Capítulo 1: No sabemos nada


Aldara

Estaba sentada en el sofá de mi casa, mirando las noticias con mi padre. Ese día mi madre trabajaba hasta tarde. Escuché las risas de mis hermanos jugando a espías, escondidos tras una pared. Miré a mi padre, que observaba la pantalla con atención y detenimiento. Sonrió, y entonces yo le imité.

-¿Por qué solo nos dejáis ver las noticias... a veces? -Pregunté, rompiendo el silencio. Sabía lo que iba a contestar, siempre decía lo mismo. Pero, por algún motivo, la esperanza de obtener una respuesta diferente permanecía.

-Para protegeros... -¿Para protegernos? ¿De qué? Mi cerebro era todavía demasiado inocente para entender nada.

-Pero, ¿de qué? ¡No lo entiendo! -Insistía. Pero la conversación siempre terminaba ahí: yo mirando a mi padre, desesperada, y él medio sonriendo. 

Dirigí la mirada hacia la televisión, donde una mujer de pelo largo y rubio empezaba a hablar. Justo cuando me acomodaba para escuchar, mi padre se levantó y me agarró de la mano, al mismo tiempo que la pantalla quedaba sumergida en un intenso negro que volvió a llevarme a la desesperación.

-Vamos. Es hora de irse a la cama, que se ha hecho tarde. -Yo sabía que por mucho que me quejara, o muchas veces que chillara, los adultos siempre ganan, así que me limité a dejarme llevar. Ambos subimos las escaleras, hasta que, al llegar a la habitación, me hizo una señal con la cabeza para que me acostara, y se marchó para encontrar a mis hermanos, que seguían correteando por la casa sin parar.

Mientras tanto, me acosté  pensé en todas las veces que mis padres habían apagado la televisión en cuanto empezaban las noticias. Me sentía desiformada, inútil. En la escuela todo el mundo sabía lo que pasaba en el planeta, menos yo, por supuesto.

Unos minutos más tarde, papá abrió la puerta lentamente para ver si estaba despierta. Entonces dio un par de pasos adelante y me dio un beso en la frente.

-Buenas noches, Aldara.

-Buenas noches. -Contesté. Vi cómo dos de sus dedos iban a apagar el interruptor de la luz.

 -¡No! Espera, no lo apagues.

Él me dedicó una mirada cómplice: sabía que a mi madre no le gustaba que me quedara despierta, pero, en parte, él sabía que yo lo necesitaba. Su expresión se volvió más seria, y yo asentí, como diciendo que no se preocupara.

La puerta se cerró y entonces me dediqué a observar con detenimiento mi habitación. Primero, mis ojos se fijaron en mi escritorio: allí guardaba en un organizador todos los lápices y rotuladores de colores, aparte de todo tipo de marcadores que me había regalado mi mejor amiga, Astrid, por mi cumpleaños. Después, me fijé en el armario, donde había colgados más de quince carteles con mensajes. Cada semana los cambiaba, no me gustaba que siempre hubiera las mismas frases. Los leí uno a uno, al igual que hacía todas las noches. Mi favorito, sin duda, era el que decía: "Este mundo no va a cambiar. Los humanos no van a cambiar. Nada cambiará si nadie lo cambia." Me sentía más que identificada con ese mensaje. Sabía que yo no cambiaría nada del mundo, pero en mi mente sentía que el póster hablaba sobre mí, aunque no sabía muy bien por qué.

Cada día me iba a dormir con ese mensaje flotando por mi cerebro. Esto provocó que tuviera sueños de todo tipo: extraños, únicos, rara vez, divertidos, enigmáticos e intrigantes... pero, sin duda, lo que más me extrañaba era que, por algún motivo el cual desconocía, siempre los recordaba. Quizás era yo misma la que intentaba recordarlos. O quizás simplemente era casualidad.


Heres

El sol iluminó por completo la habitación. En cuanto entró el primer rayo de luz, Vera se removió en la cama, tiró de la manta y se tapó la cara.

-Heres... -Susurró con esa voz que le hace parecer un ángel. -¿Qué hora es?

-No lo sé... Liam ya se ha levantado, así que debe ser pronto. -Contesté, mientras me sentaba sobre la cama. Me froté los ojos. -¿Qué hora crees que es? -La pregunta se formuló sin tan solo pensarla. Estaba intrigado por conocer la respuesta de mi hermana.

-¿Qué importa lo que yo crea? Lo que importa de verdad es la hora, y ya está.

-No siempre es así, Vera. -Se deshizo de las sabanas y me miró con una ceja enarcada.

-¿Ah, no? -Un rayo de luz le iluminó la cara y los ojos le brillaron. -¿Y cómo es esto?

-Hay que tener una opinión propia, ¿sabes? ¿No escuchas lo que dicen mamá y papá? Siempre hablan de esto, dicen que es importante. -Sonrió con esa sonrisa traviesa suya, mirando al techo, y fue entonces cuando comprendí que ella parecía vivir en un mundo paralelo.

 -Bueno, no es que escuche demasiado todas esas cosas... -Contestó mientras se le escapaba una de esas risas suyas. Entonces empecé a levantarme, lentamente. 

-Vera - Me miró de nuevo -, ¿qué hora crees que es? -Su frente se arrugó debido a que se esforzaba por intentar adivinarlo.

-¡Las ocho! -Exclamó, emocionada.

 -Muy bien. ¿Lo ves? ¡Ya tienes tu propia opinión! -Contesté. -¿Quieres que comprobemos la hora de verdad? -Ella asintió energéticamente. Entonces acabó de destaparse y saltó fuera de la cama con una energia que yo no llegaría a tener hasta las once de la mañana.

-¡Vamos! -Me cogió de la mano y estiró de ella. -Aldara es la única aparte de papá y mamá que tiene despertador. ¿Crees que va a estar despierta? -Hizo una pausa. -¡Da igual! ¡Vamos a mirar la hora, rápido!

Tiró de mí y abrió la puerta de nuestra hermana mayor.

-Aldara - Dijo. -, ¿estás despierta? -Ella se removió en la cama, hasta que se asomó entre las sábanas con cara de dormida.

-Ahora sí... -Mi hermana pequeña me soltó la mano y se inclinó sobre la mesita de noche. 

-Oh. -Se limitó a decir. -Son las siete. Me he equivocado de una hora entera... ¿Eso es mucho?- Negué con la cabeza, aunque no lo hice para decirle que no era mucho, puesto que la verdad es que sí que lo era.

-No importa si te equivocas, Vera. Así es como se aprende. 

-¿Por qué os levantáis tan pronto? -Me giré para encontrar a mi hermana mayor, mirándome, despeinada y con los ojos entrecerrados.

-Se nota que te acabas de levantar. 

Como respuesta, ella bostezó.

-¿Podemos desayunar? -Gritó Vera de repente. -¡Tengo hambre! 

Unos minutos después nos pusimos a desayunar. Vera devoró sus galletas con rapidez, mientras que Aldara iba a su ritmo con los cereales. Y de pronto, empezamos a oír unos ruidos.

-¿Habéis oído eso? -Dijo Aldara, exagerando la expresión de sorpresa. -¿Qué creéis que será? ¡Estoy muy asustada!


Liam 


Llevaba escondido mucho rato debajo de la mesa esperando a que llegaran mis hermanos para asustarles con el susto más grande de la historia. Ya había hecho muchos sustos, pero no como éste. ¡Este debía ser grande, muy grande! Me había levantado de la cama sin despertar ni a Vera, ni a Heres, con los que compartía habitación.

Estaba muy emocionado. Aldara ya había oído unos ruidos, empezaba a sospechar. Era mi oportunidad de entrar en acción. Me acerqué al borde de la mesa, y conté hasta tres mentalmente. ¡Una... dos... y tres! Salí disparado hacia afuera y me puse en pie.

-¡Estoy aquí! -Chillé con los brazos arriba. Entonces los bajé y levanté una ceja. -¿Os he asustado? -Heres y Vera negaron con la cabeza, mientras que Aldara, que tenía cereales en la boca, ahogó un grito como pudo. 

-¡Menudo susto, Liam! -Satisfecho, me eché a reír, pero Vera me cortó. -Aldara no se ha asustado, Liam. Está fingiendo.

-¿Qué dices? -Contesté, indignado. Entonces miré a mi hermana, Aldara. -Te has asustado en serio, ¿verdad? -Ella asintió mientras cogía otra cucharada de cereales. Masticó deprisa y me miró.

-¡Por supuesto que sí! -Mintió.

-¿Lo veis? -Me volví de nuevo hacia ellos. -¡Se ha asustado!

-Lo que tú digas... -Dijo finalmente Vera. 

Entonces Aldara se volvió.

-¡Buenos días, dormilones! -Dijo. Mi madre dejó a Lyra, nuestra hermana pequeña, en el suelo. Lyra nos miró a los cuatro.

-¡Buenos días Lyra! -Vera, naturalmente, fue la primera en apartar la silla y salir disparada a abrazarla. -¿Cómo has dormido? -La pequeña se rio. -Bueno, bueno. Yo también. 

Entonces Aldara llevó el cuenco de cereales hasta la cocina, y de vuelta a la sala de estar, se agachó para darle un beso. Un par de minutos después, bajó mi padre.

-¡Buenos días, chicos y chicas! -Exclamó, al igual que cada mañana.

-Buenos días! -Contestábamos todos a la vez. Salvo Lyra, que se quedaba alucinada mirándonos. Al ver su reacción, papá se acercaba a ella y le hacía chocar la mano. -¿Cómo habéis dormido?

-¡Bien! -Contestaba primero uno.

-Bien, supongo. -Contestaba otro.

-¿Habéis desayunado? -preguntó él.

-Sí que han desayunado, mira cómo han dejado la mesa. -Contestó mamá.

-Bueno, pues a vestirse. Id rápido: tenemos cosas que hacer. 


 Lyra                                                                         

Todas esas voces... todos aquellos ruidos... todas esas imágenes... me confundían. Por eso cuando me hablaban o me hacían gestos, yo lo observaba todo, alucinada. Bien, con cuatro años era lo que cabía esperar. Estaba mirando a mi entorno, al igual que todos los días, cuando papá dijo alguna frase que puso a toda la casa en movimiento.

Aldara me cogió en brazos y subió las escaleras hacia la habitación donde yo dormía.Dormía sola. De hecho, Aldara también lo hacía. Pero Liam, Vera y Heres compartían habitación.

Me dejó sobre mi pequeña cama.

-Lyra, espérate aquí, ¿vale? -La miré. 

-Sí...

Ella se marchó con marcha rápida hacia el pasillo, y entonces tuve la oportunidad perfecta para observarlo y tocarlo todo sin que alguien me mirara, extrañado, o riera de mi justo como si fuera un bebé. Ni mamá ni papá cometían nunca el error de dejarme sola, pues podían llevarse un susto. Justo cuando iba a meter la cabeza bajo una pequeña mesita para investigar y toquetear, me sorprendió una voz.

-¡Lyra! ¿Pero qué haces aquí debajo? -Exclamó alguien. Sobresaltada por el susto, me volví, dándome un cabezazo contra la madera. Pero no lloré, ni mucho menos. Estaba tan controlada y protegida por mis padres que rara vez había experimentado lo que se llamaba dolor. -¡Lyra! -gritó de nuevo la voz. -¿Estás bien, cariño?

Me puse sobre cuatro patas y salí de la zona. Miré hacia arriba para asegurarme de que ya no había peligro, y me levanté.

-¡Lyra! Lyra... ¿Pero se puede saber qué hacías? -Me riñó mamá. -¡Eso no se hace! No te puedes ir metiendo por todas partes... ¡Te puedes hacer daño!

-Mamá, ¿qué es lo que he notado? 

-Ay, Lyra, te quedan cosas por aprender... -Se agachó a mi lado. -Lo que has sentido... muy probablemente sea dolor. Y te aseguro que lo sentirás muchas veces más en tu vida.

De repente se levantó.

-Venga, vístete. -Abrió el armario con rapidez y de él sacó una camiseta y un pantalón. -Aquí tienes. ¿Puedes vestirte sola? -Asentí sin pensármelo dos veces. -Muy bien, cuando estés lista avísame, hoy celebran una reunión a la que tenemos que asistir.

-¿Por qué?

-Pues porque el tema del que hablarán nos afecta, y queremos dar nuestra opinión, y, tal vez, la vuestra también.

-¿La mía?-No lo sé, Lyra. Puede ser, pero tú vístete. -Emocionada e invadida por la curiosidad, me vestí a toda prisa



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