Capítulo 2: La llegada


Vera

Me subí a la furgoneta con todos mis hermanos. Estuve todo el trayecto escuchando las historias que me contaba Heres. Pero, sin darme cuenta, me dormí. 

Abrí los ojos lentamente. Me deslumbré por toda la luz que había. Parpadeé muchas veces, hasta que me acostumbré a ella. Entonces miré a mi alrededor: ya no había nadie en el coche aparte de mi padre y yo.

-Vera -Susurró mientras se guardaba un papel en el bolsillo.-, ¿estás despierta? 

Como respuesta, yo hice un ruido.

-Muy bien, mamá y tus hermanos han ido a coger sitio. Vamos. -Salió del coche y desde fuera abrió mi puerta. -¿Quieres que te coja? Asentí lentamente. Entonces él se inclinó sobre mí, me quitó el cinturón y me cogió en brazos. 

Intenté no caer dormida de nuevo, ya que quería observar dónde estábamos. Resistiendo el instinto de cerrar los ojos, miré a mi alrededor: habíamos aparcado el coche en un inmenso descampado, que parecía no tener final. El suelo era de arena y había cientos, quizás miles, de coches.

Quería decir unas palabras para describir cómo me sentía, pero no me salieron, así que simplemente abrí la boca. Después de andar unos metros, llegamos a un gran edificio: era blanco y tenía ventanas gigantes a cada lado. Parecía una especie de castillo moderno, por así decirlo. 

En la entrada de la estructura había unas veinte puertas giratorias de cristal, y a medida que íbamos avanzando, el techo se iba haciendo más y más alto, hasta llegar al punto de que parecía un rascacielos. 

Entonces vi el comienzo de unas escaleras de madera, y, antes de que mi padre pudiera dejarme en el suelo, empecé a hablar ignorando el sueño que tenía.

-¡No! -Exclamé, alertando a toda la gente que había a nuestro alrededor. -¡No quiero subir tantas escaleras! ¡No, no quiero! -Grité. 

Mi padre sonrió de manera forzada para tranquilizar a la gente, y yo empecé a darle puñetazos en la espalda, sin resultado.

-Calla, Vera. -Me dijo finalmente. -No hay ascensor...

-¿A caso es culpa mía? -Dije, con un tono de voz desafiante. -No, ¿verdad?

-Vera... -Me dejó en el suelo. -Vamos, yo te ayudaré. -Me cogió la mano y colocó el pie en el primer escalón, mientras a mí empezaban a caerme las primeras lágrimas. -Oh, venga, no llores. -Dijo. Pero eso solo hizo que yo sintiera más rabia y empecé a llorar con mayor fuerza. -Vera, por favor. Estamos molestando a la gente...

¡Pero a mí no me importaba que la gente nos mirara! Era gente que no volvería a ver en mi vida y su opinión sobre mí no me importaba en absoluto.


Liam

La cola para entrar en la sala de Reuniones Municipales era muy larga: ya llevábamos casi tres cuartos de hora esperando y habíamos avanzado no más que seis pasos. Además, Vera y papá no llegaban. Supuse que debían de estar subiendo la gran cantidad de escaleras. Al paso de mi hermana, tardarían mucho más que nosotros.

El caso es que los minutos iban pasando y no avanzábamos. Se me empezaron a cansar las piernas, así que me senté en el suelo. Unos segundos después, Lyra y Heres me imitaron, mientras que Aldara quería hacerse la fuerte y la mayor y se quedó de pie junto a mamá.

-Aldara -Decía mi madre de vez en cuando. -, no es necesario que estés de pie. Haz como tus hermanos. -Pero ella siempre se negaba.

-Estoy bien así. -Contestaba, doblando los brazos. 

Unos minutos más tarde, apareció mi padre con mi hermana, toda sonriente, en brazos de papá.

-¿Dónde os habíais metido? -Preguntó mi madre dirigiéndose a ellos. Al ver la cara cansada de nuestro padre, suspiró y cogió a Vera. -¿Has cargado con ella todo el camino? -Él se tocó la frente y asintió.

-¡Vera! -La riñó mi madre. La pequeña arrugó la frente. 

-¡Es mentira! -Exclamó. -No me ha llevado en brazos todo el camino, solo un rato... -Pero por la cara que puso, supimos que se había dado cuenta de las tonterías que estaba empezando a decir, así que se rindió y pidió perdón a papá. Él sonrió, satisfecho.

-¿Has aprendido la lección? -Preguntó él al cabo de un rato. Mi hermana dudó un momento, pero acabó asintiendo.

-Sí...

Mis piernas ya se habían recuperado un poco, así que, cansado de estar sentado, me levanté para estirarlas.

-¿Puedo dar una vuelta por la zona? -Pregunté. -Para estirar las piernas.

Primero, mi madre me miró fijamente, y después observó a Aldara. Al darse cuenta de que la miraban, puso una cara incómoda.

-¿Qué? -Dijo, frotándose un brazo. -¿Qué he hecho yo ahora para que me mires así?

-Ve a dar una vuelta con Liam. -Los ojos de mi hermana se abrieron mucho.

-¿Qué? -gritó. -¡No! Yo... ¡Yo estoy bien aquí! Que vaya él solo, que ya es mayorcito... -Mi madre la miró fijamente. -¡Oh, vale!

-Lleva también a Lyra. Le irá bien cambiar de aires.


Lyra

Yo, que estaba tan tranquila jugando a contar tan rápido como pudiese hasta tres, tuve que acompañar a Liam y Aldara a dar un paseo. Al principio, cuando Aldara me cogió en brazos, pensé que por fin íbamos a entrar en la sala. Por eso cuando empezamos a alejarnos de esta me llevé un gran disgusto.

-¿A dónde vamos?

-No lo sé... -dijo Aldara, con cara de asco.

-A explorar! -Intervino Liam, mientras empezaba a correr pasillo arriba. Mi hermana se paró en seco y me dejó en el suelo.

-¿Puedes hacer el favor de comportarte? -Le regañó. -¡Ya he venido contigo, Liam, así que ahora, al menos, pórtate bien! -Liam empezó a reír y Aldara lo cogió por la muñeca.-Hazme caso, o nos vamos. -Dijo, mientras giraba la cabeza hacia mí. Yo dejé de pestañear y me encogí sobre mí misma. -¿Me habéis escuchado? -Ambos asentimos.

Después de esa bronca, proseguimos con la marcha.

Me dediqué a mirar cada detalle, cada pared. Los cuadros eran raros, sin duda. En uno de ellos se encontraba una silueta negra de una mujer. Al lado había otra con la de un hombre. Levanté unos centímetros la mirada para encontrarme con un cuadro de unos pájaros.

-Mirad -dijo Liam, rompiendo el silencio. - ¡qué cuadros más extraños!

-¡Cállate, Liam! -Contestó Aldara, todavía cabreada. Entonces se puso a caminar más rápido sin esperarnos. Liam y yo nos miramos y nos reímos, intentando que nuestra hermana no lo notara. Entonces él asintió y nos pusimos a correr hasta alcanzarla.

El tiempo había pasado muy rápido: habíamos dado la vuelta entera por una de las plantas del edificio y ya estábamos de nuevo en la puerta donde dejamos a nuestros padres. Pero había un problema: allí no había nadie aparte de nosotros.


Aldara

Al ver que la cola ya no estaba, cogí la mano de Liam y Lyra instintivamente. Miré a mi alrededor en busca de cualquier puerta abierta, pero nada. Todas estaban cerradas.

Lo primero que se me ocurrió fue abrir la puerta que teníamos delante, a la que estábamos esperando para entrar anteriormente. En cuanto vio mis intenciones, Liam me miró inocentemente:

-¿Estás segura de qué estará abierta? -Yo me encogí de hombros y le solté la mano. Entonces di tres pasos adelante y coloqué la mano sobre el pomo de la puerta. Primero la intenté abrir suavemente, pero no había resultados. Así que lo intenté de nuevo, esta vez con más fuerza. Pero estaba cerrada.

-¿Qué hacemos? -preguntó Lyra con un hilo de voz. -Aldara, ¿nos hemos perdido? -Yo sacudí la cabeza.

-Claro que no, simplemente estamos solos...

-¿Y entonces? -Interrumpió Liam. -¿Qué haremos?

-No lo sé, ¿vale? -Exclamé, poniéndome las manos en la cabeza. -Dejadme pensar.

No había ni un solo ruido. El silencio se hacía incómodo.

Empecé a mirar alrededor, pero todas las puertas parecían estar cerradas y no había rastro de una sola persona.

-Aldara. -Insistió Lyra tocándome el brazo. Yo me volví hacia ella y me agaché para quedar a su altura.

-Lyra, no te preocupes. Todo está bajo control. Sólo tenemos que esperar a encontrar algún adulto. -Intenté consolarla.

-Sí, pero todos los adultos estarán en las reuniones. ¡Y ves a saber cuánto rato pueden estar! No puedo creer que mamá y papá nos hayan dejado solos...

-Ni yo tampoco... -Murmuré. Entonces Lyra empezó a llorar. Primero flojo, pero a medida que iba pasando el tiempo, las lágrimas iban aumentando. Liam me miró, esperando alguna frase para intentar consolarla de nuevo, pero no me vino nada a la cabeza.

-Lyra, escúchame. -Ella apartó la vista del suelo para mirarme.

-¿Qué pasa? -Contestó con un tono de voz tan flojo que me costó de entender.

-Mira, ya te lo he explicado. Esperaremos a que venga un adulto, y él avisará a papá ya mamá, ¿de acuerdo?

-¿Y si nunca viene un adulto? -No pude evitar sonreír. Me levanté y me apoyé contra la pared. Cerré los ojos y respiré profundamente.¿Cuánto rato debería cuidar de ese par?

-Aldara, -dijo una voz. -¿Quién es ese hombre?

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