.XXXIII

V soltó una carcajada y se paseó por el salón.

–No lo entiendes, Tifa. Esta mosquita muerta –señaló a Helena– guarda mucho en su interior. ¿Verdad que sí, chicos? –se apoyó en el hombro de Eli.

–Si tú lo dices... –contestó él.

–Ey, ya no parece que te hayan despellejado, tío –observó con ligereza, como si acabara de verlo–. Bueno, loca bipolar, podría invitarte a cenar.

–No, no podrías. Y no soy bipolar. Kielan, si has terminado, ¿podemos irnos?

–Sí has terminado tú...

–Yo he terminado hace rato –se apresuró a responder.

–No, no, no, no te vayas todavía –dijo V interponiéndose en su camino–. Charlemos.

–No tengo nada que charlar contigo –le soltó glacial.

–Vamos, Doble S quiere que seamos amigos.

–¿Lo querría también si supiera cómo eres?

–¿Es una amenaza?

–Es una pregunta.

–Ella no lo sabe, cómo quieres que sepa lo que querría.

–Yo sí lo sé.

–Y yo sé que te gustan los chicos malos –dijo con una sonrisa torva.

–Tú no sabes nada de mí –respondió Helena alzando un poco la voz y algo, en alguna parte, crujió.

–V, déjala, no la estreses –advirtió Kielan.

–Sigo sin ver qué ves en esta amargada –comentó Tifa despectiva apropiándose de una butaca.

–Nada, no ve nada –respondió Helena.

–Sí que veo, y más que voy a ver.

–V, que no me interesas.

–Pero si no me has dado ni una oportunidad –intentó ponerle una mano en el brazo y ella retrocedió como si estuviera maldito. Los susurros de su cabeza ascendieron de nivel. Tenía que dejárselo bien claro.

–V, que te la estás buscando –insistió Kielan.

–Uy, V, que el presidiario se te quiere adelantar –se mofó Tifa.

Helena abrió la boca, dispuesta a responder, pero prefirió guardarse aquello.

–Kielan, vámonos –rogó–. Ya no lo soporto más.

Ya no lo soporto más –repitió Tifa con tonillo patético y la parte de Purga quiso estamparla contra el suelo.

Helena esquivó a V y se dirigió a paso vivo hacia la salida, su cabeza era un manicomio en ese momento y no quería dar un espectáculo lamentable.

–No tan rápido –esta vez quien se interpuso fue Tifa–. Muéstranos un poco más de respeto, ¿no?

–¿Y eso por qué? –le espetó. La parte de Purga repetía sin cesar "Reducir y someter. Reducir y someter".

–Aunque sea por las cosas que podríamos hacerte –respondió la rubia de bote acercándose con paso amenazador y chulesco–. Vieja.

Helena no se movió del sitio, no pensaba retroceder ante una pre... una tipeja como aquella.

–¿Y qué podrías hacerme... zorra? –le contestó a un palmo de su cara.

Tifa sonrió como una maníaca y le soltó un rápido y fuerte tortazo que la hizo tambalearse hacia atrás. Helena se llevó una mano a la mejilla y se encontró sangre, las uñas postizas de la amiga de V eran tan afiladas como las de la de la mano demoniaca de su hermano.

–Y eso es sólo el principio –advirtió Tifa con sadismo.

Helena se quedó mirando la sangre, mientras notaba más resbalándole por la mejilla. Dolía. Aquello terminó de cuajar su demonio interno.

–¿Qué, te has quedado muda, zo-rra?

Un corte apareció en la mejilla de Tifa. Helena seguía sin levantar la mirada de la mancha de sangre.

–Sí, ya me ha contado V que te dedicas a... hacer rasguños –comentó desdeñosa, pero no había terminado de mostrar su desprecio cuando ya le habían aparecido otros dos–. Deja mi cara –otra línea roja en la barbilla–. Tú te lo has buscado.

Tifa se lanzó a por ella y Helena le pateó la rodilla. Sonó un chasquido y la rubia de bote se cayó al suelo.

–¡Te voy a matar! –bramó apañándoselas para ponerse en pie rápidamente.

Helena retrocedió paso a paso, recogiendo la sangre de su mejilla con una mano para trazar un sello en la palma de la otra.

–¡Zorra, te voy a sacar las tripas y...!

Tifa se le echó encima, queriendo clavarle las afiladas uñas postizas en el cuello, pero no llegó a hacerlo porque la mano del sello dibujado con sangre de Helena hizo que se convulsionara. No la separó y continuó electrocutándola hasta que la tiró al suelo de cara y se le subió en la espalda controlándole los brazos. Le dibujó dos pequeños sellos de pegado en las muñecas con su propia sangre y así pudo pasar a agarrarla del pelo con fuerza.

Estuvo unos segundos en silencio, escuchando los jadeos medio idos de Tifa, que no se quejaba.

–Y esto sólo acaba de empezar –la parafraseó con un susurro desapasionado–. No me espera nadie en casa y estoy segura de que a ti te dejaron de esperar hacer mucho tiempo, niñata. Así que tenemos toda la noche para charlar y decidir quién tiene que mostrar respeto a quién.

Se otorgó otros segundos de silencio para escucharla jadear, ya más en este mundo, aunque seguía sin quejarse.

–Kielan, ¿estás bien? –oyó preguntar a Simone–. Te has quedado blanco.

Tifa empezó a reírse como una desquiciada y Helena la agarró más fuerte pese a saber que los presos como ella no se rendían con algo como eso.

–V tiene razón, en el fondo estás chalada –continuó carcajeándose entre dientes pese a estar estampada contra el suelo.

Helena inspiró hondo y aflojó el puño que sujetaba los mechones rubios. Lentamente, se separó de ella y la incorporó manteniéndole las muñecas pegadas.

–Kielan, mira a ver si la he roto –dijo pasándosela como un fardo.

–Un poco sí que cojea –observó él haciéndose cargo–. Buen golpe.

Helena suspiró, se sentía agotada. Y descargada. Y tenía hambre. Se abrió paso entre los pandilleros para ir a la mesa de Walter a coger una de sus ensaimadas.

–¡Eh, que es mía! –se quejó el chico intentando impedirlo, por lo que se llevó un chispazo de pasada con la mano del sello de sangre–. ¡Au! ¿Por qué tanto odio? –gimoteó.

Ella se dejó caer en una silla y le dio un mordisco a la ensaimada antes de fijarse en la gente que estaba en el salón.

–¿Qué? –preguntó con la boca llena.

–Visto desde el otro lado, es la hostia –exclamó Eli encantado.

–¿Qué opinas, Tifa? –preguntó V con suficiencia.

–No está mal –respondió ella, todavía maniatada, mientras Kielan le examinaba la rodilla–. Te doy mi aprobación.

–Como si necesitara tu aprobación –dijo desdeñoso–. Bueno, Helena, si tienes hambre...

–No –cortó ella y dio otro mordisco a la ensaimada.

–No sabes lo que te iba a proponer.

–No aceptaré nada de lo que propongas –contestó masticando.

–Vamos, no seas sosa, por lo que sé, estás muy necesitada.

–No paso hambre.

–No me refiero a eso –se acercó con aire acechante.

–Tampoco paso ese tipo de hambre.

–Llevas meses sola.

–Estoy bien, gracias –hizo desaparecer lo que le quedaba de ensaimada, y su mirada se desvió a Kielan un segundo.

–Prueba conmigo una vez y ya veremos si es verdad –insistió V.

–Me estás empezando a aburrir.

–Oh, oh, V, creo que al final sí que se te han adelantado –intervino Tifa con tonillo burlón.

–¿De qué hablas? –le espetó él–. ¿Y cuándo te vas a soltar los brazos?

–Hablo de que el presidiario sí que se te ha adelantado.

V la miró con escepticismo, pero terminó frunciendo el ceño, volviéndose hacia Helena, después hacia Kielan con cara de alucinado y de vuelta a Helena con una sonrisilla atónita.

–¡No puede ser! –exclamó–. ¿En serio?

–No sé de qué me hablas –respondió Helena con sequedad, aunque más bien no sabía si quería que se supiera.

–¡Te la has follado! –gritó mirando a Kielan, que estaba la mar de entretenido preparando la inyección para la rodilla de Tifa–. Tienes que contarme cómo has conseguido secuestrar a una tía un día y follártela al día siguiente sin que trate de llamar a la poli –añadió admirado.

Helena cerró los ojos e inspiró hondo. Era horrible que aquellos dos tuvieran que enterarse y, además, proclamarlo delante de los pandilleros. La embargó una vergüenza rabiosa. Aunque, bien pensado, los adolescentes habían dicho ya un par de veces que ellos dos eran novios...

–Nos llevamos bien –respondió Kielan sin emoción en la voz, estaba concentrado en lo suyo–. Puede que esto te duela –le advirtió a Tifa.

–Mola. Tú pincha –respondió con regocijo.

–Así que os lleváis bien, ¿eh? –V fue a apoyarse contra la mesa–. ¿A la hermana del redentor le ponen cachonda los presos?

Helena parpadeó lentamente. Recordó a Álvaro hablándole de los redentores que se ponían de los nervios por las cosas que les decían los presos, especialmente los de la F. "Es patético, los presos están en sus celdas, lo único que pueden hacer es hablar, y esos idiotas pierden los estribos por chorradas. ¿Y las tías que se mueren de vergüenza por lo que les dicen Bufo y Riss?", se burlaba muchos días, pese a que él era de los que perdía los estribos con facilidad.

–Sólo los doctores que son tan habilidosos con las manos –respondió Helena con seriedad y le llegaron un puñado de risitas sorprendidas.

–Mis manos...

–No, tú no le llegas ni a la suela del zapato. Además, él folla como un ex presidiario. No puedes superar eso.

Tifa se carcajeó y V se quedó descolocado. Si uno se adelantaba a las burradas que pudiera decir un preso, le quitaba las pocas armas que le quedaban.

–¿Y qué opinaría tu hermano redentor de que te tires a un preso?

–Lo mismo que cualquier hermano protector.

–No lo sabe –se regocijó V–. Podríamos averiguarlo.

–¿Cómo, vas a decírselo tú? –preguntó Helena desafiante.

–Tal vez. ¿Me desollarás para que no lo haga?

–No tienes forma de decírselo –contestó pragmática.

V abrió la boca sin saber qué decir, hasta que apareció una chispa de suspicacia en su mirada.

–Averiguaré su número –aseguró chulesco.

–Buena suerte.

–Sólo tengo que entrar en tu casa, eso se me da bien –prometió maligno.

–Estoy por dártelo yo sólo para ver cómo alguien del mismo programa que Uriel llama a Redención. En unas pocas semanas podrías decírselo en persona. No sé si me entiendes –le dedicó una sonrisa cargada de significado.

V golpeó la mesa con rabia a pocos centímetros de Helena, que se sobresaltó ligeramente.

–Esta tía es demasiado lista para ti, V –le hizo ver Tifa con diversión.

–Quizás debería limitarme a tontas como tú a las que les gusta que las aten –respondió de mal humor, frustrado.

–Ey, que no me puedo soltar, este hechizo es nuevo para mí –se quejó la rubia de bote.

–Kielan, ya puedes quitárselo –concedió Helena.

–¿Cómo? –quiso saber él.

–Límpiaselos.

–Ah, claro, obvio.

–¿Qué, algo más? –retó Helena a V.

–Esto no va a quedar así.

–Pues mucho cuidado con lo que intentas.

–¿Es una amenaza?

–¿Es una amenaza lo tuyo?

–Tal vez.

–Entonces sí.

–Eso me pone.

–¿Y a mí qué?

–Que ahora que sé que te pone cachonda que te secuestren...

–Tú inténtalo, mi hermano estará encantado de dar una paliza a alguien nuevo; a lo que Kielan y yo dejemos de ti.

V se carcajeó sin, aparentemente, tomárselo en serio.

–Eres una chalada con pintas de mosquita muerta, eso me da mucho morbo. No lo olvides.

–No lo haré –prometió Helena con frialdad.

–Vámonos, Tifa, tengo otra gente a la que ir a joder.

–Sí, porque aquí ya te han jodido a base de bien –se burló ella, libre ya, aunque un poco coja.

–Lo dice a la que una mosquita muerta le ha dado una paliza.

–No seas idiota, me estaba dejando, para ver de lo que es capaz y tal –respondió ella con suficiencia.

–Tú nunca te dejas. Excepto cuando te abres de piernas.

–Pues ahora, por capullo, te quedas sin polvo de consolación porque una vieja chiflada te haya rechazado.

–Como si lo necesitara, tengo un montón de tías esperándome.

–A las que pienso contarles cómo has fracasado patéticamente.

Helena observó macharse a la pareja y, cuando hubieron cerrado la puerta del vestíbulo de otro bandazo, dejó caer la cabeza contra la mesa.

–Uau –exclamó César–. Es la primera vez que veo a alguien que se enfrente a esos dos y salga bien parado.

–Por el momento –añadió Simone lúgubre.

–Ya era hora de que alguien pusiera en su sitio a Tifa –comentó Walter–. Me cae mal –añadió al momento, como si necesitara explicarlo.

Helena se limitó a gruñir. Se sentía vacía, pero en un sentido de descarga y tranquilidad. Lo malo era que lo había obtenido actuando como una maldita loca.

–Helena, ¿estás bien? –se interesó Kielan acercándose.

–Ha salido Purga –se lamentó sin separar la frente de la azucarada mesa.

–Sí, ya lo he visto –contestó poniéndole una mano en el brazo.

–Perdón –rogó compungida.

–¿No te tengo dicho que a mí no me molesta?

–He escuchado que te has puesto blanco –acusó, obsesionada con observar las vetas de madera perladas de pequeños y dulces granos.

–No te preocupes, eso ha sido porque me ha impactado, casi tengo una regresión. Ha sido bastante... realista. Pero no te creas que me has asustado, tengo años de experiencia en que eso no me ocurra a mí –terminó con tono divertido.

Helena gruñó y no quiso levantar la cabeza por el momento.

–Joder, ¿así es cómo lo hacen? –quiso saber Eli.

Ella suspiró largamente.

–No se pierde la calma delante de un preso, podría ser lo último que hicieras –respondió con voz átona–. Hay que reducirlo y someterlo cuanto antes.

–A mí me ha gustado eso de reducir y someter –reconoció Onán con lujuria.

–¿En serio? –gruñó Helena y volvió a suspirar.

–¿Y qué le has hecho para que se sacudiera así? –continuó el jefe de la banda, sentándose junto a ella en otra azucarada silla.

–Nuestros hermanos tienen un aparato para electrocutar a los presos, para desmayarlos, aturdirlos o, simplemente, para joderlos. Yo no tengo de eso, así que –levantó el brazo con la palma hacia él– me he dibujado este sello que concentra mi energía para crear el mismo efecto. No sé ni cómo se me ha ocurrido... –murmuró dejando caer el brazo.

–¿Y lo de los brazos? –continuó César.

–A falta de camisa de fuerza, los sellos de pegado sirven con alguien como Tifa –respondió alzando la cabeza lo justo para poder apoyar el mentón en los antebrazos.

–¿Camisa de fuerza? –se sorprendió Simone.

–Eso era parte de mi uniforme, sí –confirmó Kielan–. Se supone que en Redención estamos chalados, ¿no?

–Vaya, entonces es cierto... –murmuró la joven pelirroja.

–¿Cuál, lo de las camisas de fuerza? –preguntó el Doctor.

–Antes, el uniforme FOBOS de mi padre tenía una camisa de fuerza en vez de chaqueta, hasta que alguien comentó que no le parecía bien tenerle como a un preso de Redención.

–¿Y qué le parecía a tu padre?

–A él le divertían las correas que le colgaban cuando estaba suelto y se podía desatar cuando quisiera –contestó Simone con resignación.

El suspiro de Kielan sonó nostálgico. Helena levantó la cabeza para mirarlo a la cara. La verdad era que no la sorprendía que no le molestara que saliera Purga si él se ponía nostálgico recordando su restrictivo uniforme.

–Pero no ha sido qué has hecho lo que lo ha hecho tan realista –continuó Kielan–, sino cómo lo has hecho y lo que has dicho.

–¿Tan tarada he parecido? –gimió Helena.

–Lo suficiente como para que pudieras entrar mañana a trabajar.

–Mierda –volvió a hundir la cabeza y se la cubrió con las manos–. Lo único que escuchaba en mi mente era "dominar y someter" –rumió.

–¿Sí, no? –dijo Onán con una risita lujuriosa.

–Lo de que teníais toda la noche te ha quedado muy natural –opinó Kielan.

–No hay prisa en el Infierno, Álvaro lo repite mucho –suspiró desesperada–. No hay mucho que hacer, así que se hace a fondo –se rascó el cuero cabelludo–. Además, es verdad que nadie me espera en casa y dudo mucho que a Tifa... ¡Oh, mierda, ¿y si llama Álvaro?! –preguntó al aire irguiéndose de repente–. ¿Cómo se me ha podido olvidar? Soy tan idiota... –se golpeó la frente con la base de la palma.

–Ey, no te tortures. Él no llama siempre a la misma hora, ni siquiera el mismo día.

–No es culpa suya, pierde la noción del tiempo –lo defendió Helena.

–Lo que digo es que no puedes estar esperándolo todo el fin de semana.

–Pero es lo que siempre...

–Pero a partir de ahora tu vida va a cambiar.

–Pero...

–¿Y si vinculas un espejo de mano al de casa para que te desvíe la llamada cuando estés fuera? –propuso César.

–No sé si tengo espejo de mano...

–Maldita sea –exclamó Simone–, ya te dejo yo uno viejo de los míos si hace falta. Pero no te ahogues en un vaso de agua.

–Yo... Vale –accedió recomponiéndose un poco.

–Volviendo al tema –dijo Kielan–. ¿Serías capaz de torturar a Tifa?

–¡¿Qué?! –exclamó Helena–. ¿Tú estás mal de la cabeza? No me respondas, ya sé que sí. ¿Pero va en serio?

–A mí me parece una pregunta legítima.

–Por supuesto que no sería capaz –respondió Helena airada.

–Después de ver cómo se ha sacudido por el sello de tu mano... –dejó caer Walter.

–Eso era para someter –se apresuró a explicar Helena–. Kielan se refiere a... algo asqueroso, cruel y enfermizo.

–Sabemos cómo va lo de las torturas prolongadas –declaró César con aire de suficiencia.

–¿Ah, sí? –se interesó Kielan.

–Hemos oído... y leído... historias –puntualizó el adolescente, algo más inseguro.

–Ajá –respondió el Doctor condescendiente–. ¿Ni siquiera a alguien como Tifa, Helena?

–No –insistió con tono quejumbroso–. Sólo la he sometido para que dejara de atacarme.

–¿Y lo de agarrarla del pelo? ¿Y lo de desollar gente variada? –cuestionó él.

–Eso era porque... No, yo... Si no se hacen las cosas bien, no hay manera de que...

–¿Aprendan? –sugirió Kielan.

–Soy un monstruo –gimió Helena volviendo a derrumbarse–. Maldita Vesania.

–¿Por qué decís "ni siquiera alguien como Tifa"? –preguntó Eli–. Es un poco zorra, vale...

–Y guarra –añadió César al instante.

–¿Sólo un poco? –cuestionó Simone con desdén.

–A mí me gusta ese puntillo de guarra que tiene –comentó Onán.

–¿Puntillo? –se escandalizó la pelirroja.

–Sí, Onán, pero pasa totalmente de ti –se burló César.

–Bah, como si me importara, no es pelirroja –respondió echándole una miradita a Simone, que le gruñó.

Helena puso los ojos en blanco.

–Apostaría a que Tifa es sociópata –soltó como quien no quiere la cosa, captando la atención de los chavales–. Y V es un claro psicópata. Con menuda gente os juntáis, vosotros no estáis tan mal.

–¿Cuál es la diferencia entre una cosa y la otra? –quiso saber Eli.

–Resumiendo y si no me equivoco, Tifa sabe lo que está bien y lo que está mal, y disfruta rompiendo las reglas y fastidiando a los demás.

–Sí, eso es muy ella, le encanta joder al personal –rumió el jefe de la pequeña banda.

–Y V simplemente hace lo que quiere –se encogió de hombros–. Lo de bien y mal no lo ve claro, o no lo ve, o no ve que tenga que afectarle.

–Pero si suele decir que está con una de los Silva para hacer el Bien –le recordó César.

–Y la necesita a ella para saber qué está bien.

–Bueno, pero si lo intenta... –empezó el pandillero de gran tabique nasal.

–¿En serio? –planteó escéptica Helena.

–Vale, no –rectificó.

–Yo tengo una pregunta –anunció Onán y Helena arrugó la nariz al olerse que sus intenciones no eran puras–. ¿Es verdad que tú –se dirigió expresamente a Kielan– la has secuestrado a ella?

–Sí –respondió él sin tapujos.

–Sólo el viernes –resopló Helena.

–Sólo el viernes –corroboró Kielan.

–Ya... ¿Y dejó de ser un secuestro... –empezó a preguntar Onán y Helena pensó "ni se te ocurra decirlo"– cuando echasteis un polvo?

Ella cerró los ojos apretando la mandíbula, el chaval tenía suerte de que hubiera descargado su Vesania con la pareja de peligros para la sociedad.

–¿Lo drogo? –se ofreció Kielan, afable y con la jeringuilla ya preparada.

–No merece la pena –suspiró ella.

–¿Eso es un sí? –insistió Onán.

–Vale, hazlo. Y que no sea agradable –cambió de opinión Helena.

El chaval retrocedió desconfiado.

–Yo tenía pensado ponerle simple... Espera, ¿qué es esto? Ah, sí, bufina.

–Irónico, de un salido para otro –rumió ella.

–A mí no me pongáis mierdas –exigió Onán, no muy convencido–. ¡Eh! –se quejó cuando no pudo retroceder más.

–No deberías molestar a una dama tan respetable como ella –dijo Neil surgiendo del mundo al que se había evadido, muy oportunamente para sujetar a su compañero.

–La verdad es que sí que suena enfermizo –añadió César para apoyarlo.

–Tíos, serán cosas raras de Redención –les advirtió Eli.

Helena se llevó una mano a la cara y suspiró profundamente.

–El viernes, Kielan se presentó en mi casa sin invitación, me quitó mis medicinas y me retuvo hasta que entré en razón. Así que, hasta entonces, sí que fue un secuestro, pero luego dejó de serlo, ¿vale?

–¿Qué medicinas? –preguntó Walter.

–¿Cómo que entrar en razón? –inquirió Eli.

–¿En qué momento de la transición os liasteis? –añadió Onán.

Helena suspiró de nuevo, eran un pozo sin fondo.

–Medicinas, o más bien drogas, que me impedían despellejar gente.

–¿Antes despellejabas gente? –se sorprendió César, algo morboso.

–No, maldita sea, sólo he destrozado un par de habitaciones, fue una... medida preventiva.

–¿De quién? –intervino Simone.

–De mis padres y los médicos –contestó resignada.

Hubo varios bufidos despectivos contra la autoridad.

–Entonces... ¿estás mejor sin esas drogas? –quiso saber Eli.

–Sí, y cuando empecé a comprender eso, dejó de ser un secuestro.

Pilló a Kielan sonriendo orgulloso por su actuación.

–¿Y entonces hubo polvo de reconciliación? –insistió Onán.

–¿Pero eso a ti qué te importa? –masculló Helena.

–Ya sabes, soy un adolescente y tengo las hormonas revolucionadas.

–Pues vete a desrevolucionarlas a otra parte.

–Si yo lo intento... –le echó otra miradita a Simone, que le respondió dejándole bien claro que tenía un cuchillo en las manos.

–¿Y tú de qué te ríes? –le inquirió Helena a Kielan.

–Si unos chavales prácticamente inofensivos te sacan de quicio, no te pases por la F.

–No tengo pensado pasarme nunca por la F, pero, sí, sé las cosas que dicen Riss y Bufo, mi hermano también me las cuenta –suspiró–. Ha sido en lo que estaba pensando cuando V se ha puesto pesado.

–¿Y entonces por qué ahora te pones tan vergonzosa? –planteó Kielan.

–Porque... ¿por qué tienen que saber ellos lo que hagamos y dejemos de hacer?

–¿De cuantos "hagamos" estamos hablando? –preguntó Onán con seriedad académica.

A Kielan se le escapó una risita.

–Tenéis que admitir que... tiene su morbo –intervino Eli–. La hermana de un redentor... un preso fugado...

–A tu hermano no le hará mucha gracia... –supuso Walter.

–Como hermano, querrá hacerme papilla; pero como redentor, querrá dejar lo suficiente de mí como para llevarme de vuelta –aclaró el Doctor con ligereza.

Helena arrugó la nariz, convencida de que así sería. Hizo una mueca de desagrado al imaginarse a Dämon vesánico perdido blandiendo su mano demoniaca.

–Entonces... ¿hubo polvo antes o después de que dejara de ser un secuestro? –insistió Onán.

–Deja de ser tan cerdo o te rajo –amenazó Simone blandiendo el cuchillo.

–Uau, ahora sí que me siento como en casa –exclamó Kielan y los pandilleros lo miraron interrogantes–. Me recordáis un montón a las riñas de Chris y Diana, pero más suaves –les sonrió.

–Pues es verdad –coincidió Helena–. Y si no te importa que Riss se haya convertido en tía...

–Tifa. Sí, a mí también me lo ha recordado cuando me ha dicho que molaba que le fuera a doler el pinchazo.

–Eh, locos –interrumpió Onán–, no sabemos de quién habláis, pero respondedme de una...

–¿No sabéis quiénes son Bufo y Diana Matahombres? –se sorprendió Kielan y los pandilleros negaron con la cabeza.

–Presos de Redención, supongo –dijo César.

–¿Ni siquiera Bufo? –se volvió hacia Simone–. ¿Nunca te han advertido de él en plan el hombre del saco?

–Mi tía me advierte de muchas cosas y paso de ella –respondió la pelirroja con desdén–. Y mi padre es más de advertirme de cosas del otro lado.

–Mi madre sí que me lo decía –intervino Helena con un puntillo de humor negro–. Lo que era irónico teniendo en cuenta que Álvaro lo veía casi a diario –hizo una mueca de desagrado–. Y que salvó a Selene –murmuró lúgubre para sí misma–. En fin, ¿nos vamos?

–No me he olvidado de que no me habéis respondido –advirtió Onán con severidad.

–Mierda –masculló fastidiada–. Pues claro que no ha sido antes de que dejara de ser un secuestro –exclamó a continuación.

–Hubiera tenido su morbo –aportó el adolescente con aire soñador.

–Maldito enfermo...

–Sólo dice lo que otros piensan y no tienen la valentía de soltar en público –aportó Kielan para defenderlo.

–¿Qué vas a decir tú si Bufo es tu mejor amigo? –arremetió Helena.

–Chris es una gran persona.

–Lo que sea.

–Dejó de ser un secuestro y entonces... –instó Onán.

–Y entonces pasamos un fantástico día en el que fue incluido el daros una paliza –contestó con saña.

–Bueno, tampoco fue para tanto –intentó decir Eli con desinterés, pero se encontró con la mirada inquisitiva de Helena.

–¿Fantástico día en el que fue incluido...? –retomó Onán.

–No.

–Bueno, al final sí –intervino Kielan.

–Pero al final. Pasaron un montón de cosas entremedias –se defendió ella.

–Así que después de lo de anoche, hubo tema –continuó Onán satisfecho.

Dos temas desde entonces –remarcó Helena, ya que estaban soltando información.

–Uau, no perdéis el tiempo –opinó fascinado.

–La vida puede ser muy corta y dolorosa como para perderse los buenos momentos –declaró Kielan con solemnidad.

–Sabias palabras. Venga, vámonos, que tenemos que hacer la cena en una casa que está hecha un desastre –dijo Helena levantándose y recuperando su bolso.

–Eh, esperad, todavía no me habéis respondido –saltó Eli.

–¿A qué, es que quieres sabes en que postura lo hacemos? –le soltó sin pensar.

–Yo sí –contestó Onán sin perder comba.

–No me habéis hablado de Redención –recordó el jefe de la pandilla.

–Pero si hemos dicho un montón de cosas –exclamó aburrida.

–Sólo pedazos. Y tampoco me habéis dicho qué le pasa al idiota de Ilul.

–Para que comprendas qué le pasa, tendría que hablarte más del Infierno Gris.

–Pues empieza.

Helena miró desvalida al doctor, que le hizo un gesto para que continuara.

–Si resulta que es la energía de Redención pasando por el espejo es lo que te está afectando, él no debería de infectarse –razonó Kielan.

–Pero... ¿y si es precisamente eso lo que me ayuda a soportarlo? Imagínate a una persona normal a la que su hermano le dice como si nada que acaba de torturar a un tío, que de hecho todavía está manchado con su sangre. ¿Y si es mi parte Purga la que hace que no lo rehuya? –preguntó acongojada.

–Creo que es tu amor hacia él y que haya sido el único vínculo que has tenido durante años lo que hace que no lo rehuyas. Pero quizás esa parte Purga tuya te ayude a comprenderlo.

–Eh, que yo no me voy a traumatizar porque mi estúpido hermano le dé palizas a un jodido preso.

–He dicho torturar –remarcó Helena.

–Lo que sea –añadió Eli con pasotismo.

–Ya lo veremos –murmuró Helena lúgubre y se dispuso a darles una lección sobre el Infierno.

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