.XIV
Helena observó a la gente que también paseaba por allí: parejas, familias, grupos de amigos y algunos solitarios. Mucha gente en definitiva, lo que la agobiaba. Por otra parte, iba cogida del brazo de un preso fugado de Redención, alguien bastante célebre, y no eran sus prácticas las que la ponían nerviosa, sino que alguien lo reconociera. Pero también era verdad que veía el mundo más nítido, luminoso y ordenado de lo habitual, no estaba bajo los efectos de la medicación y no sentía que fuera a organizar una masacre. Por lo menos por el momento.
Kielan la sacó del camino principal y se internaron por un sendero cuidado y sinuoso que les otorgó algo más de paz. Ella aflojó la presión con la que se sujetaba a su brazo.
–Vamos bien –dijo él dedicándole una sonrisa alentadora.
–Tú procura llevarme por sitios con poca gente –pidió Helena, respirando hondo para mantener la calma.
–¿No es una norma importante en un secuestro? –preguntó con tono jocoso.
–No creo que sea una norma llevar a la secuestrada a cenar por ahí –cuchicheó ella relajándose un poco más.
–Depende del secuestro. Si te tengo sometida, puedo llevarte donde me dé la gana sin peligro –respondió Kielan con malicia.
–¿Sometida? –repitió algo ofendida.
–También funcionada si te he lavado el cerebro y te he puesto de mi parte.
–Sí, eso sí –aceptó Helena con cierta ironía–. ¿Pero no deja de considerarse un secuestro si yo no pongo pegas?
–No creo que los demás lo consideraran así. Además... prueba a decirle a alguien que Kreuz te ha secuestrado –sugirió con un susurro malicioso.
–No quiero decírselo a nadie –aseguró y frunció el ceño, contrariada.
–Te lo agradezco, pero tú inténtalo –instó Kielan con un punto ansioso.
–¿Qué harías tú? –quiso saber recelosa.
La sonrisa que se abrió en la cara del doctor fue demencial y terrible. Helena no pudo evitar inquietarse y tragar saliva.
–¿A mí o a quien intentara yo pedir ayuda? –tanteó ella.
–Por favor, ¿qué pregunta es ésa? Ya te he dicho que mi intención es ayudarte.
–Vamos, que a ellos –asumió y echó un vistazo a una pareja acaramelada que iba delante de ellos–. ¿Qué les harías?
–Soy hábil con las drogas.
–¿He de suponer que llevas lo necesario en el interior de la chaqueta?
Él asintió travieso.
–¿Para dejarlos fuera de combate tirados en un rincón?
–Es lo más sencillo. Al despertar, les costaría recordar qué les ocurrió.
–Bueno, si no los secuestras para hacer experimentos con ellos, no es tan grave –opinó Helena, esforzándose por sonar despreocupada.
Él se estremeció.
–No me des ideas, Helena, no me las des –recomendó con un murmullo de tonillo desquiciado, con la vista clavada en la parejita que caminaba delante de ellos ajena al peligro.
–Es una mala idea –se apresuró a contestar ella al darse cuenta de que había hecho despuntar su Vesania–. Hay demasiada gente cerca.
–No por aquí. No les daré tiempo a gritar –susurró Kreuz demencial.
–Son dos –remarcó Helena, empezando a asustarse.
–No tengo por qué cargar con dos, a uno lo esconderé en los arbustos.
–¿Y llevar el otro a mi casa? Kielan, no...
–No hay por qué sacarlo del parque, ahí atrás hay una caseta de mantenimiento –su voz sonaba cada vez más ansiosa, y en su diestra apareció un bisturí con el que se dedicó a juguetear.
–Espera –exigió ella cruzándose en su camino y agarrándolo por ambos antebrazos–. No puedes hacerlo –más que ordenárselo, se lo rogó.
–¿Por qué no? ¿Porque es una locura? ¿Porque está mal? –Kielan desafinó al final. Vesania le supuraba por cada poro y tus ojos era abismos a la demencia.
–No... Porque... –Helena recordó cómo tenía que razonar con Dämon cuando se ponía peligroso– ¿Cómo vas a operar a alguien en una caseta de mantenimiento? ¿Y las medidas sanitarias? –improvisó, luchando por mantenerle la mirada sin que fuera ella la que acabara troceando gente–. Y no tienes tu maletín. Vale que lleves lo necesario para dejar fuera de combate a esta gente, ¿pero tienes lo necesario para una operación satisfactoria? –logró hacerlo dudar en mitad de su Vesania–. Tú no eres un carnicero, Kielan, tú eres mejor que Allistor –le susurró bajando las manos hasta poder agarrar las de él.
Kreuz asintió conforme. Sí, él era mejor, no era un carnicero.
–Entonces no podemos actuar así, esto es demasiado... irregular y precipitado –musitó ella acariciando la mano que sujetaba el bisturí–. Además, los FOBOS te buscan. No puedes dejar este tipo de pruebas. Te encontrarían.
Kreuz cerró los ojos y bajó la cabeza. Helena esperó. Tenía experiencia con los arranques de ira de su hermano, pero no sabía cómo reaccionaría el doctor.
De repente, él la atrajo contra sí y sus caras quedaron tan cerca que podrían haberse besado, de no haber tenido otras ideas en mente.
–Lo sé... Pero lo necesito –jadeó ansioso–. Llevo cinco meses sin abrir a nadie.
Helena tembló, pero no pretendió alejarse, aquello sólo empeoraría la delicada situación. Soltó la mano que no tenía el bisturí y le colocó la palma en la mejilla. Él abrió los ojos y Vesania volvió a abrasarla con las pupilas aceleradas.
–Volvamos a casa –susurró ella.
–¿Quieres...? –se sorprendió él.
Helena se esforzó por ver el hombre perdido y necesitado que había tras el prófugo loco y peligroso.
–Volvamos –insistió acariciándole la mejilla–. Me sacarás más sangre, esta vez miraré –prometió–. Me examinarás alguna cicatriz y te contaré su historia.
–¿Podré palparte? –preguntó Kielan ilusionado, rodeándole la cintura con el brazo del bisturí.
–Sí –aceptó acongojada.
–¿Y abrirte?
A Helena le tembló la mandíbula y no fue capaz de responder, tenía demasiado miedo. Cerró los ojos y apoyó la cara contra su hombro, resignándose a que pasara lo que tuviera que pasar para que Kielan volviera en sí.
–Hueles bien –musitó él muy cerca de su oído–. Me pregunto a qué reacciones químicas se deberá –inspiró profundamente y, de repente, tiró de ella para volver por donde habían venido.
Helena se dejó llevar, presa del terror, pero quería ayudarlo. No habían desandado diez metros cuando Kielan se detuvo en seco y se llevó la mano que no la apresaba a la cara.
–Esto no está bien –se reprochó él.
–No pasa nada –aseguró ella por inercia–. No quiero que te atrapen, así que...
–No. He venido a ayudarte con tu locura. ¿Cómo voy a hacerlo si me dejo llevar por la mía? –se preguntó Kielan con un tono más cuerdo.
–Pero si lo necesitas...
–Ya diseccionaré la cena –dijo alegrando la voz y, al mirarla, no la abrasó con Vesania.
–De acuerdo, como quieras –accedió, aturdida y aliviada por el brusco cambio.
–Vamos –agarrándola de la mano, tiró de ella para recuperar lo que habían retrocedido.
Caminaron en silencio unos minutos por el bosquecillo. Helena iba cohibida a partes iguales por haberse ofrecido voluntaria para los experimentos desquiciados de Kreuz y porque él la agarrara de la mano como si fueran una pareja acaramelada de verdad. La que habían estado persiguiendo se había esfumado, por suerte para ellos.
–Helena... –empezó Kielan–. Gracias. Por no asustarte, por razonar a mi nivel y por haberte ofrecido voluntaria para que no ataque a víctimas al azar.
–N-No es nada...
–Mentirosa –se volvió hacia ella con una sonrisa agradecida–. Te debo otra cena por esto.
–Pues como hagas lo mismo cada vez que me lleves a cenar, la llevamos clara –trató de bromear Helena, algo más calmada según se le iba pasando el susto.
–Quiero que sepas que no te haría daño –aseguró él con un susurro–. Aunque llegara a abrirte...
Ella se estremeció y fue bien evidente en el temblor de la mano que él sujetaba.
–No te preocupes por eso ahora –Kielan le estrechó la mano y la mantuvo cerca de su cadera–. Pero te prometo que no te dolería y no tendrías nada que lamentar a medio y largo plazo.
–¿Podríamos dejar de hablar de eso? –pidió Helena muy incómoda.
–¿No querías saber a qué te expones? –preguntó él con seriedad.
–Aquí hay demasiada gente... –le recordó ella. De hecho, el sendero íntimo que seguían desembocaba en una vía principal.
–Nadie nos presta atención. Nos miran sin ver y nos consideran una pareja normal.
–¿Seguro que no nos ven? –preguntó abrumada por el gentío que fluía por la vía principal. Prefería estar a solas con el Kreuz vesánico–. ¿Incluso si me conocen?
–¿Lo dices por esos tres que nos vienen de frente? –planteó despreocupado.
–Sí –respondió acongojada y deseosa de huir, sin darle importancia a que Kielan supiera quiénes trabajaban con ella.
–Si normalmente no te ven, ¿cómo van a hacerlo ahora que vas cambiada? –cuestionó obligándola a continuar adelante.
–Por eso mismo, les llamará la atención –argumentó Helena, tratando de oponer resistencia de manera disimulada.
–No te reconocerán. No te mirarán. Si por lo menos te hubieras puesto el vestido negro, te mirarían las piernas.
–No te burles –le exigió ella–. Necesito mis... Dame Nepenthes, bufina, Sedatio, lo que sea –añadió con un susurro histérico.
–No te van a ver –insistió Kielan–. ¿Y, aunque lo hicieran, qué más daría?
–No puedo, no puedo, no puedo –repitió entre dientes bajando la cabeza.
–Estás paseando con tu novio, ¿qué tiene eso de bochornoso?
–No eres mi novio –le recordó Helena, quizás con demasiada agresividad.
–Pero lo parezco. Venga, te apuesto lo que quieras a que no te dicen nada. Ni te miran. A no ser que montes un numerito.
–Es que voy a montarlo –empezó a respirar rápido y superficial. Sus ojos fijos en el suelo captaron los grabados aleatorios que se estaban dando a su alrededor. Aquello aumentó su ansiedad.
Kielan tiró para sacarla del camino y, de pie sobre la hierba, se plantó ante ella para mirarla a los ojos y calmarla, al igual que había hecho ella con él.
–¿De verdad te importa lo que piensen y digan esos tres? –la sujetó por la nuca para impedirle girar la cabeza hacia el camino–. ¿Sabes lo que les haría si se atrevieran a despreciarte? –susurró tan de cerca que sus labios casi se rozaron–. ¿Puedes imaginarlo? –Vesania volvió a asomar en sus pupilas.
–No, no hagas eso. N-No tienes por qué.
–Ellos tampoco tienen por qué meterse contigo. Ni tú tienes por qué tenerles miedo –Helena notó cómo le acariciaba la nuca, que, unido a los ojos de loco y los labios tan próximos, resultaba perturbador–. ¿Por qué los temes? Tu hermano puede ser mucho peor.
–No es lo mismo... –bajó la mirada, cohibida.
Sus tres compañeros de trabajo pasaron junto a ellos riendo y hablando de deportes. A pesar de que Helena agudizó el oído, no le llegó nada sobre ella. No parecía que la hubieran visto, pese a haber estado a punto de montar un numerito. Y si lo habían hecho, no le habían prestado la menor atención.
–¿Ves? Nadie se fija. Deberías confiar un poco más en un profesional –dijo Kielan socarrón.
–Ya... –Helena logró echar un vistazo a los tres que se alejaban como si nada–. Aun así, creo que vendría bien un... una...
–No, yo te veo bien –aseguró, todavía muy cerca de ella.
–P-Pero...
–Además, me gusta el peligro –sonrió travieso–. Sigamos o perderemos la reserva –se separó y se la llevó de la mano.
–E-Espera, yo podría... Vamos por un sendero al menos –rogó Helena.
Kielan hizo caso a su última petición y volvieron a uno de los caminos más íntimos y menos transitados.
–Puede que tú te sientas más cómoda por aquí, pero a mí me fomenta las malas ideas.
–Lo siento, pero si me agobio...
–No te disculpes, yo no sufro mi Vesania, la disfruto. La que lo pasa mal eres tú.
–Así que, vayamos por donde vayamos, la que lo pasa mal soy yo, ¿no? Pues menuda forma de ayudarme tienes –refunfuñó Helena.
–¿Y qué camino prefieres? –planteó él con curiosidad.
–Éste –respondió tajante.
–¿De verdad que prefieres...?
–Estoy mucho más tranquila.
–¿Aunque yo empiece a fantasear...?
–Sí, mejor que tú fantasees y yo no lo destroce todo a mi alrededor.
–¿Y si la próxima vez no me paro? ¿Y si voy hasta casa decidido? –en los dedos de Kreuz apareció de nuevo el bisturí, al que dio un par de vueltas.
–No me vas a hacer cambiar de opinión, lo paso muy mal cuando me descontrolo.
Kielan tiró de repente de ella para llevarla campo a través hacia el camino principal. Por suerte, se quedaron a una distancia prudencial, observando a los viandantes.
–¿En serio? ¿Pero tú los has mirado bien? –pregunto él con desdén–. ¿Cómo pueden darte más miedo que mi Vesania?
–Son más. La masa es terrorífica.
–Ahí te doy la razón, pero, aun así, es muy fácil pasar desapercibido. Hay posibilidades de que alguno de esos sea verdaderamente peligroso, pero no aquí, no en público.
–No temo un ataque directo. Lo que me agobia es que... –Helena se interrumpió al no encontrar las palabras adecuadas, pero él esperó paciente–. La presión, que me miren, que me... juzguen.
Kielan asintió como si lo comprendiera.
–Todos tememos ser juzgados. Hasta que nos juzgan y entonces lo que tememos es el castigo –dijo con voz solemne–. A partir de entonces... ¿a quién le importa que lo juzguen, siempre y cuando eluda el castigo?
–Filosofía de Redención.
–¿Y no te parece una buena filosofía de vida? ¿Qué más dará lo que piensen ésos? ¿Quiénes son para que tenga que importarme?
Helena permaneció en silencio meditándolo. Al cabo de un par de minutos, retomaron el camino. Ella volvió a engancharse a su brazo. Cuando se cruzaron con otras personas, trató de poner en práctica lo que le había dicho Kielan. "No son nadie para mí, no me importa lo que piensen, ni siquiera me prestan atención."
–¿Qué, cómo lo llevas? –se interesó él cuando desembocaron en una vía medianamente transitada.
–Regular.
Helena inspiró hondo al ver que iban derechos a una plaza que contaba con una caseta-bar, lo que significaba que allí se aglomeraba gente. Pero Kielan pasó de largo las mesas y sillas, bebidas, niños gritones y la multitud en general. Lo que a él le interesaba era la fuente que había en medio.
–¿Sabes de quién es la estatua de allí arriba? –preguntó Kielan con una sonrisilla.
Ella se esforzó en recordar, en la universidad había dado urbanismo.
–¿De un dios de la época theudiana? –probó, observando la figura retorcida.
–Sí, de Lahnuven, el Loco –amplió la sonrisa y ella comprendió qué le hacía tanta gracia–. Es curioso que sea la estatua mejor conservada de aquella época. No es uno de los dioses mayores. De hecho, al principio era un demonio.
–Theudis lo basó en el segundo marido de su hermana, que estaba bastante chalado –informó ella desempolvando sus conocimientos de Historia Theudiana. Consideró que la figura no estaba retorcida por el dolor o algún tipo de mal, sino que parecía estar en mitad de una acrobacia–. Y la estatua no tiene mil doscientos años, a lo sumo tiene dos siglos.
–Exacto. ¿No te parece interesante que esto sea algo que mantengan, que restauren, cuando ya a casi nadie le importe esa religión?
–Sí... supongo que alguien tiene sentido del humor.
–Tú trabajas en el ayuntamiento, investígalo.
–Mmmh, será complicado encontrarlo... –consideró Helena con los ojos fijos en la alegre figura. Parecía la encarnación del "yo disfruto de mi locura" que había dicho Kielan.
–¿Le vas a pedir algo?
–¿Qué sentido tiene rezarle a una estatua?
–Te diría que ninguno, pero tú has leído Confieso, sabes que los templos y monumentos se erigían en puntos donde la energía tenía efectos especiales.
Helena cerró un momento los ojos.
–¿Le has pedido que te quite las crisis o el poder destructor? –quiso saber él.
–No, he deseado que Álvaro salga del infierno sin romperse más –murmuró ella.
–No te preocupes; si Lahnuven tuviera una enviada en la tierra, ésa sería Klakla. Y está de su parte.
Helena asintió, tendía que conformarse con aquello.
Dejaron la fuente atrás y salieron del parque.
–Kielan, ¿a dónde me llevas? –preguntó Helena cuando volvió a sospechar.
–A un sitio muy bonito, estoy seguro de que te gustará.
Ella soltó un bufido, y sus temores se confirmaron al entrar en el barrio recientemente remodelado.
–¿Te parece mal? –le preguntó Kielan cuando acabaron frente a uno de los hoteles Silva, el que ella había diseñado.
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