.XVI
Kielan enarcó ligeramente las cejas y esbozó una sonrisa traviesa. Helena sospechó que en realidad sí que sabía ergatiano.
–Mira que eres mala, ¿cómo puedes decir eso de mí?
–¿Lo has entendido?
–Lo cierto es que no –reconoció Kielan sin perder la sonrisa.
–¿Entonces? –preguntó aturdida.
–Sé un poco sobre la triscadeca. Poca cosa, los nombres de los dioses y algo más.
Helena asintió atando cabos.
–Sé que Lahnuven es el Loco. Y eso que has dicho tú de "lahnor"...
–Lahnot –corrigió ella con suavidad.
–Lahnot –repitió Kielan como un buen alumno–. Se le parece mucho al dios.
–Es el adjetivo –admitió ella.
–Y también sé que Luciven es el Médico. Así que "luci"...
–Es el sustantivo, sí.
–¿Hago bien entonces en darme por aludido?
Helena asintió.
–¿Y qué has querido decir con el resto? –quiso saber él con alegre curiosidad, un cachorrito en comparación con la curiosidad vesánica.
–"Gau" significa "un" o "uno" –respondió ella sin poder reprimir la sonrisa.
–Así que lo has dicho de un modo impreciso. "Un médico loco" –cuchicheó Kielan.
–¿Quizás debería haber utilizado "den"? Den lahnot luci. El médico loco. ¿Eres el médico loco por excelencia? –preguntó Helena bromista.
–Está claro que sí –él sonrió con suficiencia y a ella se le escapó una risita–. ¿Y el resto?
–"Kaunan" es la conjugación en presente de "kaunat": tener.
–Oh, así que tengo algo. ¿Qué tengo, qué tengo? –preguntó como un crío.
–"Niekai" significa... "secuestrado" –reconoció Helena con un murmullo avergonzado.
–¡Oh! Ya me olía yo que habías sido mala –le reprochó Kielan haciéndola ruborizarse–. ¿Y lo del final?
–"El ain", "a yo". A mí –adaptó.
–Así que un médico loco te tiene secuestrada, eh –susurró de tal manera que, con alejarse un metro de la mesa, ya no se le pudiera oír–. ¿Qué te he advertido de ir contándolo por ahí? –preguntó con seriedad.
–Eh... lo he dicho bajito y en un idioma que casi nadie conoce por aquí –se justificó Helena.
Una sonrisa traviesa asomó por las comisuras de los labios del doctor. El muy... estaba bromeando.
–¿Y qué vas a hacer para castigarme? –lo retó ella.
La sonrisa traviesa de Kielan se convirtió en perversa y a Helena le nació un estremecimiento al final de la espalda, le trepó por la columna vertebral y le erizó el bello de la nuca.
–De momento, esperar a que estemos solos –susurró él alargando el brazo para tomarle la mano–. Y luego ya veremos –le paso el pulgar por el interior de la muñeca.
Helena se quedó paralizada con corrientes eléctricas subiéndole por el brazo apresado y resonándole en la columna. Hizo un esfuerzo para romper el contacto visual con los ojos verdes tras las gafas, y luego hizo otro tanto con el contacto físico dando un corto tirón. Kielan no trató de retenerla.
–No me digas que te he asustado –se mofó él.
–Claro que no –balbuceó recuperando los cubiertos para continuar con la deliciosa pieza de carne.
Lo cierto era que no la había asustado, no al menos con la visión de bisturíes y jeringuillas. Y aquello la perturbó.
–¿Seguro? –insistió Kielan.
Helena notó cómo se ruborizaba violentamente, se centró en su segundo plato y asintió evitando cruzar la mirada con él. "¿Qué demonios me pasa?", se preguntó abochornada; sobre todo porque percibía que Kielan no desclavaba las pupilas de ella.
–Creo que ibas a explicarme cómo has conseguido reserva aquí con tan poca antelación –retomó Helena para tratar de huir del tema perturbador.
–Está claro, porque erais compañeras del internado.
–¿Va en serio? –levantó la mirada y la posó en él con fastidio–. ¿Vas a darme largas también con eso?
–Vaaaaale –aceptó Kielan con una mueca de niño revoltoso que sabía que lo han pillado–. ¿Recuerdas que te he dicho que te he estado vigilando? –preguntó continuando con la metódica disección de la trucha.
–Sí, durante una semana –respondió Helena, controlando el bochorno que ello le suponía.
–No sólo me colé en tu casa.
–Bueno es saberlo –rumió y cortó otro pedazo.
–También te seguí al trabajo.
–Me lo suponía.
–Estuve paseándome por los despachos, ¿sabes?
–Tu temeridad me abruma.
–Sólo hay que aparentar que se está ahí de manera lícita.
–Bueno, creo que eso mismo hacen mis jefes.
Kielan soltó una carcajada encantadora, para nada estridente y sí muy acorde para el elegante restaurante.
–¿Y qué pasó allí? –se interesó Helena.
–Estuve plantado delante de ti un par de veces. Unos cuantos minutos.
Helena suspiró y se pasó una mano por la cara.
–Vale, queda claro que eres un excelente acosador y yo soy una drogadicta que no se entera de nada –refunfuñó.
–Eras –corrigió él–. Y me alegro de que me consideres excelente. He estado experimentando con muchas cosas que les escuché decir a Uriel y a Chris.
–Cuánto me alegro...
–No tengas envidia, ya te enseñaré cosas útiles –le sonrió alentador y le guiñó un ojo.
–Lo que tú digas. Pero continúa con lo de Silva.
–Paseándome por tu trabajo escuché cómo te llegaban unas llamadas.
–¿Llamadas? ¿Para mí? –se sorprendió Helena y se quedó con los cubiertos en alto.
Kielan asintió.
–De parte de Selene Silva. Pillé un par, pero me huelo que ha ocurrido durante toda la semana.
–¿Pero... por qué...?
–¿No te pasaron las llamadas? –Kielan puso cara de estar meditándolo–. Creo que lo hicieron por ignorancia y no por maldad.
–Oh, eso me tranquiliza –exclamó molesta.
–Míralo desde su punto de vista. Llama una de las herederas del imperio Silva y quiere hablar con una arquitecta un tanto inestable. Pensarían que querría tu consejo y no quisieron dar mala imagen del ayuntamiento –se encogió de hombros.
Helena gruñó por lo bajo y atacó los pedazos de jugosa carne que le quedaban.
–Creo que tendría que haber acabado jugando la baza de que os conocierais en el internado y que seas la arquitecta de uno de los edificios de la familia, ¿no crees?
Helena asintió de mala gana, destilando ira contra sus compañeros de trabajo.
–Ey, el lunes, según entres en el ayuntamiento, vete a quien gestiona las llamadas entrantes y dile alto y claro que te pase las que lleguen de Silva. ¿Qué te parece?
–Que depende de lo que quiera... –murmuró ella y bajó el solomillo con un sorbo de vino que vació su copa–. ¿Porque tú no sabrás...?
–No –Kielan se encogió de hombros–. Yo sólo sé que algo quiere de ti y a ella te he traído. Pero pronto lo averiguaremos.
–Ya... –Helena colocó los cubiertos de forma que quedara claro que había terminado. Frunció el ceño al ver que Kielan le rellenaba la copa–. ¿Es que quieres emborracharme?
–No podemos desperdiciar este vino tan bueno. Dime cuándo podremos disfrutar de otra botella como ésta –se sirvió a sí mismo–. Pero deja la copa ahí si quieres.
–Bueno... –miró el líquido de un rojo oscuro, intenso y agradable.
–Por cierto, no he querido decírtelo para que no alarmarte, pero...
–¿Qué? –exigió Helena al ver que él se entretenía oliendo el vino.
–No he sido el único que te ha estado vigilando.
–¿Cómo que...? –lo primero que le vino a la mente fue Redención, una jugada de mala perra contra Álvaro–. ¿Alguien de... del trabajo de mi hermano?
–Oh, no –exclamó él restándole dramatismo–. Lo siento pero, si así hubiera sido, yo me hubiera esfumado.
–¿Entonces...?
Kielan se encogió de hombros y Helena sospechó que la bebida le estaba afectando al doctor.
–Un chaval pelirrojo. Se me ocurrió hablar con él, pero, claro, tomando precauciones.
–¿Qué tipo de precauciones? –preguntó Helena suspicaz.
–Mi tipo de precauciones. Ya sabes –sonrió.
–¿Y?
–Que casi me liquida –contestó Kielan soltando una risita.
–¡¿Cómo?! –Helena se tapó la boca al darse cuenta de que había gritado. Evitó las miradas del resto de comensales.
–¿Recuerdas lo que te conté de Uriel? –preguntó él.
–¿Lo de acechar a las víctimas con sigilo?
–No, lo de cómo lo crearon.
–Ah, sí, lo de las sobredosis de pociones.
–Y te dije que no era el único. Pues, así, por casualidad, me topé con otro del mismo programa. Adiestrado para ser un sicario.
–¿Y por qué él me... vigila? –preguntó ella con una nota de terror–. No me digas que ha entrado en mi casa también –suplicó.
–No, qué va, él sólo se pasaba por tu trabajo para saber por qué siempre decían que no estabas disponible cuando Silva llamaba.
–E-Espera... ¿qué?
–Que te vigila porque tu amiga del internado se lo pidió.
–P-Pero... ¿Qué hace Selene con alguien como él? ¿Y por qué me lo larga a mí? –cuchicheó Helena trastornada y, a falta de pastillas, dio un trago a su copa de vino.
–Ella no sabe cómo es él. Sabe que tiene recursos y métodos poco ortodoxos, pero no tiene ni idea de lo que le hicieron.
–Oh... ¿y qué pretende hacer con ella? –murmuró preocupada.
Kielan le sonrió con ánimo tranquilizador.
–¿En qué trabaja Selene?
–Pues... –Helena frunció el ceño–. Sé que iba a estudiar Derecho y... Sí, cuando diseñe este edificio, ella también estaba terminando la carrera.
–Y la terminó. Con buena nota, por cierto. Es una chica aplicada.
Helena asintió y su mente viajó al internado. Sentía que la había lastrado en el último año.
–¿Y se dedica a llevar los temas legales de la familia Silva? –planteó él.
–No tengo ni idea, la verdad –reconoció avergonzada–. Espero que no, porque siempre decía que quería meter a los malos en la cárcel y salvar a los buenos de ella –rememoró.
–Y a ello se dedica. Con la ayuda de V lo está consiguiendo. Poco a poco se está haciendo un nombre. Ojalá hubiera llevado mi caso –deseó Kielan con ligereza.
Helena parpadeó varias veces al recordar aquel día en el que Espejo las juntó.
–¿Ocurre algo? –quiso saber él.
–No... Tan sólo recordaba el día en el que Álvaro vino con el uniforme al internado... –murmuró Helena y él redobló su interés, ansioso por saber dónde estaba la conexión–. Le preguntó a Selene a ver si sería una buena abogada, para defenderme en los juzgados si yo alguna vez... me convertía en Devasta. Aunque no lo dijo así, porque en aquella época todavía no me había dado el nombre y... él tampoco era Dämon.
Kielan asintió.
–Comprendo.
–No –se adelantó ella–. Lo que he recordado ha sido que... antes de preguntarle eso, le dijo "Oh, Selene Silva, doble S, me recuerda a cierto recién llegado".
–No me digas –se sorprendió Kielan genuinamente.
–Dijo que te estabas ganando a la jefa, demostrándole que valías más entero.
–Ah, sí, fue a lo que me dediqué desde el principio –recordó él con cierta añoranza.
–También dijo que... le hiciste las curas a Riss.
–¡Sí, es verdad! –se rio Kielan–. El primer guardia que se fio de mí –puntualizó divertido–. Para que luego acabara siendo compañero de piso.
–También contó un poco por encima lo que se hace en las salas y yo... Fue la primera vez que escuché detalles y... Ahora lo recuerdo, yo había estado siguiendo tu caso, pero me enteré por mi hermano a dónde te habían mandado... –Helena notó una pincelada de congoja al rememorar la noticia.
–¿Seguiste mi caso? –repitió entre curioso y halagado.
–Sí. Tú... curabas gente, como aquella chica de saliva venenosa. No me pareció justo.
Él sonrió encantado y encantador.
–Qué curioso es el mundo, ¿verdad? Alguien que creyera en el destino podría pensar que estábamos avocados a encontrarnos –susurró Kielan mirándola directamente a los ojos.
Helena notó cómo se volvía a sonrojar violentamente y estuvo segura de que su cara había adquirido el color del vino del que habían bebido demasiado. Aun así, no desvió la mirada.
–Perdón, la bebida me hace decir tonterías –se disculpó él, rompiendo el contacto visual al percibir que se acercaba un camarero directo a su íntimo rincón.
Ella bajó los ojos un instante, luchando por recomponerse con dignidad.
–Ahora les traeré la carta de postres –anunció el camarero antes de llevarse los platos.
La pareja asintió al mismo tiempo y guardaron unos segundos de silencio.
–No me ha quedado claro qué quiere ese tal Uve de Selene –murmuró Helena, retomando la conversación anterior para no seguir divagando sobre el destino.
–V, que se llama así por el número que le dieron en el experimento, el cinco, no quiere ser una mala persona. Pero es consciente de que lo que le hicieron le crea una serie de necesidades y de carencias. De modo que ha encontrado a... una jefa que quiere hacer el bien y a la que ayuda en su empresa usando sus habilidades.
–No creo que matar gente la ayude –le cuchicheó ella.
–Oh, no, dudo que vaya impartiendo... la muerte a diestro y siniestro. Sería poco elegante. Pero, ya sabes, Selene quiere encarcelar a un capo de la droga y la prostitución, por ejemplo, y para ello necesita que un camello testifique, por ejemplo. Estoy seguro de que V sabrá convencerlo y protegerlo de la banda, por ejemplo. Y protegerla a ella, claro. Así hace el bien y, al mismo tiempo, cubre sus necesidades. Ya me entiendes –Kielan dio un sobro y se terminó la copa–. Me cae bien.
–¿Quizás porque sigue tu mismo juego de hacer el bien saciando necesidades inquietantes?
–Me has pillado –admitió y rellenó las copas vaciando la botella–. Se acabó. Espero que a ti también te caiga bien, porque supongo que, si retomas el contacto con Selene, a él lo verás de vez en cuando.
–Esperemos entonces...
–Creo que si no se lo ha dicho a ella, es por temas prácticos. Lo comprendo, la gente puede reaccionar muy mal si descubre la verdad sobre uno.
–Bueno, yo...
–Tienes razón –asintió Kielan conforme–. V debería secuestrarla a una cabaña apartada hasta conseguir que lo comprenda y no lo rechace.
Helena se llevó una mano a la frente y suspiró. Lo que faltaría ya.
El camarero regresó con las cartas prometidas y les comunicó que la señorita Silva no tardaría en presentarse. A Helena se le hizo la boca agua de nuevo al leer la lista de postres.
–¿Cómo se supone que vas a llamarte? –preguntó ella de repente cuando estuvieron solos–. Cuando venga Selene, habrá que hacer las presentaciones y...
–Marko Dushan –respondió él sin dudar–. El nombre de mi padre y el apellido de mi madre. ¿Sabes ya qué vas a pedir?
–No, todo promete estar tan rico... Algo con chocolate –acotó la búsqueda–. ¿No será un nombre algo peligroso?
–Sólo si lo investigan a fondo y le encuentran relación. Pero si tu amiga me investiga, será a través de V. Y él ya sabe quién soy. Ummmm, yo voy a coger tarta de queso. Una vez nos trajeron a una FOBOS que habló de ella y desde entonces tengo antojo.
–¿Una FOBOS, allí?
–Su General era el anterior Alcaide, mira tú, y está bastante sonado –suspiró Kielan–. Por eso no hay que tocarles la moral a los Alfa –murmuró entre dientes echando un vistazo al resto de la carta.
–¿Y qué le pasó? –preguntó Helena espantada.
–Lo normal allí. Es decir, una barbaridad para los de fuera. Ya te contaré, ahora deberíamos decidir cuánto tiempo llevamos saliendo juntos. Es posible que caiga la pregunta.
–Ah, sí –se removió nerviosa, fingir una relación con él era...–. No sé... ¿un mes?
–¿Sólo? –lo meditó él–. Bueno, sí, tengamos en cuenta que no hemos mantenido relaciones sexuales.
–¡K...! ¡Marko! –le reprochó Helena.
–Ey, muy bien manejado –felicitó Kielan–. ¿Y dónde y cómo nos conocimos?
–No sé... ¿A qué te dedicas?
–Soy quiropráctico. Arreglo gente con mis manos –sonrió ufano.
–Y sin bisturís.
–Nada de bisturís.
–Pues teniendo en cuenta mi vida, nos conoceríamos en un hospital.
–Dudo que tus padres te enviaran a un quiropráctico, así que debí de encontrarte en la sala de espera.
–¿Y decidiste ligar con una paciente? –cuestionó ella.
–No, es que te vi haciendo movimientos que indicaban que tenías dolores en el cuello. De modo que me ofrecí a darte un masaje.
–Claro, y mi agradable charla de zombi te conquistó.
–No sé de qué me hablas, la medicación que te dan últimamente te tiene más activa. Y tienes una charla muy ocurrente.
–Sí, ya... claro –aceptó Helena reticente.
–Además, eres muy atractiva –añadió él con la naturalidad que llevaban hasta el momento.
–Eh... Tú tampoco... estás mal.
–Gracias –Kielan hizo un profundo asentimiento–. ¿Y tenemos intención de casarnos?
–Por favor, llevamos un mes nada más.
–Pero juraría que somos muy compatibles –contestó guasón.
Por suerte, el camarero regresó para preguntarles si sabían qué postre querían. Y si deseaban añadir un café, infusión, otra bebida alcohólica...
Kielan pidió su ansiada tarta de queso, que seguramente no tendría ni punto de comparación con las que se podían comprar en el súper por un par de argentas, y ella se obsequió con una tarta con nada menos que tres lujosos chocolates diferentes. Nada más, y mucho menos más alcohol.
–La señorita Silva bajará ahora –les informó antes de marcharse con las cartas.
–¿Algo más que tengamos que saber el uno sobre el otro? –plateó Helena.
–¿Talla de ropa interior? –sugirió él.
Helena logró enmudecer la K antes de que saliera de sus labios y la reservó para una sílaba después.
–Marko –le reprochó.
–Perdón, es el vino. Es divertido fingir una relación, nunca lo había hecho. Pero, veamos... ¿qué tal me llevo con tus padres?
–Por el bien de nuestra relación, espero que mal. O que consideren que estás perdiendo el tiempo conmigo o algo así por lo menos.
–O quizás me adoren porque soy un gran actor y ellos ven que estás mejorando. Evidentemente, a ellos no les hemos contado tu supresión de medicación.
–Ya... ¿Y yo con los tuyos?
–De maravilla. Consideran que he encontrado a la chica ideal.
Helena apretó la mandíbula y se esforzó por convencerse de que era una farsa.
–Por ahí viene –le advirtió Kielan.
Ella giró la cabeza y vio acercarse a Selene Silva entre las mesas con paso seguro y tranquilo. Aquella era su casa al fin y al cabo, por decirlo de alguna manera. Helena la encontró más madura que la última vez, cuando aún era universitaria.
–¡Helena! –exclamó Selene con alegría.
–Ho-Hola –balbuceó nerviosa poniéndose en pie con torpeza.
–Cuánto tiempo –añadió plantándole dos besos.
–Pues sí... –reconoció cohibida y escuchó la sutil tosecilla de Kielan, que también se había levantado–. Ah, sí. Selene, te presento a Marko. Mi... novio –se sintió estúpida y abochornada por añadir la puntualización falsa.
–Encantada –Silva le tendió la mano al doctor.
–Lo mismo digo –respondió él con una de sus sonrisas del catálogo de persona cuerda.
Selene Silva. Doble S. Me recuerda a un recién llegado que tiene doble K. No sé si habréis oído hablar de él: Kielan Kreuz, recordó mientras ellos cruzaban frases de cortesía. "Pues sí que es curioso el mundo", dijo Helena para sí misma.
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