.XVII
–Muchas gracias por la cena, señorita Silva –dijo Kielan con cortesía.
–Por favor, llámame Selene –respondió ella con una amplia sonrisa–. Y ha sido un placer. Además, según me han informado, habéis sido muy comedidos.
–¿Comedidos? –exclamó Helena–. Pero si no quiero saber cuánto vale lo que hemos pedido.
–Créeme, comparados con los ricachones consentidos que acostumbran a venir por aquí, habéis sido muy comedidos –contestó con tono bromista–. ¿Qué os parece si nos sentamos? –robó una silla de la mesa vacía más cercana–. Siento mucho haber interrumpido vuestra velada.
–Oh, no, es un placer conocer a una amiga de Helena.
La aludida estaba aturdida por el derroche de sociabilidad del doctor.
–Aunque me ha dicho que hace mucho que no os veis –continuó Kielan con fingida ingenuidad.
–Sí... Supongo que nuestros trabajos nos han mantenido apartadas...
–Marko, por favor, deberías saber que odio la hipocresía –resopló Helena, notando cómo una crisis se cernía sobre ella–. No es ése el motivo.
La sonrisa anclada con alfileres de Selene se aflojó y su rostro se volvió más natural.
–Perdón... –murmuró dándose por aludida–. Te veo mucho mejor, la verdad –añadió tanteando.
–Al fin han encontrado una medicación que me viene bien –mintió sin mirarla a los ojos.
–Lo cierto es que nunca he llegado a entender en qué te ayudaban las pastillas...
La sonrisa de Kielan fue mucho más sincera que las que había dedicado hasta ahora a la joven Silva.
–Ahora no toma prácticamente nada –le confió él.
–¿Entonces cómo...?
–De la misma forma que la mayoría consigue evitar coger un cuchillo y apuñalar al más cercano: conciencia y autocontrol –soltó Kielan como si nada.
Helena se llevó una mano a la frente.
–Tiene un humor un poco... macabro –le explicó a la atónita Selene.
–No... Si ahora me cuadra más que congeniéis. Teniendo en cuenta cómo es tu hermano...
–¿Cuál de los dos? –preguntó Kielan con inocencia, como si no lo conociera en persona y jamás hubiera sido su psicólogo.
–Cariño, hay uno del que nunca hablo.
–Ah, entonces el que trabaja en ese sitio –dijo él fingiendo el repelús de una persona que no hubiera estado dentro nunca y sólo hubiera oído historias truculentas.
–No me digas que sigue trabajando allí –exclamó Selene espantada y Helena asintió resignada–. ¿Pero no iban a ser dos años?
–El primer contrato. Lo ha ido... renovando.
–Pero ya va...
–Ocho años –Helena terminó su frase con gravedad.
–Perdona si me meto donde no me llaman, pero... ¿cómo lo lleva? –preguntó Selene.
–Tal como dijo Esther, fue empeorando. Más y más... Pero ahora está mejor.
–¿Mejor? –se sorprendió Silva.
–Sí. Ha encontrado la forma de... llevarlo mejor.
Por la cara que puso Selene, supuso que se estaría imaginando que le había cogido el gusto a las tenazas.
–Le diré que has preguntado por él. Seguro que le hace ilusión.
–Ah... –Selene desvió un momento la mirada. Si Álvaro ya la había impactado cuando no estaba tan desquiciado... Dämon la aterraría–. Hablando de eso, Esther estuvo aquí el otro día.
–Oh... ¿y cómo está? –preguntó Helena para devolver la pelota por lo de su hermano.
–Eh... Pues... también empeoró, pero ahora está mejor.
–¿Empeoró? ¿Por su poder?
–Señoritas, perdonad la interrupción. ¿El servicio? –pidió Kielan.
–Aquella puerta –señaló Selene y el doctor las dejó solas–. ¿Recuerdas que en los exámenes del internado Esther se ponía muy susceptible?
–Ah, sí, que el estrés le ampliaba el radio o algo así –respondió Helena, aunque sólo se acordaba del último año.
–Sí. Pues en la Universidad le dio una crisis de las gordas, pero intentó seguir con el ritmo y, estando en un examen, sincronizó con toda la clase al mismo tiempo.
–¿Toda... la clase... a la vez? –repitió atónita.
–Eso dice ella. Los médicos dijeron que era imposible, que una mente no puede contener a medio centenar de otras mentes al mismo tiempo, que no lo soportaría. Aunque la verdad es que se tiró dos días en coma –suspiró Selene–. Dejó la carrera.
–¿Y ahora cómo...?
–Se fue a trabajar a la empresa de su familia, de material de construcción en general y fontanería en particular. Organizaba el almacén y no se relacionaba con nadie porque decía que hacían mucho ruido. Hasta que Aldo fue a buscarla.
–¿Aldo, nuestro profesor de ergatiano?
–El mismo. Esther quería hacer Filología y Aldo se ofreció a darle clases particulares. Ha llegado a un acuerdo con la Universidad y, poco a poco, ha ido presentándose a los exámenes, siempre con menos de cinco personas en la misma sala. Está a punto de terminar la carrera.
–Oh, me alegro de que...
–Y también está lo de ese policía.
–¿Cuál?
–Adrián Abad. No sé si te acordarás de él.
–¿Acordarme de...? ¿Por qué? –Helena frunció el ceño, ella había intentado mantenerse lo más alejada posible de la policía, por si las moscas.
–¿Recuerdas aquella vez que tu hermano nos invitó a lo que quisiéramos en una pastelería muy pija?
–Sí...
–Y después acabamos metidas en una pelea y tú atizando con una señal de tráfico...
–Por favor, no me recuerdes eso. Ah, sí, ya recuerdo a los polis que vinieron. Aunque... uno de ellos era Riss –se le escapó un temblor al venirle todas las cosas que le había contado Álvaro sobre el cabrón sádico.
–Y Adrián era el otro. Ya nos parecía un poco especial cuando se presentó donde Esther para pedirle que fuera su asesora psicológica.
–¿Por aquello que dijo mi hermano de que sería una buena interrogadora? –nada más decirlo, Helena se estremeció–. Me ha venido otro tipo de interrogador a la cabeza –explicó con un murmullo.
–Ya... Sí, se la lleva a cosas como interrogatorios de testigos y sospechosos.
–¿Y qué tiene de especial ese policía? Has dicho que "ya os parecía especial cuando se presentó". ¿Esther lo confirmó?
–Precisamente, al terminar la entrevista en la que trató de convencerla de que lo ayudara, Esther le dijo "Me has pedido que sea sincera contigo y te diga todo lo que percibo. Bien, pues creo que fuiste chatarrero de joven y que todavía conservas piezas. Y, posiblemente, una moto completa en algún lugar del norte de Dirdan".
–¿Y acertó? –exclamó Helena.
–De pleno –rio Selene–. Lo dejó seco. Le redobló el sueldo, aunque no sé si porque consideró que es muy buena o para que no se chive.
–¿Pero cómo lo supo?
–Detalles como que está obsesionado por la limpieza de las uñas, de las suyas y de las de cualquiera. Ya sabes que los chatarreros se las manchan de grasa de motor.
Helena asintió y se dijo que tendría que mantener alejado a Kielan de Esther o habría que secuestrarla a ella también. Un camarero trajo el postre y le preguntó a la señorita Silva si deseaba algo.
–Tráeme otra tarta como ésa –señaló la de chocolate–, que tiene una pinta...
El camarero asintió y se marchó.
–¿Y cómo te va a ti? –se interesó Selene.
–Voy... tirando –murmuró Helena evitando el contacto visual.
–Te llamé varias veces al trabajo, pero siempre me decían que estabas ocupada.
–Sí, supongo que lo estaba...
–Helena... ¿cuándo te cambiaron la medicación?
–¡Oh, qué buena pinta tienen esas tartas! –exclamó Kielan regresando.
Helena dio gracias mudas por la interrupción justo a tiempo.
–Siento interrumpir vuestra charla de chicas, pero esta preciosidad me estaba llamando –añadió atacando su tarta de queso y lo que parecían moras y frambuesas.
–Eh... Selene, ¿me llamabas por algo en particular o...? –aprovechó para retomar Helena.
–Oh, bueno, volvernos a ver está bien, pero... en concreto quería que nos asesoraras –reconoció con cierto pudor–. Mi padre considera que el salón de banquetes privados de este edificio no es lo suficiente grande y pretende tirar abajo una pared. Dicen que no es un muro de carga y que no debería haber problema. Pero yo no me quedaré tranquila sin tu opinión.
–Pero... Este edificio no está proyectado para grandes reuniones –declaró negando con la cabeza–. Lo ponía en las especificaciones, maldita sea. Un lugar sencillo, pequeñas reuniones y exposiciones...
–Ya...
–Y querrán tirar la pared del fondo, ¿verdad? Robarle un pedazo a la cocina. Maldita sea, esa cocina es pequeña de por sí, ¿cómo...? Ah, claro, ya que están, tirarán otra pared a la izquierda de la cocina, ¿no? –farfulló acelerada–. Total, lo único que hay son tuberías y un contador. Un poco de yeso, una puertecita... ¿Planea eso? –exigió saber.
–Pues... sí –balbuceó asombrada, pero Helena no le prestaba atención ni a Selene ni a Kielan, que se había quedado con un pedazo de tarta de queso a unos centímetros de la boca, alucinado.
–Pues muy mal, porque por ahí no sólo van las tuberías, también van flujos de energías importantes. Y si ponen algo como unos fogones, los alterarán y, además, la comida saldrá peor.
–¿Te sabes los planos de memoria? –preguntó Selene.
–Más o menos –respondió con falsa humildad controlando su rabia–. Es como mi hijo –añadió pinchando un gran pedazo de tarta para callar la histeria con tres tipos diferentes de chocolate.
–Oye, ¿el lunes podrías venir a explicárselo a mi padre?
–No, yo no...
–Ellos sólo ven "tiramos un par de paredes y listo", tienes que explicarles la que van a liar.
–No creo que pueda convencerlo...
–Sólo tienes que decirle lo que me has dicho a mí. Por favor, éste es mi lugar preferido –suplicó Selene–. Tengo una habitación siempre reservada. Muchas veces duermo aquí en vez de irme a casa porque siento que aquí estoy más cómoda, que tiene... armonía.
–Eso pretendía –musitó Helena halagada esbozando una sonrisa tímida.
–¿Sabes? Me recuerda a lo que contaba Espejo de la armonía.
–La verdad es que os encasqueté una gestión de energías bastante antigua.
–¿He estado viviendo en un edificio que le gustaría a Theudis?
–Posiblemente –asintió Helena, secretamente orgullosa de su trabajo–. Aunque aquí se han usado sellos del tipo no sangriento.
–Ay, cuando se lo cuente a Esther –exclamó Selene emocionada–. A ella también le gusta pasar por aquí. Hay una habitación en concreto que le encanta.
–¿Alguna de la cuarta planta, hacia la izquierda? –probó mientras degustaba más tarta de chocolate.
–Pues... sí –respondió maravillada.
–Es una zona Hedler, apacigua las energías que se aceleran en las zonas Luciven. Las cocinas son zonas Luciven, para ayudar a mantener el ritmo y a que estén más inspirados. Si tiran esa pared, los del rincón ampliado estarán más frenéticos que los del resto del salón, que es Dajaven.
–Alucinante. ¿No es genial? –Selene se volvió hacia Kielan.
–La forma que tiene de hablar de arquitectura me enamora cada día más –confesó él y Helena se turbó violentamente, pero trató de disimularlo–. Además, como quiropráctico, le encuentro muchas similitudes con mi trabajo. Ella habla de edificios, yo de cuerpos. Aunque no los diseño –Kielan sonrió y continuó comiendo moras y frambuesas.
–¿Entonces cuento contigo para que me ayudes a convencerlos? –preguntó Selene esperanzada.
–¿Y si no lo consigo, me estreso y...? No se me da bien discutir.
–Tú limítate a decirles todo lo que destrozarán, yo me encargo del resto, ¿de acuerdo?
Helena asintió a medias.
–¿Pero si...? –se interrumpió cuando el camarero regresó con otra porción de tarta de chocolate.
–Por favor, contacta con mi padre –pidió Selene al hombre–. Avísale de que le llamaré en media hora.
–Sí, señorita.
Selene atacó su pedazo.
–¿Qué ibas a decir? –preguntó antes de meterse la tarta en la boca.
–Que si se escapa un poco de...
–Oh, bueno, a mí me entran ganas de cruzarle la cara a mi padre cuando se pone en plan práctico. Sólo piensa en dinero, resultados a corto plazo y el qué dirán –refunfuñó la joven Silva–. Espejo le echaría buenas broncas, ¿verdad? –bromeó.
–De acuerdo... No puedo permitir que le haga eso al edificio. Lo estropearán más al intentar arreglarlo con parches. Pero procura que no haya mucha gente cuando yo venga...
–Puedo invitar a Esther a venir, espanta a la mayoría de los amigotes de mi padre porque destapa sus vicios –ofreció Selene maliciosa.
–Oh, pero entonces... sincronizará conmigo por los cambios...
–Yo te veo mejor que nunca –consideró cautelosa.
–Son ocho años escuchando las historias de mi hermano y... –Helena se echó un vistazo al brazo que se había rajado y grapado ella misma– otras cosas. Adviérteselo.
–Lo haré –asintió Selene–. Pero creo que estaría bien que volviéramos a encontrarnos. Siempre que no te importe que haya un policía rondando casi cada día. Ah, y V, un chico que me ayuda en mi trabajo.
–Ah... sí... –murmuró mientras ordenaba a su cerebro y a su boca que no revelaran lo que le había contado Kielan–. ¿Cómo te va el trabajo? –logró preguntar, sintiéndose bastante estúpida.
–Bien, bien. Me he instalado por libre y me dedico a ayudar a la gente con pocos recursos. Mi padre me había advertido que así no llegaría a nada. Pero entonces vino Esther diciendo que Adrián quería pillar a un criminal y que necesitaba ayuda para llevarlo a juicio y conseguir que lo condenaran. No sé si lo leeríais en los periódicos...
–Yo no suelo... –Helena desvió la mirada.
–Yo sí lo vi –exclamó Kielan–. Buen trabajo. Pero... ¿no tenéis miedo de que su banda...?
–Nos la hemos ido cargando. Metiéndolos en la cárcel, quiero decir. Aunque aparecieron unos cuantos muertos y la policía lo atribuyó a una guerra interna por el poder, ya que habíamos enchironado al líder... –Selene puso cara de que merecía la pena meditar el asunto un poco más.
Helena sospechó que allí no había habido juego limpio y que ese tal V se había divertido, pero no dijo nada al respecto. Ella no sabía nada.
–Entonces os va bien... Me alegro –Helena logró dibujar una sonrisa.
–A ti también parece que te va bien ahora.
–Sí... Es una novedad... Quiero decir, que es desde hace poco... –se llevó una mano a la cara. Estaba metiendo la pata.
–El médico le dijo que se quedara en casa hasta comprobar que la nueva medicación no le iba mal –explicó Kielan con tono sincero–. Pero hemos sido traviesos y hemos salido a cenar.
–Ah... –Selene se removió inquieta.
–Pero estoy bien –se apresuró a asegurar Helena–. Nunca he estado mejor.
–Llevamos un buen rato aquí y no ha troceado a ninguno de los vecinos –soltó Kielan como si nada, rebañando el platillo con el dedo.
"Humor de Redención", suspiró internamente Helena.
–Sí... –murmuró Selene algo trastocada–. Oye, ¿se lo has presentado ya a tu hermano? Sospecho que se llevarían bien.
La cara de Kielan pasó por muchas fases en un segundo, desde el espanto hasta la risa, pasando por la malicia y la sospecha. Aunque Helena dudó si no se lo habría imaginado a causa de su propio impacto.
–Oh... bueno... Como ya te imaginarás, presentar a tu novio a un hermano redentor puede ser un poco... suicida.
Kielan luchaba por reprimir la risa y acabó ocultándola con la excusa de limpiarse con la servilleta.
–¿Crees que se pondrá en plan protector? –se preocupó Selene.
–Eh... Temo que lo criminalice. Ya sabes... "qué intenciones tendrá ése" y todo eso.
A Kielan directamente ya le había dado un ataque de risa y el ex-presidiario demente hacía peligrar la fachada de agradable aunque algo macabro quiropráctico.
–Pero ya ves que Marko no le tiene miedo.
–Sí, ya veo...
–Ya veremos el día que nos encontremos –logró decir Kielan–. Mientras no quiera llevarme a esa cárcel suya, por mí bien.
–Ha bebido demasiado vino –explicó Helena.
–¿Queréis algo más? –ofreció Selene saliéndose del tema con oportuna elegancia.
–Nada más de alcohol –se negó Helena en redondo–. Tenemos que conseguir volver a casa.
–Puedo llamaros a un taxi.
–No, no, volveremos andando –se adelantó Kielan–. Nos vendrá bien tomar el aire.
–Pero Dirdan a estas horas puede ser peligrosa...
–Nah, si alguien nos intenta atracar, Helena se pondrá nerviosa y... adiós atracador –bromeó Kielan, ganándose una mirada fulminante de la aludida.
–Lo malo es que seguramente tenga razón –suspiró ella aceptándolo.
–¿Estáis seguros?
–No te preocupes –insistió el doctor.
–No puedo evitarlo, me preocupo –aseguró Selene y lo hizo de tal manera que Helena recordó algo del pasado.
–Oh... No pienses en eso. Estaremos bien.
Kielan perdió la sonrisa al captar que aquello se debía a algo concreto y grave.
–Sólo me quedaré tranquila si vais en taxi.
–Si me meto en uno ahora, me marearé y no quiero echar esta cena tan rica y cara.
–Pero...
–Selene, mi hermano me ha enseñado cosas, partes del cuerpo que duelen mucho y tal. Y K... Marko es quiropráctico, puede provocarle una contractura a alguien. No nos va a pasar nada, te lo prometo.
–No, no...
–Algunas de las cosas que me ha enseñado a hacer mi hermano las sacó de cierto tío azul.
A Selene se le descompuso la cara por la sorpresa, pero mayor fue la que sacudió a Kielan, que las miró a ambas alternativamente tratando de comprender.
–Estaremos bien. Ahora... deberíamos irnos –dijo Helena incómoda, la curiosidad del doctor subía como la espuma.
–Sí... Muchas gracias por la cena –Kielan se recompuso lo justo para ser cortés–. Felicita a los cocineros de nuestra parte.
–¿Entonces me paso el lunes al salir del trabajo? –planteó Helena para sacar a Selene de la paralisis.
–S-Sí... O puedo mandar a V a buscarte....
–Como quieras –suspiró Helena.
Se pusieron en pie y se dijeron unas cuantas palabras más de despedida antes de salir del comedor acompañados por Selene.
–Ah –exclamó la joven Silva cuando estaban a punto de abandonar el edificio–. Os presento a V –les indicó a un chaval pelirrojo que rozaría la mayoría de edad y que estaba sentado en uno de los sillones de mimbre de la entrada–. V, te presento a Helena, la amiga del internado de la que te hablé –añadió, logrando decirlo sin que se le notara demasiado que le había mandado vigilarla–. Y Marko, su novio.
–Curioso nombre el tuyo –dijo Kielan al tiempo que le estrechaba la mano.
–Pues anda que el tuyo –respondió el pelirrojo con travieso.
Se sonrieron. Helena examinó al chaval larguirucho, con ropas entre macarra y chatarrero, pelo rojo oscuro y asalvajado, y ojos grises. Quizás fuera lo que le hubiera dicho Kielan sobre él, o porque supiera ver más allá de su fachada de despreocupado adolescente, pero aquel tipo le daba grima. Aunque no en el mal sentido, ya que su hermano menor le daba prácticamente la misma grima cuando sonreía.
–Encantado de conocerla en persona, señorita –V se dirigió a ella con galantería y la mano extendida.
Helena se la estrechó y entonces él se inclinó para besarle el dorso. Ella pegó un respingo.
–V, pórtate bien –le regañó Selene.
–Pero si estoy siendo cortés. Siempre me dices que sea educado y cuando lo soy... ¿Te he incomodado? –preguntó con picardía.
Helena descubrió que, aunque el hecho de que un chico estuviera agarrándole la mano y mirándola a fijamente a los ojos la incomodaba, no le ocurría lo mismo con lo que veía más allá de los irises grises. Una década soportando el aliento pútrido de terror de Redención debían de haberla inmunizado al menos a eso.
–No –respondió segura–. Aunque sí que soy... reticente al contacto físico.
–Oh, disculpa –V le soltó la mano y le guiñó un ojo–. ¿Os veré más por aquí?
–El lunes me gustaría que fueras a buscarla cuando salga de trabajar –indicó Selene.
–Cualquiera diría que crees que me voy a escaquear –contestó Helena.
–No, no, qué va. Aunque ahora me sentiría más tranquila si...
–No insistas –interrumpió Kielan–. Gracias una vez más por la cena. Buscaré la forma de recompensártelo –prometió y, teniendo en cuenta quién era, a saber qué tenía en mente–. Buenas noches.
–Hashen nütmen –murmuró Selene.
–Hashen nütmen –contestó Helena con algo más de seguridad y creyó captar la mirada burlona de V.
Salieron a la calle y bajaron unos metros en silencio.
–Ya no aguanto más –soltó de repente Kielan–. Explícamelo todo –exigió con urgencia vesánica.
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