5. Yo también se jugar

—Juro que no he tocado nada —me excusé agachada en algún rincón de su sótano.

—Claro que lo has hecho. Has intentado encender las luces de fiesta, ¿Cierto? —preguntó a modo de regañina.

—¿¡Qué iba a saber yo que saltaría la luz!?

—¡Pues haberme preguntado! ¡Podías haber muerto electrocutada!

Escuchar eso me obligó a calmarme. Me encontraba en un sótano completamente oscuro, con Bryce Halton como única compañía. Podría matarme y no tener testigos, o a saber que otra despiadada cosa con tal de torturarme.

—¿¡Qué!? —pregunté atónita.

—Los enchufes en el sótano no tienen toma de contacto con tierra, el voltaje aquí es mayor que en el resto de la casa, por lo que si los fusibles no hu... —su voz se fue difuminando con cada palabra que escupía, a partid de ahí me fue imposible entender lo que con tanto entusiasmo explicaba. ¿Acaso me hablaba en chiquitistaní?

—Bryce. Bryce, detente. —pero él seguía hablando sobre corriente, cables, fusibles y voltios —¡Bryce cállate! —supliqué con exasperación.

—¿Pasa algo? —preguntó con tal inocencia en la voz que me resultó adorable.

—No te entiendo. Me hablas en un idioma que desconozco —expliqué con obviedad.

—Ah.

Parecía molesto por la interrupción, pero no añadió nada más.

Lo conocía, aún sin verle la cara sabía que su repentino silencio no indicaba nada bueno.

—¡No te enfades! —rompí el silencio.

—No estoy enfadado —contestó unas décimas más bajas.

—Entonces ayúdame a devolver la luz al sótano.

Tomé mi móvil y encendí la linterna. Lo apoyé en la primera superficie plana que palpé y lo usé a modo de lámpara para llegar hasta Bryce, quién me observaba de brazos cruzados desde el otro lado de la sala.

—¿Que haces ahí parado? —pregunté a modo de reproche.

—¿Sabes lo mucho que te han crecido las tetas en estos tres últimos años? ¿Y la cintura? Ahora parece más estrecha ¿Cómo lo has hecho? —se intrigó contemplando las partes mencionadas.

En ese momento agradecí la oscuridad del sótano, ya que fue lo único que me salvó de que Bryce notara que me había ruborizado.

—¿¡Que clase de pregunta es esa!? —me hice la ofendida.

—Te hace una figura mas bonita —continuó su monólogo mientras omitía mis palabras —aunque ya lo era antes, solo digo que ahora se aprecia mejor.

—Bryce, ¿A qué juegas? —pregunté ceñuda, intentando averiguar a donde quería llegar con todo esto.

Claramente era un juego. Un retorcido juego, de los que a él le gustaban. Uno en el que Bryce Halton se divertía mientras me veía enloquecer por su culpa.

Pero no le daría el placer.

Acorté la distancia entre nosotros hasta quedar a tan solo un par de palmos.

Miré, desafiante, al moreno frente a mí. Él me devolvió la mirada y guardamos silencio hasta que uno de los dos se dejó incomodar por el otro y bajó la mirada.

Me duele admitir que esa persona fuí yo.

La cobarde, la débil, la que se dejaba intimidar.

Pero supe salvar la situación a tiempo.

Tragué saliva, intentando bajar con ella mi nerviosismo, y me acerqué un poco más. Volví a subir mi mirada a la suya, la cuál se tiñó de desconcierto.

Busqué la cinturilla de su pantalón con mis dedos y los enganché junto a la tela del cinturón. Tiré ligeramente hacia mí y sonreí con una seguridad en mí misma que en realidad no sentía.

Para completar la hazaña, hice a mis labios trepar por su cuello hasta quedar junto a su oreja. Expulsé el aire siendo plenamente consciente de que mi aliento chocaría de lleno contra su piel.

—Yo también se jugar —murmuré.

Vacilé unos segundos con la intención de sumar tensión al momento, después me separé con una sonrisa victoriosa.

Claro que victoriosa era como menos me sentía en ese momento. Aterrorizada. Sí, esa sería una mejor palabra para traducir el caos formado en mi cabeza.

Bryce cerró los ojos. No con la fuerza con la que alguien enfadado lo haría, tampoco con la delicadeza con la que alguien fantasearía.

Donaría mi colección de bolsos a caridad con tal de saber que rondaba su mente en esos momentos.

Entonces razoné, y recordé que para entender a un hombre no hacía falta saber leer mentes. En situaciones así bastaba con bajar un poco la mirada...

Y efectivamente, un bulto en la entrepierna como el suyo te ayudaría a sacar conclusiones.

Debí mirarlo por demasiado tiempo, ya que Bryce se cubrió la zona con las manos y carraspeó la garganta con inquietud.

—Creo que deberíamos... —comenzó.

—Sí, deberíamos...

Seguí al chico al otro extremo del sótano, donde la caja de fusibles nos gritaba socorro.

No entendí muy bien que hizo, pero con tan solo un par de movimientos de dedo consiguió iluminar el sótano nuevamente.

Nos observamos sin saber que decir y me obligué a reaccionar antes de que se diera lugar a otro silencio incómodo.

—Me voy —me apresuré a anunciar.

—Será lo mejor —respondió con cada músculo de su cuerpo en tensión.

Le di la espalda y me alejé tan rápido como pude, maldiciendo mentalmente por haberme dejado llevar por mi inconsciencia con tanta facilidad.

No debía olvidar mis objetivos.

No debía dejarme liar por Bryce.

No debía convertirme en la dócil e ingenua Willow que tiempo atrás fuí.

No debía dejarme influenciar por ninguna emoción que no fuera la ira.

Tampoco debía retroceder sobre mis pasos para lanzarme sobre Bryce Halton.

Sin embargo eso último sí que lo hice.

Y lo disfruté, vaya si lo disfruté.

Resulta que el venía corriendo tras de mí, así que nos encontramos a mitad de camino, más concretamente en su salón.

No pensé en nada ni nadie ajeno al momento, simplemente recibí con ganas el beso de Bryce.

Un beso para nada delicado, menos aún paciente.

Era un beso por todos los que no pudimos darnos esos últimos tres años.

Yo deslizaba las manos por su espalda, sin decantarme por una sola zona a la que aferrarme. Mientras tanto, él estrujaba entre sus dedos cada célula en mi costado, desde mi cintura hasta mis muslos.

Me agarró con fuerza y me alzó para poder desplazarnos hasta el sofá, donde ya con la respiración entrecortada nos dejamos caer. Yo debajo y él arriba, aprisionándome contra su cuerpo para hacer notoria su erección en mi cadera.

Su mirada oscurecida por el deseo, su firme agarre en mis caderas, su desbocada respiración contra mí cuello, su fuerte olor a perfume y sus labios ahora hinchados... Todo en él me volvía loca.

Lo disfrutaba aun sabiendo que no era lo correcto. Volver a caer en sus encantos significaría no salir de ese pozo en mucho tiempo... pero ya me arrepentiría más tarde, en ese momento estaba demasiado ocupada desabrochando botón a botón la camisa del chico, dejando al descubierto su trabajado y moreno torso en el que no constaba ni una sola imperfección.

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