistazo antes de seguir hablando.

–Chris era un violador en serie, ¿o quizás debería decir que lo es? No sé, ahora lo hace contra su voluntad la mayoría de las veces –meditó, ajeno a los distintos grados de espanto mostrados por los chavales.

–¿A alguien que mata contra su voluntad se lo considera asesino? –planteó Helena.

–Ah, cierto. Pues eso, que Chris es un violador –retomó con naturalidad–. Pero antes de llegar a Redención tenía unas normas: nada de menores y siempre drogarlas con la dosis justa para que no pudieran verlo ni recordar nada, y no opusieran resistencia y así no hacerles daño.

–¿Cómo que no hacerles daño? –interrumpió Simone con dureza.

–Cómo me recuerdas a Diana –le dijo Kielan sonriendo melancólico un instante–. Digo que no hacerles daño porque no las pegaba ni ataba, no había forcejeos, amenazas ni asfixias. Sin golpes, sin desgarros, cosas que suelen ocurrir en estos casos. Quizás al despertar y ser conscientes de lo que había pasado, se traumatizaran –se encogió de hombros–. Pero eso fue antes de ir a Redención.

–¿Allí dentro de volvió peor? –preguntó Onán.

–A la Alcaidesa le pareció interesante que Chris terminara así las peleas contra mujeres en el Coliseo cuando él las ganara. Pero quería que las presas sufrieran, forcejearan y quedaran bien humilladas delante de toda la cárcel. A eso Chris se negó y la mala perra lo mandó a la Cámara de la Agonía. Y la segunda vez fue por las niñas.

–¿Niñas? –repitió César tragando saliva.

–Han llegado a Redención varios niños, bueno, adolescentes a partir de los catorce años, y algunos han sido chicas. Chris volvió a la Cámara a pesar de que sabía que se rendiría por no sufrir más, pero me dijo que fue para no sentir que era un cobarde –terminó con una mueca triste.

–Esto... ¿y estás contando lo de esa Cámara porque mi hermano...? –encarriló Eli, aunque se veía que no estaba seguro de si quería escuchar la respuesta.

–Voy. Regresemos a la escapada de Klakla. Los redentores ya estaban agotados y desperdigados, el hermano de Helena incluso estaba encerrado junto a otro redentor licántropo por orden de la Alcaidesa, cuando Klakla regresó a nuestro piso batiéndose en un duelo de esgrima con uno de la A. Pasaron de largo, hacia la Cámara. Nosotros acabamos coreando "Redentores a la Cámara" –dijo con una mueca traviesa–, pero ella no metió a Hervé allí, sino que rompió la puerta y liberó el gas, que empezó a inundar la F. Hervé huyó y Klakla se quedó con nosotros, bueno, con Chris, porque ella no siente dolor. Nosotros tuvimos la suerte de tener celdas herméticas, si no, hubiera sido horrible. Pero Riss necesitaba su dosis de sufrimiento ajeno, así que Chris le pidió a Klakla que trajera a un redentor que no le cayera bien.

–Oh... –murmuró Eli al olerse a dónde iba a parar la historia.

–Klakla trajo a tu hermano a rastras y lo sumergió en el gas, más pesado del aire, para deleite de Riss.

–Joder...

–Y gritó y gritó. Y cuando parecía que se habría desmayado, volvía a gritar.

–Ya vale –interrumpió Helena al ver cómo se le descomponía la cara al chaval.

–Bueno, acabo de explicar cómo duele para que se haga una idea –se justificó Kielan encogiéndose de hombros.

–¿Estás bien? –se interesó ella, acudiendo a ofrecerle apoyo a Eli, se lo veía un poco inestable.

–Sí... Sí, claro. Estoy bien. Si... se lo merece, por capullo –afirmó luchando por recuperar la seguridad.

–Ah, ¿sí? –se sorprendió Kielan.

–Que no hubiera ido allí –contestó carraspeando.

–Ya... Mejor lo dejamos así por hoy –opinó Helena.

–¿Por hoy? –repitió Eli levantando la cabeza–. ¿Es que hay más?

Kielan soltó una carcajada en la que tintineó Vesania en la lejanía.

–¿Te crees que Redención es un lugar donde ocurren cosas de vez en cuando? Es curioso, pero están ocurriéndole cosas a todo el mundo todo el rato. Y somos muy cotillas. Creo que es para no aburrirnos.

–¿Qué más? –exigió saber Eli, ofendido.

–Oh, bueno, estoy seguro de que a tu hermano no le gustaría que te contara lo que tengo en mente, pero la verdad es que fastidiar a los redentores es una de mis aficiones adquiridas allí –dijo con una sonrisilla maliciosa.

–No, Kielan, eso no. No vas a fastidiar a Ilul, estás hablando con Eli.

–Tranquila, que no estoy teniendo una alucinación –prometió Kielan, aunque sus ojos chispeaban con una demencia oculta al fondo–. Pero si el chico quiere saber...

–No...

–Quiero saber –insistió Eli.

–En realidad no quieres –le aseguró Helena.

–No me digas lo que quiero o no quiero, hostias –le contestó de malos modos.

–Bien, para esto tengo que hablarte de un compañero de piso de tu hermano –continuó el prófugo.

–No, Kielan –Helena se acercó rápidamente a él con intención de taparle la boca si hiciera falta, pero acabó retenida y con una jeringuilla amenazando su cuello–. Vamos, Kielan...

–Joder, es rápido –murmuró Onán y, de reojo, Helena vio que César asentía.

–¿Qué diferencia hay con lo de la Alcaidesa? –preguntó el prófugo suavemente, con un rumor de Vesania en las pupilas.

–Pues que es mucho peor –exclamó Helena procurando no mover demasiado la mandíbula.

–No lo veo igual.

–Porque a ti te fuera bien...

–La Alcaidesa añade tortura psicológica.

–Ya, pero...

–Y si Eli quiere saber, lo sabrá. Y, aunque después se arrepienta, sabrá que fue porque quiso. ¿Tú no querrías saberlo?

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