.XXIV
Los azulejos de la cocina saltaron hechos pedazos al principio, después consiguió sacarlos enteros y apilarlos; no quería reutilizarlos, pero así sería más limpio. Retiró los ladrillos y los amontonó en una esquina, dejando las tuberías a la vista. No paró hasta desvelar toda la instalación del agua, creando una franja de boquetes considerables por toda su casa. Pero ella no se fijaba en el destrozo, sino en las señales de más de una década de uso, y no le gustaba lo que veía.
Colocó los sellos directamente sobre las tuberías y volvió a abrir el agua caliente. Observó el tono que adquirían: un rosa muy claro cerca ya de la ducha. Su calor se estaba yendo a alguna parte y no era a los pasillos de su casa. Arrugó la nariz, fastidiada. Tendría que...
Reparó en la nueva nota que había sobre la mesa de la cocina, se trataba de una simple pregunta: "¿Podrías hacer lo mismo con las paredes de Redención?"
Helena dibujó una triste sonrisa y escribió la respuesta en el reverso: "No hay comparación en cuanto a consistencia entre las paredes de mi casa y las de Redención. Pero podría probar con cementos similares de edificios abandonados". Fue a dejar la nota en la mesa de Kielan y lo observó un par de segundos. Ahora eran fantasmas el uno del otro. A cualquiera podría parecerle triste, pero ella consideró que se equilibraban.
Añadió una frase más: "Tengo que hablar con los vecinos". Salió del piso, cruzó el descansillo y llamó a la puerta de enfrente. Se sacudió el polvo de ladrillo y argamasa mientras esperaba. Normalmente no se atrevería a hacer algo así, pero ahora lo único que le importaba era que su casa funcionara como debía. Volvió a llamar. Eran las... no estaba segura de qué hora era. Cerca del mediodía de un domingo. ¿Habrían salido?
Se dio cuenta de que había un murmullo rompiendo su cadena de ideas.
–¿Eh? –giró la cabeza, esperando encontrar a Kielan.
–Que se mudaron hace meses –le dijo una de sus vecinas, suponiendo que lo era a raíz de que estuviera plantada en las escaleras, bajando, porque no la conocía de nada.
–Ah... ¿La casa está vacía? –preguntó Helena tontamente, aunque aquello no difería demasiado de cómo solía comportarse antes de que apareciera Kreuz.
–Pues claro –respondió hastiada la vecina y continuó bajando las escaleras, murmurando sobre ella.
Helena regresó a su piso, le daba igual el desdén de la señora o que sus vecinos de enfrente se hubieran marchado sin que ella se enterara, una teoría se estaba fraguando en su mente. Al pasar junto a Kielan, se detuvo un instante para escribirle una escueta nota: "Voy a allanar la casa de al lado"; y fue a por sus apuntes y sellos. Iba a volver a marcharse cuando una voz se coló en sus pensamientos.
–¿Allanar una casa? –preguntó Kielan. Por lo visto, volvían a estar en el mismo mundo–. ¿A eso te lleva la obsesión por la arquitectura? Anda, pero si me oyes ya.
–Hay algo en la casa de al lado que me está robando energía de la mía.
–¿Es eso posible?
–No, es una excusa para entrar en un piso vacío –respondió Helena pasando de largo.
–Vale, nada de preguntas tontas cuando estás centrada. Me lo apunto. Y voy contigo.
–¿Has terminado ya con lo tuyo?
–Estaba con temas menos interesantes y lo de allanar una casa me ha llamado la atención.
–Delincuente.
–En realidad, lo que me interesa es que tú quieras hacerlo. ¿Sabes cómo...? –dejó la frase en el aire cuando salieron al descansillo.
–Cierra la puerta –indicó ella cruzando hasta la otra con paso seguro. Puso una mano sobre la madera, sonó un chasquido y ésta cedió sin problemas–. Y no sé cómo se fuerzan casas ajenas, pero la seguridad de los pisos vacíos es una birria normalmente.
–Cierto –Kielan cerró también aquella puerta tras ellos–. ¿Qué buscamos? –preguntó observando las paredes desnudas. Se lo habían llevado todo.
–La gente corta el agua y la corriente de energía principal cuando se van, y dejan que los hechizos protectores mueran por falta de renovación y sustento –explicó Helena paseándose por la casa–. Un buen sistema pueda llegar a aguantar años pese al abandono y las mutilaciones... Pero uno malo, uno parcheado para que tire un poco más, se desmorona a los pocos días. O algo peor –se plantó frente a la pared de lo que había sido la cocina en su tiempo, y que pegaba con la suya.
–¿Peor?
–Sí, que se fragmente, corrompa y empiece a afectar al sistema general y, como es el caso, a la casa de al lado.
–¿Y eso es lo que roba la energía?
–¿Quieres hacer un experimento?
–Eso siempre –aseguró Kielan sonriente.
–Ponte de espaldas a esa pared. Apóyate en ella. Yo ahora vuelvo.
–Creo que comprendo las reticencias de la gente cuando les propongo experimentos.
–¿No quieres? –cuestionó Helena volviéndose a medias.
–Lo decía porque tienes cara de ida y no parece que pienses mucho en la seguridad ajena –respondió recostándose contra la pared.
–Pronto termino –prometió y regresó a su casa para abrir el agua caliente de la ducha.
–Aquí empieza a hacer calor –dijo Kielan cuando volvió con él.
–Me lo suponía. Algún hechizo de aislamiento se habrá corrompido y ahora se dedica a vampirizarme la energía para echarla en este piso. Voy a cerrar el grifo.
–¿Puedo apartarme de aquí?
–No si quieres tostarte –respondió secamente antes de recorrer el camino hasta su baño, cortar el flujo de agua y regresar al piso allanado.
–¿Qué hacemos? –preguntó él con interés.
–Podría hacer muchas cosas para arreglar este edificio –resopló Helena–, pero a ver cómo convenzo a mis vecinos para que me dejen meter a mano a sus desastrosos sellos. Tendré que conformarme con eliminar el hechizo corrupto.
–No te conformes, haz lo que quieras –instó Kielan.
–También podría hacer unos buenos hechizos aislantes, aquí y al otro lado, ya que este piso no está aislado del exterior ahora.
–Eso suena mejor. ¿Cómo se hace? –se interesó él.
–Primero se localiza y neutraliza el hechizo corrupto –Helena se acercó a la pared y pasó las manos sobre ella, todavía estaba tibia–. Lo siento, pero no creo que vayas a ver nada –cerró los ojos y se centró en armonizar las energías.
Encontró las truncadas y les aplicó un pulso justamente contrario que las desbarataría. Tuvo que repetirlo una decena de veces, los hechizos de antaño eran ahora fragmentos perniciosos que se entrecruzaban por las paredes. Aquel piso era un desastre, todo el edificio lo era.
–Se ha caído un poco de yeso –comunicó Kielan.
–Suerte que no se ha caído la pared entera.
–¿Tenías una bomba aleatoria ahí?
–No –suspiró Helena–. Cosas como éstas hay en todas partes.
–Si supieras cómo va la gente por ahí... Por ejemplo, empastillados hasta las cejas.
–No te rías de mí –gruñó irritada.
–No me río, era un ejemplo. ¿Ahora esos sellos de aislamiento?
–Sí... –le echó un vistazo a sus apuntes para recordar cómo de intrincada era la figura–. Hay que hacerlo ocho veces en cada pared que dé con mi casa.
–Eso son veinticuatro veces. Espero que puedas enseñarme a ayudarte.
–Necesitamos sillas, nunca me ha gustado levitar para llegar a los sitios altos. En realidad, nunca me ha salido bien –reconoció, aunque en ese momento poco importaba.
–¿Cómo de altos hay que ponerlos? –quiso saber Kielan.
–En las esquinas superiores. Y en las inferiores. Necesito un lápiz para dibujarlos.
–Tengo –se lo sacó de la manga igual que las jeringuillas de amenazar.
–Y algo para grabarlos, yo me apaño con mi poder.
–¿Valdrá un bisturí que ha perdido filo como para abrir gente? Lo tengo en el maletín.
–Supongo. Y... pintura metálica.
–Eso ya no...
–Antes se usaba sangre, por el hierro. Pero la gente de ahora tiene reparos en tener dibujos hechos con sangre en casa. Además de que sale más cara.
–Pues resulta que sangre sí que tengo en el maletín –comunicó Kielan con una sonrisa orgullosa.
–Tienes de todo en ese maletín. Bueno, menos pintura metálica.
–No es de mi ámbito, pero quizás me haga con un bote para emergencias.
–¿Y ya te va a entrar?
–Por supuesto, es un maletín sin fondo muy bueno. Vale cada auri que pagué por él. ¿Algo más?
–Cuencos y pinceles –añadió Helena.
–¿Tienes pinceles tú? Porque yo no.
–Eh...
–¿Y jeringuillas? ¿Se podría dibujar con jeringuillas? –propuso Kielan.
–Mmmh, eso es nuevo. Supongo que valdrá mientras no nos churretee fuera del sello.
–Bien –le tendió el lápiz–. Empieza a dibujar los de abajo mientras yo voy a por sillas y mi maletín.
Helena se echó en el suelo, en la esquina entre dos paredes, una de ellas era la que tenía que sellar y la otra separaba las estancias de la casa vacía. Empezó a dibujar tras haberle echado otro vistazo a sus apuntes para asegurarse; no necesitaría volver a mirarlo, el dibujo tenía mucho sentido para ella. Marcó las líneas con firmeza y cruzó la estancia para hacer el otro sello de la esquina inferior. Kielan regresó cuando lo estaba terminando.
–Qué bonito –consideró él echándose en el suelo junto a ella–. ¿Hace falta grabar en algún orden en concreto?
–No, pero dibujar en un orden más o menos concreto ayuda a que quede equilibrado. Primero las líneas centrales y las más largas, después se añaden los detalles –indicó al tiempo que se esforzaba por tallarlo con su poder.
–Bien, voy con el otro.
Kielan cruzó la estancia, volvió a echarse en suelo y empezó a horadar usando un bisturí. Helena terminó el suyo y fue a ver qué tal le iba al doctor.
–Vas bien –apreció ante las líneas fluidas y precisas.
–Gracias, profe –respondió él bromista.
Ella cogió una silla al volver a su rincón, se subió a ella y dibujó el tercer sello en la esquina superior. En cuanto bajó al suelo, Kielan ya estaba pendiente de ella.
–¿Ahora qué...?
Helena se limitó a señalar el sello que acababa de dibujar.
–Marchando –respondió diligente.
Ella cruzó la habitación de nuevo, se agachó para ver cómo lo había terminado y quedó más que satisfecha, Kielan era hábil. Se subió a la otra silla, dibujó el cuarto sello, se bajó y se colocó en el centro de la pared, allí tenía que hacer los otros cuatro. Formó un rombo de un metro de alto y casi dos de ancho. Calculaba las proporciones a ojo, su instinto nunca la había fallado con eso, era mejor que la mayoría con métodos de medición.
Kielan pasó tras ella, dispuesto a grabar el cuarto símbolo sin pedir más instrucciones. Helena había empezado a marcar bien el segundo del rombo central cuando él se colocó a su lado.
–¿De qué aíslan estos sellos? –preguntó mientras grababa el séptimo de la pared.
–De prácticamente todo: diferencias de temperatura, sonido... Es una barrera neutral al fin y al cabo –contestó ella.
–¿Entonces ya no hará falta que insonorice tu casa?
–No por este lado, sí por el resto.
–En ese caso, tendré que seguir aislándola. Sobre todo si sigues gritando así en la cama –añadió socarrón.
–También podemos ducharnos a las tantas sin peligro de molestar –respondió sin darle importancia, pasando a marcar a fondo en la pared el octavo sello.
–Vaya, esta vez no ha habido guantazos –comentó él.
–¿Por qué?
–Por mi comentario.
–¿Los merecía? –cuestionó ella.
–Normalmente te da vergüenza.
Helena lo miró con seriedad unos segundos.
–No estoy tan centrada en el sexo como la mayoría –lo citó enarcando las cejas.
Kielan soltó una carcajada.
–Te estoy empezando a adorar.
–Gracias. Vamos a hacer lo mismo con las otras paredes.
Kielan no perdió el entusiasmo por mucho que repitieran el mismo dibujo de continuo. De hecho, dijo habérselo aprendido de memoria y que ya no necesitaría que se lo trazara. Tras comprobar que era cierto, prescindieron del lápiz y ambos grabaron directamente en la pared.
–Ahora la sangre –anunció Helena cuando hubieron marcado las tres paredes–. Probemos cómo es dibujar a tu estilo.
–No es que yo me dedique a hacer dibujos con esto.
–No es que se haya hecho nunca así, que yo sepa. Y tú lo has sugerido.
–¿Y cómo lo hacían en la época theudiana? –se interesó Kielan mientras sacaba lo necesario de su maletín.
–Había distintas formas, desde pintar con pinceles, hasta que alguien con poder telequinético guiara la sangre, pasando por desangrar a una persona sobre el sello.
–¿Sacrificaban gente para los sellos? –se interesó él.
–No. Los había que se hacían con sangre voluntaria, de los sacerdotes y los fieles. También había multas de sangre. Y las ejecuciones se hacían por desangramiento.
–¿Y dices que no sacrificaban?
–No se los mataba por los sellos, sino que se aprovechaba que se los había condenado a muerte para usar sus litros de sangre –respondió Helena como si nada–. En aquella época no se ahorcaba ni decapitaba.
–Theudis se montó un sistema curioso.
–Sí, ya te lo contaré. Pero ahora enséñame cómo se hace –señaló el material.
–Es fácil –dijo Kielan mostrándole cómo se podía cargar la jeringuilla a través de tapón perforado de la botella, que había que poner bocabajo–. La cuestión es cómo pintamos ahora.
–Trae –Helena le quitó la jeringuilla y se echó en el suelo–. Habrá que tener en cuenta la gravedad y las formas del sello –murmuró más para sí misma que para su acompañante.
Con sumo cuidado, comenzó a teñir los surcos, anotando mentalmente la viscosidad de la sangre y lo que tardaba en coagularse y secarse. Kielan la observó con atención un minuto antes de ir al otro sello cercano al suelo para experimentar por su cuenta.
–Qué divertido –consideró él.
–No te salgas de las marcas.
–Descuida.
–Ni dejes huecos en blanco.
–Lo daba por hecho.
–Bien.
–¿Me sigues hablando de los sellos en la época theudiana? –pidió Kielan ilusionado.
–Los inventó Guiomar, la hermana pequeña de Theudis, y fue Leanna, una de las hijas de él, la que los integró en los edificios primero y en la ciudad en sí misma al final.
–Vaya, lo llevaban en la sangre.
–Sí, eran una familia de genios –consideró Helena mientras examinaba de cerca cómo había quedado la sanguínea pintura.
–Por lo que tengo entendido, Theudis desarrolló una cultura de la enseñanza e investigación que incluso hoy en día se considera avanzada.
–Sí, para eso estaban los dioses Bellenev y Luciven. ¿Sabes que los basó en sus dos primeros amigos? –preguntó levantándose, satisfecha de cómo le había quedado el sello.
–Así que los dioses están basados en gente que existió.
–Sí. Para Luciven se inspiró en su niñero, vigilante, ayudante personal –se agachó para ver cómo estaba el sello de Kielan–. Tiene buena pinta para ser experimental.
–Me alegro. ¿Vamos a por los de arriba?
Recargaron las jeringuillas y subieron a las sillas con sincronía.
–El padre de Theudis quería tenerlo vigilado porque no se fiaba de lo que tramaba, por lo que le ponía niñeros que no duraban mucho –continuó relatando Helena mientras rellenaba los huecos de la pared con finos regueros de sangre–. Theudis podía ser un diablillo en aquella época. Pero al fin llegó Carolo y él sí se ganó su confianza –hizo un alto para comprobar cómo iba–. Carolo no había tenido estudios, pero tenía mucha curiosidad y perspicacia.
–Ya veo de dónde viene Luciven, sí.
–En la abuela de Carolo, una viejecita que sabía un montón de cosas de un montón de cosas, basó a Bellenev.
–¿Qué más dioses tienen base real?
–Ahora te digo. ¿Cómo te ha quedado el sello?
–Éste es más complicado, por la posición. Pero diría que ha quedado igual de bien que el de abajo.
Descendieron al suelo y continuaron con el rombo central.
–Veamos... –retomó Helena–. Theudis odiaba a su padre, así que le gustaba fantasear con, aparte de matar al que tenía, inventarse otro padre misterioso: un gran mago que no se mostraba a plena luz y que conocía el significado de las cosas, pero no como Bellenev, sino mucho más... misterioso. Qué mal me explico.
–Creo que ya sé de cuál me hablas, el de la capucha negra.
–Ése mismo, Sletven.
–Ése. Pero no lo basó en alguien real.
–No, fue en alguien totalmente imaginario, pero imaginado mucho antes de que se empezara a crear la triscadeca. Y me parece curioso. Miles de personales llegaron a creer de todo corazón en esos dioses, que salieron de las mentes de Theudis y sus amigos. La gente debería saber que los dioses los creamos nosotros, no al revés.
–¿Los dioses viven dentro de nosotros? –probó Kielan.
–En aquella época te hubieran considerado un enviado de Luciven.
–Qué honor. ¿Y no me hubieran enviado a Redención?
–Theudis no lo habría permitido. Te habría encontrado utilidad, dejándote experimentar, pero sin saltarte los límites de la ética. No demasiado.
–La verdad es que eso era lo que hacía en Redención. Aunque a veces ni yo mismo tenía muy claro dónde estaban los límites de la ética. Sobre todo si me daba Vesania.
–Theudis era mejor tirano que la mala perra. Incluso haciendo caso a Confieso, con todos los asesinatos y el terror selectivo.
–No lo pongo en duda. ¿Alguien más?
–A Leihaev, la Artesana, la basó en su hermana Guiomar. La pobre mujer vivió siempre protegida por la tiranía de Theudis, que se le contagió bastante a la hora de organizar su templo, al que estaban adscritos todos los artesanos.
–Esas cosas se pegan, como a ti el estilo redentor –la pinchó Kielan.
–Pero ella se buscó un marido loco, impredecible, supongo que para contrastar.
–Y tú estás con un ex presidiario loco de Redención, ¿eso no contrasta?
–Así visto... –Helena le sonrió, por primera vez desde que se habían puesto a trabajar.
Sus manos chocaron al ir a colorear el último par de sellos, por lo que se reubicaron para poder terminarlos sin molestarse entre sí.
–El marido de Guiomar acabó siendo modelo para Lahnuven, el Loco, y su Sumo Sacerdote.
–Qué mejor que meter a la familia en semejante negocio. ¿Y a Leanna no le dedicó ninguna diosa?
–Se consideraba que lo suyo estaba dentro de la influencia de Leihaev, aunque, como estaba llevando más allá la utilización de los símbolos descubiertos por su tía, estaba muy relacionada con Luciven.
–Curioso.
–Algunos trabajos y estudios no podían estar exclusivamente bajo un dios.
–Me refería al hecho de que Leanna, que es muy tú, estuviera relacionada con Luciven, que según has dicho, es muy yo.
–Y eso que no te he contado la relación que tuvieron esos dos –murmuró Helena, retrocediendo para observar la obra en su conjunto.
–¿Leanna y Carolo? –preguntó atónito–. Pero si él era el niñero del padre de ella. ¿Cuántos años tenían cuando...?
–Ella tenía menos de quince cuando empezó a ir al templo de Luciven a menudo, y él tenía casi setenta por aquel entonces –contestó yendo a por la siguiente pared.
–Mira que no suelo tener prejuicios, lo intento al menos, pero ahí creo que la diferencia de edad era demasiado grande para ser humanos.
–Ahí le has dado. Al principio fue algo platónico, hasta que a Carolo le dio por experimentar.
–¿Con qué? –preguntó Kielan sumamente interesado.
–Como ya te he dicho, era mayor, muy mayor para la época, y sabía que moriría pronto. Cuando Ergat funcionaba mejor que nunca, el reino era cada vez mayor y más estable, iba a anexionarse al reino de Venara, los Sumos Sacerdotes hacían milagros... Y él era viejo.
–Así que se puso a experimentar en busca del elixir de la eterna juventud, o al menos de la vida eterna.
Mientras hablaban, Helena y Kielan pintaban los sellos, sincronizados y espejados.
–Se interesó, y entonces apareció un vampiro –relató ella.
–Oh, oh, ya veo por dónde vas.
–El vampiro le ofreció un poco de su sangre, en apariencia, desinteresadamente, y a Carolo se le fueron los achaques. Dejó de necesitar bastón, se le curó el reuma y la artritis...
–Se volvió adicto, ¿verdad?
–Mucho, quedó totalmente subyugado al vampiro –respondió Helena–. Theudis lamentó no haberse dado cuenta antes.
–¿Y qué pasó con Leanna? –se interesó Kielan.
–Que de repente se encontró a un Carolo rejuvenecido con un aura extraña y rondándola.
–Y ahí empezó la relación más carnal, supongo.
–Sí –Helena recargó la jeringuilla y fue a por otro sello.
–¿Y cómo acabó?
–¿No prefieres leerte el libro? –propuso ella.
–No, cuéntame ahora.
–Tú y tu curiosidad imposible... Pues, como Theudis sospechaba ya mucho, el vampiro lo convirtió una noche y, cuando despertó, lo encerró con Leanna.
–¿La encerró con un vampiro novato? –exclamó Kielan–. Eso es condenarla a muerte.
–Sí.
–¿Y?
–Que el vampiro tenía doble personalidad. Una de las personalidades era sádica y disfrutaba con la idea de que Carolo la matara, pero la otra era más calculadora y prefería tener a una princesa bajo su poder. Así que entró, cogió a Leanna ya moribunda y la convirtió también. Entonces llegó Theudis para poner fin a aquello, acompañado por unos cuantos Sumos Sacerdotes, para que el asunto quedara en secreto para el pueblo.
–¿Y quién ganó?
–El equipo local. La Suma sacerdotisa de Dajaev en aquella época era venerada como una extensión de la diosa, y no se achantaba si había que proteger a los suyos. Por ejemplo, se dejó morder por Leanna para evitar que la novata secara a un trabajador del templo.
–¿Y qué pasó con el nuevo clan? –se interesó Kielan.
–Atraparon al vampiro, al que lo provocó todo, y Theudis lo condenó a muerte. Él hizo amenazas, pero el Sacerdote de Cauven Hedler adoraba su trabajo.
–Ése era uno de los de la Muerte, ¿no?
–Sí, el ejecutor. Theudis sabía elegir a jóvenes con gusto por ver correr la sangre para los puestos de causor, y el Sumo Sacerdote no era menos.
–Veo que Theudis sabía sacar partido a sus psicópatas –apreció él.
–Y a otros trastornos. Todo el mundo podía ser útil si se le encontraba el lugar adecuado.
–Estoy de acuerdo. ¿Y lo ejecutaron?
–No podían, el vampiro tenía tal dominio de Leanna y Carolo que, si le hacían daño a él, los otros dos lo sufrían. Por no decir que había que tenerlos encerrados para que no atacaran por orden del otro.
–¿Y cómo...?
–Ishtar –respondió Helena yendo a por la tercera pared.
–¿Esa era otra hija de Theudis? –preguntó siguiéndola.
–Por suerte, no lo era.
–¿No? Pero si es tan famosa como él –se extrañó Kielan.
–No era hija biológica. Pero eso es otra historia.
–¿Y qué hizo Ishtar?
–Salió tan dominante como su padre adoptivo, y pudo arrancarle el poder de dominación al vampiro.
–¿Cómo?
–Con sexo.
–¿En serio?
–No por nada era la modelo para la diosa de Varaev.
–¿Basó a Varaev en su...?
–Ya te he dicho que, por suerte, no era su hija biológica.
–Acabo de pillarlo, era su amante. Pues menuda familia.
–Todas las leyendas tienen su lado oscuro.
–¿Y qué fue de la pareja?
–¿De Leanna y Carolo? Que vivieron felizmente siendo vampiros hasta que llegó la guerra y acabó con todo.
–Vaya... ¿Sabes? Me has quitado las ganas de experimentar con sangre de vampiro.
–No me lo creo –contestó Helena socarrona.
–En mí mismo –rectificó Kielan–. Me encantaría poder anotar los cambios de quien lo hiciera, tomarle muestras, hacerle algunas pruebas...
–Ah, ya me habías asustado.
Kielan rio.
–Hay que aprender de los errores de otros, ¿no? Pero nunca perder la curiosidad.
Helena asintió. Después suspiró, se pasó una mano por la cara y fue a por el último sello.
–¿Tienes práctica anterior con los sellos? –preguntó de repente Kielan.
–No tanta como me gustaría, pero éste en concreto lo usaba mucho con las habitaciones que me daban. Para evitar que me escucharan... –la voz se le murió por la melancolía.
–Lo importante ahora es que tu casa está insonorizada por otros motivos –la miró con la jeringuilla en lo alto, no como amenaza, sino porque había terminado de pintar el sello.
–Como evitar que me escuchen gritarte que no me duches con agua fría.
–Pero tú te has encargado de eso, ¿no?
–Me he encargado de que no tengas excusa. A partir de ahora, si quieres hacerlo, tendrás que darle al agua fría –indicó retrocediendo para observar su obra. Sentía las energías asentándose y aquello le producía satisfacción.
–Vaya, no se me había ocurrido. Gracias por la idea –respondió socarrón.
–No me creo que no se haya pasado la idea por tu depravada mente de ex presiadiario de Redención.
Kielan sonrió divertido.
–¿Hemos acabado?
Helena asintió.
–Las energías todavía se están estabilizando, pero tienen muy buena pinta.
–Entonces voy a recoger –dijo él quitándole la jeringuilla.
–Aunque es una pena –consideró mirando la pared.
–¿Qué?
–Que lo que hemos hecho haya sido algo parecido a una amputación. Bueno, faltan muchas paredes y el techo y el suelo para eso... Pero es como si hubiéramos separado un brazo infectado con un torniquete en vez de curarlo.
–Así que será algo temporal –supuso Kielan.
–Si todo el edificio fuera mío...
–Como el de los Silva.
–Sí... Si toda la calle, barrio, ciudad... –Helena se humedeció los labios, inspiró hondo, embargada por la emoción que le provocaba la sola idea. Cuando regresó a la realidad, se encontró a Kielan mirándola fijamente–. ¿Qué? –preguntó cohibida.
–Quieres que Dirdan sea tuya –dijo como si le hiciera mucha gracia y lo maravillara al mismo tiempo.
–No, sólo quiero administrar sus energías. Todas.
–¿Y qué te parece empezar tu conquista con el edificio abandonado que han ocupado nuestros encantadores atracadores?
–Si ya me tenías convencida para ir.
–Pero ahora irás con ganas de verdad.
–Voy a tener que leerme otra vez Confieso, mirar los sellos de Guiomar y Leanna, revisar los pensamientos de Dajaven...
–¿Te has olvidado de ser mi enfermera?
–Muchos de los sellos de Guiomar eran para las personas. El hechizo anestésico Sensu Doloris Carere lo sacaron de uno de sus sellos –contestó Helena, encargándose de coger las dos sillas.
–Familia de genios. Lo interesante que hubiera sido estar allí... Oye, me estaba preguntando...
–Dime –dijo ella saliendo de la casa allanada, sabiendo que iban a cambiar bruscamente de tema.
–¿Por qué ayer por la mañana no te quejaste del agua de la ducha? –inquirió Kielan.
–Porque salía caliente –respondió entrando en la suya.
–¿Entonces se estropeó en algún momento de la tarde?
–No. Ayer hacía sol.
Kielan se detuvo y puso cara de estarlo meditando.
–¿Estás diciendo que el sol... calienta las casas y por eso ayer no te robó energía?
–Ya me advirtió mi hermano de que eras inteligente –sonrió Helena con suficiencia.
–Y aprendo rápido –aseguró Kielan con el mismo tono.
Helena fue a comprobar si la ducha ya calentaba como debía. El camino de sellos no tardó en tornarse de un bonito rojo fuego y el agua alcanzó un calor que se pasaba de agradable y entraba en lo abrasador. Aun así, tenía pensado cambiar la instalación para que fuera perfecta.
–¿Satisfecha? –preguntó él.
–Sí, aunque ahora todo está hecho un asco... –murmuró observando la zanja de la pared y los cascotes del suelo.
Estaba pensando en ir a por la escoba y no arriesgarse a levantar el suelo al intentar limpiar tanto con su poder, cuando Kielan la arrinconó contra la pared no destrozada para darle, a traición, un beso intenso y absorbente.
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