5. Mejor postor

Llegó el momento.

Catorce empleados aguardábamos en los vestuarios la hora de salir al escenario. Algunos desanimados, otros deseosos de atención, puede que hasta nerviosos... Y luego estaba yo, al borde del desmayo, con las manos sudorosas y leves temblores en los dedos. Momentos como este son los que me hacen echar en falta la droga.

Probando, probando —el puto hombre al megáfono parecía reírse de mi desgracia —Señoros, señores y señoras, acérquense al escenario porque en cuestion de segundos dará inicio este viernes de toyboy. Preparen bolsos, carteras, monederos, porque hoy nuestros catorce chicos les harán mojar las bragas como nunca antes. ¿Quiénes serán las afortunadas...?

Uno de los guardas de seguridad abrió la puerta del vestuario, indicando al primero de los chicos que había llegado su turno de salir a pasarela. Logré escuchar aplausos, el distorsionado sonido del megáfono y más aplausos. Después el chico regresó al vestuario con una sonrisa satisfecha.

A penas tres chicos después, el guarda me señaló con cara de pocos amigos.

—El rubio. Si tú. Te toca.

Tragué saliva y mantuve la mente fría. Cuando quise darme cuenta ya había atravesado el local y estaba subido al escenario, rodeado de gente que me examinaba y hurgaba adentro de sus monederos en busca de chatarra.

Con ustedes, Wynn Davis, nuestro cuarto concursante y... —la megafonía me anunciaba cual aspiradora de la teletienda, pero yo no me molesté en escuchar, estaba demasiado ocupado buscando a Willow entre toda esa nube de gente bajo la pasarela.

Nada. Ese lugar estaba hasta los topes. Era como pretender encontrar una aguja en un pajar: imposible.

Cuando dejé de escuchar el ruido del megáfono entendí que era mi turno de cruzar la pasarela. Caminé hacia el borde del escenario y posé para el público intentando mostrarme seguro y para nada avergonzado, lo cual me resultó mil veces más complicado que de costumbre, ya que tenía la certeza de que entre todas esas cabezas tres familiares pares de ojos me prestaban especial atención.

¡Eeeempezamos a pujar! ¡Recordad que la mejor postora ganará una cita en las habitaciones privadas de la discoteca con nuestro concursante!

¡Doy 5 céntimos! —exclamó una voz conocida.

Busqué de nuevo entre el público hasta encontrar a la chica con la mano alzada.

Jane.

Me observaba con una sonrisa malvada y una peineta en su mano alzada, sosteniendo la moneda entre los dedos.

—Zorra —gesticulé en su dirección con una falsa sonrisa.

—¡10 euros! —una pelirroja alzó un billete, mejorando la puja.

—¡18!

—¡27 euros!

—¡Voy con 39!

La suma se hizo cada vez mayor, y aunque eso no me hizo dejar de sentirme como un objeto, me ayudó a dejar atrás la vergüenza.

—¡Doy 46!

Tras esta última puja por parte de la pelirroja de antes todo el local quedó en silencio.

Era mucho dinero, sí. Normalmente la puja solía quedar en torno a unos 40 euros. Nadie estaba dispuesto a pagar más por un par de horas con un barista de discoteca cutre.

Nadie excepto...

—¡Que sean 60!

Willow.

Rápidamente clavé mi mirada sobre la rubia con la mano alzada. Me sorprendió encontrarla con la vista fija en la pelirroja en lugar de en mí, ¿¡Quién era el protagonista, yo o aquella chica!?

—65 —replicó la desconocida.

—Bien... —vaciló sonriente y con orgullo, con sus habituales aires de superioridad —¡100!

Mis ojos quedaron abriertos como platos. Varias cabezas voltearon a ver a la rubia loca aquella.

—¡100! ¿Alguien va con más? ¿No? 100 a la de una... 100 a la de dos... ¡Wynn Davis vendido al mejor postor!

Me quedé de piedra en mi sitio, perplejo, hasta que la megafonía volvió a nombrarme para pedirme que bajara del escenario de una vez.

¿Que acababa de pasar?

Entré al vestuario, abrí mi taquilla y agarré mi neceser. Busqué un lavabo libre, me lavé la cara con agua fría y me rocié en colonia hasta quedar completamente bañado.

Cada vez que creo que Willow Lewis no puede estar peor de la cabeza, ella consigue hacer que me retracte. Es impredecible, impulsiva. Una combinación explosiva que tarde o temprano le terminaría por explotar en la cara, como hacía ya cinco meses pasó con Bryce.

Cuando volví a salir del vestuario, ya aseado, no perdí el tiempo y me dirigí directamente a las habitaciones de la discoteca. Se ubican en la segunda planta, pero pocos tienen acceso. Son pequeños cuartillos con una cama y un par de muebles viejos a los que apenas llega la luz. Puedes imaginar para que los ha construido la empresa.

Esa noche yo recibí el titulo de "cuarto candidato", por lo tanto mi habitación asignada debía ser la cuarta por el pasillo.

Entré tan rápido como pude, cerrando la puerta a mi espalda.

Al igual que el resto de veces la chica ya me esperaba dentro, solo que esta vez se trataba de MI chica, y yo únicamente tenía ganas de averiguar por qué hizo tal estupidez.

—¿100 euros? ¿Eso es lo que valgo para tí? —bromeé captando su atención.

Willow se levantó del colchón en el que estaba sentada y se acercó a mí para abrazarme. Fui pillado por sorpresa, ya que de entre todas las reacciones esa fue la que menos me esperaba, por lo que me límite a quedarme allí quieto.

—¿Cuándo pensabas contármelo? —me reprochó ya alejándose.

—Nunca. Es bochornoso.

La rubia oprimió una sonrisa y puso su mejor cara de póker para contrarrestar.

—No es bochornoso... Bueno, puede que un poco. Pero es divertido verte allí arriba. Yo también cruzo pasarelas y modelo para el público, no es nada de lo que avergonzarse.

—No es lo mismo, tú lo haces para Valentino, marca la cuál te paga una fortuna, y yo para un grupo de adolescentes hormonales dispuestas a pagar por sexo sin compromiso.

Ante esto último, la chica abrió los ojos con sorpresa.

—¿¡Llevas cinco meses follándote a desconocidas en secreto!? —se escandalizó —¡Eres un... Asqueroso! ¡Un cerdo pervertido!

Willow me esquivó para abrirse paso a la puerta. Llevo la mano al pomo y...

—Cerrada. Está cerrada.

—¿Nos has encerrado? ¡Ábreme ahora mismo, Wynn Davis! —exclamó con voz aguda y mucha decisión, casi parecía enfadada.

Entonces la bombillita en mi cabeza se iluminó, quizá no con la mejor idea, pero si con la más divertida.

Alcé la barbilla y caminé lentamente hasta la rubia, vacilante. Apoyé una mano contra la puerta a cada lado de su cabeza y me perdí en la profundidad de sus ojos. Con las pupilas dilatadas, y los iris brillando a causa de la tenue luz de la habitación, me devolvió la mirada sin esa habitual seguridad en si misma.

—¿Y eso? ¿A caso no quieres que aprovechemos este tiempo a solas, Willow? —La chica tragó saliva, bajando por unos instantes su mirada a mis labios —¿Tirarás los 100 euros a la basura junto con la intimidad que estos nos han brindado?

—¿Wynn que tonterías estás hablando? —preguntó en un hilo de voz —Abre ya la puerta, no tiene gracia.

Me acerqué un poco más a su cuerpo, llevando mis labios a rozar su oreja.

Tras un intencionado silencio de tensión, deparé en lo nerviosa que se mostraba Willow.

Tenerla allí, acorralada y con la guardia baja me animaba a continuar. Pero sabía que no estaba bien y yo no era cualquier capullo.

—Una pena —susurré finalmente, para después retirar las manos de la puerta y alejarme unos metros de la chica —Porque yo no nos he encerrado. Es parte del premio al mejor postor. Nos esperan largas horas aquí atrapados, joven Willow, así que ponte cómoda —expliqué ya con mi tono de voz usual y mucha naturalidad, como si la tensión nunca hubiera estado ahí.

Después me dejé caer sobre el colchón.

—Y, en respuesta a tu pregunta, no me he follado a nadie en estos cinco meses. No estamos obligados a ello y me alegro —añadí con una sonrisa victoriosa.

Había experimentado los efectos que podía causar en Willow. Me arriesgué a recibir un buen rodillazo en la entrepierna, sí, pero valió cada maldito segundo oler sus nervios de cerca.

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