Capítulo 3: Problemas


Heres

Aquellos tres empezaban a tardar demasiado...

A mamá y papá los habían llevado a otra sala, donde se reunían todos los adultos. Mientras que a los niños menores de dieciocho años nos habían dicho que entrásemos en esa misma habitación.

La sala era gigante: había un montón de asientos numerados y frente a todo había un escenario con una mesa elevada y tres sillas que casi parecían taburetes.

-Heres, -dijo Vera. -¿cuánto queda? -Yo abrí la boca para contestar, pero después de varios segundos la cerré, sin saber qué responder. Ella me seguía mirando, impaciente.

-No lo sé. -Me limité a decir, mordiéndome el labio de arriba. Ella se removió en su asiento un buen rato.

-Pero me estoy aburriendo... ¿Cuándo empezarán?

Cansado de oír sus quejas, empecé a mirar la sala. El techo era muy alto y lo sostenían varias columnas de color marrón claro. Las paredes eran rugosas y gruesas: parecían resistentes.

Entonces bajé la mirada hasta el escenario, donde una mujer con el pelo rubio y rizado subía las escaleras para llegar a él. Una vez arriba, se sentó en la silla de el medio y colocó bien el micrófono.

-Empezaremos en breve, -sonrió ligeramente. -disculpad que tardemos tanto. -Entonces la sala se llenó de murmullos. Entre todos los ruidos logré distinguir alguna frase como "Ya era hora" o "Estaba a punto de marcharme". Miré a Vera, que se había quedado mirando a la mujer. Entonces me miró, toda ilusionada:

-¿Lo has oído, Heres? -Asentí. -¡Ya queda poco!

Poco a poco, la gente empezó a dejar de hablar.

Entonces volví a dirigir la mirada hacia la mujer, que estaba mirando unos papeles. Unos segundos después, un hombre de pelo largo y marrón se sentó junto a ella. Se acomodó en su asiento y le dijo algo al oído. La mujer asintió y a continuación miró hacia las escaleras que daban al escenario. En ellas había otra mujer, con el pelo corto y negro, que subía con prisa al escenario. Sonrió y se sentó.

-Buenos días a todos. -Empezó.


Vera

Justo cuando la mujer del pelo negro empezaba a hablar, yo me estaba levantando de mi asiento, cansada de esperar.

-¿A dónde vas, Vera? -Susurró Heres al verme. -No puedes marcharte.

Me cogió de la mano, pero me logré escapar de un tirón.

-Pero... -Dijo. -¡Vera!

Pensaba que montaría un espectáculo: que se levantaría de su sitio y se pondría a gritar y a perseguirme, pero nada, se limitó a mirar cómo me escapaba corriendo. No sabía dónde me dirigía: al fin y al cabo, teníamos un buen lugar desde el que oír todo lo que decían, pero... la verdad era que yo no estaba hecha para oír discursos. Así que me puse el pelo tras la oreja y arranqué a correr por la sala.

Justo cuando iba a abrir la puerta de salida, un hombre que aparentaba unos cuarenta años bien vestido me cortó el paso.

-¿Qué pasa? -Exploté. -¡Déjame pasar!

-¿Qué desea? -Preguntó. -Si necesita algo, no tiene más que pulsar el botón que hay debajo de los asientos.

-Un botón, ¿dices? Yo no he visto ningún botón...

-Eso es porque no ha esperado a escuchar la información.

-¿Qué información?

-La información que están contando ahora y de la que usted no está pendiente. ¿Le acompaño a su sitio? -Negué con la cabeza.-

¡Claro que no! -Di media vuelta para ir a buscar otra salida, pero entonces alguien me tocó el hombro.

-Ahora mismo no se puede salir. -Me volví hacia él, enfurecida.

-¿Cómo qué no puedo salir? -Contesté, pero él me colocó la mano en la boca para no molestar al resto del público. Yo me aparté la mano lo más rápido posible. -¡Déjame!

Me dedicó una mirada sarcástica y yo hinché mi boca de aire, preparada para responder con un grito a cualquier cosa que me dijera. Pero, para mi sorpresa, la respuesta nunca llegó. Simplemente, se limitó a bloquearme el paso con su cuerpo.

Me fui. Antes de ponerme a andar, busqué una salida con la vista. Conté tres: la primera era la que aquel hombre estaba bloqueando, la segunda estaba cerrada con un candado, y la tercera parecía estar libre de candados y de guardias. Así que me puse a correr hacia esa tercera puerta. Una vez allí, la empujé hacia fuera con todas mis fuerzas.


Liam

Ya hacía unos diez minutos que esperábamos a ver si veíamos a algún adulto que pudiera ayudarnos de cualquier manera... pero nada.

-¿Qué hacen ustedes aquí? -Dijo el hombre que justo acababa de salir desde la puerta que nosotros habíamos encontrado bloqueada. -Sin dudar ni un momento, Aldara corrió tan rápido como pudo hacia él.

-Necesitamos ayuda. -Dijo, sin esforzarse en encontrar las mejores palabras para que lo entendiera. Lyra y yo nos dirigimos hacia ellos y nos colocamos junto a nuestra hermana.

El hombre, que iba vestido con el uniforme de una empresa, nos miró de arriba abajo hasta que habló.

-¿Qué hacen ustedes aquí? -Repitió. Y entonces me di cuenta de que no le había contestado la pregunta.

-Hemos venido a una reunión con nuestra familia... hemos ido a dar una vuelta y cuando hemos vuelto...

-Nuestra familia ya no estaba. -Acabé yo, con un tono de voz cansado. -¡Hace rato que les esperamos y aquí no hay nadie! -Miré a nuestro alrededor. -¿Nos puedes ayudar?

El hombre, que estaba serio, nos miró de nuevo.

-Por favor. -Acabó Lyra.


Lyra

El adulto miró a Aldara y le hizo una señal con la cabeza y empezó a andar.

-Seguidme. -Dijo. -Me imagino que vuestros padres estarán en la reunión de adultos. Vosotros, en cambio, debéis ir a la de menores... -Al ver que yo no lo entendía, rectificó. -Hay dos reuniones: la de adultos y la de niños. -Entonces asentí lentamente.

-Vamos a ver...-El hombre empezó a susurrar cosas imperceptibles.

En cuanto llegamos a la puerta anteriormente bloqueada, el hombre sacó de su bolsillo varias llaves. Las fue tocando, una a una, hasta encontrar la que necesitaba.

-¿Cuántos hermanos tenéis aquí?

-¡Dos! -Salté yo, que tenía ganas de contestar alguna pregunta para sentir que contribuía de algún modo. -Vera y Heres. -Iba a dar más información sobre nuestros hermanos, cuando Aldara me tapó la boca. Entendí que no quería que siguiera hablando. Entonces aparté su mano suavemente. -Nos llevarás con ellos, ¿verdad? -El hombre no contestó, simplemente, empujó la puerta y nos invitó con la mano a pasar a la sala, que estaba completamente en silencio.

-¿Sabéis la fila en la que están sentados? -preguntó el adulto. Los tres negamos con la cabeza. -Muy bien... -Contestó, sarcásticamente. -¿Los sabrías encontrar? -Preguntó, dirigiéndose a Aldara. Ella se encogió de hombros y empezó a mirar todas las filas de asientos de derecha a izquierda. Entonces se le formó una sonrisa mientras señalaba una de las filas.

-¡Allí! -Lyra y yo empezamos a caminar hacia donde Aldara había señalado.

-¿Estás segura? -Ella asintió. Me volví hacia el hombre: quería darle las gracias, pero ya había abierto la puerta de nuevo y únicamente se veía su sombra, que poco a poco iba desapareciendo.

Unos segundos más tarde, llegamos como pudimos al lugar donde se encontraban nuestros hermanos, esquivando todas las piernas.

-¡Heres! -Exclamó Lyra mientras se lanzaba a sus brazos. Heres la acogió con dulzura y dejó que se sentara sobre él.

-¡Sí que habéis tardado! -Dijo. Al ver un asiento vacío junto a Heres, Aldara habló

.-¿Y Vera?-Se ha ido... -Dijo flojo, intentando que no lo escucháramos del todo bien.

-¿Cómo? -Grité. -¿Y dónde se ha metido? -Heres abrió la boca para contestar en varias ocasiones, pero en todas la cerró, sin saber qué responder.

Al ver mi cara de decepción, decidió contestar la pregunta:

-No lo sé. -Sentí que el corazón me latía muy rápido. "¿A quién se le ocurre dejar a Vera sola en un edificio desconocido?", pensé.

-Muy bien, -Empecé, cogiendo aire. -y ¿qué hacemos?

-Papá y mamá están en otra sala... -Contestó Heres. -No les podemos pedir ayuda... -Dijo, mientras se frotaba la nuca. -¡Lo siento! -Dijo, con un tono de voz más fuerte. -No quería pelearme con ella y le he dejado marcharse... pensaba que no tardaría en volver.

-¿Y cuánto rato hace que se ha ido?

-No lo sé... he estado tan pendiente de ver si comenzaba la reunión que... -Lo corté con un ruido que demostraba que estaba cansada de explicaciones estúpidas.

-Dejemos de perder el tiempo, tenemos que ir a buscarla. Entonces vi una cabeza que corría por la sala perseguida por un hombre adulto.

-Esa es... -Arranqué a correr tras las dos cabezas. Era demasiado lenta. Si no podía atraparla con la velocidad, tenía que buscar otra estrategia.Di media vuelta, y, en vez de perseguirlos, esperé a que dieran la vuelta a la sala y llegaran al lugar donde estaba yo. Entonces les bloquearía el paso y... la atraparía.

Me coloqué en posición, preparada para arrancar a correr en cualquier momento. Unos segundos más tarde vi que se acercaban. Estiré los brazos hacia el lado, y cogí a Vera, intentando mantener el equilibrio para no caer al suelo.

-¡Vera! -Ella me miró, desconcertada. El hombre la dejó de perseguir y se quedó mirándonos a ambas, paralizado. -¿Quién es? -Le pregunté al oído, señalando discretamente al hombre con la cabeza.

-¡No lo sé! -Dijo, mirándole. -¡Pero ya hace un buen rato que me persigue!

Miré al adulto con una mirada desafiante. Él levantó una ceja e inmediatamente se defendió:

-Estás molestando a la gente. Además, querías marcharte de aquí y tus padres han firmado unos papeles y han rellenado varios formularios que dicen que mientras estemos en horas de reunión, cualquier cosa que os pase es nuestra responsabilidad. Así que, si no le supone ninguna molestia, le pido que vuelva a su sitio.

Miré a Vera, que se estaba mordiendo el labio de arriba.

-¡Vera! -Ella medio sonrió, pero no me miró.

-Perdón, perdón... ¡ya hacía rato que esperábamos y... ¡necesitaba moverme! -La cogí de la mano y pedí disculpas al hombre a la vez que daba media vuelta para marcharme.

Justo cuando nos sentamos en nuestros sitios, una mujer que estaba sentada en una mesa sobre el escenario empezó a hablar. Ya era la hora.


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