.IX
Helena troceó verduras mientras Kielan se encargaba de los fogones. Todo era extraño y maravilloso al mismo tiempo. La luz, los sonidos, los olores, las sonrisas... Incluso la gorra de redentor que tenía que llevar por petición de Kreuz. Aquello la hizo acordarse de Álvaro.
–¿Mañana activarás el espejo de salón? –preguntó procurando no llorar por picar cebolla.
–¿Por si llama tu hermano?
–Sí. Si se lo encuentra en suspenso, se preocupará.
–Ya está activado. Sólo lo quité ayer, por si te me escapabas –informó él, como si secuestrar a alguien fuera lo más natural del mundo.
–¿Entonces te fías de mí?
–La base de esta terapia es la confianza –respondió Kielan con seriedad, recogiendo los pimientos picados–. O quizás quiera ponerte a prueba y tenga preparado un castigo –añadió con malicia.
–¿Le dices eso a la que lleva esta gorra? –preguntó Helena bizqueando por el picor de la cebolla.
–No sabrías qué hacer –aseguró con una sinceridad que la hizo sentirse estúpida.
–Ya... eso es cierto...
–No te deprimas, no es que ser torturador sea lo mejor que haya.
–Lo sé, pero... hay veces que me gustaría poder... –Helena dejó la frase en el aire al no encontrar la palabra adecuada.
–¿Imponerte? –sugirió él mientras removía el sofrito.
–Sí, que no me mangonearan... tanto –admitió y apartó los pedacitos blancos de cebolla.
–Quizás descubras que, después de esta experiencia, no les permites tanto –Kielan cogió la cebolla y añadió a la cazuela.
–Ya... supongo.
–Lo digo en serio. ¿Qué jefecillo o compañero podrá aterrorizarte después de haber convivido conmigo?
–La verdad es que no impresionas demasiado con ese mandil y la cuchara de palo.
–Si lo prefieres, me pongo la bata con manchas de sangre y despliego el instrumental quirúrgico –propuso Kreuz mientras se encargaba de remover el contenido de la cazuela.
–Eso impresionaría más, sí. Pero no hace falta que lo demuestres ahora, estás cocinando.
–De acuerdo, mejor lo dejo para cuando se vaya el sol.
Helena le sacó la lengua. Segundos más tarde consideró que empezaba a encontrarse demasiado cómoda en compañía de aquel loco que en cualquier momento podía sacar los bisturís y las jeringuillas para obligarla a que hiciera lo que él quisiera. Aunque también era cierto que le prestaba más atención y se preocupaba más por ella que cualquier otra persona, descartando a Álvaro. Y, como médico, era el único que la hacía sentir que no era un monstruo y que, si lo suyo no tenía cura, al menos se podía vivir dignamente con ello. Suspiró.
–¿Corto algo más? –se ofreció Helena, para disimular aquel instante de melancólica introspección.
–No, así está bien. Limpia esa zona mientras yo termino con esto.
Helena echó los desperdicios a la basura, llevó la tabla y el cuchillo a la fregadera y pasó la bayeta. Se preguntó si ser su enfermera se parecería a aquello. Seguramente habría más sangre y vísceras de por medio. La verdad era que no tenía muy claro qué podría llegar a hacer Kreuz.
–¿Puedo preguntarte algo? –rompió el silencio ella cuando se quedó sin trabajo.
–Suena a que va a ser personal –considero él bajando la intensidad de los fuegos.
–Sí...
–De acuerdo, siempre y cuando tú me respondas a otra pregunta.
Helena receló, quizás no le compensase. Kielan esperó paciente.
–Vale... Pero tú no te pases –condicionó ella.
–Ya veremos qué preguntas tú –contestó él recostándose contra la encimera.
Ella se retorció las manos y bajó la mirada.
–¿Qué... –Helena inspiró hondo– hiciste para acabar en Redención?
–No correr lo suficiente –respondió Kielan al instante–. Y confiar en la Justicia.
–M-Me refería a que de qué te acusaron.
–Lo sé –dibujó una sonrisilla burlona–. La verdad es que hice bastantes cosas –levantó la mirada al techo con aire pensativo.
–¿Cosas de qué tipo? –insistió Helena, no muy segura de si quería saberlo.
–Terapia personalizada para una tarada destructiva y ese tipo de cosas.
Helena se encogió al sentirse aludida.
–Pero si ayudabas...
–Ya –suspiró Kielan–. Normalmente la gente a la que trataba no era la que se cabreaba –se rascó una ceja–. Hemos hablado de qué opinaría Álvaro si supiera que estoy contigo, pero ¿qué opinaría el otro, Lucián?
A Helena se le escapó un gesto de sorprendida preocupación.
–Arcángel, el BAMO perfecto –añadió Kielan.
–No me hablo con él en serio desde hace años –refunfuñó Helena–. Alguna felicitación por los cumpleaños y esas cosas –se encogió de hombros.
–Pero sigue siendo tu hermano, que seguramente se preocupe para ti, aunque sea a rasgos generales. Y que su hermanita haya sido secuestrada por un prófugo de Redención....
–Que no es doctor reglamentado, pero administra drogas con alegría... –lo ayudó ella, imaginándose lo mal que reaccionaría su hermano mayor.
–Que te saca a la calle sin tu medicación, exponiendo a los ciudadanos a tu poder destructivo...
–Que me soba después de haberme dormido...
–Que te sorprende en plena oscuridad y te pega un susto de muerte –añadió divertido–. Yo creo que se quedaría con eso y no atendería a que puedes dominar tus emociones, y por tanto tu poder, con el conveniente apoyo.
–Y no se le podría decir que dormiste conmigo para calmarme, porque sonaría muy mal –Helena bajó la mirada un poco avergonzada–. Ya me hago una idea cómo fue.
–Pues imagínate una veintena de casos así.
–Pero los que ayudaste declararían a tu favor, ¿no?
–Yo ayudo a marginados, locos, mutantes... ¿quién va a confiar en su palabra? Es más, me añade el agravante de ser un manipulador que lava el cerebro a mis pobres víctimas –Kielan hizo un gesto desdeñoso.
–Bien mirado, mi caso no es que suene muy bien, la verdad –murmuró Helena.
–Mis métodos son poco ortodoxos –reconoció él–. Y como me niego a cambiarlos, he mejorado las medidas de seguridad. Empezando porque la familia y vecinos de mi pobre víctima no sepan que la estoy tratando –añadió recuperando la sonrisilla.
–¿Has hecho esto más veces? –preguntó superada por la curiosidad–. Después de Redención, me refiero.
–No, eres la primera. Los primeros meses los he dedicado a acostumbrarme a la libertad y encontrar refugios. Además, hasta que no retiren a los FOBOS de la búsqueda, estaré muy limitado.
–¿Es cierto eso de que, si no tienen una orden sobre ti y les caes bien, hacen la vista gorda?
–Eso espero –reconoció Kielan echándole un vistazo a la comida y quedó satisfecho con el proceso–. Ahora me toca preguntar a mí.
Helena se removió nerviosa y se retorció las manos.
–¿Qué ocurrió con Álvaro para que te dejara esa marca en el cuello? –preguntó sin rodeos.
–Ah... –cerró los ojos al recordar el suceso, precisamente había sido en la cocina–. Fue después de lo de su brazo, y de lo de Klakla.
–Entonces no fue hace mucho.
Ella negó con la cabeza.
–Después de la fuga de Klakla, la Alcaidesa le mandó que investigara una dirección que le había dado la mujer que la llevó allí.
–Silversmith, por lo que he oído. ¿Pero cómo se le ocurrió mandarlo? Lo más probable es que fuera falsa.
–Pues porque, al finalizar aquel gran día, se le ocurrió probar a llamar. Y le respondió un hombre que la desquició por completo.
–¿Es eso posible? –se interesó divertido.
–Por lo visto se llama Romu, le gusta hacer maquetas, la música chatarrera y no es lo que parece.
–De entrada, me cae bien. ¿Se lo encontró a él o a Silversmith en esa dirección?
–Él me dijo que no –respondió Helena evasiva.
–Pero tú no te lo creíste.
–No... Por eso le insistí. Normalmente me cuenta todo. Pero...
–¿Álvaro se enfadó por eso? –Kielan enarcó las cejas.
–Es que no era Álvaro –respondió compungida–. Era Dämon. Y no se enfadó, simplemente... se le fue –hizo un gesto sacudiendo la mano cerca de la sien.
–Vesania. ¿Incluso estando contigo, fuera de Redención?
–Antes de eso me dijo que Dirdan lo agobiaba y que llevaba cuatro días sin torturar a Klakla.
–¿Y te agarró del cuello para que dejaras de preguntar?
–Más o menos así empezó... Luego desvarió –desvió la mirada a la mesa, donde la había derribado.
–¿Qué dijo?
–Empezó recomendándome que fuera una buena chica y dejará de preguntar.
–Uf, un redentor recomendando ser una buena chica, suena fatal.
–Después... continuó diciendo que, si no era una buena chica, si no... actuaba como los cabrones de la sociedad querían, si algún día dejaba la medicación... y se me escapaba el poder... –se le ahogó la voz en un sollozo y tuvo que sentarse.
–Te llevarían a Redención –terminó Kielan con un susurro mientras se deshacía del mandil.
–Sé que lo que quería era mantenerme a salvo, alejada de ese lugar, pero... tenía esa cara de loco sádico y –sorbió el agüilla que le caía de la nariz– empezó a intoxicarme.
–¿Te desmayaste? –se sentó frente a ella.
–N-No lo sé. Tenía miedo, Álvaro no dejaba de hablar de lo que me harían en Redención, me faltaba el aire, se fueron los colores, me ahogaba, él no paraba... –no pudo continuar, se detuvo a llorar a lágrima viva–. T-Todo se volvió negro y...
–Dime que llevaba rotterdamina consigo.
–Llevaba –Helena se limpió los ojos con el dorso de la mano–. Si no, seguro que no lo cuento.
–Menos mal que sinteticé el antídoto –se dijo Kielan levantándose para conseguirle una servilleta de papel.
–Sí... Gracias –se sonó la nariz–. Cuando me espabilé, ya se le había pasado la Vesania esa y me abrazó y me pidió perdón.
–¿Y lo perdonaste?
–Claro –respondió Helena demostrando que era obvio–, es la única persona que me ha apoyado y sé que Redención ha agravado sus arranques de ira.
–¿Ya los tenía de antes?
–Siempre ha sido movido, muy temperamental, y nuestros padres lo frustraban mucho –terminó con una nota de odio.
–Interesante... Esta historia encaja con algo que Álvaro me dijo sobre esa persona con crisis de ansiedad, que podría haber perdido a la única persona en la que confiaba. Me preguntó cómo podría afectarle eso.
–¿Y qué le respondiste? –quiso saber ella mientras eliminaba las evidencias de que hubiera llorado.
–Que sin conocer al sujeto me resultaba complicado hacer una evaluación, pero que si no recuperaba la confianza de esa una persona, podría suicidarse o descontrolarse. No sé decirte cuál de las dos opciones lo asustó más.
–Descontrolarme –aclaró Helena al instante–. Si me suicido, me muero y le queda la pena y la culpa. Pero si me descontrolo, me vería todos los días al otro lado del cristal.
–Pero ya sabemos que no va a ocurrir ninguna de las dos –Kielan le dio un toque en la visera de la gorra de redentor.
Helena se esforzó en alegrar la cara. Era inaceptable que ella se echara a llorar porque a su hermano se le hubiera ido un poco la mano con ella, cuando Kielan le había contado su parte sin derrumbarse.
–Esto ya casi está –opinó él examinando la comida y apagó los fuego–. Dejemos que repose un poco.
Ella asintió y se ajustó bien la gorra.
–Ahora me toca hacerme unas pruebas, ¿quieres ver cómo se hace? –le propuso Kielan.
Helena volvió a asentir y lo siguió al salón.
–Hay más –dijo ella mientras Kielan sacaba el instrumental del maletín sin fondo.
–Dime –se centró en sacar viales.
–Me dio un nombre.
Kreuz tardó dos segundos en comprender lo que había querido decir.
–¿Un redentor te dio un nombre? –repitió.
–Sí. Dijo que, como los periódicos la palabra que más repetirían sería "devastación", así me llamarían. Acortado a Devasta.
–Devasta, ¿eh? Suena exótico –Kielan hizo una mueca de aprobación–. Y con estilo.
–No te burles de mí –se quejó Helena.
–No me burlo, me lo tomo con humor. Ahora ven, voy a enseñarte cómo se toma una muestra de sangre.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top