Ya sé tu secreto

Editado y corregido: 28 de diciembre de 2015

Capítulo tres — Ya sé tu secreto

Elisa

Es muy divertido acordarse de este tipo de detalles y actos pero he echado tanto la vista atrás que son más de las once. Se me han quitado las ganas de cenar porque han sido sustituidas por el sueño. Además mañana toca limpieza general, y cuando mi madre dice eso significa estar todo el día removiendo centímetro a centímetro de la casa para que no haya nada inútil o de basura en ella. No es muy dada a limpiar todos los días pero cuando se pone con ello en serio es comparable a cualquier maniático del orden. Saco mi pijama corto de Snoopy y me acuesto en la cama. Es inevitable que vuelvan a mí las palabras de mi prima diciendo que le gusta Fer, aunque también lo es que al poco de tumbarme el peso de mis párpados ceda sobre mis ojos y acabe profundamente dormida.

La semana siguiente de instituto ha sido muy calmada. En las horas de clase sólo me he cruzado con Fer y Aurora el día del examen de Literatura. Fer está enfermo por lo que sólo le dejaron venir sus padres al examen pero Aurora es una de las tantas personas que, al estar todo calificado, prefiere quedarse en casa antes que pasar más tiempo en el instituto. Por suerte no soy la única que se queda en clase, aunque sea por mero aburrimiento. Rubén, el otro chico del grupo que también va con nosotros a clase, me ha hecho el favor de quedarse conmigo durante estas horas muertas.

— Mira Eli, ¿qué te parece este nuevo bañador que me he comprado para el viaje? —dice entusiasmado mientras me enseña una foto suya en el probador de una tienda de deportes con dicha prenda puesta.

—Bueno, si no fuese porque tú lo llevas puesto, sería bonito —contesto dibujando círculos y más círculos con mi compás en la mesa.

—Apuesto a que no dirías lo mismo si se tratase de Fernando —susurra en mi oído y al instante me pongo colorada.

Él es la única persona del mundo que sabe de mi enamoramiento platónico de Fer. Al principio me chinchaba pero cuando veía que de verdad me afectaban cosas como que una chica se despidiese de él con un beso en la mejilla, dejó de hacerlo. Y ahora es uno de esos momentos en los que sus comentarios están de más.

— ¿Eres consciente de la gravedad que supone para mí el viaje de fin de curso? Fer estará ahí, rodeado de las chicas de nuestro curso, y yo no podré estar con él para decirles indirectamente que sólo puede estar conmigo.

—Eres muy melodramática y ese comentario ha sido muy posesivo —me dice guardando su móvil—. Además, pudiste apuntarte sólo para quedarte a su lado.

— ¿Me hubieras pagado tú el viaje?

—No.

—Pues entonces deja de decir incoherencias.

El problema no era que mis padres no tuvieran dinero -que no es el caso- pero yo no iba a pagarme unas "vacaciones" en las cuales sufriría cada dos por tres. Y él lo sabía. El resto de la semana estuvimos hablando y jugando al ahorcado en la pizarra mientras profesores como Doña Alicia se quedaban dormidos encima de la mesa. Hoy viernes, al ser el último día, Rubén me ha convencido para faltar a clase. Total, no pueden modificar las faltas y notas que se han enviado esta mañana a nuestras casas.

Es catorce, lo que significa que este domingo día dieciséis es mi cumpleaños. Rubén se ha encargado en el tiempo que nos hemos paseado por los alrededores del instituto de recordarme que debo dar una fiesta. No es el primero en decírmelo, desde que empezó el mes de junio todos mis amigos me lo han pedido y a todos les he dicho que no. Casualmente el lunes es el viaje de fin de curso y como no todos vamos quieren que sea un poco a modo de despedida. Y ese es el principal motivo por el que no quiero hacerlo. No quiero que mi cumpleaños se convierta en un mar de lágrimas entre los que se van y los que se quedan.

Noelia, por ejemplo, es una de las que no se van. Esa semana se marcha a un pueblo de la Toscana italiana con parte de su familia. Qué suerte tiene. Sin embargo es una persona que no lleva nada bien las despedidas, por eso no le gusta que vayamos al aeropuerto cuando se va pero sí cuando regresa. Otro que no va es Álvaro pero él, al igual que yo, ha decidido de manera voluntaria no ir. Aunque su razón es distinta, ninguno queremos pasar unas vacaciones en la playa. El resto, sí van al viaje.

Pese a todas mis negaciones, sus plegarias han sido mayores y he acabado cediendo. Por lo tanto la actual conversación que mantengo con mi moreno amigo es innecesaria.

—Sabes que se va a hacer de todos modos, ¿por qué insistes?

—Porque quiero que te vayas preparando para lo que pueda pasar el domingo.

Ah, sí. La condición que les puse fue que ellos tendrían que prepararlo todo y por lo que me está contando Rubén, tendré que tener a mano el teléfono de urgencias. Nunca, repito, NUNCA les dejo preparar nada a mis amigos. Cada vez que intentan organizar el más mínimo evento o proyecto, algo sale ardiendo o destrozado. Esta vez lo he permitido porque Aurora tiene más control que ellos y les va a ayudar. Si sólo tuviesen que prepararlo ellos, me moriría antes de aparecer por la fiesta. Por lo menos me han quitado el peso de prepararlo yo todo, así puedo concentrarme en otras cosas. Cuando llegamos a mi casa, Rubén se despide de mí y entro. Mis padres no están, supongo que mientras mi padre se ha ido a trabajar mi madre habrá salido a comprar. Destierro mi mochila a un rincón de mi habitación y cojo del escritorio una pequeña libreta. Tengo que pensar en todas las actividades que haré este verano. Como ya dejamos hace tiempo de poder ir a los campamentos de la ludoteca ahora mis veranos son mucho más largo pero siempre se me acaba escapando alguna cosita que no logro realizar.

Añoro ir de acampada. Aunque no podíamos quedarnos a dormir, siempre había un fin de semana en el cual íbamos de excursión al bosque y acampábamos allí. Sin embargo, también era divertido jugar entre los prados que rodeaban los recintos. Y la verdad, dan mucho de sí. Tras recibir la carta de Fer en aquel campamento se me ocurrió pincharle un poco más y presionarle para ver hasta dónde podía aguantar. Sí, lo sé, ero un poco malvada en aquella época. Recuerdo que tras esa comida le arrastré antes de tiempo a nuestro lugar de reunión con el resto. Allí le hice sentarse enfrente de mí mientras le miraba con una amplia sonrisa.

—Elisa, ¿para qué me has traído aquí tan deprisa?— se quejaba Fer—. Sabes que necesito reposar un poco la comida antes de hacer cualquier tipo de ejercicio.

—Pues hazlo aquí —sonrío más fuerte—. Tengo una súper noticia.

—Tus padres te van a comprar unos patines nuevos.

—No, pero ojalá fuese así. Mi noticia es que sé quién es mi amigo invisible.

Noté cómo se ponía más pálido.

— ¿Qué?— susurró.

—Mira esto.

Saqué las tres cartas y las puse delante de él, encima del césped.

—Ésta es del primer día en la comida, aquí sólo dice que es un niño —señalo la segunda—. Ésta es de esa misma tarde en la cual me cuenta que le gusta la música. Pero esto es lo mejor de todo, la tercera y última carta no va a su nombre pero está escrita igual. ¿Ves?

Mira las cartas pero no le hace falta leerlas, sabe perfectamente lo que pone.

—Fer, ya sé tu secreto. Tú eres mi amigo invisible.

Enmudeció de inmediato. Yo me había quedado mirándole a los ojos pero él no lo hacía. Sólo aparta el rostro a un lado.

—N-no digas tonterías Elisa, ¿cómo voy a se...?

—Eh Fer —le dije suave posando mi mano en su brazo—. No tienes por qué poner excusas. Es genial que seas mi amigo invisible.

Aunque intenté tranquilizarle, él salió corriendo entre los árboles y el prado. No quise seguirle, sabía que necesitaba estar solo y lo dejé irse. Poco después aparecieron los demás preguntando por Fer. Me limité a decir que le había visto correr en la dirección por donde se había marchado. Rubén se ofreció a buscarle mientras los demás nos quedamos jugando a las cartas.

Fernando

Después de pasar unos días con malestares al fin me encuentro un poco mejor. Hoy tengo visita en casa y a mis padres no se les ha ocurrido otra cosa que sacar los álbumes familiares. Antes de que me pillen me escabullo al servicio y cierro la puerta con seguro. Suspiro y me miro en el espejo. Aún tengo los ojos verdes enrojecidos por las décimas de fiebre pero por lo demás estoy bastante bien. Aprovecho para peinarme un poco la leonera cobriza que es mi pelo y cogiendo fuerzas vuelvo a salir para enfrentarme a esas bochornosas fotos.

Entro en el salón y me siento entre mis dos hermanas mayores (y además gemelas) Cristina y Zaida. Han venido unos amigos de mis padres y les están enseñando nuestras fotos con tres o cuatro años. Se hace pesado y repetitivo que hagan esto siempre que tenemos visita. Normalmente evado mi mente con el móvil o los cascos pero esta vez presto atención. Ahora en las fotos tendré como diez u once años. Veo unas cuantas de mis hermanas en la playa o la piscina. De pronto aparecen fotos de mis campamentos. En una de ellas aparezco yo con Elisa y Aurora, unas amigas desde hace muchos años a quienes tengo mucho aprecio. En la foto estamos con nuestros regalos del amigo invisible en el último día de campamento. Ese año me tocó Elisa y cuando dijo que me descubrió no pude soportarlo.

Corrí todo lo que me permitieron mis piernas hasta llegar a un tocón lo bastante alejado de las vistas curiosas y me siento a descansar. No era capaz de creer que hubiese sido tan idiota y que además lo único que se me ocurriese para salir de aquella situación fuera correr como un descosido. ¿Cómo pude ser tan idiota de usar la misma letra en las tres cartas...? Si es que no se podía ser más tonto que yo. ¡Como si pensase que Elisa no se iba a dar cuenta! Después de apoyar la cabeza en mis manos estaba por echarme a llorar pero algo me disuadió de hacerlo. Pensaba que estaba solo y me había alejado lo suficiente para que no me encontraran pero me equivoqué, Rubén me había encontrado.

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