Las sombras del pasado
Lincoln estuvo a punto de dejarse llevar. Sus nervios afloraban, y su cuerpo se iba convirtiendo en un hervidero de pasión. Los labios, el aroma, el calor, y la energía que desprendía aquél maravilloso cuerpo adolescente estaba comenzando a seducirlo. Estaba por hacerle perder la razón y los escrúpulos. Ahora que se acercaba a los trece, ya hacía tiempo que se interesaba en todas las formas de sexualidad. Nunca había pasado de algunos escarceos con Stella, con Sid, y con la propia Lynn; pero ya había visto algunos videos y que lo hacían temblar e inquietarse con sus propias fantasías. Su cuerpo preadolescente ya estaba preparado para responder a la salvaje melodía del deseo y, aquella tarde, con su hermana más cercana montada sobre él y rodeando su cintura con sus piernas, su cuerpo le pedía dejarse llevar. Era el momento de consumar los deseos de su hermana y los suyos propios.
Después de todo, ¿acaso tenía algo que perder? La relación entre ellos dos estaba prohibida del todo. A ninguno de los dos le convenía que se supiera lo que hacían. Estaba bien seguro de que Lynn jamás abriría la boca como no fuera para besarlo.
¡Y por dios! Aquellos besos... ¡Esa boquita de su hermana! Ella le había preguntado quién le enseñó a besar, pero, ¿qué había de Lynn? ¿Quién le enseño a masajear sus labios con los suyos de aquella forma? Y además, ¡Ese cuerpo perfecto, tan torneado y tan firme! Sus manos se deleitaban con la breve cintura, pero aquellas caderas y el más que voluminoso trasero comenzaban a atraerlo de manera irresistible.
En aquel breve momento de consciencia, la sensatez le pudo e impidió que sus manos bajaran hacia aquellos deliciosos promontorios. Pero Lynn hizo un breve movimiento, un quiebre de cintura; se acercó unos milímetros más a su pubis y su razón cedió a la tentación. Las manos bajaron a las caderas, y se maravilló al darse cuenta de que podía sentir la firmeza y suavidad de la piel a través de la tela de los diminutos shorts.
Incluso en aquel arrebato pasional, una parte de la mente de Lincoln se escindió y se puso a recordar las veces en que se habían besado: la infancia de ambos y las pocas veces que ella renunciaba a sus juegos rudos para jugar al papá y a la mamá; la vez que descubrieron a sus padres en un apasionado intercambio de besos mientras Lynn Sr tomaba a su esposa del trasero, y la insistencia de su hermana en que ellos tenían que hacer lo mismo para jugar bien a ese juego.
Los recuerdos lo estimularon y, por un breve instante, Lincoln abrió la boca y enseguida sintió la fina y húmeda punta de la lengua de su hermana. La chica aprovechó para hacer contacto pleno y se sentó completamente sobre su rígida erección. Lincoln se sintió tan excitado que emitió un gemido más que audible, y su respiración se hizo rápida y pesada.
En ese momento, Lynn creyó haber triunfado. Sintió las manos de Lincoln sobre su trasero, y una alegría y un furor erótico se apoderaron de su cuerpo. Estaba segura de que por fin podrían dar el siguiente paso, y se montó por completo sobre el regazo de su hermano. Lincoln perdió el equilibrio y cayó de espaldas sobre el sofá, arrastrando a Lynn en su caída. Su hermana rompió el abrazo para sujetar su rostro y besarlo esta vez con pasión, casi con rabia; buscando introducir su lengua en los confines más profundos de la boca del chico y moviendo sus caderas para frotar su humedecida vulva sobre la prominente erección del peliblanco.
Por desgracia, Lincoln no estaba tan preparado como él mismo creía. Mientras el juego fue tierno y apasionado, mientras Lynn procuraba que todo fluyera de manera gradual, él pudo dejarse llevar y romper con sus escrúpulos morales. Pero Lynn ya estaba mostrando su lado salvaje, su incontenible fiereza. Esa que la llevó tantas veces a lastimarlo y que le había ocasionado las experiencias más desagradables y traumáticas de su vida...
De pronto, Lincoln abrió los ojos y miró el lindo rostro lleno de pecas de su hermana mayor. Aquella hermana a la que amaba tanto, a pesar de lo mucho que lo había maltratado y de los mil bochornos que le hacía pasar con todos sus juegos.
Aquella hermana que le hizo pasar los días más duros y miserables de su vida.
Aquella hermana que desde entonces no sabía como abordarlo. Que se había alejado de él durante meses, para después buscarlo con una ternura y solicitud que nunca hubiera sospechado en ella.
Lynn había cambiado. O al menos, lo hizo creer que había cambiado. Durante aquellos meses, esa niña ruda y egocéntrica le mostró detalles tan tiernos y tantas consideraciones que por fin lo hizo bajar casi todas sus defensas.
Él mismo tenía que reconocerlo: su hermana siempre le había gustado. Hacía tiempo que la encontraba hermosa, e incluso deseable, y se daba perfecta cuenta de que estaba desarrollando sentimientos muy inapropiados hacia ella. Cuando estaba a solas en su cuarto, sin más vestimenta que su ropa interior, ya no le interesaba tanto leer sus comics de Ace Savvy. Ahora le bastaba con cerrar los ojos y recordar el dulzor y la suavidad de los hermosos labios de Lynn. Se la imaginaba con aquellos brevísimos shorts que tanto le gustaba utilizar, y se sentía culpable por darse placer a sí mismo pensando en ella.
Esas cosas no estaban bien. ¡Se estaba portando como un pervertido con su propia hermana!
Tenía que terminar con aquello. ¡De inmediato!
Tenía que evitar ir a esos encuentros deportivos donde la veía utilizar esa ropa tan entallada.
Tenía que evitar practicar con ella, y así impediría alguna oportunidad para tocar su cuerpo o besarla de nuevo.
Y por supuesto, por ningún motivo podía consentir que ella se quedara en su habitación. Ni tampoco podía dormir con ella en la misma cama, aunque Lucy estuviera con ellos.
Pero no contaba con Lynn. Con la propia Lynn, y sus planes y deseos ocultos. De alguna manera (Lincoln sospechaba que Leni tenía algo que ver con ello), consiguió doblegar su orgullo y su propia manera de ser para volver a llegar a su corazón.
Además, Lynn era su hermana; y Lincoln era capaz de dejarse cortar en pedazos por cualquiera de ellas. Las amaba, y aunque le costara trabajo reconocerlo, a ninguna amaba más que a Lynn. Ni siquiera era necesario preguntarse por qué: ella casi tenía su edad, jugaron más veces que con el resto de sus hermanas juntas, se bañaron juntos más veces de las que podía recordar, y era la primera en brincar en su defensa cuando no lograba ocultar el acoso que llegaba a sufrir en la escuela.
Y claro... Los labios de Lynn fueron los primeros que probó. Fue ella quien le enseñó a besar a alguien que de verdad le gustaba, a una chica a la que verdaderamente quería. Aunque sonara terrible, Ronnie y Stella no fueron mas que breves impasses en su vida, y la misma Lynn lo sabía muy bien.
La nueva forma en que su hermana lo trataba desde hacía meses revivió y acrecentó aquellas emociones que tanto se había esforzado por enterrar. La nueva ternura que encontraba en ella lo fascinó, y por eso no le costó trabajo dejarse llevar cuando sus labios se encontraron de nuevo tras una ausencia tan prolongada.
Claro que la cruda moral y el remordimiento no lo dejaban disfrutar del todo, pero... Cielos... Tampoco podía renunciar a esa ternura. Si Lynn estaba haciendo un esfuerzo tan grande, ¿acaso él no tenía el deber de apreciarlo? Después de todo, no es como si se fuera a casar con ella o algo por el estilo. Eran hermanos y querían experimentar: ninguno tenía la confianza necesaria como para pedírselo a alguien más. De seguro, algún día Lynn conocería a algún joven deportista musculoso y apuesto, y se apartaría de su lado para siempre. Solo le quedarían los recuerdos; el dulce sabor de los besos de su hermana y la firmeza de su cuerpo en su memoria. Para siempre.
Pero, si iban más allá... ¿acaso no se lastimarían? ¿Sería capaz de dejarla ir y ahogar el recuerdo de aquella relación sin futuro?
No. Era demasiado. Estaba seguro de que no iba a poder.
Por eso tuvo que hacer un enorme esfuerzo. Sin quererlo realmente, quitó las manos del glorioso trasero de su hermana; sujetó sus hombros, y la apartó de sí.
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