.IV
–¿Sesión de qué? –preguntó Helena recelosa.
–Una simple charla. Quiero ver dónde están tus problemas –contestó Kreuz mientras fregaba la vajilla utilizada.
–¿Pretendes que... te cuente... mis cosas?
–Sí, lo que no está en los historiales y partes judiciales, que, dada la negligencia con la que te han tratado, debe de ser mucho.
–Eh... yo...
–Si esta noche no puedes abrirte, no pasa nada, me voy a quedar un par de días.
–¿C-Cómo? Yo mañana tengo que ir a trabajar –le advirtió ella–. Se preocuparán si falto –mintió a continuación, dudaba que fueran a darse cuenta y, mucho más, que se preocuparan.
–¿Se preocuparán si no vas a trabajar en sábado? –planteó él y giró la cabeza para mirarla por encima del hombro–. ¿No sería al revés?
–¿Q-Qué...? ¿Cómo que...? ¿Estamos a viernes? –balbuceó pasándose una mano por la cara–. Mierda, he vuelto a perder la noción del tiempo.
–¿Por qué crees que he elegido el día de hoy? Conozco tus rutinas, el fin de semana prácticamente no sales. Me lo has puesto muy fácil para secuestrarte en casa.
–¿Q-Quieres dejar de repetir eso?
–¿Por qué? Es la verdad. ¿O te estás dejando secuestrar? –preguntó Kreuz con sorna.
Helena bufó y refunfuñó por lo bajo, no soportaba que se rieran de ella. Si tuviera a dónde ir, se plantearía salir de allí, pero como no fuera a un cuartel BAMO en busca de Lucián, no tenía otra opción posible. Se sentó en el sofá y se cruzó de brazos, preguntándose cuánto tardaría en perder el control sin sus medicinas y qué haría entonces el doctor. Se estremeció al pensar que pudiera destrozar el edificio y que los redentores aparecieran para...
–Hecho –anunció Kreuz acercándose con su maletín, que dejó en su propio regazo al sentarse junto a ella.
–¿Hace falta que tengas eso ahí? –cuestionó Helena alejándose lo más posible. Se recostó contra el reposabrazos para mirarlo de frente, tras ella tenía la foto de Álvaro.
–Sí, no sólo llevo el instrumental quirúrgico –respondió buscando en su interior–. También llevo libretas y lápiz para tomar apuntes –sacó lo mencionado–. ¿Te pone nerviosa?
–Sí –reconoció ella con dureza.
–Así estamos empatados –contestó encogiéndose de hombros–. Bien, ¿por dónde quieres empezar a hablar?
–No lo sé, tú eres el secuestrador –rumió Helena.
–Prefiero darte libertad y no interrogarte.
Helena desvió la mirada y estuvo tentada de poner bocabajo la foto que tenía con su hermano.
–Yo preferiría irme a dormir –respondió evasiva.
–Tu cuarto no tiene cerrojo y no puedes hacer barreras de bloqueo en tu estado, ¿ya dormirías bien sabiendo que yo estoy aquí? –planteó Kreuz malicioso.
Helena no lo pensó, agarró uno de los cojines y se lo estampó en la cara.
–¿Me agredes? –pregunto él frotándose la nariz–. ¿Y si yo tomo represalias?
–Has empezado tú –acusó ella–. Atacándome como un maldito depravado –se aferró con fuerza al cojín, dispuesta a repetir, pero notó algo extraño en la tela–. No, por favor, dime que no... –lo había desgarrado, y no con las uñas–. No, no, ya empieza –se lamentó y se aferró al cojín como una niña a su peluche–. Necesito mis medicinas.
–No es nada.
–Irá empeorando –le aseguró desesperada–. Por favor, Kreuz. Te lo ruego...
–Llámame Kielan.
–¡Como sea! –hundió la cara en el cojín–. No quiero hacerlo –farfulló desesperada.
–Pues no lo hagas –lo escuchó responder como si nada.
–¡No es tan fácil! –levantó la cabeza–. No lo entiendes, me sale solo –musitó temblando y notó el pobre cojín un poco más descompuesto, pero no quiso mirarlo.
–Por eso tienes que trabajar el autocontrol.
–No, no, no. Eso no sirve. Kreuz, Kielan, te lo ruego, ¿qué tengo que hacer para que me las devuelvas?
Sin darse cuenta, se le había echado prácticamente encima, de rodillas en el sofá. Él alzó las cejas, sorprendido, y sonrió cuando se le ocurrió algo.
–Deja que te haga una vivisección, como una autopsia, pero en vida.
–¿C-Cómo...? –balbuceó con repulsa.
–He visto tus cicatrices, quiero ver cómo estás por dentro. Leí algo de costillas rotas –le informó clavándole su mirada de demente.
–¿Y... me devolverías las medicinas? –rogó ella ansiosa.
Kreuz se lo pensó.
–¿De verdad dejarías que te abriera a cambio de unas pastillas?
–Sí –gimió Helena desesperada.
–Es tentador, no lo niego. Pero he venido a ayudarte, no a divertirme.
–Así no me ayudas –gimoteó ella y se derrumbó sobre su hombro.
–Helena –Kreuz le puso una mano en la nuca con suavidad y fue extrañamente reconfortante–. Confío en que puedes hacerlo –susurró–. Dejo mi vida en tus manos.
–No, no lo hagas. Saldrá mal, muy mal. Arrasaré con todo –sollozó–. Mataré... Acabaré en Redención.
–¿Quién te ha dicho eso?
–Siempre lo decían –recordó, lloraba a lágrima viva sobre su hombro–. En el internado. Cada vez que rompía algo. Los padres exigían que me expulsaran... para que no despedazara a sus hijas... el día que fuera a más.
–Pero no fue a más –la acariciaba protector desde la coronilla hasta la base del cuello.
–Porque pusieron como condición... que me medicara hasta que fuera... imposible que ocurriera –sorbió y se atragantó.
–Yo no pongo esa condición, confío en ti –aseguró Kreuz.
–P-Pero...
–Mi vida ha estado en manos de redentores y presos, ¿me vas a decir que eres peor que alguien de Redención?
–¡No!
–¿Entonces?
–No quiero serlo.
–Bien, no lo serás –prometió él–. Sé que alguien tendría que haber aparecido antes para ayudarte, pero no es tarde.
–Álvaro lo intentó. Pero no soportaba estar en casa, no soportaba ser siempre el malo...
–Y decidió hacerse redentor para contrastar con Arcángel. Y tú te quedaste en mitad. Sola.
Las lágrimas manaron sin control. Sí, sola. Totalmente sola. Kreuz la abrazó con fuerza contra sí mismo.
–¿Y tus medicinas te hacen olvidar eso? –continuó él.
–Sí –sollozó desconsolada.
Kreuz no preguntó nada más, la dejó llorar hasta que se le agotaron las lágrimas, mientras se diluía el sentimiento de soledad a la vez que recordaba sucesos dolorosos. Llegó un momento en el que Helena no tuvo fuerzas para seguir gimoteando y terminó calmándose.
–Fue antes de la fuga de Klakla –empezó a murmurar ella–. Álvaro se había vuelto loco, ya no quería hablar conmigo, y si lo hacía.... ya no era él. Un día, al salir del trabajo... Era una noche como ésta: fría y lluviosa. Llegué a casa... No podía más. Sentía que me moría por dentro y el cuerpo me pesaba tanto.... Quise acabar con todo.
–¿Y por qué no lo hiciste? ¿Qué te detuvo?
–Álvaro. Pensé que... quizás un día se recuperara, quisiera llamar para disculparse y le dijeran que yo me había suicidado... Eso lo habría terminado de romper.
–Sí, seguramente. Y ahora sería un redentor de los cabrones, o un preso atormentado.
–A los meses ocurrió lo de Klakla y mejoró mucho –Helena se separó, más tranquila, y se sentó junto a él–. Ahora me llama todas las semanas. Me cuenta cosas. Cómo hace rabiar a la Alcaidesa –sonrió un poco– y cómo siguen hablando de las siete electrocuciones de las que salió indemne.
–¿Cómo lo hizo? –se interesó Kreuz.
–¿No lo sabes? –ella amplió la débil sonrisa–. Entonces dejaré que siga siendo un misterio.
–¿Cuándo llama? –preguntó, sin mostrarse frustrado porque le negara la respuesta.
–Generalmente, los domingos –Helena frunció el ceño–. Me has dicho que has desactivado los espejos, ¿no? ¿Podrías...? No le diré que estás aquí –juró mirándolo a los ojos.
–Ya veremos, depende de cómo nos vaya con la terapia. Además, puede que para el domingo ya esté muerto –bromeó con un humor negrísimo.
–¡No digas eso! –volvió a agredirle con el cojín, que desperdigó su contenido, pero no hubo mayores daños, había drenado todo su estrés llorando.
–Humor negro de Redención. ¿Es que tu hermano no te lo ha enseñado?
–Lo que me ha enseñado es el brazo negro que tiene por tu culpa –lo acusó fastidiada.
–Que no hubiera tocado mis cosas.
–Lo dejaste ahí queriendo, para experimentar. Reconócelo.
–Sólo si tú me dices cómo soportó las siete descargas.
–Entonces no hay trato –respondió Helena con rotundidad.
Kreuz sonrió con franqueza, así casi parecía una persona normal.
–Para mí también es importante que haya gente que no me rehuya –confesó él.
Turbada, Helena desvió la mirada, y se le escapó un bostezo.
–Fin de la sesión, hora de irse a dormir –indicó su secuestrador.
–¿No me vas a dar ni siquiera... la pastilla para el insomnio?
–Te he preparado una infusión de tila y melisa, ya debería de estar fría.
–¡Eso no me hace nada!
–Sí, te ayudará a dormir, te lo prometo.
Quince minutos más tarde, estaba en su cama, con el pijama puesto, el pelo peinado y la infusión en las manos. Cuando se la terminó, Kielan tomó el vaso, le hizo una furtiva caricia en la mejilla y se fue hacia la puerta.
–Aun así, si tienes problemas para dormir, estoy en la habitación de invitados –le recordó–. Tengo el sueño muy ligero desde que he salido de Redención.
–Pero... se supone que eres mi secuestrador, ¿cómo me dices eso? –preguntó con cierta sorna.
Kreuz sonrió divertido.
–Porque quiero caerte bien para que colabores. Buenas noches –deseó antes de cerrar la puerta.
–Buenas... noches... –murmuró ella.
Llevaba mucho tiempo sola y, de repente, se le colaba en casa nada menos que Kielan Kreuz. Aquello no tenía sentido. Pero no podía evitar sentirse... ¿a gusto?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top