8. Un cabo suelto

—¡Me encuentro perfectamente! —aseguró en un grito eufórico.

Hacía tiempo que dejó de vocalizar. Arrastraba las palabras casi tanto como los pies descalzos por la acera.

Willow, al percatarse que la había visto llorar, echó a correr hacia la calle sin preocuparse de llevar consigo los tacones que se había quitado. Por suerte contaba con un atento y muy atractivo amigo que se preocupó por ella y se encargó de agarrar sus zapatos antes de perseguirla en su paseo por las oscuras calles de Toronto.

No sabía a dónde íbamos, probablemente ella tampoco, pero si eso le servía para desahogarse, bienvenido sea.

Ella iba unos metros más adelantada, dando tumbos sin ser capaz de caminar recto. De vez en cuando gritaba algunas cosas sin sentido para liberar tensiones, aparte de eso no estaba por la labor de contarme nada más.

—Willow, vas a caerte ¡Cuidado con el escalón!

Pero ya era tarde.

—Joder —farfulló desde el suelo.

Ya con la paciencia agotada, corrí hacia ella y la ayudé a levantar. Después la cargué en mis brazos, dispuesto a llevarla de vuelta al coche.

No se la veía muy de acuerdo, pero antes de poder protestar el sueño la traicionó, dejándola cao.

El camino hacia casa se hizo mucho más fácil con Willow dormida en el asiento del copiloto.

Me dió pena despertarla al llegar, por lo que la volví a cargar hasta llegar a la entrada, allí me vi obligado a soltarla para introducir la llave en la cerradura.

—¿Me he dormido? Mierda —habló aún no del todo consciente —¿Donde está Bryce?

¿Bryce? ¿Que tiene que ver ese hijo de perra ahora?

Hacía mucho tiempo que no oía hablar de él. Supuse que Willow lo había olvidado pero... ¡Sorpresa!

Dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, pues esta borracha, sin pretenderlo, me acababa de dar una noticia que sentaba como una patada en el culo.

—Estamos en problemas —murmuró antes de volver a cerrar los ojos.

—¡No, no te duermas! —exclamé agarrándola para evitar que callera de espaldas contra el suelo.

La arrastré al interior de la casa y cerré la puerta a nuestras espaldas. Entonces contemple las altas escaleras frente a nosotros. Durante unos minutos estuve alternando la vista entre ellas y el cuerpo temporalmente inerte de Willow, pensando en como hacer para subirla a su habitación.

Final e irremediablemente terminé por transportarla en brazos hasta la segunda planta, luchando contra el cansancio y los dolores de espalda que amenazaban con aparecer.

Deshice su cama y la coloqué sobre el colchón para luego arroparla con las sábanas.

Fui a darle el último beso en la frente del día, pero entonces ella se incorporó con brusquedad, dándome un fuerte cabezazo junto a la barbilla.

—¡Loca! —me quejé llevándome las manos a la zona afectada.

—Wynn tengo que contarte algo —habló acelerada con tono de preocupación.

Ya no parecía tener sueño, al contrario, ahora lucía como una niña hiperactiva tras ingerir grandes cantidades de azúcar.

—Déjalo para mañana, ahora necesitas...

—Necesito contarte —suplicó.

—Está bien. Sí, de acuerdo —acepté tomando asiento junto a ella en el colchón. En verdad si que me picaba la curiosidad de saber que estaba ocurriendo.

—¿Te acuerdas de Bryce? —asentí —Hace mucho tiempo que vengo preocupándome por un cabo suelto. Sentía que se nos olvidaba algo, pero no sabía qué exactamente... Hasta hoy. Ha venido todo de golpe... Yo... Yo no sabía...

Conforme más quería explicar, más se agobiaba.

Llevé una mano a su hombro con la intención de calmarla, ella se tomó unos segundos de silencio para ordenar sus ideas, después continuó exponiéndolas.

—Hoy estaba allí. En el bar. Lo he visto. Me ha visto. Y ha sido cuanto menos espantoso... Pero me ha servido para acordarme; ¿Recuerdas tu antiguo negocio de drogas?

—Claro —contesté tratando de encajar algunas piezas en mi cabeza.

Willow me miraba expectante, a la espera de que llegara yo solito a la conclusión.

Volvamos la vista atrás: El negocio de drogas. Bryce lo conoció, sí. Me pilló vendiéndole a un chico para la fiesta que organizó en su sótano. ¿Y después? Después, nada.

Nada.

Mierda.

—¡El negocio! ¡Ese es el cabo suelto! —exclamé alarmado.

—Y Bryce puede llegar a él. Recuerda el poder que posee su familia, sus contactos... Si reúne las pruebas necesarias podría enviarte a la cárcel, Wynn.

Mi respiración comenzó a agitarse.

Esto no podía estar pasando, no podía ser real.

Pero lo era, y tanto que lo era.

Comprendí que el influyente y vengativo Bryce Halton nunca desaparecería de nuestras vidas, no hasta quedar en paz.

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