.XXIX

–¿Cómo va eso? –se interesó Kielan.

–De momento es un misterio –admitió Helena sentándose, soltando un suspiro–. La energía entra de continuo por cuatro paredes, y el techo y el suelo parecen estar aislados.

–¿Entonces no se puede hacer nada? –preguntó la mujer.

–Sí, esperar a averiguar qué es lo que pasa –contestó y empezó a soplarle a su taza de café.

–Esa energía tiene que irse por algún sitio, suelo o techo –apuntó Kielan–. Pero, ¿podría un aislante romperse y volverse a cerrar?

–Sí, podría, aunque los nuevos no hacen eso, son demasiado inflexibles, revientan antes que aliviar tensión.

–Interesante.

–¿Hay algo debajo del almacén? –preguntó Helena al caer en la cuenta de que se le había pasado aquel detalle.

–Sí, tenemos un sótano, pero sólo lo utilizamos para acumular trastos, porque allí los hechizos funcionan aún peor –respondió el hombre.

–Interesante –consideró en esta ocasión Helena–. ¿Y más abajo sabéis que hay?

–Cloacas –contestó el hombre encogiéndose de hombros.

–Lo normal, sí –musitó ella tomando su taza de café, que estaba tibio ya–. ¿Te molesta si nos quedamos un poco más? –se dirigió a Kielan.

–Oh, no, sabes que me encanta verte entretenida con lo que más te gusta –sonrió encantador–. Además, yo también estoy entretenido recomendando cómo aliviar el dolor de las articulaciones.

–Bien –consideró y dio un sorbo a su café, con la mente centrada en cómo resolver el problema del almacén.

–Oye, si no es indiscreción, ¿tú trabajas en esto?

Helena tuvo que levantar la cabeza para asegurarse de que la mujer se dirigía a ella.

–Ya me gustaría dedicarme a esto como oficio, pero me tienen haciendo trabajos de oficina.

–Ya, en estos tiempos una tiene que conformarse con lo que le toca.

Ella asintió, para no tener que corregirla diciendo que aquél no era su caso, y dio otro sorbo con aire absorto.

Entonces les llegó la exclamación de Alfonso:

–¡Algo está pasando!

–Voy a ver –dijo Helena poniéndose en pie y recorrió el pasillo como si aquello fuera su casa, su territorio–. Dime –añadió plantándose en la puerta.

–Mira, mira –el chaval señalaba las hojas, que ahora mostraban que la energía estaba cayendo al piso inferior–. Y hace un momento era más fuerte. Han parpadeado las luces y todos los sellos tenían de repente puntos gordos y, en cuanto desaparecían, aparecían nuevos al instante. Creo que a veces incluso no llegaban a desaparecer. Y me siento cansado.

–¿Han parpadeado las luces? –se quejó la mujer–. ¡Pero si los pusimos anteayer!

–Al, recoge los sellos, nos vamos al sótano –ordenó Helena como si fuera su aprendiz oficial y se volvió hacia su anfitriona–. Si me indicas dónde está el sótano...

La mujer asintió y, algo indignada por el mal funcionamiento de los hechizos, fue a abrir una puerta junto a los servicios, que dio paso a unas escaleras de aspecto inestable.

–Qué frío –consideró Helena cuando empezó a bajar.

–Aquí siempre hace frío –respondió Alfonso siguiéndola como si fuera su maestra, lo que ella disfrutaba–. Y un frío muy... desagradable.

Helena asintió y conjuró una lucecita flotante, ya que allí la iluminación era tan pobre como en su casa antes de la llegada de Kielan.

–Extiende los sellos por el suelo. Donde puedas –añadió, ya que había poco sitio entre tanto trasto.

Observó a su aprendiz paseándose y consideró que sí, que allí hacía un frío muy desagradable, casi como... vacío. Entonces reparó en que se había traído la taza de café. La apuró de un sorbo y se la cedió a la señora, que se había quedado en las escaleras.

–¿Qué ves por ahí? –le preguntó a Alfonso.

–Lo mismo del techo y el suelo antes, la energía entra y sale, pero más despacio.

–¿Hay trazos? –preguntó, aunque desde su posición podía ver dos de las hojas, tres si se inclinaba a la izquierda.

–Sí, pero pocos, en todas direcciones.

–Eso significa que están rebotando o que algo las remueve. Si fuera una corriente, aparecerían todos los trazos en la misma dirección –explicó con tono didáctico.

–Entiendo. ¿Y ahora qué? –preguntó, ávido de aprender y actuar.

–¿Qué supones que estará pasando en el techo? –señaló con el índice.

–¿Que estará entrando energía al mismo ritmo que sale por el suelo del almacén?

–Sí, eso sería lo natural.

–¿Quieres decir que no es lo que está pasando?

–Quiero decir que eso es lo que debería pasar si conociéramos todos los datos.

–Pero... ¿no has dicho que había una barrera de aislamiento en el suelo del almacén?

–He interpretado mal las señales por no tener todos los datos, no sabía que hubiera un sótano tan frío justo debajo.

–¿Entonces?

–Pensé que lo que veíamos era la energía rebotando contra una barrera que ahora estaría sobre nosotros, pero en realidad eran las turbulencias de la energía, muy parecidas a las que se crean cuando llenas un cubo con varias mangueras.

Alfonso se lo pensó unos segundos y asintió conforme, lo había convencido. No perdió tiempo para subirse a las mesas allí almacenadas para comprobar si ocurría lo que tenía que ocurrir.

–Hijo, ten cuidado –exigió la mujer–. Oye, esto...

–Helena –respondió al percibir que quería dirigirse a ella y no sabía cómo. Se puso a rebuscar en su bolso para sacar el cuaderno, que se estaba quedando raquítico, y la pluma; esperando una pregunta de un tipo en concreto.

–Helena, ¿esto sirve para algo?

Sí, precisamente una pregunta de aquel tipo.

–Sí, para comprender cómo fluyen las energías y saber qué hacer –contestó mientras buscaba una hoja en blanco–. Sería una tontería plantear un remedio sin tener todos los datos, podría empeorarlo.

–Pero, es como sólo utilizas hojas de papel y una pluma... Si los otros no supieron que pasaba, con sus artilugios modernos...

–Y sellos, utilizo papel, tinta y sellos. ¿Tú cómo haces la comida? –preguntó Helena, decidiendo que tenía que echarle un vistazo a sus apuntes–. ¿A mano o con hechizos?

–A mano –declaró con orgullo.

–¿Sabes que en otros restaurantes usan hechizos automatizados?

–Quita, quita, en otros restaurantes que hagan lo que quieran, a mí me gusta hacerlo a mano.

–Pues considera que yo hago lo mismo.

–Ah...

–¡Sí, está entrando energía por el techo! –comunicó Alfonso desde el fondo del sótano–. ¿Y cuándo volverá a haber turbulencias?

–Cuando el agua llegue por ahí.

–¿Agua? –se extrañó la mujer.

–Sí, mamá, porque ha dicho que es como llenar un cubo con varias mangueras. ¿Y cuándo será eso?

–No lo sé, depende de cada cuánto se vacíe.

–Mmmh, vale.

–Bien, ahora despega los sellos y ven aquí. Te voy a enseñar otro.

–¿Le estás enseñando? –se sorprendió la mujer mientras su hijo iba de mesa en mesa recogiendo sellos del techo.

–Sí, ¿por qué no?

–Porque es un burro, no aprende nada.

–¡Mamá! –se quejó Alfonso y la mesa se tambaleó.

–No me rechistes y bájate de ahí antes de que te mates –ordenó–. Ay, si vieras qué notas me trajo la última vez...

–Esto no es un colegio. Estoy segura de que ahora podrá identificar el sello de Flujo de Energías en cualquier posición, ¿verdad? –preguntó Helena y Alfonso asintió–. Luego te enseñaré cómo se dibuja.

–Como quieras, pero no te ilusiones con él –advirtió la mujer.

Helena asintió distraída, prestando más atención a los ojos brillantes del chaval.

–Pero ahora te voy a enseñar el sello de Expulsión y Captación Energética. Coloquialmente llamado "la Foto". Mira, se traza así. Ahora lo haré más despacio, antes quiero que veas qué hace. Coge la hoja entre las dos palmas, así, haz un bocadillo con tus manos y el papel.

–Se está volviendo azul.

–Te está absorbiendo un poquito de energía. Bien, cuando llega a azul oscuro, ya podemos usarlo. Deja la hoja en el suelo, con la parte coloreada hacia abajo –indicó y observó cómo Alfonso obedecía–. Tenemos que esperar unos segundos... –hubo un chasquido seco e, instantes después, otro igual–. Y ya está.

–¿La recojo?

Helena asintió. Alfonso recogió la hoja y la observó con extrañeza. Ella le dejó que formulara sus propias dudas y sacara sus propias conclusiones.

–El azul está más claro y tiene agujeritos.

–¿A qué crees que se debe eso?

–A que... Es que no entiendo qué acaba de pasar –admitió avergonzado.

–Como te he dicho, es un hechizo de Expulsión y Captación Energética. Nosotros lo cargamos con un poco de energía, a los pocos segundo la expulsa y el sello la recapta. Si es que vuelve.

–Si es que vuelve... –repitió él–. ¿Por qué vuelve?

–¿Tú qué crees? –preguntó, pero la mirada de ignorancia espantada la hizo replantearse la cuestión–. ¿Qué hemos dicho que hay debajo del suelo?

–Eh... ¿Cloacas?

–¿Y en medio? ¿Dentro del suelo? –continuó con paciencia.

–Eh... ¿una barrera aislante?

–Eso es –exclamó, devolviéndole la sonrisa a Alfonso–. Una barrera aislante normalita es para la energía como un muro para una pelota. ¿Qué pasa si tiras una pelota contra una pared?

–Que rebota.

–¿Y si la tiras contra una pared y, casualmente, la cuelas por una ventana abierta?

–Que... no rebota –respondió Alfonso, aturdido por la pregunta tan obvia.

–Y si no rebota, es que no vuelve, así que habrá un vacío –le señaló la hoja.

Alfonso miró de nuevo el lado teñido y clavó en él la mirada durante unos segundos.

–Ah, por eso tiene agujeritos, porque ese puntito de energía no vuelve –exclamó de repente, esperando la aprobación.

–Eso es, muy bien –asintió Helena.

–Qué paciencia tienes –dijo la mujer desde la escalera, Helena se había olvidado de ella.

–Pero... ¿por qué está más claro? –cuestionó el chaval.

–Cuando lanzas una pelota contra una pared y rebota, ¿vuelve con la misma fuerza?

Alfonso frunció el ceño e hizo algunos gestos simulando que lanzaba una pelota. Sí, había admitir que el chico era un poco lento, pero aquello no significaba que no pudiera ser un buen aprendiz, a cambio tenía la mente abierta.

–No, vuelve más floja –contestó al fin.

–Porque pierde energía al rebotar. Y la energía, aunque parezca raro, también puede perder energía.

Alfonso se rio.

–¿Lo entiendes ahora? –quiso saber Helena.

–Sí, es más claro porque pierde energía al rebotar contra la barrera aislante, y tiene agujeros porque la barrera tiene agujeros por los que ha pasado la energía y no ha vuelto a la foto.

–Perfecto. ¿Quieres que te enseñe ahora a hacer este sello?

Él asintió encantado y ella lo trazó más despacio para que pudiera verlo bien. Al terminar, le cedió la hoja y le mandó ponerla en otra parte de sótano cuando la hubo cargado de energía.

–¿Ése es el problema que tenemos, una barrera con agujeros? –preguntó la mujer.

–Oh, no. Eso no puede ser, pero seguro que está relacionado. ¿Bajaron a investigar aquí?

–Sí, y dijeron que, como había una barrera aislante, tampoco podía escaparse por aquí la energía.

Sonaron dos chasquidos característicos.

–Aquí también está un poco más claro y con algunos agujeritos.

–¿Se parece a la primera?

–Sí, tiene los agujeros en otros sitios, pero sí. Tiene casi la misma cantidad y son del mismo tamaño y es el mismo tono de azul.

–Bien, es estable –apreció Helena.

–¿Por qué no se dieron cuenta de que está rota? –gruñó la mujer.

–No está rota, está desgastada. El que puso esta barrera aislante sabía lo que hacía, porque, años después, le han aparecido poros, pero no se ha desestabilizado –contestó, mientras repetía el sello con lentitud para que Alfonso lo viera de nuevo y le cedió la hoja–. Los profesionales que vinieron con sus artilugios no los tendrían calibrados para huecos tan pequeños. Además de que esos chismes alertan de la inestabilidad.

–¿Entonces...?

–La cuestión es... ¿por qué hay una barrera aislante tan buena aquí? ¿De qué os aísla?

La mujer miró hacia abajo con espanto.

–¿De las cloacas?

–El olor no atraviesa muros, tiene que aislar de otra cosa.

–¿De qué? –preguntó ella redoblando su miedo.

–De algo que os absorbe la energía. En las cloacas se usan distintos hechizos por temas de limpieza. Habrá que investigar eso.

–¿Y cómo...?

–Yo me encargo, trabajo en el ayuntamiento, quizás lo ponga en algún plano.

–¡El mismo patrón aquí también! –anunció Alfonso.

–Eso es bueno, no parece que vaya a colapsar de momento.

–¿Puedes dibujar otro?

–Ya hemos terminado aquí, si subimos al comedor...

–Por favor, dibuja otro.

–Hijo, no seas pesado.

Pero Helena ya estaba trazando otro sello. En los ojos del chaval leía que tenía un propósito, quizás quisiera ver si la barrera era igual en otra parte, pero ella tenía la esperanza de que se tratara de otra cosa.

–Que santa paciencia tienes –consideró la mujer cuando Helena arrancó otra hoja para dársela a Alfonso.

Ella sonrió para sí misma, considerando que estaba siguiendo preceptos de Dajaev y Bellenev.

–Pero en la pared no, zopenco –gritó la mujer, sobresaltando a su hijo.

–¿Por qué no? –planteó Helena ampliando la sonrisa orgullosa.

–Pues porque... ahí no está la barrera.

–Exacto, ya sabemos qué foto sale con la barrera, lo divertido es ver qué sale donde no hay.

La anfitriona la miró extrañada. Sonaron dos chasquidos.

–Casi no tiene color –informó Alfonso.

–¿Qué crees que significa eso?

–Que... como no hay barrera aislante, la energía se va y no vuelve, como si lanzas una pelota en un sitio sin paredes.

–Muy bien.

–Pero... ¿por qué tiene algo de color?

–Porque ha rebotado algo de energía.

–¿Cómo?

Helena se encogió de hombros.

–Tú lanzas una pelota en un sitio sin paredes y piensas que no volverá, pero quizás rebote contra una farola, una baldosa levantada o incluso contra otra pelota. Siempre hay algo contra lo que una parte de la energía pueda rebotar. A no ser que la estén absorviendo.

Alfonso abrió mucho los ojos, ahora lo veía claro.

–Recoge los sellos y subamos. Necesito otra taza de café para quitarme este frío tan desagradable –se dirigió a la mujer y empezó a ascender por los peldaños.

–¿Has aclarado algo? –preguntó Kielan, que parecía estar teniendo una agradable sobremesa con el hombre, cuando llegaron al comedor.

–Hay algún hechizo en las cloacas –respondió Helena tomando asiento.

–¿Las cloacas? Ahí no miraron –gruñó el hombre–. Dijeron que había un hechizo aislante o algo así en el sótano, y que por ahí no se podía escapar.

–Tiene agujeros –intervino Alfonso–. Mira, le hemos sacado fotos.

Fotos –repitió el hombre, no muy convencido, estaba claro que allí nadie confiaba en la inteligencia del chaval.

–Sí, puede considerarse que le hemos sacado fotos a la barrera –corroboró Helena.

Kielan sonrió para sí mismo, debía de estar pensando lo mismo que ella, que había distintas formas de ser tonto, ser lento era una, pero no tener curiosidad era mucho peor.

–Has dicho que querías otro café, ¿no, hija?

–Sí, por favor. A ver, Al, te voy a dejar mis apuntes sobre los sellos de Flujo de Energía y el de sacar fotos.

–Oh, no... –empezó a decir la mujer.

–Cópialos cuando puedas y ya me los devolverás cuando regrese, ¿vale? ¿Entiendes mi letra?

–Es muy pequeña, pero sí. Y los trazos tienen numeritos. Supongo que será el orden.

–Así es –confirmó Helena.

–Qué divertido –exclamó Al, yendo a sentarse en la mesa de al lado, interesado en las cualidades, usos, advertencias y notas de Historia.

Divertido –repitió el hombre–. No lo había visto tan emocionado con los estudios desde... en realidad nunca.

–Helena es una gran profesora –intervino Kielan–, tiene mucha paciencia, se explica con claridad y comprende las inquietudes del alumno. Yo estoy aprendiendo mucho sobre sellos sólo con estar con ella.

Helena bajó la mirada, avergonzada por el halago, y prefirió seguir poniendo orden en la situación.

–Mañana no puedo venir, tengo un compromiso.

–No te preocupes, hija, podremos sobrevivir una semana más con esto.

–Quizás después de... pero es que no sé cuánto tiempo me llevará convencer al señor Silva... –caviló Helena.

–¿Silva? –repitió el hombre–. ¿El de los hoteles?

–El mismo. Tengo que asesorarlo respecto a unas obras.

–Pensaba que trabajabas en el ayuntamiento –dijo la mujer–. ¿Tan grandes son las obras?

–Eh, no. No es por el ayuntamiento, es que yo diseñé el edificio, así que...

–¿Cuál, ése que gusta a todos? –interrogó el hombre.

–Sí, diría que ése –admitió Helena, avergonzada de nuevo.

–¿Y cómo es que no trabajas de arquitecta, hija? –inquirió la mujer.

–Eh... bueno... El caso es que, si no puedo venir el lunes, vendré el martes. Y veré cómo puedo arreglar esto.

–Yo quiero ir a ése hotel Silva que gusta a todos –dijo Alfonso.

–Calla, hijo.

–No hay problema, podría llevarlo algún día para mostrarle cómo es cuando las energías funcionan a la perfección –prometió, ganándose una mirada brillante por parte del chaval y asombrada por parte de los adultos. Se bebió media taza de café de un sorbo–. La comida serían dos auris, ¿no?

–¡¿Cómo?! –graznó la mujer–. De eso ni hablar, nada de pagar después de todo lo que...

–No he arreglado nada –se adelantó ella humildemente.

–Pero nos has dado más explicaciones que los otros.

–Pues sí que dieron un servicio malo.

–Y cobraron, así que tú no...

–Insisto.

–Me niego a aceptarlo, niña.

Helena cerró los ojos y tomó aire. Odiaba discutir.

–¿Me equivoco si supongo que el problema de las energías os tiene ahogados economicamente?

La mujer se tensó ofendida.

–Lo siento si suena mal, hija, pero eso no te incumbe.

–Voy a pagar esta comida –aseguró Helena buscando en su cartera.

–No, me niego.

–Y cuando haya arreglado las energías y el negocio marche bien, aceptaré un año de comida gratis si es lo que quieres –dejó dos auris sobre la mesa–. Y si no es suficiente, traeré a unas amigas a que prueben el arroz con leche –añadió como si fuera un desafío–. Pero eso será cuando haya conseguido arreglar las energías.

–De acuerdo, hija, como quieras –suspiró la mujer–. Está claro que eres una santa y que esto te apasiona.

–Ah, y necesitaré que los locales de alrededor colaboren –trazó un arco con la mano–. Una casa no puede funcionar perfectamente si no está en armonía con las de alrededor, o se la aísla fuertemente de todo lo demás. Pero eso no me gusta.

Terminó el café con otro sorbo y se puso en pie ante los aturdidos anfitriones.

–Gracias por el desafío. Hasta el martes entonces –añadió Helena recuperando su abrigo.

–Cuida esa espalda –dijo Kielan por su parte–. Buenas tardes.

Alfonso no se despidió más que con un gesto de la mano de lo absorto que estaba leyendo, lo que conmovió a Helena. Kielan la tomó del brazo y salieron a la calle.

–Curioso –murmuró él en cuanto pusieron un pie en las losas de piedra.

–¿Qué?

–Quién diría que la hermana de Dämon iba a ser mi alma gemela.

–¿T-Tu alma gemela? ¿Yo? Pero si...

–Te falta drogar y atar a la gente para poder arreglar las energías de sus casas, pero eres casi como yo –bromeó Kielan.

–Idiota –fue lo único que se le ocurrió responder a Helena–. Lo hago sin querer, simplemente tengo que...

–Hacerlo –terminó Kielan por ella–. Te entiendo, me pasa lo mismo.

–Procuraré mantenerme dentro de la legalidad.

–Hazlo, porque serías la primera arquitecta loca de la historia, y eso le encantaría a la Alcaidesa.

–Maldita zorra –rumió automáticamente Helena.

–Y a mí me encanta cómo corres a arreglar las energías.

–Um... ¿cuánto te encanta?

Kielan sonrió, se detuvo y la besó en mitad de la calle.

–Quién me iba a decir que un chalado de la F resultaría ser mi alma gemela –lo parafraseó sonriente.

–Por lo menos no fui de la E mucho tiempo.

–Sí, eso hubiera sido un problema en las cenas familiares –consideró y continuaron caminando.

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