.XXVII
Kielan comenzó a bajar los escalones de madera, que crujieron. Helena le siguió los pasos, muy pegada a su brazo derecho. La bolita de luz flotante les reveló poco a poco una amplia estancia decorada como si fuera un salón de estar. Hasta que llegaron al suelo cubierto por viejas pero elegantes alfombras, lo único que se escucharon fueron los crujidos de la escalera, el susurro de las ropas y la respiración acelerada de ella. Entonces, arriba, la puerta se cerró con un golpe que sonó a sentencia.
Helena gritó y hundió la cara en el hombro de Kielan, lo que sabía que era una estupidez y totalmente inútil contra sus atacantes. Pero no lo podía evitar.
–Deja que encienda las velas –pidió Kielan, moviéndose con dificultad por el cepo que ella le hacía, lo que redoblaba la estupidez de su acción.
Helena se había quedado muda y paralizada por el terror, ni siquiera se sentía capaz de reprocharle una vez más que la hubiera llevado a una trampa. Sentía que iban a morir. Y de una forma horrible. Como las que le contaba Álvaro.
–Si esto fuera una jugada de la Alcaidesa, ¿reaccionarías igual? –preguntó él alcanzando un candelabro de un metro de altura, que se encendió con su contacto.
–¿C-Cómo? –balbuceó Helena.
–Ya sé que no lo es, pero tú supón que lo fuera. ¿Qué harías? ¿Lloriquear contra mi brazo para que esa sádica disfrutara?
–P-Pero no...
–¿Crees que pueden ser peores? Se limitan a abrir y cerrar puertas.
–No los retes...
–Quizás eso los haga salir. Hola, ¿vais a dar la cara?
Como respuesta, las velas de llama blanca se apagaron de golpe como si las hubieran soplado con fuerza. Helena se sobresaltó, sonó un desgarro y ella volvió a hundir la cara en el hombro de Kielan. Aunque empezaba a ser consciente de que arañaría con su poder a quien le pusiera la mano encima.
Las velas volvieron a prenderse.
–Sois como críos –regañó Kielan–. Pero seguid jugando con nosotros si queréis.
–No los cabrees –rogó ella.
–Ellos verán si quieren perder más muebles.
–¿Eh?
Separó la cara del brazo de él y siguió su mirada. Los ojos de Helena acabaron posándose sobre una butaca de cuero con un desgarrón que le había sacado parte del relleno. Y, sí, quedaba en su radio de acción.
–¿He sido yo? –preguntó relajándose un poco y Kielan asintió–. Ups.
–¿Ups? –cuestionó su acompañante.
–No me gusta romper cosas, ya lo sabes –se justificó tímida.
–¿Ni siquiera en la guarida de los malvados vampiros que nos van a descuartizar? –propuso él con acidez.
–Bueno, no estoy segura de que...
Kielan soltó una carcajada.
–Estás chalada.
–Es que... –intentó explicarse Helena.
Él avanzó entre las butacas, una de ellas herida de gravedad.
–¿Y ahora qué? Si pretenden matarnos, será de aburrimiento –comentó Kielan empezando a tocar todo lo que entraba en el radio de alcance del brazo que tenía libre.
–O de hambre –aportó Helena.
–Prefiero el plan de desangramiento, odio aburrirme –masculló él tocando otro candelabro, cuyas tres velas se encendieron otorgándoles una porción más de luz.
–Calla, loco –murmuró, con los ojos fijos en una mesa llena de objetos desordenados.
–Más loco me vuelvo si me aburro, créeme.
–Te creo. Oye, ¿eso de allí no son cosas de chatarrero? –señaló con curiosidad.
–Ah, pues sí, son piezas –se acercó interesado, olvidándose por el momento del letal aburrimiento–. Pero no parecen de la típica moto, deben de ser de otros cacharros transfronterizos.
–Algo así me comentó mi...
–¿Y eso es un tocadiscos? –Kielan se la llevó a otra mesa, dispuesto a examinarlo.
En cuanto él lo tocó, una canción chatarrera comenzó a sonar como si los hubiera estado esperando. Helena se sobresaltó por el brusco sonido que surgió. Álvaro la había llevado un par de veces a locales chatarreros, por lo que sabía que escuchaban rasgueos de guitarra eléctrica, punteos de bajo y ritmos de batería. Frunció el ceño, con la sensación de que conocía la canción.
–No está mal, me gusta –consideró Kielan pasando a buscar más objetos con los que saciar su curiosidad–. ¿Maquetas?
–Sí, Álvaro me dijo que la Alcaidesa había dicho que él había estado haciendo maquetas de edificios mientras hablaban.
–Pues éstas deben de ser.
–Sí... –Helena se inclinó para verlas mejor, le resultaban muy familiares, más que la canción.
–¿Reconoces los edificios? ¿Los has estudiado? –planteó Kielan.
–Eh... Creo que sí, pero ahora no caigo... –había trece maquetas en total, colocadas de forma muy precisa sobre la mesa, con seis edificios formando una especie de hexágono achaparrado, casi un rombo, en el centro–. Oh... –y los otros colocados a un lado y al otro, sin cerrar el círculo exterior–. Creo que...
–¿Sí?
Helena giró la cabeza hacia el tocadiscos, donde la guitarra seguía implacable. En su cabeza tenía dos frentes de ideas luchando por su atención. Por un lado, la sensación de que conocía aquella canción que repetía tanto "Master, master" y, por otro lado, que aquellas maquetas sólo podían ser las de...
–Los templos de Ergat –musitó ella–. Creo que son los templos de la triscadeca en la época de Theudis –añadió alzando la voz, empezando a emocionarse–. Y el castillo del Rey.
–Vale, voy captando que esa época es importante por algún motivo. Tendré que leerme Confieso para empezar. ¿Puedo llevarme tu ejemplar del internado?
–¿A mí qué me preguntas? Ésta no es mi casa –contestó Helena, tomando el templo de planta redonda de Dajaev con mucho cuidado–. Vaya, qué bonito.
–¿No habíamos quedado en que tocar las cosas ajenas está mal? –preguntó Kielan con ligero tono de reproche.
–Pensaba que habíamos llegado a la conclusión de que sí se podía, a ti no te ha pasado nada –respondió seria.
–Era broma. ¿Te estás concentrando como con los sellos?
–A medias, esa canción me tiene intrigada, siento que la conozco.
Y entonces dio la impresión de que la canción terminaba, para empezar con un trozo instrumental más calmado.
–En tu casa no tienes música chatarrera, ¿has ido a locales?
–Ideas de Álvaro.
–Entonces será eso, ¿no?
–Supongo, pero... –Helena dejó el templo de Dajaev y pasó a examinar el resto.
–¿Pero?
–No sé.
Estaba estudiando la torre-biblioteca de Bellenev cuando se acabó el trozo instrumental y la guitarra recuperó sus rasgueos como golpes y el cantante volvió a repetir "Master, master". Helena iba a quejarse de tenerlo en la punta de la lengua cuando sus labios se movieron por su cuenta, para cantar sin sonido "Laughter, laughter, all I hear or see is laughter. Laughter, laughter, laughing at my cries". Se quedó con los ojos como platos.
–Pues sí que te la sabes –comentó Kielan.
Helena dejó la maqueta de la torre con cuidado.
–¿A ti no te suena? –le preguntó a Kielan.
–No sé si te acordarás de que he estado años en Redención, y que estos cinco meses no me he dedicado a...
–¡Precisamente! –le cortó, aturdida por la iluminación–. ¿No te lo contó Álvaro, no se corrió la voz?
–¿De qué?
–Es la canción que él le canturreó a la Alcaidesa el día de la fuga. Y cuando mi hermano, junto a Cristina y Lázaro, encontró a Klakla en la sala de torturas de Tristán, llamó a la mala perra y le leyó lo que ponía en la pared.
–Ah, sí, y aquello le sentó muy mal.
–Porque eran un par de versos de la misma canción. Ésta canción.
–Romu, eres un travieso –dijo Kielan al aire.
–De eso me sonaba, claro. Álvaro vino tarareándola a casa.
–¿Vais a salir ya? –insistió él–. Venga, que quiero irme a comer.
–Álvaro vino tarareándola... –repitió Helena–. No sólo diciendo las frases que leyó de pared, él la había escuchado. Estuvo aquí, ¿verdad? –le preguntó también al aire.
"Sí", leyó ella, quedándose paralizada.
–Kielan...
–¿Sí?
Helena se limitó a señalar la pared del fondo, junto a una de las puertas.
–Sí –leyó él–. ¿Eso es sangre?
–Espero que no –gimió ella.
–Yo también. Menudo malgasto si no –opinó y se aproximó al monosílabo del que se deslizaban churretones–. ¿Y qué quieren decirnos con eso?
–¿Que mi hermano sí que estuvo aquí?
–¿Y no podrían comunicarse con nosotros con un poco más de fluidez?
Helena vio caer algo delante de ella proveniente del techo. Antes de poder decidirse a intentar averiguar qué era, otra gota cayó, esta vez sobre su mejilla. Se la limpió, esperando, deseando, encontrar agua procedente de alguna gotera. Pero aquel líquido viscoso era rojo. Alzó la vista al techo y asistió a cómo unas filtraciones, que parecían ser a causa de una matanza en el comedor, dibujaban palabras.
–Jaja –rio con más miedo que humor–. ¿Dices que quieres fluidez?
–¿Eh?
Kielan se volvió hacia ella justo cuando caían otro par de gotas, una de ellas aterrizó en la frente de Helena, procedente de una "P". Él miró hacia el techo de inmediato, no dio muestras de asombro o temor, pero entreabrió la boca.
–Perdonadme por la descortesía de no salir a recibiros –leyó Kielan–. ¿En singular? ¿Sólo hay uno?
"Sí", pudieron leer en el siguiente tablón del techo.
–¿Y por qué no sales a recibirnos? –preguntó él.
Se movieron para poder leer mejor la nueva frase que se formaba y Helena aprovechó para limpiarse la supuesta sangre contra la tapicería de otra butaca.
–No podremos vernos en persona...
–Hasta que... –continuó ella, que se estremeció al ver su nombre trazado con aparente sangre.
–Helena haya muerto...
–¡¿Qué?!
–Espera, que sigue. Oficialmente. No hasta que hayas muerto oficialmente. Es justo lo que hemos estado hablando –exclamó Kielan.
–Eso no me tranquiliza demasiado –refunfuñó Helena–. ¿Por qué sabe lo que hablamos?
–Tengo cuer... ¿Cuernos?
–Cuervos –leyó ella, justo en el último tablón.
–Los cuervos nos espían.
"Sí", admitió la parte más alta de la pared.
–¿Y eso por qué? –inquirió Helena.
–Porque yo no... puedo estar...
–En todas partes –terminó ella, cruzándose de brazos–. No me refería a eso.
–Habla, que como Purga se cabree... –recomendó Kielan bromista.
–¿Por qué nos espías?
"No sois los únicos", pudieron leer un poco más abajo. "Si os sirve de cons"
–No, no me sirve de consuelo –cortó ella y. de hecho, la palabra quedó sin terminar.
"Os lo explicaré cuando estés oficialmente muerta", se dibujó con rojo viscoso.
–¿Por qué entonces? –inquirió Helena–. ¿Es porque entonces nadie me echaría de menos?
"Paranoica", le soltó la pared.
Kielan, por otro lado, soltó una carcajada.
–¡Será posible! –exclamó Helena–. Yo no soy eso... Además de que eso me recuerda a Para –terminó murmurando.
"Ésa ha sido una de las partes más difíciles", admitió la pared, ya a nivel de las rodillas.
–¿Qué tienes tú que ver con Para? –cuestionó Kielan.
"Os lo explicaré cuando sea el momento."
–¿Cuando yo esté oficialmente muerta?
"Sí", confirmó el zócalo.
–¿Por qué entonces?
"Porque habrán pasado muchas cosas para entonces", respondió la alfombra rezumando supuesta sangre.
–¿Qué cosas? –insistió Helena.
"Cosas que habrán conseguido que dejes de temblar como un conejillo asustado"
–¡Eh! –se quejó la aludida y tuvo que dar un paso atrás cuando las letras macabras empezaron a dibujarse en torno a ella.
"por un par de puertas que se cierran y algunos crujidos."
–Ahí tiene razón –coincidió Kielan.
–Callaos los dos –refunfuñó.
"No puede considerarse que esté hablando", continuaron las letras, rebasándoles los pies y cambiando de sentido para que pudieran leerlas.
–Eres Romu, ¿verdad? –preguntó Kielan divertido.
"¿Lo has sabido por mi caligrafía?"
–No, porque ahora entiendo cómo desquiciaste a la Alcaidesa.
"Gracias", rezumó una butaca. "Fue un placer", añadió el respaldo de un tresillo.
–Dicen que le provocaste una crisis.
"Fue muy divertido verla derrumbarse", declaró una mesita baja. "Y más cosas que le van a pasar", añadió un pedazo alfombra, empezando a irse demasiado lejos de ellos, por lo que tuvieron que seguir las frases. "Pero todo a su tiempo."
Helena puso los ojos en blanco.
–Claro, como no hay gente sufriendo... –masculló.
"Tu hermano ya no sufre. Se divierte bastante."
–¿Estabas aquí cuando vino él? –quiso saber ella.
"Sí, los dos estábamos", admitieron unas palabras, camino de la pared a la que estaba anclada la escalera.
–¿Y le obligasteis a decir que estaba vacía? –continuó Helena con un tono más grave.
"Debemos mantenernos ocultos hasta el momento adecuado."
–¿Sabes que, por eso, se le fue la cabeza y acabo estrangulándome con la mano que le provocó este chalado de aquí? –señaló a Kielan con un gesto impulsivo.
–Fue un acci...
–Atrévete a decirlo –lo retó Helena.
Kielan dudó, se lo pensó mejor, decidió no tocarle la moral a Purga, dibujó una sonrisa angelical e hizo el gesto de cerrarse la boca con cremallera.
Las superficies permanecieron mudas unos segundos, hasta que en la pared de la escalera rezumó un "PERDÓN" de un metro de alto.
–Ah, no, porque lo pongas en letras más grandes no me va a conmover más –declaró Helena inflexible, olvidándose de que hacía unos minutos había lloriqueado creyendo que iba a morir horriblemente por culpa de la inconsciencia de Kielan.
"No podía dejar que lo difundiera."
–¿Difundirlo? Decírmelo a mí no es difundirlo, ¿a quién se lo iba a decir? ¿A mis pastillas? Socialmente soy un callejón sin salida.
–Eras.
–¿Eh?
–Que eras un callejón sin salida –remarcó Kielan.
–Ah, sí. Pues eso.
"No podías saber que te habíamos estado vigilando durante años", contestó la sangre llegando al techo.
Helena entrecerró los ojos, estaba empezando a cabrearse.
–¿No podíais haberle dejado decirme que sí, que había un par de chalados que mandaron a Klakla a Redención? No tendría por qué haber sabido que...
"No hubiera funcionado", aseguraron los tablones del techo, goteando un poco.
–¿Cómo que no?
"No puedo explicártelo hasta que"
Ella no quiso quedarse a que terminara la frase, se giró sobre sus talones, fue con paso decidido a la pared del fondo, donde habían surgido las primeras palabras, y le soltó una patada a una puerta sin pensar.
–¡Casi me mata! ¡Se le fue tanto la pinza que casi me mata! –volvió a arremeter Helena–. ¡Hicisteis que tuviera miedo de la única persona que tenía!
–Helena, ¿puedo preguntarte por qué...? –empezó Kielan.
–¡No, no pienso parar! –pegó otra patada, aunque la puerta ni vibraba, debía de estar protegida por una barrera neutral, como la ventana del cuarto de Klakla–. ¡Hicieron que saliera Dämon! ¡Le provocaron esa puta Vesania! ¡Delante de mí! ¡En mi casa!
–No, me refiero a...
–¡Y por un arranque como ése puede acabar en la F como Riss! –otro patadón y se paró para tomar aire.
–¿Cómo sabes que está ahí?
Helena se volvió para mirar a Kielan y se pensó la respuesta, que ella también desconocía.
–Creo... –jadeó y entonces lo vio claro–. No importa dónde salgan las palabras, el pulso energético siempre proviene de aquí –señaló con seguridad.
"Eres un genio de las energías", se escribió en la puerta con letras mucho más pequeñas que las del techo.
–No vengas con halagos. No lo seré porque me hayáis tenido drogada todos estos años. ¿Hacíais que subieran las dosis?
"Lo siento", se disculpó la puerta, para añadir a continuación: "Era necesario".
–¿Necesario para qué? ¡¿Necesario para qué?! –bramó Helena dando una patada–. ¿Para que no me cargara mi internado?
"No, hubieras podido controlarte tú sola."
–¡¿Entonces?! ¿Esto es una broma?
"No. Era necesario."
–¿Para qué?
Lentamente, aparecieron unos puntos suspensivos.
–¡¿Para qué?!
"Tenías que pasar por tu propio Infierno Gris."
–¿Mi propio Infierno Gris?
Al leer aquello, Kielan dio un paso para acercarse más a la puerta.
–¿Para qué? –preguntó él.
"Para que pudiera alcanzar a comprender por lo que has pasado tú."
–¿Sabías que vendría a mi casa? –quiso saber Helena.
"Sí."
–¿Sabíais que me mandarían a Redención? –interrogó Kielan.
Otro "Sí" apareció en la puerta.
–¿Fue cosa vuestra? –continuó él, bajando la voz una octava.
"No, pero dejamos que pasara."
–Cabrones, ¿qué sentido tiene todo esto? –exclamó Helena.
–¿Qué habéis ganado teniéndome allí? –añadió Kielan.
"Os lo explicaré cuando Helen"
La palabra quedó literalmente cortada, había aparecido un tajo de medio centímetro de grosor y profundidad. Y Helena lo miraba fijamente. Entonces apareció un segundo brusco trazo en la madera.
"Helena, ¿qué estás haciendo?", preguntaron las letras de supuesta sangre un poco más abajo.
–¿Tú qué crees? –contestó con un tono que Kielan ya había apelado como "el de Purga" y marcó otra línea angulosa. Le estaba costando más de la cuenta porque tenía que alterar la superficie que la barrera neutral que protegía la puerta.
"Creo que estás dibujando un sello."
–Chico listo.
"Un sello que está alterando mi barrera."
–Es la idea.
"Afectándola negativamente."
–Ajá –murmuró devolviendo los ojos al intrincado sello tan pronto como leía las nuevas frases.
"Se me ocurren muchos sellos, pero sin ver qué dibujas..."
–Lástima.
"¿Una pista?"
–No.
"Vamos, que como sea grave, no voy a poder dejártelo terminar."
Helena se carcajeó y hasta ella se dio cuenta de que sonaba a loca.
"Kielan, ¿crees que le está dando esa Vesania que le ha contagiado su hermano?"
–¿Que si está en modo Purga? Sí. Y va a castigarte.
"Me temo que no podré permi ¡¿Qué le estás haciendo a mi puerta?!"
–Theudis le pidió, o mejor dicho, le ordenó a su hermana Guiomar que le creara un sello –contestó Helena.
"Theudis le pidió, de acuerdo, le ordenó que creara muchos sellos."
–Pero ese cabrón ansiaba tener uno por encima de todos –respondió gutural–. Y al final ella se lo dio. De hecho, hizo varios, pero me quedo con el primero.
"¿Muerte? ¿Me estás dibujando el sello Muerte? ¿No te parece que eso es pasarse?"
–Resérvate eso para cuando te lo esté grabando en el pecho –recomendó ella cruel, arrugando la nariz por el olor a putrefacción que le llegaba desde la puerta. Las letras de sangre temblaron y se deformaron.
"De acuerdo. Yo te he advertido."
Helena trastabilló hacia atrás cuando la alcanzó una honda de energía que la confundió. Kielan la sujetó y apartó, llevándosela hacia el centro de la estancia.
"Escuchadme. Bueno, más bien, leedme", apareció en una pared aún libre, de nuevo en letras de un palmo. "Aunque ahora no os lo parezca, estamos en el mismo bando. Os lo explicaremos todo en el momento adecuado. Hasta entonces, confiad en nosotros o, por lo menos, no os pongáis tan rabiosos."
Helena fulminó con la mirada la puerta tras la que se escondía Romu, no podía tragar así como así que tanto ella como Kielan hubieran sufrido años horribles porque aquellos chupasangres así lo hubieran decidido. Quizás Álvaro también estuviera en Redención por culpa de ellos. Sacó una libreta y una pluma de su bolso con decisión.
"Sólo quería que supierais que estoy aquí. Protegiéndoos. Y vigilándoos."
Helena dibujó un par de sellos idénticos en hojas diferentes y las arrancó. Kielan la miró interrogante cuando las colocó frente a un candelabro para que les diera la luz sin que la llama las alcanzara. Los trazos negros empezaron a aclararse hasta desaparecer, pero, transcurridos unos segundos, se volvieron más blancos que el papel. Entonces trazó en el reverso otros sellos, ligeramente diferentes entre sí, ignorando la frase que decía "Ya podéis marcharos".
El sello a medio construir de la puerta continuaba echando humo de olor rancio y minando la integridad de la madera. Helena se plantó delante, sabiendo que no pensaba con claridad y que una parte de ella, la que no quería ni poner un pie en los callejones que rodeaban la mansión oculta, consideraba que aquello era una estupidez suprema.
Dudó unos segundos y ante ella aparecieron nuevas palabras, chorreantes y distorsionadas por el daño que estaban recibiendo las energías por parte del sello a medio formar. "¿No llevas diciendo desde que entraste en mi casa que quieres irte?" Helena entrecerró los ojos. Los había hecho pasar por un infierno por su capricho, les había tomado el pelo, los utilizado, espiado... Y ahora aquel chupasangre que no daba la cara pretendía echarlos sin más, sin responder ni a una sola pregunta.
Inspiró hondo y añadió un tajo al sello. La madera crujió a punto de derrumbarse, pero a ella le importaba más lo que le estaba haciendo a la barrera. "Helena, ¿qué" se pudo leer antes de que el texto se disolviese como si jamás hubiera estado allí. Ahora podría derribar la puerta de una patada, pero le bastó con agacharse y colar una de las hojas por debajo.
–Una nota antes de irnos –dijo con falsa dulzura–. Para que te acuerdes de mí.
Regresó junto a Kielan, que continuaba mirándola interrogante con Vesania empezando a chispear en el fondo de sus pupilas.
–Vamos. Ahora te lo explico –prometió.
Y entonces hubo un estallido de luz que se filtró por las fisuras de la maltratada puerta. Se escuchó un grito dolorido y Kielan se puso alerta. Aunque de poco le sirvió cuando las velas se apagaron con un soplido inexistente y, en la más absoluta oscuridad, una violenta fuerza los lanzó contra algo medianamente mullido. Al segundo siguiente Helena descubrió que, como era de esperar, ella se había llevado la peor parte. Notaba el cuerpo de alguien hipotérmico sujetándola contra lo que debía de ser uno de los tresillos. No la invadió el terror; una parte de ella, muy al fondo, supo que aquello significaba que algo no funcionaba bien en su cabeza.
–Helena, eres una chica mala –la regañó una voz suave y grave a un par de palmos de su cara.
Lejos de asustarse, a ella se le escapó una corta carcajada. La parte del fondo de su mente les gritó a todas las demás que tenían que salir de allí enseguida. Y no por un vampiro mosqueado.
–¿Te hace gracia? –inquirió él gutural.
–No, en realidad no me hace ni puta gracia –le respondió Helena con dureza–. Pero me ha recordado a cuando a mi hermano se le fue la pinza por vuestra culpa y casi me mata.
Hubo unos segundos de silencio en los que pudo escuchar a Kielan recomponiéndose a su lado.
–Hace unos minutos temblabas y lloriqueabas –señaló el vampiro.
–Hace unos minutos no estaba tan cabreada.
–Hace uno minutos no era Purga –añadió Kielan tanteando el terreno con la mano–. Por cierto, ¿qué ha sido ese estallido de luz?
–Estáis tarados –consideró el vampiro, aflojando la presión.
–¿Lo dices porque no nos asustamos, Romu? –preguntó Kielan–. No vas a hacernos daño, nos lo has dejado claro. Vaya, no llevas ropa de chatarrero.
–Deja de meterme mano.
–La culpa es tuya, ¿sabes? –intervino Helena.
–Sí, yo tengo la culpa de muchas cosas –aceptó el vampiro con desdén–, ¿de qué me acusas en concreto?
–Te gusta venir a pensar aquí, ¿verdad? Se te ocurren ideas geniales.
–Sé que las energías son propicias para eso.
–Son energías Luciven, ideales para pensar y para que a tipos como Kielan se les vaya la pinza todavía más.
–¿Y a ti también? –inquirió el maldito anfitrión–. Kielan, párate.
–He experimentado con licántropos, pero nunca con vampiros. ¿Podría tomarte una muestra de sangre? –pidió el científico loco.
–¿Podría tomar yo una tuya? –respondió Romu algo crispado.
–Oh, sí, podríamos intercambiar –respondió emocionado.
–Me refiero a...
–¿Cómo reaccionáis los vampiros a las drogas? ¿Las metabolizáis diferente?
–Oye, que tengo a tu novia a mi merced.
Helena soltó un bufido desdeñoso.
–Entonces quizás sea un buen momento para probar si los sedantes funcionan –comentó Kielan muy dispuesto.
–Sois como críos –suspiró Romu y se quitó de encima de Helena–. Supongo que es lo que me merezco por convertiros en esto. Venga, marchaos a comer ya –por la voz pudo deducirse que no había ido muy lejos.
–Esto no quedará así –prometió Helena.
–Claro que no, a partir de ahora os vais a cansar de mí –respondió el vampiro.
–Tu voz me suena –dijo ella.
–Normal.
–¿Entonces no me dejas sacarte una muestra? –se quejó Kielan con Vesania comenzando a vibrar.
–No, Ca... Kielan. Y márchate antes de que te muerda.
–Como si eso fuera a espantarme –refunfuñó el doctor.
–Vámonos –Helena lo buscó con la mano hasta encontrar su brazo.
–No me parece justo que tengas que aguantar tú mi Vesania –refunfuñó Kielan.
–Ya me las apañaré. Oye, no vemos ni un carajo y yo paso de ir dándome...
Las velas volvieron a encenderse y, cuando se les acostumbraron los ojos, no había nadie más allí. El que sí que estaba era Kielan y su mirada de loco a pesar de los hechizos maquilladores.
–¿Te ha gustado mi bomba lumínica? –le preguntó Helena para llamar su atención y llevárselo a las escaleras.
–Es interesante lo que puedes hacer con una hoja de papel y un pluma. Sin hablar de unos tajos en una puerta.
–Los sellos bien formados tienen tanto o más poder que un hechizo verbal.
–Eso me está quedando claro. ¿Y cómo...?
–Por un lado he dibujado el sello de absorción de luz –explicó ella subiendo los escalones; hablaba con claridad y paciencia, sin rehuir su mirada–. Creo que queda claro para qué sirve.
–Ha absorbido luz de las velas, concentrándola.
"He de admitir que hacéis buena pareja", apareció escrito en la puerta de salida del sótano.
–Y si hubiera tenido sol para que absorbiera, habría sido muy gracioso.
"Tampoco te pases", reprochó la pared del pasillo de la planta baja.
–¿Qué sellos has dibujado por el otro lado? –preguntó Kielan.
–Para liberar la luz almacenada hay que romper el sello. Como no podía hacerlo con mis propias manos, le he puesto un sello de autodestrucción programada.
–De ahí que el nombre de bomba lumínica le venga al pelo –apreció él, al tiempo que llegaban al vestíbulo y abrían el portón sin más incidentes.
–Gracias.
–Pero has hecho dos.
–Sí, el otro se me ha debido de caer cuando se me ha llevado por delante.
–¿Tenía sello de autodestrucción?
–Sí, sólo que para un tiempo un poco más largo –contestó pasando sobre el sello de bienvenida, que tampoco les dio problemas.
–¿Cómo de largo?
–Pues, más o menos...
Otro grito surgió de las profundidades de la mansión y los cuervos levantaron el vuelo, molestos. Helena torció la sonrisa y Kielan soltó una risita.
–¿No te estás pasando? Ahora que sabemos que nos tiene vigilados...
–Me ha quedado claro que no va matarnos, nos quiere para algo; pero, por mucho que se declare de nuestro bando, nos hace pasar por cosas horribles.
–¿Y le dejas ciego para resarcirte?
–Álvaro me comenta cómo los presos esperan a clavar el puñal siempre que pueden, aunque no vayan a poder escapar y luego les caiga castigo.
–Cierto, cierto –Kielan la tomó de la cintura, sonriente–. Hay que ver qué peligro tienes –añadió encantado.
–Y eso que no me has visto con el bate de mi hermano –se regocijó ella, saliendo del jardín asalvajado para regresar al estrecho y decadente callejón.
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