4. El mismo error dos veces
—¡Te odio, Bryce! ¡Te odio con todo mi corazón! —grité eufórica frente a su casa con los tacones en un puño.
La puerta se abrió y la cara se me encendió de vergüenza al comprobar que mi recibidor no era el Halton a quién yo esperaba.
Lucía como un cuarentón adinerado. Vestía traje de chaqueta incluso para andar por su casa y portaba un reloj que podía costar más que todos mis perfumes y bolsos de marca juntos.
—S-Señor Halton —titubeé.
—¿Willow? ¿Ocurre algo? —preguntó ceñudo. Tenía la misma mirada intimidante que su hijo, aunque su carisma no era la misma, el Halton mayor daba la impresión de alguien más amigable.
En los dos meses de relación con su hijo no intercambiamos mucho más que frases de cortesía, por ello sentí alivio al ver que se acordaba de mi nombre, al menos.
—¿Y bien...? —insistió al ver que no reaccionaba.
—Yo... —titubeé —¿Está su hijo?
—¿Qué ha hecho ese desgraciado ahora?
Por su tono de reprimenda, intuí que William no estaba muy contento con su hijo.
Ya teníamos algo en común.
—¡Willow! ¡Qué sorpresa! —exclamó el susodicho asomándose a la puerta —Pasa, porfavor, y siéntete como en casa.
Había algo en su falsa sonrisa angelical que me decía que no debía. Aún así, me atreví a cruzar el umbral y seguir al moreno hacia el interior de la casa.
No me quise voltear a ver al padre, pero imaginé que se mostraría sorprendido y/o confuso.
—¡Me has dejado tirada! —le reproché con enfado en cuanto entramos al salón en busca de privacidad.
—Tú te has burlado de mi moto primero, así que estamos en paz.
—Y una mierda. ¡Mira mis pies!
Flexioné la pierna para mostrarle mi ahora negra planta de mi pie.
Bryce resopló y se llevó los dedos a la sien pensando en posibles soluciones.
—Acompáñame.
Le seguí hasta el baño, donde nos encerró y me indicó que me sentara en el poyete junto al jacuzzi.
—Un jacuzzi, que modesto —comenté con ironía, a lo que me gané una mirada de aburrimiento.
Bryce se hizo con esponja y toalla y se agachó frente a mí. Llevó sus manos a mi tobillo izquierdo y lo alzó hasta colocarlo sobre su rodilla.
La cercanía de su rostro respecto a mí entrepierna daba rienda suelta a la imaginación. Me revolví, incómoda. Llevé una mano al dobladillo de mi falda para bajarla y así cubrir un poco más de mis muslos.
Bryce, sin mover la cabeza, elevó sus ojos hasta clavarlos en los míos. Esbozó una sonrisa pícara y alzó las cejas con incredulidad. Su mirada se tornó oscura, una mirada que yo conocía bien.
—No voy a ver nada que no haya visto antes —me recordó con diversión y voz ronca mientras con su pulgar delineaba mi tobillo.
—No es lo mismo.
—Claro que no lo es. Entonces éramos más inconscientes, más inmaduros.
—¿Y eso ha cambiado? —pregunté con una sorpresa exagerada.
Yo sabía mejor que nadie que Bryce no había cambiado en lo absoluto. Hace tiempo asumí que era alguien incapaz de madurar, y ahora lo observaba desde otros ojos.
—Ahora que veo las cosas desde otra... Perspectiva, —aguardó unos segundos en los que dedicó una rápida mirada al hueco oscuro entre mis muslos. Poco a poco su sonrisa altiva se fue esfumando, y cuando volvió a pronunciar palabra lo hizo con una aparente lástima en sus ojos —me doy cuenta de las muchas cosas que hice mal.
Se formó un silencio tenso.
Sus palabras causaron un vuelco a mi estómago, tal y como en repetidas ocasiones lo hicieron años atrás. Pero ya no era la misma chica sumisa, ingenua y manipulable que confiaba ciegamente en simples palabras bonitas, ya no quedaba una mota de inocencia en mí y eso me permitía ver la realidad tal y como era. Podía disculparse una, dos, u once veces, pero sus disculpas nunca me devolverían todo lo que ese día me arrebató.
—Eso no cambia nada —liberé mi tobillo de su agarre y tomé yo misma la esponja y la toalla, demostrando autosuficiencia. Despues me dispuse a eliminar la mugre de mis pies con ayuda de agua y jabón.
—No, no lo hace.
Esas fueron sus ultimas palabras antes de abandonar el baño, cabizbajo. Esperé a oír sus pasos alejarse para ponerme en pie y salir de allí.
Conocía la casa. En estos tres años apenas había sufrido cambios, por lo que sabía muy bien como moverme por allí. Atravesé lujosos pasillos con decorados minimalistas hasta quedar frente a la única puerta que nunca antes había visto abrir: la del despacho de William Halton.
Y aunque quizá no debía de estar allí, la curiosidad era demasiada.
No tenía ninguna clase de cerradura especial, ya que eso daría a entender que esconde algo. Tras girar un simple pomo metálico, el interior del despacho se hizo visible para mí.
En cuanto a decoración seguía el patrón de la casa. Pocos muebles, pero de gran coste. Al fondo, un gran ventanal desde el cuál se accedía a las vistas de toda la manzana. Grandes estanterías con libros y un escritorio que guardaba todo el trabajo del señor Halton. Sobre él, un ordenador, un lapicero y una pila de carpetas.
Caminé hacia el otro lado del escritorio, junto a la silla, y me incliné hacia la pila de carpetas para alcanzar mejor.
Las esparcí por la mesa y revisé muy por encima su contenido.
La primera de ellas eran estadísticas.
La segunda hablaba sobre la distribución de recursos.
La tercera planes de administración.
Y la cuarta, la más delgada de ellas, sobre discursos.
Dominada por una Willow cotilla e impulsiva, tomé aquella última y la abrí. No podía pararme a leerla, no tenía tiempo, así que saqué mi móvil del bolso y fotografié todas las páginas, cuidando que las imágenes se tomaran con nitidez.
Ahora parte de los secretos de la política del país estaban al alcance de mi mano, más concretamente en mi galería.
Cerré la carpeta y volví a formar la pila tal y como la encontré.
Con la adrenalina de saber que me adentraba en terrenos pantanosos, tomé una ultima foto al escritorio y abandoné el despacho cerrando la puerta tras de mí.
Me tocó fingir normalidad mientras recorría los pasillos de la casa Halton en busca de Bryce.
Cuando lo encontré en el sótano, él ya estaba ocupándose de los preparativos para la fiesta del día siguiente. Había colgado las luces y ahora vestía con un mantel la que sería la mesa de las bebidas.
Casi lo felicité, de veras. Pero entonces la tuvo que cagar con algo tan tonto como no conseguir colocar el mantel sobre el rectángulo de madera.
Lo estiraba, no le gustaba el resultado, lo arrugaba, lo recogía y volvía a empezar.
—Trae aquí —hice notar mi presencia al acercarme a él y agarrar dos de las esquinas de la tela.
Entre los dos extendimos el mantel y lo colocamos sin una sola arruga. Después ordenamos las botellas y vasos encima.
—¿Te das cuenta de que lo único que podemos hacer juntos y sin discutir es vestir una mesa? —rió al darse cuenta, después clavó su mirada en mí.
—Triste pero cierto —coincidí con franqueza —quizá en una realidad alternativa tú y yo fuimos camareros.
—¡Pobres de nosotros! —exclamó horrorizado. Unas décimas después su expresión se volvió más seria, más serena, reflexiva, como si dudara entre decir o no algo. Rompió el contacto visual y fijó su atención en la mesa de las bebidas —¿Crees que en esa realidad alternativa Bryce también dejó escapar a Willow?
De nuevo sus palabras consiguieron volverme las tripas del revés, en el mejor y peor de los sentidos.
Conocía los encantos de Bryce, fuí su presa durante mucho tiempo, y que a día de hoy siguieran provocando algo en mí me frustraba.
Me frustraba su facilidad para derribar mis barreras. Me frustraban sus intencionadas palabras bonitas y no poder controlar el efecto que causaban en mí. Me frustraba que me dijera todo esto ahora, tan tarde.
Pero lo que más me frustraba era seguir sintiendo cosas por alguien como él.
—Creo que Willow no cometería el mismo error dos veces, por muy tentada que se sintiera —murmuré.
Se quedó un silencio incómodo en el que los dos mirábamos a cualquier parte menos al otro.
Bryce se giro hacia mí con la palabra ya en la punta de la lengua. Antes de que pudiera añadir nada, di una palmada ensordecedora que hizo eco por todo el sótano y comencé a moverme en busca de algo que con lo que mantenerme ocupada y así desviar mi atención del chico.
—Vamos. Muévete o no acabaremos nunca —ordené con firmeza, tratando que no se me quebrara la voz.
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