Capítulo 9: Miércoles


Aldara

Ya estábamos todos despiertos. Nadie hablaba. 

Después de un rato de silencio incómodo, Lyra empezó a decir algo:

-Oíd, mamá, papá... ¿Podemos ir con Aldara y Heres a dar una vuelta? -Liam y Lyra ya nos habían contado el plan: querían enterrar una cápsula del tiempo en la Plaza Mayor.

-Claro, hoy podéis hacer lo que queráis. -Contestó mamá, empaquetando algo de comida. -Pero recordad que... 

-A las siete y media en casa, lo sabemos. -Terminé yo. 

-Muy bien. ¡Aprovechad el día, eh! -Todos asentimos y sin perder un segundo más salimos a la calle. La Plaza Mayor no quedaba muy lejos de casa: solo teníamos que andar un par de calles y girar a la derecha.

Todos sabíamos el camino, así que nos pusimos a andar con marcha rápida. No podíamos perder el tiempo: hoy no. 

Cuando llegamos, buscamos un sitio con tierra lo suficientemente blanda para poder enterrar la cápsula. 

-¡Aquí! -Gritó Heres, señalando una zona de tierra donde había plantado un gran árbol. Todos estábamos de acuerdo en enterrarla ahí, así que empezamos a cavar con las palas que Lyra y Liam habían cogido. 

-Esto ya está. -Dije, al acabar. Miré al árbol que teníamos delante. -Es muy grande, me pregunto cuantos años debe tener... 

Entonces noté una presencia a mi espalda y me giré. 

-Es un gran árbol, sí. -Dijo un hombre bien vestido. -Trabajo en el ayuntamiento. -Al escuchar estas palabras me tranquilicé. 

-Qué bien... -Dijo Heres, sin saber qué responder.

-Sí, por supuesto... -Se dirigió a mí. -Este árbol es un símbolo en este pueblo. ¡Tiene ya más de cien años! -Acarició la corteza del tronco. -Es precioso, ¿no os parece? -Todos asentimos. -También se le llama el árbol eterno. Es uno de esos nombres que le pone la gente..., ya que si escribes en su corteza el mensaje sigue ahí mismo años después. Bueno, espero no haberos molestado demasiado. ¡Me hago mayor y me encanta explicar historias antiguas del pueblo a niños como vosotros! -Empezó a reír y se marchó.

-Qué tipo tan raro... -Dijo Lyra. Y todos le dimos la razón. 

-Raro, sí. Pero nos ha ayudado. -Todos me miraron con cara extrañada. -Posiblemente en el año dos-mil-doscientos, cuando queremos que desentierren la cápsula, la gente será más lista. Si escribimos 2200 en la corteza del árbol, quizá puedan descifrar el código y... ¿Me seguís?

-Sí, -Contesto Heres. -¡desde luego!

Inmediatamente, Heres se fue corriendo al restaurante más cercano a pedir un cuchillo. Tardó un poco, así que creo que en un principio no se lo querían dar, pero finalmente lo consiguió. 

-¡Aquí lo tengo! -Exclamó, emocionado. Miró el cuchillo, sonrió y me lo entregó. -¿Querrás hacer los honores?

-Por supuesto. -Contesté, con un tono formal. 

Empuñé el arma con la mano derecha y la acerqué al tronco. Empecé a escribir:

Primero un 2, después otro 2... hasta que terminé. 

-¡Ya está! -Todos miramos el tronco del árbol, ahora con una marca que quedaría grabada en él eternamente. -Buen trabajo. 

Pasaron unos minutos y decidimos marcharnos: nosotros ya no podíamos hacer nada más por la Tierra que intentar dejar un mensaje para futuros habitantes.


Heres

Al llegar a casa, ya eran las diez y media. Aún nos quedaba todo el día por delante. 

Creo que deseaba embarcar y marcharme ya de aquí: quería olvidarme de todas las preocupaciones de la Tierra y dejar mi vida aquí, para empezar una nueva y mejor en otro sitio.

La Tierra nos había dado una oportunidad, pero como siempre, los humanos lo fastidiamos todo.

Me senté en el sofá y miré la televisión apagada. 

-¿Se puede saber qué haces? -La voz de Aldara me sobresaltó. Ella soltó una pequeña carcajada y se sentó a mi lado. -¿Todo bien?

-Supongo. -No tenía ganas de hablar, así que planeé responder solo con frases o palabras cortas. 

-¿Tienes ganas de... embarcar? -Tragó saliva y noté que estaba nerviosa. Ella también lo estaba pasando mal, y nadie lo notaba. 

-Sí. -Me miró con una cara triste y nos abrazamos. -Pero nosotros podemos con esto. 

Los dos sonreímos, pero nos asustamos cuando mamá empezó a gritar:

-¡Venga! ¡Venid todos al salón! ¡Todo el mundo al salón!

Papá entró a la sala de estar con Lyra y Liam en brazos y mamá con Vera de la mano. Todos se sentaron en el sofá, al igual que nosotros. Mamá se colocó delante de nosotros y empezó a hablar:

-Vamos... voy a hacer una cosa. -Rectificó. -Hoy a las nueve vosotros vais a coger un cohete con vuestro padre para marcharos ya de este planeta, ya que el aviso de bomba nuclear dice que la van a tirar mañana, no se sabe a qué hora ni en qué lugar.

-Pero, mamá. ¿Y tú?

-Yo tengo que ir a despedirme de los abuelos. 

-¡No, mamá! ¡Eso es una tontería! Les podemos llamar desde otro planeta. 

-Eso no funciona así, Liam. Voy al país dónde están los abuelos, me despido de ellos, vuelvo, cojo un cohete y nos vemos en otro planeta. Así de fácil. 

-Pero... 

-¡Xt! No se aceptan quejas. -Dio media vuelta y se fue. 

Todos nos quedamos mirando cómo se marchaba, excepto papá, que miraba al suelo. Dijo algo en voz baja y se fue, siguiendo los pasos de mamá. 

Las horas me parecieron eternas: no hicimos nada más que comer, mirar la televisión y hablar sobre cómo sería nuestro nuevo hogar. 

Nuestro nuevo hogar... habíamos estado tan preocupados con el hecho de que íbamos a perder todo en la Tierra que no me había parado a pensar en el futuro que nos esperaba. ¿Cómo iba a ser el planeta? Puede que los expertos escogieran un planeta similar a la Tierra, para no tener demasiadas dificultades a la hora de adaptarnos. O puede que no: que escogieran uno totalmente distinto, habitable, sí, pero distinto. 

Ya eran las cinco de la tarde y lo más interesante que había hecho en toda la tarde era imaginarme nuestra nueva vida. ¿Y si las nubes fuesen verdes? ¿Y si encontrásemos alienígenas? ¿Y si el planeta tuviese vida propia? Eran muchas las preguntas que pasaban por mi mente en ese momento: y me volvían loco, pero a la vez me gustaban. Me gustaba imaginar mi futuro. Al fin y al cabo, habíamos visto películas sobre astronautas que viajaban a otro planeta... y en su momento me parecían surrealistas. Pero ahora... ahora era una realidad. Mi realidad. 


Vera

Estuve toda la tarde mirando el reloj. 

Las cinco... las cinco y media... las seis... luego las siete... y las siete y media. Ya está, era la hora de subir a la furgoneta.

Salí disparada de mi cuarto para llegar al salón, donde ya estaba todo el mundo. Mamá me miró y abrió los brazos para que la abrazara. Claro, me había olvidado por completo. Mamá no venía con nosotros. 

-Te echaré de menos, mamá. 

-Y yo a vosotros. -Me besó la frente y fue a despedirse de mis hermanos. 

Un rato después, se despidió de todos con la mano y se fue. ¿Cuánto tiempo pensaba estar fuera? Desde la reunión mamá y papá habían estado raros. Nosotros insistíamos e insistíamos para extraer algo de información sobre el viaje, pero nada. 

Íbamos a meternos en unos cohetes y no sabíamos nada. No sabíamos las medidas de protección, ni nuestro destino, ni cuantas personas irían con nosotros... 

Una parte de mí estaba enfadada por no habernos contado antes todo esto, pero otra estaba muy agradecida, ya que nos estaban a punto de salvar la vida. 

-Venga, niños. -Gritó papá desde la cocina. -¡Prepararos para salir!

Todos obedecimos al instante. 

Las maletas ya estaban cargadas en la furgoneta, así que solo teníamos que entrar en ella y obedecer órdenes: porque la vida nos iba en ello. 

Rápidamente, nos pusimos en marcha. 

Todos estaban en la furgoneta, excepto yo, que antes de marcharme quería despedirme de la casa también. Rocé una de las paredes con el dedo y dije:

-Adiós, casita. Gracias por todos los buenos momentos que nos has dado. Te doy ánimos para sobrevivir a esta guerra. -Creo que estas palabras las dije más para mí misma que no para la casa. 

-¡Vera, venga! -Gritó papá desde la furgoneta. 

-¡Ya voy!

Dirigí una última mirada desesperada al interior de la casa antes de cerrar la puerta para siempre. Pero no podíamos perder más el tiempo. Mi vida aquí ya había acabado y solo podía esforzarme para que mi nueva vida fuese mejor: sin guerras, sin hambre y sin muertes provocadas por los humanos. 











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