Una tarde de otoño
Viajo en el colectivo hacia el primer lugar que se me ocurrió. Me siento observada por todos aquellos ojos, que me escrudiñan analizando cada detalle de mi confundido rostro. Y eso no es algo que me extrañe porque, a pesar de todo, no puedo contener las lágrimas; cada tanto pierdo esa bendita batalla eterna que se disputa entre lo que pienso y los sentimientos, que se me han ablandado como nunca. Pero es que me siento tan desgraciada, tan avergonzada de mí misma que pareciera como si me estuvieran desnudando con la mirada. Siento como si alguien estuviera violándome, como si estuvieran profanando mi más pura intimidad, como si aquellas miradas fueran capaces, y estuvieran penetrando, en mis más profundas memorias. Y allí, donde la debilidad se tiñe de densa oscuridad, es como si todos supieran lo que me sucedió, como si comprendieran —al fin y al cabo— la causa por la cual viajo con mi pequeña beba adormecida entre mis brazos, mientras yo sonrío sobre su tierna cabeza, y lloro encima de ella. Samy es todo para mí. Es el verdadero motivo de mi lucha constante, y también, de la razón de mí existir.
Sí, ellos me siguen viendo y se me dificulta mucho poder mantener la mirada, de igual a igual, con cualquiera. La vergüenza se adueña de mí, y mi mirada cabizbaja, recae sobre el suelo, donde solo unas pobres sombras son capaces de intimidarme. Sin embargo, mirada viene y mirada va, nuestros ojos se vuelven a encontrar, y el infierno de la humillación no se deja esperar. Todos parecen creer que hice algo malo, pero... Pero sus ojos acusadores son indiferentes ante la ropa que llevo puesta; sus miradas indefectibles tienen una pequeña pero gran limitación. Son incapaces de ver que, tras la campera que llevo puesta, unos cuántos moretones cubren gran parte de mi cuerpo, y de que tengo una —si no son dos— costillas rotas...
Pero entonces estoy viajando junto a mi amor, Samy. Nos vamos muy lejos de todo, de todas las cosas que me han hecho tanto daño (y que la han afectado a ella también, lo sé, lo intuyo), y que aún lo siguen haciendo. La aprieto suavemente bajo mi pecho, para no sentirme sola. Con ella a mi lado me siento bendecida y protegida...
Siento de nuevo un terrible acceso de dolor en todo el cuerpo, que me deja tiritando de escalofríos y del pánico que me provocó ese maldito, aquel enfermo bastardo... pero ahora estoy regresando a casa de mamá quien, como siempre, me espera con los brazos abiertos, tal y como lo ha hecho toda la vida. Y mientras viajamos yo me preguntó ¿No habrá alguna persona que deje de fulminarme con aquella mirada tan penetrante y me pregunte por qué estoy así? ¿A dónde ha ido a parar todo el amor que nos unía como especie, como seres humanos pensantes?
La presión que ejercía sobre mi Samy se perdió un poco con el paso del tiempo, pero la busco de nuevo y la abrazo para que, el calor que habita en su pequeño cuerpo, vuelva a otorgarme su calidez y me reconforte de nuevo. Tanto su suavidad, como su aroma perfumado, me serenan de alguna manera, pero no puedo evitar vuelver a emocionar una vez más. Mis lágrimas vuelven a descender de lerda manera por mis mejillas, y sin darme cuenta acompaño a Samy en ese entrañable mundo de sueños.
Caigo dormida y solo sueño que llegamos con mamá, y que todo sale bien...
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