.XIX

–¿V? –preguntó el jefe–. ¿Qué cojones haces aquí?

–Os presento a los nuevos amigos de mi jefa –abrió los brazos para señalar a la pareja con teatralidad–. Bueno, ella es una vieja amiga con la que había perdido el contacto y, por si os estáis preguntando cómo puede estar tan deliciosamente loca, tiene un hermano redentor que le cuenta tooodo lo que hace.

–Joder –soltó una voz por ahí.

–¿Qué os parece si encendemos luces? –propuso V y al momento el camino en el que los habían asaltado estuvo iluminado como las vías con buenas farolas–. Jajá, os han dejado finos.

Helena apretó los labios al ver cómo había quedado el jefe, cubierto casi por completo por una costra de sangre a medio coagular. Era casi un crío. Cruzó una mirada con Kielan.

–Habrá que hacer algo con esas heridas –consideró él–. Si tuviera aquí mi maletín...

–Pero si esto no es nada –exclamó V paseándose entre los atracadores frustrados–. Arañazos nada más.

–Habrá que lavarlos a todos para estar seguros. Sobre todo a ti –el doctor se dirigió al jefe, que los observaba receloso sentado en el suelo de grava–. Pero no tienes tan mala pinta como me esperaba –consideró con una curiosidad científica que el examinado no supo cómo tomarse.

Helena se giró para echar un vistazo a aquella gente. Sin el amparo de la oscuridad y suavizados por el baño de humildad, no eran más que seis adolescentes, algunos muy altos, eso sí. Todos le rehuyeron la mirada al principio. Se sorprendió al ver que incluso había una chica.

–Así vista, no impresionas tanto –le dijo uno con lo que intentaba que fuera dignidad.

–Lo mismo digo –le respondió sin pensar.

–¿Por qué no hablabas? –preguntó la chica.

–¿Te ha molestado? –preguntó Helena y la adolescente trató de ocultar su inquietud–. Pues por eso –contestó y se volvió hacia Kielan, pero se lo encontró entretenido examinando al jefe, así que continuó explicando–. Si te hubiera dicho que me pidieras perdón, podrías haberte cerrado en banda. Te hubieran dolido los arañazos, sí, pero hubieras sabido por qué. Sin embargo, si te pincho y no sabes por qué, al principio te cabrearás, pero acabarás deseándolo saber para cumplirlo –habló con naturalidad, como si explicara qué pasaría si no construías buenos cimientos para tu casa–. El uso del miedo –se encogió de hombros.

–Joder con la tía –exclamó otro, que no estaba demasiado magullado ni arañado–. Lo que hace tener un hermano redentor.

Helena abrió la boca para replicarle que aquello también era algo que podía sacarse estudiando a Dajaven, pero decidió que sería más sencillo dejarlo así.

–Menuda suerte habéis tenido con que sean buenas personas –les decía V a los atracadores frustrados con tono burlón–. Llegan a ser malos y os descuartizan para enterraros por todo el parque.

–Demasiado trabajo –opinó Kielan con naturalidad.

–Pues sin enterrarles.

–Tendría demasiada repercusión mediática –intervino Helena, llamando la atención del pelirrojo.

–¿Y eso qué importa? –la interrogó.

–No me gustaría tener policías y periodistas a partes iguales pululando por aquí –respondió ella soportándole la mirada.

–¿Y si no les descuartizaras? –preguntó V con una suavidad peligrosa.

–¿Cómo dices que les mataríamos? –Helena parpadeó lentamente.

–¿Con tu poder?

–Demasiado tiempo con demasiados gritos –según contestaba, recordó cómo Kielan le había preguntado por el crimen perfecto.

–¿Y si lo aumentas?

–Volveríamos al tema del descuartizamiento.

–¿Entonces qué sugieres?

–Dejarlos vivos, no creo que merezcan la muerte.

–¿Pero si tuvieras que hacerlo?

Helena ya se había esperado la insistencia, no era algo nuevo en ella andar imaginando cosas macabras porque algún loco se lo exigiera.

–Procuraría que pareciera un ajuste cuentas o guerra de bandas.

–¿Algo tan soso? –se quejó V.

–¿Eres de los que disfruta creando espectáculo? –planteó ella sin alterarse lo más mínimo.

–¿Este cabrón? A este cabrón le encanta llamar la atención –gruñó uno de los atracadores frustrados y el pelirrojo sonrió ampliamente.

Helena percibió cómo una parte de su mente buscaba el patrón correcto basándose en todo lo que Álvaro le había contado sobre presos. "¿Del mismo programa que Uriel? Tendré que hacer unas preguntas al respecto".

–Tu hermano te tiene bien entrenada, eh.

–Posiblemente seré una de las personas que más sepan de Redención sin haber estado allí –asumió encogiéndose de hombros.

–Por tiempo, porque Riss estuvo aleccionando a un pobre policía –intervino Kielan.

–Ah, sí, y tengo algo que decirte respecto a eso, ya verás qué gracioso. Pero... ¿podemos irnos a casa? –propuso Helena con cautela, no tenía claro cómo había quedado el asunto del atraco y de si iba a haber represalias por el despellejamiento del jefe.

–Ahora. V, si vienes con nosotros, te daré una crema para que se la apliquen en los arañazos.

–Jo, ¿voy a tener que hacer de recadero? ¡Pero si os han querido atracar y fácilmente os hubieran matado por poner las cosas difíciles!

Kielan miró a Helena, que se encogió de hombros.

–Hemos empezado con mal pie –concedió el doctor–. Pero mi estilo es hacer más amigos que enemigos.

Ella asintió. Tenía que darle la razón, llevaba años creando antídotos y formas de tratamiento para ser imprescindible en el Infierno Gris.

–Pues nada, a ser todos amiguitos –suspiró V algo decepcionado, aunque enseguida se le alegró la cara–. Las fiestas que nos vamos a correr –se carcajeó.

–¿Entonces puedo fiarme de ti para que les traigas la crema? –insistió Kielan.

–Sí, sí, y una tarta de disculpa también.

–Bien, pues mañana me pasaré a ver qué tal estáis. Buenas noches.

Helena fue trotando tras el doctor, asimilando todavía que la tentativa de atraco con intimidación y violencia hubiera pegado dos giros bruscos. Echó un vistazo a su espalda y cruzó la mirada con un par de ellos. "Acabo de torturar a gente para que hicieran lo que yo quiero. Álvaro, lo que te vas a reír con esto". V se despidió alegremente y los alcanzó.

–Teniendo en cuenta de dónde te has fugado, te había imaginado más... peor –le dijo jovial a Kielan.

–Puedo serlo, pero si no hay motivo... Las alianzas te hacen más fuerte que ser temido.

–Peleas bien.

–Práctica en el Coliseo.

–Y, teniendo en cuenta lo que me ha contado mi jefa de ti –se dirigió a Helena–, te había imaginando más... poquita cosa.

–Puedo serlo, si me medican y no está en juego mi vida.

–Creo que ya entiendo por qué te medican entonces –se rio–. ¿A cuánta gente has destrozado así?

–Yo era más de arrasar habitaciones...

V silbó admirado. Lo que Helena no le dijo fue que no había nadie más aparte de ella en aquel par de habitaciones devastadas.

–¿Qué es eso tan gracioso sobre Riss que me tenías que contar? –preguntó Kielan ofreciéndole el brazo.

–No sobre Riss exactamente, sino sobre el policía al que traumatizó con sus historias. Adrián.

–Tuercas –añadió V.

–No me digáis que lo conocéis.

–¿Recuerdas ese poli que Selene dijo que rondaría? El que va con Esther.

–Esto ya es demasiada coincidencia –exclamó el doctor.

–No lo creo. Lo conocimos hace años y supongo que se le quedó el dato de la pobre chica que sincronizó con Riss.

–¿Cómo funciona eso de que sincronice? –se interesó Kielan.

–Si entra en un radio de dos o tres metros con una nueva persona, o conocida que haya cambiado, simplemente sincroniza –explicó Helena mientras continuaban cruzando el parque–. No te lee la mente, sino que... sabe cómo piensas.

–Interesante, me gustaría verlo. A ver cuándo puedo hacerlo sin peligro. ¿Contigo ha sincronizado? –se volvió hacia V.

–No le he dejado. No ha estado cerca de mí más de quince minutos en total. Se lo diría a Doble S y no me apetece –hizo un mohín de fastidio–. ¿Tú te descubrirás?

–Si mi relación con Helena sigue adelante, llegará el momento en el que lo sabrá.

"¿Relación?", se preguntó la aludida, sin saber si se refería a la terapia, la amistad, el asunto de ser su enfermera o algo más...

–¿Y cómo es que os encontrasteis en un radio de dos o tres metros de Riss? ¿Cómo os las arreglasteis para llamar su atención? –CONTINUÓ INTERESÁNDOSE Kielan.

–Cuando Álvaro vino a visitarme con el uniforme, consiguió que Espejo nos diera dispensas para salir una tarde con él.

–Vaya, pues sí que le cayó bien.

–Se cayeron bien entre sí –Helena sonrió melancólica–. Mi hermano se esperaba una bruja autoritaria, una... mala perra, y se encontró con una señora que era eso, sin serlo. Qué mal me explico –sacudió la cabeza–. Bueno, a lo que iba. Álvaro nos sacó de allí, se cambió de ropa en su hotel y nos llevó a la pastelería más pija y cara de Dirdan, donde él desentonaba un montón –recordó divertida.

–¿Tuvo problemas por eso? –se interesó Kielan.

–Lo miraron raro, pero como no armó bulla y pagó, no tuvo problemas con las dependientas. Pero desde fuera nos vieron unos idiotas que se dedicaron a tratar de cabrear a mi hermano.

–¿Por estar en una cafetería de chicas? –preguntó V.

–Teniendo él pintas de macarra –asintió.

–¿Y cuánto tardó en saltar tu hermano? –inquirió Kielan–. Porque teniendo en cuenta sus prontos...

–Aguantó bastante tiempo, más del que me esperaba. Dijo que estaba trabajando en su autocontrol para no perder los estribos en Redención –Helena hizo una mueca sarcástica–. Aguantó hasta que terminamos de comer y dijo que tenía que devolvernos al internado. Esther, que había sincronizado con él, intentó impedir que saliera. Porque sabía tan bien como yo qué iba a pasar.

–¿Hubo pelea? –preguntó Kielan.

–La hubo –asintió pensativa–. Álvaro contra cuatro o cinco tíos. Pudo con ellos durante un rato, mientras le duró el arranque. No se habían esperado semejante reacción después de haberle estado tocando la moral durante casi una hora.

–¿Y qué pasó cuando dejó de poder con ellos?

Helena guardó silencio unos segundos.

–Yo cuido de la gente que me importa –musitó.

–¿Quieres decir que te metiste en la pelea?

–¿Entonces es verdad que arrancaste una señal de tráfico y les arreaste con ella? –intervino V.

–Eso hice. Y entonces aparecieron Riss y Adrián.

–¿Qué dijo Riss? Porque, conociéndolo, tuvo que soltar algo fuerte.

Helena inspiró hondo y fijó la vista en el bosquecillo que se extendía a su izquierda. Se preguntó si habría más asaltadores de caminos acechando por ahí.

–Dijo que... "Mira la peleona, sería divertido verla en el Coliseo" –murmuró ella–. Supongo que se lo decía a Adrián, al que estaba martirizando con sus enseñanzas, pero yo... me asusté. Reaccioné sin pensar, solté la señal y salí corriendo –ignoró la risita de V y continuó–. Mi hermano tuvo que agarrarme para que no huyera a lo loco. Le echó la bronca a Riss por hablarle así a su hermana y aquello se convirtió en un reencuentro un poco inquietante y lleno de testosterona.

–¿Y entonces Esther sincronizó? –probó Kielan.

–Sí –hizo una mueca de dolor–. Pero yo no me di cuenta hasta que ya iba muy avanzada y cayó de rodillas murmurando que era horrible. Aquel mismo día había sincronizado por primera vez con Álvaro y conmigo y había dicho que no era para tanto.

–Me pregunto qué diría de tu hermano ahora.

–Posiblemente, lo mismo que con Riss. Que eso es demasiado grande, que lo domina todo...

–¿Eso?

–Creo que Esther reconoce Vesania.

–Entonces, si se encontrara conmigo, aunque no supiera quién soy, sabría que he estado en Redención, ¿no?

–Lo sabría en diez minutos.

–Tendré que andarme con cuidado.

–Ey, ¿de verdad que arrancaste la señal del suelo? –intervino V correteando para ponerse a su izquierda.

–Pues sí, estaba anclada al suelo, tuve que hacerlo –se encogió de hombros–. Destrocé el cemento con mi poder, no necesité más fuerza que para levantarla a pulso.

–¿Tu poder destroza el cemento?

–Mi poder no sirve para otra cosa que para destrozar –suspiró resignada.

–¿Y cómo es que te has limitado a arañar a esos idiotas?

–No había por qué ejercer más daño del necesario. Supongo que... estaba pensando en que... sirvieran para más adelante...

–Jugar a las adivinanzas mientras piensas en dejarlos útiles para la siguiente sesión –meditó Kielan–. Muy de redentora, ¿no?

–¡N-No! –exclamó espantada, pero entonces se lo pensó mejor–. Bueno... un poco sí... Supongo que las charlas de mi hermano me han afectado más de lo que esperaba... Perdón.

–¿Perdón por qué?

–Por... ¿recordártelo?

–No digas tonterías, me haces sentir como en casa. Deberías decir "de nada".

–Pero si... es el Infierno.

–Lo sé. Y no quiero volver, pero... –se encogió de hombros–. Déjame, estoy loco.

–Vale...

Caminaron en silencio unos metros, el final del parque se veía ya.

–Acabo de darme cuenta... –musitó Helena–. Nadie debería saber quién es mi hermano. Si me relacionan con él y contigo... –miró a Kielan.

–Tienes razón. La Alcaidesa podría mandar una partida a buscarme, pero con tu hermano lo tendría más fácil.

–V, deja de ir diciendo por ahí que soy hermana de un redentor –ordenó repentinamente preocupada.

–¡Sí, venga, con el morbo que da eso!

–No puedes ir difundiéndolo.

–Claro que puedo.

Helena quiso probar con algo, aunque se olía que no serviría.

–Por favor.

V soltó una carcajada y Helena se envaró. Psicópata y sádico; estaba en lo cierto, rogar no serviría de nada.

–No me importa el morbo que te dé, ni una palabra más al respecto –dijo regresando a las órdenes.

–¿No te importa la buena fama que...?

–No. Me importa mucho más que mi hermano no acabe en la F.

–¿Y piensas amenazarme con contárselo a Doble S? –preguntó V condescendiente.

–No pienso meterla a ella. Siempre puedo ganarme la buena fama despellejándote vivo –respondió Helena gutural.

–Vaya, me amenazas de muerte –su voz se endureció.

–Si es lo único que comprendes...

De repente, V la arrancó del brazo de Kielan y la lanzó contra algo que descubrió que era un banco del parque cuando acabó violentamente tumbada en él. V se le subió encima, impidiéndole recuperar el aire que había perdido en el brusco empellón.

–Doctor, guárdate esa jeringuilla. Esto es entre tu supuesta novia y yo. Por cierto, qué rápido vais, ¿no? Si te secuestró ayer. ¿Te va eso? ¿Te has follado ya a tu secuestrador?

Helena no respondió, estaba centrada en la navaja que tenía apoyada en el cuello y que iba perdiendo el filo a cada segundo.

–No vayas fardando de cosas de las que no serías capaz, nena –le V recomendó con tonillo sádico.

–Sería capaz... Tengo el poder... Y si algo le pasa a mi hermano por tu culpa... tendría la rabia...

V se carcajeó como un loco, sin importarle estar muy cerca del límite del parque.

–Te has buscado una novia con agallas, Doctor, eso no te lo voy a negar. Pero no debería ir tentando a la suerte.

–¿Le tienes... cariño... a tu navaja? –preguntó ella con muy mala leche.

–Pues s... ¡au!

Acababa de arañarle con su poder la mano que la sujetaba y el arma le habría hecho un corte involuntario de no haber estado roma. Helena le arañó el costado izquierdo, él se encogió hacia ese lado por instinto y ella aprovechó para empujar con todo su cuerpo en la misma dirección para tirarlo del banco. Fue con él y procuró aterrizar encima con las rodillas y los codos. El adolescente soltó un resoplido dolorido y ella remató soltándole un puñetazo en el costado herido, en las costillas.

–No tiento, advierto –Helena estiró la mano para alcanzar la navaja–. Si mi hermano acaba en la F porque eres un bocazas, te despellejaré y tardaré mucho tiempo –prometió y desintegró la navaja justo sobre la cara del aturdido chico, espolvoreándole virutas de metal y madera–. ¿Entendido?

Él tosió por la navaja hecha polvo.

–¿Entendido? –repitió con dureza creándole unos cuantos arañazos en los antebrazos.

–Sí, joder, sí.

Helena jadeó e intentó ponerse en pie. Kielan acudió a ofrecerle apoyo.

–¿Sabes? Retiro lo que dije esta mañana de que no servirías como redentora. Menuda mala leche –exclamó alucinando.

–No, sólo puedo cuando hay en juego personas que me importan, o yo misma. No puedo torturar desinteresadamente. Pero por Álvaro haría cosas que maravillarían a la mala perra.

–Que no te oiga ella –deseó Kielan.

–Puta loca –jadeó V incorporándose–. Pienso contarle esto a todos.

–¿Qué? –preguntó ella suspicaz.

–Que debajo de esa mosquita muerta hay una desquiciada peligrosa –se apoyó en el banco para ponerse en pie.

–Mmmh, si dices eso en vez de mi parentesco con un redentor, no me importa. De todas formas, es cierto.

–Que conste que te lo voy a dejar pasar porque vas a ser una aliada de puta madre para Doble S –sonrió V recuperándose.

–Deberías hacerlo porque has empezado tú.

–Eso me importa una mierda –se encogió de hombros, despectivo–. Pero así la próxima vez que mi jefa esté amenazada de muerte, no tendré que ser el único que se encargue de ellos. Joder, cómo pica esto.

–¿Entonces ésos que aparecieron muertos por una supuesta guerra interna en la banda son cosa tuya?

–Sí, estaba protegiendo a Doble S. ¿Te molesta que sea un asesino?

–Más bien me pregunto cómo se lo tomará Selene cuando lo sepa.

–No tiene por qué...

–Lo acabará sabiendo. Espero que no decidas deshacerte de ella entonces.

–¿Me despellejarías también por eso? –preguntó V juguetón.

–Supongo que sí –echó a andar.

–¿Supones? –exclamó.

–No sé, llevo años sin verla, así que la rabia no viene igual que con Álvaro. Pero estoy casi segura de que sí –volvió a engancharse al brazo de Kielan.

–Joder, espero que esa crema sea buena, porque esto pica.

–Pues piensa en cómo estarán los demás.

–Siendo sincero, no puedo –reconoció encogiéndose de hombros.

Salieron del parque y enfilaron hacia su casa.

–¿Falta de empatía? –planteó Kielan.

Sep. Esos cabrones me la quitaron. Pero yo estoy bien –V volvió a encogerse de hombros–. Me han dicho que los que viven a mi alrededor no tanto.

–¿Por qué estás con Selene? –preguntó Helena.

–Soy un cabronazo, lo sé, y hago cosas como matar gente. Pero no quiero ser malo. Por eso necesito a alguien como Doble S para quien trabajar y saber que, haga lo que haga, me estaré portando bien. Dos no lo pilla, a él el Bien y el Mal se la soplan mientras consiga sacar a Uno de Redención. ¿Tú también crees que es una ñoñez o que soy un hipócrita?

–¿Uno es Uriel? –quiso asegurarse ella.

–Así le llamaron cuando se hizo asesino a sueldo. El Ángel de la Muerte –pronunció rimbombante, disfrutando de las sílabas.

–¿Y Dos es...?

–Su hermano gemelo. Se pasa de vez en cuando por Dirdan, ya te lo presentaré.

–Estupendo... –murmuró Helena–. ¿Sois todos... iguales?

–No, qué va. Aparte de la personalidad que teníamos cada uno, nos dieron pastillas diferentes. Dos debería haber tenido la misma dosis que yo, pero se las arregló para cambiarla. Por cierto, yo era Cinco –añadió como si se presentara por primera vez.

–Sí, ya me lo había supuesto.

–La gente se piensa que es una letra. Y sí, pero no.

–¿Puedo preguntar qué os dieron...?

V soltó una carcajada, al tiempo que doblaban la esquina para entrar en la calle en la que vivía Helena.

–Hay que ver qué poquita cosa pareces cuando no estás cabreada.

–Ya...

–Nos daban Nepenthes y Scellestus.

–¿Y cuánto se necesita para...?

–¿Aficionada a Nepenthes?

–A veces...

–¿Has tomado Nepenthes pura, no esa mierda que venden en las farmacias, durante un par de semanas?

–No, eso no.

–Entonces te falta mucho para acabar como Trece.

–Pero yo sí que le doy Nepenthes pura –intervino Kielan.

–¿La haces tú? –se interesó V.

–Por supuesto.

–¿Y te gustaría trapichear? Porque yo podría ayudarte –V le guiñó un ojo.

–Prefiero limitarlo a mis pacientes.

–Mmmh, no es mala jugada, así los fidelizas –consideró el pelirrojo.

Helena se adelantó para abrir la puerta de su portal. Mientras hacía girar la llave, pensó en que tras ella tenía a dos tipos peligrosos en una calle solitaria. Negó para sí misma, tampoco se podía decir que fuera la víctima perfecta, acababa de demostrarlo. No cruzaron palabra hasta que estuvieron en su piso, aislados por las barreras de Kielan.

–Quítate la camiseta –indicó el doctor al invitado al tiempo que rebuscaba en su maletín.

–¿Te gusta lo que ves? –preguntó V pícaro dirigiéndose a Helena cuando lo hubo hecho y ella le hizo una mueca despectiva.

–Enfermera, humedece este paño y limpia las zonas a tratar.

Ella se apresuró a obedecer, haciendo caso omiso a las insinuaciones de V. Lo limpió, desinfectó y cubrió las zonas heridas con la crema que Kielan había sacado.

–Deja que se seque, creará una película protectora –dijo el doctor, a quien se le estaba encaneciendo la coronilla.

V asintió y se paseó a pecho descubierto por el piso, curioseando. Silbó al llegar al dormitorio de ella.

–Joder, habéis destrozado la cama.

Helena se turbó violentamente.

–L-Lo he hecho con mi poder –se apresuró a explicar.

–Una tía peligrosa, eh –se dirigió a Kielan.

–Me dio una crisis –insistió ella abochornada.

–Helena, está bromeando.

–Si lo sé, pero... –bufó y se pasó las manos por la cara–. Voy a desmaquillarme –gruñó.

–Eres tan mona cuando no estás enfadada –se mofó V interponiéndose en su camino–. Y tan buenorra cuando lo estás -añadió con un ronroneo.

–Coge la crema y lárgate de mi casa –le ordenó Helena de mal humor. Lo peor era que le había hecho imaginarse lo de la cama.

–Doctor, no la dejes escapar o iré yo a por ella. Me pone su doble personalidad.

–Diles que se desinfecten si no lo han hecho ya –contestó Kielan con fría amabilidad profesional–. Después se tienen que extender una cantidad generosa sin que gotee y dejar que se seque hasta que forme una película.

–No tendré que hacerlo yo, ¿verdad?

–Podrán hacerlo ellos mismos. Si le he dicho a Helena que te lo hiciera a ti, es porque mi enfermera tiene que ir practicando.

–¿Entonces no te importa que vaya a por ella?

–¡Te estoy escuchando! –le espetó la aludida.

–Buenas noches, V –contestó Kielan con suavidad–. Transmíteles lo que te he dicho de cómo tratar las heridas. Y recuérdales que mañana me gustaría ver cómo está el que peor ha acabado.

–¿Y esa forma de largarme? Sí que quieres tema con ella, ¿eh?

–Soy un médico que se preocupa de sus pacientes, y los pacientes te están esperando.

Helena se asomó para ver cómo Kielan lo echaba al descansillo amable e inflexible. Lo escuchó suspirar después de cerrar la puerta.

–Como todas nuestras cenas fuera sean tan moviditas –comentó él–, nos lo vamos a pasar de bien...

–Yo no sé cómo no ha acabado en tragedia –resopló ella regresando al interior del baño para lavarse la cara.

–Te controlas muy bien cuando te pones en plan redentora –apreció Kielan apoyándose en el marco de la puerta.

–No entro en modo redentora, sólo mantengo la frialdad para no hacer nada de lo que arrepentirme, y para que no puedan aprovechar que me acelero.

–Y aplicas las enseñanzas de un redentor.

–Sólo las que encajan con las enseñanzas de Theudis. Ese tío hacía lo que fuera para no entrar en guerra. Reducir rápido y contundente a tu adversario sirve tanto para evitar una guerra ganando tú, como para controlar a un preso revoltoso.

Se volvió a medias y se encontró a Kielan sonriendo de una manera extraña. Quiso suponer que sus palabras le habrían traído de vuelta aquella nostalgia suya por Redención.

–¿Qué? –preguntó incómoda.

–Déjame que te mire si te has hecho algo al pelearte con V.

–Estoy bien.

–Alguien con el adiestramiento de Uriel te ha lanzado contra un banco, se te ha subido encima y te ha puesto una navaja en el cuello. Algún moratón tendrás.

–Un moratón no importa.

–No me repliques y ven a la habitación de invitados –ordenó marchándose del marco de la puerta.

Helena se miró en el espejo sobre el lavabo y se buscó alguna contusión. Después inspiró hondo, trató de convencerse de que lo de Kielan era tan sólo profesionalidad médica y arrastró los botines hasta la habitación.

–Estaría bien que te quitaras las botas y el vestido –comentó él rebuscando en su maletín.

Ella fue a replicarle, pero la voz de Kielan estaba cargada de fría profesionalidad y no había ni rastro de lascivia. Suspiró y obedeció.

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