Una sonata para ti

Editado y corregido: 9 de enero de 2016

Capítulo cuatro — Una sonata para ti

Elisa

Mis nervios están a flor de piel. No dejo de andar en círculos por mi habitación, inquieta. A este paso acabaré desgastando la suela de los preciosos zapatos que me he comprado –presionada por mi prima- para la ocasión. Ambas estamos dentro de este habitáculo que cada vez me parece más pequeño, esperando a que le den mis amigos a Aurora el visto bueno para poder presentarnos en mi fiesta de cumpleaños. Sin embargo no estoy nerviosa por el acto sino porque los alocados de mis amigos están solos en la casa de Fer preparando quién sabe qué sin la supervisión de una persona competente. Hubiese preferido que se quedase conmigo Marta, así quitaríamos a una apasionada e hiperactiva chica de los planes organizativos.

— ¿Puedes dejar de andar en círculos? Acabarás haciendo un agujero en el suelo al paso que vas —se queja Aurora.

— ¿Cómo puedes estar tan tranquila después de dejarles a esa pandilla de salvajes solos preparando todo?

—Siguen siendo nuestros amigos.

—Pero eso no les da capacidades para organizar nada.

—Tranquilízate prima, saben lo que hacen.

— ¿Estás segura? —replico alzando una ceja.

—Vamos, ¿qué podría pasar? —pregunta con una sonrisa nerviosa.

A mi mente llegan cientos de imágenes que muy bien relatarían lo que podría estar pasando ahora mismo en casa de Fer y ninguna deja la casa en buen estado. Vale, puede que me esté pasando. Es que después de ver a Rubén explotar una batería de garrafas de plástico en un descampado ya no me fío de ninguno de los que le apoyaron y ayudaron a conseguirlo, o sea mi grupo de amigos. En ese momento decido salir de mi habitación y Aurora, en vez de impedirlo, me sigue sin dudarlo. Mis padres se han ido a comprarme mi regalo de cumpleaños: unos nuevos patines de cuchilla. Hace muchos años que entré en patinaje artístico sobre hielo y lo único que quería como regalo eran unos patines nuevos porque los destrozo bastante, sobre todo el interior del botín. Por ello no están en casa y podemos salir libremente. En menos de cinco minutos estamos en casa de Fer, ya que vive a sólo un par de calles más arriba de la misma zona de chalets. Al llegar, a pesar de ir ambas con vestido, saltamos la pequeña valla de la entrada y vamos hasta la puerta. Ni siquiera llamamos, levantamos el adorno de escayola con forma de gato que tienen en la entrada y cogemos la llave de repuesto. Y pensar que lo sé porque tuve que ayudarle a regresar a casa tras emborracharse en la fiesta de fin de año...

Pasamos dentro y volvemos a poner la llave en su sitio. En seguida llega a nuestras fosas nasales olor a quemado. Genial, primer fallo con la comida. Corremos hacia la cocina encontrándonos a Noelia y Álvaro batallando con un horno repleto de pizzas carbonizadas. No me extraña que se hayan quemado, hay por lo menos tres pizzas metidas ahí dentro.

—Yo me ocupo de esto —me dice Aurora quitándose la torera rosa de su conjunto—. Ve y encuentra al resto.

Salgo disparada hacia el salón. Allí me encuentro a Rubén y Fer, sentados en el suelo con... ¿¡Fuegos artificiales caseros!? Dios mío, ¡estos chicos están locos!

—Apartad de esos artefactos explosivos ahora mismo —levanto la voz, autoritaria.

En cuanto me escuchan, ambos dan un pequeño bote por el susto y alzan las manos soltando lo que tienen en ellas.

—Eli... ¡Qué bien que hayas llegado! —dice Rubén con una sonrisa nerviosa—. Eh... ¿feliz cumpleaños?

—No intentes arreglar este desastre con una felicitación. ¿Cómo narices se os ha ocurrido crear vuestra propia pirotecnia antes que comprarla en una tienda especializada?

Ambos agachan la cabeza, arrepentidos. Nunca dejarán de ser niños curiosos e inquietos. Observo el salón, está lleno de cajas con algo envuelto y mucho papel de aluminio por el suelo. Al menos Fer podría ser más cuidadoso y ordenado teniendo en cuenta que se trata de su propia casa. Me acerco a su lado y levanto a este par de idiotas enganchándolos de las orejas mientras se quejan.

—Si ya sabía yo que esto no iba a salir bien —digo soltando sus enrojecidas orejas—. No se os puede dejar solos a cargo de nada.

—Venga Eli, no te pongas así —intenta calmarme Fer mientras se frota la oreja—. Sólo queríamos organizarte la mejor fiesta de cumpleaños del mundo.

Por un momento, imagino a Fer pensando la forma de prepararme el mejor cumpleaños de mi vida sólo por tratarse de mí. En seguida retiro esa idea de mi miente. ¿Fer, comiéndose la cabeza por mí? Imposible.

—Has estado a punto de volar tu casa por los aires —susurro calmada pero de inmediato me enfado de nuevo—. ¿¡Cómo quieres que me ponga!?

Un estruendo procedente del patio capta mi atención. Algo debe de haberse roto o caído. Corro hacia la puerta que da a la parte trasera de la casa y salgo al patio. En el suelo de baldosas caobas están Marta y Andrés, enredados entre varias cadenas de bombillas de colores y farolillos de papel. A su lado, una pequeña escalera de metal y un taburete. Menos mal que son de baja altura y que no se ha roto ninguna bombilla. Acudo de inmediato a ellos y les ayudo a ponerse en pie.

—Esto se os ha ido de las manos, chicos —digo sacudiendo un poco el polvo del vestido verde de Marta— Nada de esto era necesario.

—Ni tampoco estaba planeado.

Aurora aparece por la puerta seguida de Noelia y Álvaro. Su vestido rosa tiene polvo negro de las pizzas carbonizadas. Pobre, con lo poco que le gusta mancharse –nótese mi sarcasmo-.

—Os dije que nada de pizzas pequeñas porque se os ocurriría hornearlas todas de golpe, que es exactamente lo que ha pasado. Rubén, te prohibí que trajeses esas "bombas caseras" a las que tú llamas fuegos artificiales y te pedí que fueses a la tienda que está a diez minutos de aquí a comprar una pequeña batería de fuegos. Y a vosotros dos sólo os dejé a cargo de subir las lámparas de jardín en forma de seta que guarda Fernando en el garaje, no que os pusierais a colgar los adornos de Navidad como si estuviéramos en diciembre.

Está enfadada, y mucho. Su ceño está muy fruncido, tiene los labios apretados con fuerza, los brazos cruzados al pecho y tamborilea en el suelo con la punta del pie. Mi prima se toma muy en serio los cumpleaños, para ella son sagrados y todo tiene que ser perfecto. Como mi atuendo, escogido especialmente por ella para que luciese bien en este día tan importante. Recuerdo que para el suyo se puso un pomposo vestido azul rey aunque sólo llegaba a las rodillas. Me confesó que para sus dieciocho pensaba comprarse uno con el cual pareciese realmente una princesa.

—Puede que no hayan seguido tus instrucciones pero está claro que todo lo han hecho con buena intención— sonrío mientras miro a cada uno de mis amigos—. ¿Qué os parece si nos acercamos a la pizzería que hay a un par de manzanas y lo celebramos allí?

La idea ha sido acogida por todos y las charlas no tardan en surgir.

—Eso sí, antes tenéis que recoger este desastre.

Las conversaciones han dado paso a las quejas, pero es lo correcto. Cuando se organizan este tipo de eventos, hay que pensar en lo que viene después o en este caso antes. Recoger.

Fernando

Aunque me cueste hacerlo, no queda otra. Tras una fiesta siempre toca recoger todo y tenía que haberlo pensado mejor antes de ofrecer mi casa como lugar de celebración. Pasara lo que pasase, me tocaría a mí limpiar. Por lo menos me han asignado a mí junto a Rubén guardar el estropicio de los fuegos artificiales y no fregar la cocina. Los dos amontonamos las cajas y vamos tirando a la basura los trozos de papel de aluminio que hay esparcidos por todo el salón. Ahora me arrepiento de dejarle traer todo esto. Al conectar la sala de estar con el patio puedo ver perfectamente desde aquí a Elisa que está sentada en las escaleras tirando del cable de luces navideñas para desenredarlo. Puedo apreciarla bien desde aquí. Lleva un vestido de color turquesa, sin mangas y con falda de vuelo que llega unos tres o cuatro dedos por encima de las rodillas. Calza unos tacones bajos a juego con su vestuario pero creo que lo mejor de todo el conjunto es su peinado. Tiene un tocado en forma de trenza a modo de diadema y el resto del pelo cae en cascada con sus ondas naturales que terminan en la mitad de su espalda. Algo que siempre me ha encantado de ella es su cabello castaño oscuro. Está preciosa.

Me es inevitable quedarme admirándola, ha cambiado mucho desde que la conocí. Hace un tiempo que nos hemos separado más de lo que me gustaría pero el caprichoso destino no ha permitido lo contrario. Siempre me ha gustado pasar tiempo con ella y me duele que hayamos estado separados, sobre todo ahora que la veo tan guapa... Nunca la había visto así, tan bella y con esa pequeña sonrisa suya. Bueno, esto no es del todo cierto. Hubo otro momento en el cual también me pareció preciosa, aunque era más pequeño. Todo empezó tras ser descubierto como su amigo invisible por la propia Elisa. Recuerdo su rostro a pocos centímetros del mío mientras me informaba de ello y me tranquilizaba diciendo que estaba bien que lo fuese. Eso fue lo peor porque me hizo sentir extraño y salí corriendo. Corrí todo lo que pude hasta acabar cerca del límite contrario al que albergaba nuestro árbol. Allí, agotado, me dispuse a descansar sentado en un tocón. No me sentaba bien correr tanto tiempo seguido pero algo me arrastró a seguir sin detenerme. Cuando logré recuperarme un poco, noté que las ganas de llorar eran muy fuertes aunque ahora, sinceramente, no creo que fuese para tanto. No paraba de repetirme a mí mismo que era un tonto y un idiota por lo que había hecho, hasta que una vocecita me detuvo.

—Eh, Fer —escucho de lejos a Rubén—. ¿Desde cuándo corres tan rápido?

Esperé a que llegase y me levanté para ofrecerle mi asiento que gustosamente aceptó.

—Desde que huyo de la realidad.

Rubén me miraba de forma extraña. Creo que más por mis palabras que por lo que realmente significaba.

— ¿Huir de la realidad? ¡Tenemos once años! ¿De qué leches tienes que escapar?

—De Elisa y de saber que soy su amigo invisible.

Los ojos de Rubén se abrieron más de lo que pensé que se podría. Que se supiera algo así para mí suponía un gran bajón.

— ¿Lo sabe desde hace mucho?

—No, sólo desde la hora de comer.

Aquí Rubén me miró con desaprobación. Sabía que algo había hecho mal.

— ¿Qué has hecho mendrugo?

—Le mandé una carta esta mañana pero se me olvidó que estaba usando la misma letra que con el amigo invisible— contesté con la cabeza gacha.

Mi amigo, con todo el descaro del mundo, se levantó y se subió al tocón para darme una colleja.

—Eres un completo imbécil —me insultó mi amigo—. Y ¿ahora qué vas a hacer?

—Supongo que centrarme en el regalo, ya no es necesario que le mande cartas.

Rubén me miró con duda pero luego se encogió de hombros y se levantó.

—Bueno, mientras no vuelva a salir el tema estarás a salvo.

Sonreí de manera forzada al igual que él me llevó de vuelta al árbol con el resto. Los días fueron transcurriendo poco a poco y el tema de quién es el amigo invisible de quién se olvidó por completo. Cada uno fue confeccionando su regalo y yo no podía esperar a entregarle el mío a Elisa. Le había hecho el mejor regalo que podía darle yo: le compuse una sonata. Desde pequeño en las clases del conservatorio creaba simples piezas que luego fueron agrandando en calidad y extensión a medida que subía de curso. Elisa no paraba de repetirme que le escribiese alguna pero siempre me negaba. Nunca componía para los demás.

El último día llegó y con él la entrega de regalos. Elisa le hizo a Jorge un muñeco de madera y cuerda que le quedó muy bien. Aurora construyó con corcho un futbolista para su amigo invisible Daniel. Noelia y Marta les hicieron tarjetas con dibujos y papiroflexia. Andrés se negó a contar lo que había hecho de regalo y con razón. Pude ver su regalo cuando lo escondía en su taquilla del aula y no era más que una piña pintada de colores. Álvaro construyó con ramitas una cabaña de madera en la que dentro vivía un hombre de papel. Rubén le talló en madera un barquito y un pez que, aunque tardó mucho, le quedaron de maravilla. Finalmente yo le compuse la sonata y la llamé "Para Elisa" -sí, como la de Beethoven-. Esperaba realmente que le gustase.

Todos estábamos muy nerviosos, nos habían dicho que entregaríamos los regalos en persona y ninguno sabía cómo actuar ante tal situación. Los mayores, para romper el hielo, empezaron dando sus regalos. Poco después vi ilusionada a Elisa entregarle su regalo a Jorge el cual le agradeció mucho el detalle con un gran abrazo a mi amiga. Unos minutos después apareció a mi lado una niña de las de primer año. Me susurró un "esto es para ti" y me entregó unas cometas de hilo. No era algo muy complicado pero sabía que se había esforzado en ello y se lo agradecí con una sonrisa. Poco a poco mis amigos otorgaban sus manualidades a sus respectivas personas, tenía que dárselo pronto o acabaría siendo el último. Despacio me acerqué a ella y le extendí una tarjeta.

—E-Elisa esto es para ti —le digo armándome de valor.

Elisa me mostró una pequeña sonrisa mientras recogía la tarjeta. La abrió y en su interior estaba la canción escrita a mano y con un pequeño letrero que decía: Una Sonata Para Ti

Elisa se emocionó al ver que le he compuse una sonata después de meses intentando convencerme para que lo hiciese.

—Muchas gracias Fer —dijo mostrándome su mejor y más sincera sonrisa, esas que conozco muy bien, con alguna lágrima de emoción en los ojos.

En ese momento me pareció la persona más bella del mundo.

Ya me parecía guapa desde hace tiempo pero digamos que ahora se ve de una manera especial, con un aire diferente. O quizás yo la mire de otra forma, no estoy seguro. En todo caso verla así me hace sentir cosas que antes no sentía hacia ella. Ahora que me pongo a pensar, la relación entre nosotros podría haber cambiado tras ese momento pero no lo hizo, al menos durante un tiempo. Después del campamento seguíamos siendo igual de amigos y cercanos. Claro que con el paso del tiempo y al ir avanzando en edad las apariencias comenzaban a engañar a la gente. Pasábamos juntos mucho tiempo, en clase y los recreos, a veces nos hacíamos bromas cuando estábamos con nuestros amigos que terminaban con ambos en el césped del parque riéndonos. Tras nuestras quedadas Elisa y yo nos solíamos volver juntos puesto que vivimos cerca el uno del otro y, aunque salíamos los primeros porque vivíamos lejos del resto, acabábamos volviendo los últimos. Quedarme hablando con ella en la puerta de su casa o de la mía era algo habitual y no se interrumpía hasta que una de nuestras madres llamaba para reclamar la presencia de su hijo en casa. Lástima que perdiéramos esos momentos.

—Atontado —me gritó Rubén acompañado de un pescozón—. Deja de mirar a las musarañas y recoge algo.

Tanto mirar a Elisa me está distrayendo demasiado. Hago caso a mi amigo y comienzo a guardar algunas cajas.

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