.XII
Fregaron los cacharros, los fuegos, barrieron y pasaron la fregona por la cocina y el salón. En media hora estaba todo limpio.
–Voy a analizar nuestra sangre –anunció Kielan ocupando la mesa del salón–. Te doy una hora para que hagas lo que quieras.
Helena miró a su alrededor, ¿qué demonios podía hacer ella? Normalmente las horas se le escapaban tirada en el sofá.
–¿No tienes nada que leer? –propuso él mientras montaba un laboratorio con los cachivaches que iba sacando del maletín.
Ella asintió y fue a su cuarto. En el fondo de la mesilla de noche tenía un tomo que no recordaba sobre qué iba, algo de cuentos quizás, sólo sabía que llevaba semanas diciéndose que tenía que empezarlo. Se lo llevó al salón, mirando la portada con el ceño fruncido. Se titulaba Los 13 Dajaek; aquella palabra le sonaba, pero no el tomo. No era un libro que estuviera de moda, de modo que dio por hecho que no lo había comprado empastillada e influenciada por un dependiente avispado. Debía de ser un regalo y no tenía más que a Álvaro, pero no recordaba que él la hubiera obsequiado con algo así. Además, un libro de cuentos no iba con él. Y como no recibía más visitas, no podía asumir que alguien se lo hubiera dejado.
Se sentó en el sofá, preguntándose de qué le sonaría "Dajaek" y por qué tenían que ser precisamente trece. Además, algo le decía que ella ya había sabía algo al respecto. "A ver si ya lo tengo leído y no me acuerdo porque estaba medicada", se dijo abriéndolo. En la introducción explicaban que hacía siglos se había venerado a un panteón de trece dioses, que "Daja" significaba "Divinidad" y que la capital religiosa había sido Ergat. Helena se dio una palmada en la frente. Claro, de aquello le sonaba, de otro libro que se había encontrado en el internado y de la clase de Historia de la profesora Espejo.
El texto dejaba de lado la historia de Ergat, no daba más datos clave sobre la religión triscadeca y se centraba en los trece hechizos positivos y trece negativos, que se habían basado en los trece dioses theudianos, a partir de la idea de que cada uno de ellos tenía una parte luminosa y otra oscura. Helena detuvo la lectura y volvió a preguntarse quién le habría dado aquello, tenía claro que Álvaro no creía en la religión, pero él era su único contacto. ¿Quizás se lo hubiera llevado de la biblioteca del internado? Le había llamado la atención aquella parte de la Historia desde temprana edad.
El primer capítulo trataba sobre Dajaev, o Pashaev, como se conocía lejos de Ergat a la Diosa Madre. Su lado luminoso era protector y de él nacía la bendición llamada El Abrazo del Ángel. Después de los datos técnicos, comenzaba una leyenda en cursiva sobre cómo Pashaev había protegido con su cuerpo a unos niños de las maldiciones de unos Alazarianek, los demonios. En un principio se había llamado El Abrazo de Dajaev, pero, con la decadencia de la triscadeca y la influencia de otras culturas, acabó siendo "del Ángel".
Helena recordó que su hermano, el único con el que se hablaba, le había contado cómo, durante la fuga de Klakla, había utilizado aquella bendición para protegerse a sí mismo y a una cuidadora de la F del fuego descontrolado de una redentora de la A. Parecía que Lucián no era el único que manejaba hechizos de aquel tipo. Sus padres habían cometido un terrible error al menospreciar lo que Álvaro podía llegar a hacer. Incluso siendo Dämon, en el corazón del Infierno Gris, lograba conjurar una bendición protectora de tal calibre.
El lado oscuro de la Diosa Madre se correspondía con el excesivo control que podía ejercer al pasarse de protectora, y había inspirado El Manto de Dajaev, llamada actualmente La Telaraña del Control. Con ella no sólo se podía monitorizar todo lo que ocurría en una zona circundante, pudiendo controlar los cuerpos de los seres vivos en contacto con el suelo, incluso llegar a manipular sus mentes. La historia contaba en cursiva cómo, después de haber sido secuestrada y torturada por los Alazarianek, Pashaev había perdido buena parte de su maternal paciencia, volviéndose una tirana y pretendiendo que el resto del panteón actuara exactamente según sus dictados. A continuación se insinuaba que sólo Lahnuven, Dios de la Locura y antiguo Alazarian, podía desbaratar su férreo control.
El segundo capítulo trataba sobre Dajaven, o Yaihaven, como era más conocido el Dios Padre lejos de Ergat. Su cualidad positiva era la diplomacia a la hora de solucionar problemas, el no desfallecer ni perder la esperanza y, si había que ir a la batalla, su primera estrategia era la intimidación, la demostración de una fuerza superior y más sólida que hiciera que su adversario se lo pensara mejor y optara por la negociación, rendición o retirada. En ello se basaba el hechizo Las Alas de Yaihaven, o como se las conocía en la actualidad, Las Alas del Arcángel.
Helena hizo otro alto. Aquél era el hechizo por el que a su hermano mayor lo apodaban Arcángel desde la universidad. Frunció el ceño, era mucha casualidad que ya fueran dos los hechizos que su familia manejara, alguien tenía que habérselo regalado en relación a ello. Buscó alguna dedicatoria en las primeras páginas, en las últimas y en las caras internas de las tapas, pero no obtuvo ninguna pista.
Continuó leyendo. En letra cursiva se relataba la batalla en la que Yaihaven había espantado a una horda de Alazarianek extendiendo seis alas de pura luz, creadas al proyectar su energía vital a su espalda. Todo un alarde de poder. Si uno era capaz de crear seis potentes alas y se mantenía en pie, era prueba más que suficiente de que tenía poder para arrasar con un ejército él solo. Además, era un buen método para soltar grandes energías sin perder un brazo en el proceso.
El lado oscuro de Yaihaven dejaba a un lado la diplomacia y llegaba a ser un manipulador de categoría. El Aura de Dajaven, actualmente llamada Exmentir, era una maldición que producía alucinaciones graves que podían acabar afectando al cuerpo por sugestión, complementándose así con la Telaraña del Control o Manto de Dajaev. La historia que relataba en cursiva trataba sobre cómo el Dios Padre había intentado convencer al Señor de unas tierras de que implantara un sistema más eficiente y tratara mejor a sus súbditos. Pero el amo de las tierras era un ignorante que no quiso escuchar y continuó exprimiendo a los aldeanos. Yaihaven, asqueado por los latigazos que el Señor era aficionado a mandar dar, montó en cólera. Anuló la conciencia del amo de las tierras, imponiéndole sus deseos y sometiéndolo a torturas psicológicas mientras la zona prosperaba. Pashaev acudió a llevarle la cordura y la compasión a su marido, pero para entonces el Señor de las tierras no era más que un cascarón vacío y Hedler tuvo que llevárselo, con la promesa de que tendría una nueva vida en la que redimirse.
Helena se estremeció, no sólo por la terrible maldición y sus consecuencias, sino porque aquella leyenda le sabía a venganza, le sonaba demasiado a los capítulos iniciales de Confieso, el otro libro que había encontrado en el internado.
Iba a comenzar el tercer capítulo, el de Bellenev, la Sabia, cuando Kielan rompió el silencio.
–Hay una cosa que me pica la curiosidad.
–¿De mi sangre? –preguntó Helena levantando la mirada del libro.
–No, de algo que vi ayer cuando inspeccioné tu casa a fondo.
–¿Sabes? A veces consigo olvidar que me tiene secuestrada un criminal demente y peligroso.
–Mal que haces –contestó Kielan.
–Ya. Pero, dime, ¿qué es lo que pica tu curiosidad? Espero que no sea tu vesánica curiosidad.
–No mientras me respondas sin dar rodeos. Es por una carpeta que encontré sobre tu armario.
–Ah... eso.
–¿Podrías explicármelo? –pidió él.
–¿Has hecho ya los análisis? –quiso saber ella.
–Sí, y estamos bien. Por eso ahora quiero saber más de ti.
Helena suspiró resignada, llevarle la contraria a la curiosidad de Kreuz era peligroso. Dejó el libro sobre el sofá y fue a su dormitorio a coger la carpeta que tenía sobre el armario ropero. Tuvo la sensación de que allí faltaban papeles, pero, teniendo en cuenta que había sido un zombi descerebrado desde que había entrado a vivir en aquel piso, no se fiaba de sí misma en cuanto a ubicación y cuantificación de sus cosas. Para cuando regresó con la carpeta al salón, Kielan ya había guardado su laboratorio clandestino en el maletín y la esperaba expectante.
–No entiendo por qué te interesa esto –suspiró Helena sentándose frente a él.
–He terminado los análisis y ahora quiero saber más sobre tu pasado –justificó serio.
–Pues esto es... Oye, no me habrás cogido tú otros papeles que había con esta carpeta, ¿verdad? –preguntó ella suspicaz.
–Qué va, lo único que cogí fueron tus drogas y, por supuesto, es lo único que tiré. ¿Has perdido unos papeles?
–No lo sé... Creía que estaban con esto, pero quizás los tirara en una de mis depresiones –murmuró Helena.
–Espero que no. Tal vez estén en otra parte, detrás del armario, por ejemplo. No hemos mirado ahí detrás.
–Da igual, no eran más que bocetos.
–¿Y qué es eso? –señaló Kielan.
–Mi trabajo de fin de carrera –respondió Helena abriendo la carpeta y empezando a sacar folios–. Había que diseñar un edificio, con todos sus servicios e instalaciones.
–Veo que sacaste un notable. ¿Qué te faltó?
–El profesor era partidario de estructuras más... radicales. Opinó que, pese a que todo fuera funcional, eficiente y bello, me escaseaba la inventiva. Ahí lo tienes –le tendió un extenso comentario del profesor.
–Hay gente que no ve el talento si se sale de sus convicciones –murmuró Kielan leyéndolo por encima–. Pero la apariencia que tiene no es totalmente actual, pese a tener todos los servicios modernos –añadió pasando a mirar los dibujos del edificio.
–Elegí un diseño arquitectónico de hace ciento cincuenta años, porque me parecía elegante para un hotel, pero no demasiado sofisticado como para aparentar ser de ricachones.
–¿Por qué te decidiste por un hotel de esas características? ¿Se te antojó o fue el tema dado? –preguntó mientras estudiaba con interés los planos del edificio de cinco plantas.
–Para motivarnos, el profesor nos metió en un concurso organizado por Silva, una familia con una cadena de hoteles de Dirdan y Odelot.
–Y ganaste tú –él señaló un elegante sello azul–, pese a que tu profesor le encontrara fallos. Porque estoy seguro de que hubo otros diseños que le gustaron más.
–Por supuesto. Hubo cinco o seis sobresalientes, todos con estructuras más radicales.
–Pero a los Silva les gustó más el tuyo. ¿Se ajustaba más a sus gustos? Porque he visto que tienen hoteles más modernos que éste.
–Kielan, ¿insinúas algo? –preguntó Helena sin poder evitar una sonrisilla de añoranza.
–No, qué va. Sólo comento el acierto que tuviste al ir en contra de los dictados de tu profesor, pero a favor de los gustos de los Silva. ¿Suerte?
Helena suspiró y se recostó contra el respaldo de la silla.
–No, hubo investigación –reconoció ella a regañadientes–. El profesor nos dio ciertos datos sobre el terreno, tamaño, tipo de tierra, barrio... Era un barrio de Dirdan en plena remodelación para hacerlo más bonito y atrayente. "Gentrificación" creo que se le llama a eso.
–Un lavado de cara, ¿eh? ¿Muchos edificios como los que le gustan a tu profesor?
–Unos cuantos.
–Y, aún así, ganó tu diseño más... conservador –Kielan la miraba con pícara curiosidad–. ¿A qué te llevó tu investigación?
–A visitar el barrio varias veces, interesarme por lo que iba a ocurrirles a los edificios adyacentes... Además de informarme sobre los miembros de la familia Silva que participarían de jurados.
–¿Los espiaste?
–No me colé en sus casas, si es a lo que te refieres –le contestó Helena cáustica.
–¿Y qué descubriste? –insistió curioso.
–Que los edificios vecinos iban a quedarse como estaban o iban a ser restaurados respetando las fachadas. A excepción del solar de los Silva, ya que les habían aparecido unas grietas que hacían peligrar la integridad de la estructura y, por tanto, la seguridad. Malos materiales que, sobre determinado terreno, terminan pasando factura –se encogió de hombros.
–Me encanta oírte de hablar sobre arquitectura, se te ve tan segura y desenvuelta...
Helena desvió la mirada, turbada.
–Y me gusta que le pusieras tanto empeño –continuó Kielan.
–La verdad es que Álvaro me empujó a ello.
–Un acierto por su parte.
–Sí... Me dijo algo que nunca se lo he confesado a nadie.
–¿Demasiado redentor?
–Sí. Ya llevaba años allí y tenía lo de la mano –movió los dedos de la diestra–. Me llamó y me dijo "Tanto para agradar a alguien como para destruirlo, tienes que saberlo todo sobre su persona".
Kielan soltó una carcajada y asintió conforme.
–Así que no te quedaste sólo con el aspecto que tendría el barrio y tiraste hacia lo que averiguaste de esa familia al espiarlos.
–Sí, me arriesgué un poco –admitió pasando del intento de Kreuz de picarla con el tema del espionaje–. Me enteré de cuál era el enfoque que les gustaría darle al nuevo hotel.
–¿Y destruiste a alguien?
–Para nada –respondió Helena tajante–. Sólo miné un poco la confianza –reconoció con un murmullo avergonzado–. Había algunas personas que, como yo, suponían que un diseño antiguo más acorde con lo que había sido el barrio podría ser lo mejor.
–¿Y cómo te los quitaste de en medio? –Kielan se inclinó hacia adelante, morbosamente interesado.
–No les mentí –quiso dejar claro desde el principio–. Tan sólo les recordé los gustos de nuestro profesor –añadió conteniendo una sonrisilla triunfal.
–¿Y prefirieron agradar al profesor antes que a los Silva?
–Era el final de la carrera y había mucha presión. Creo que se hicieron un lío con los objetivos contradictorios –se encogió de hombros–. Aún así, no cayeron más que un par.
–¿Y qué les hiciste a los demás?
–Kielan, por favor, no soy mala persona. Aunque esta gorra que me haces llevar diga lo contrario –bromeó Helena con una pincelada de humor negro.
–¿Entonces por qué no te la quitas?
–Por dos razones: me recuerda a mi hermano y no quiero que se te vaya la pinza.
Kielan rio un poco.
–No se me va a ir porque me lleves la contraria en eso –le aseguró relajado–. Pero, dime, ¿qué les hiciste?
–Nada. Simplemente sus instalaciones no era tan eficientes como las mías.
–Y seguro que más normales, porque estoy mirando los sistemas de hechizos de seguridad, aislamiento y regulación térmica, y son extraños.
–No son extraños, son antiguos también –le hizo ver Helena con tono de reproche–. Lo que pasa es que no tienen siglo y medio como el diseño, sino doce.
–¿Doce siglos? –repitió Kielan extrañado–. Ah, claro, estilo theudiano –volvió a mirar las hojas–. Todo integrado al detalle, la energía que sobra de un sistema, fluye a otros a través del conveniente sello conversor.
–Tuve que documentarme mucho respecto a la administración de energías para hacer eso. Incluso hablé con Lucián para que me recomendara libros.
–¿Y de dónde sacaste la inspiración? –se interesó él.
–Ya me habían hablado del gran desarrollo que impulsó Theudis y que su hermana era la encargada de organizar todas las energías de Ergat para que funcionaran como un complejo reloj. Y luego una de sus hijas también fue por ahí. Siempre me ha fascinado la eficiencia y me pregunto por qué no volvemos armar un sistema así.
–Si alguna vez puedo tener una casa fija en la que montar mi consulta y laboratorio, quiero que te encargues tú de todo –aseguró Kielan.
Ella rio halagada y notó cómo la corta carcajada se llevaba las telarañas de la soledad y el autodesprecio, hacía meses que no reía.
–La verdad es que la inspiración no la saqué de las clases de Historia –reconoció Helena–. Antes de eso, el segundo año que llevaba en el internado, tuve un problema de descontrol que acabó con mi habitación destrozada. Por lo que me dieron otra, en el ala contigua.
–¿Te apartaron de la gente?
–Las habitaciones que tenía a los lados estaban vacías, sobre mí había un trastero y debajo había un sótano abandonado.
–Cuánta confianza –exclamó Kielan sarcástico–. ¿Pero ya has destrozado alguna vez una pared?
–No, pero por si acaso. En fin, lo que iba a decirte. La habitación me la dieron vacía, con un armario, una mesilla, una cama, una mesa y una silla. Nada más, no tenía ni cortinas ni perchas. Pero encontré un libro, un ejemplar de Confieso.
–Ese libro escrito en primera persona por el rey Theudis, pero de hace unas décadas, ¿no?
–Ese mismo –asintió Helena–. Tenía una frase escrita a mano: "Porque tiempos pasados fueron mejores y, aunque el presente sea doloroso, el futuro puede volver a ser glorioso."
–Cualquiera diría que lo escribió el mismo autor del libro. Y dirigida a ti.
–La verdad es que, cada vez que lo leía, me acordaba de Álvaro y soñaba con que, al terminar yo la carrera, encontraría trabajo como arquitecta y él dejaría Redención –suspiró abatida–. Pero seguimos igual.
–Me estabas contando que Confieso te inspiró.
–En él se describe la construcción de Ergat, eso fue lo que me influyó. La verdad es que, si no fuera porque es tan peligroso, me gustaría visitar las ruinas de aquel sistema tan genial.
–Eso podría arreglarse, tengo amigos allí. Siempre que te dejes secuestrar una semana –propuso Kielan sin bromear.
–Pensaba que me ibas a matar oficialmente para tenerme secuestrada sin límite de horarios.
–Es la idea, pero antes preferiría que FOBOS me dejaran de buscar.
Helena asintió, algo desilusionada. Lo cierto era que se estaba haciéndose a la idea de desaparecer para fugarse con Kreuz. Aquella forma de desaparecer sonaba mucho mejor.
–¿Sabes? –Kielan se recostó contra el respaldo–. Me ha gustado verte tan segura en tu terreno, te hace más atractiva.
Ella se sobresaltó turbada.
–Así que voy a llevarte a cenar –continuó él, encantado por su propia idea–. Ponte algo elegante.
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