10. No me llames tío

-Nooo, no te vayas todaviiia -lloriqueó desde su cama al ver que me levantaba y recogía mi ropa del suelo.

La habitación no contaba con mucha luz. La persiana estaba echada y las cortinas corridas, por lo que a menos que me acercara mucho no podía detallar cosas tan insignificantes como las casi invisibles pecas que poblaban sus mejillas o los finos pero oscuros lunares de su cuello.

Lo que sí alcanzaba a detallar eran los músculos de su torso, que brillaban con la poca luz que entraba mezclada con el sudor del esfuerzo. A diferencia de mí, de cintura para abajo él seguía cubierto por las sábanas.

-Llevamos media hora aquí tirados sin hacer nada, Bryce.

-Yo no lo llamaría "hacer nada" -protestó con perversión.

-¡Levanta, vamos!

El chico se escondió bajo las sábanas, dejando un solo pié a la intemperie. Agarré su tobillo y tiré de él hacia fuera para hacerlo arrastrar. Finalmente cayó al suelo en un golpe mudo.

En ese momento el timbre de la casa sonó, indicando que ya había llegado nuestro primer invitado.

-Voy a abrir. Vístete y ve al sótano. ¡Venga, venga, venga!

Le di la espalda, dispuesta a salir de la habitación.

-Willow -nombró desde el suelo con la voz ronca.

-¿Sí? -volteé.

-Te qui... -pareció retractarse -te quiero dar las gracias. Eres una gran amiga.

Sonreí con tristeza y asentí. Ambos sabíamos que no era lo que quería decirme, sin embargo era mejor así.

-Yo también te quiero... agradecer -repetí su error antes de huir por patas de aquella sala.

Atravesé la casa para llegar a la puerta y...

-¡Bienvenidos! Entrad, la fiesta es en el sótano.

En los siguientes minutos hablé con más gente que en los últimos tres años. La mitad eran viejos conocidos, la otra mitad caras nuevas, pero todos decidieron pasar por alto mi mala reputación y venir a saludar.

Hubo un momento en el que la cosa se descontroló. La gente entró en estampida y tuve que echarme a un lado para no ser atropellada. Tras esa oleada de personas la cosa quedó las tranquila, un par de personas después ya habían entrado todos los invitados. Cerré la puerta y me dirigí al sótano a comprobar que todo fuera bien.

Efectivamente, todo marchaba sobre ruedas. Todo excepto la pequeña aglomeración de gente formando un círculo alrededor de ellos.

-Tío, ¡Relájate! -su voz sonaba calmada, despreocupada.

-¡No me llames tío! -se ofendió Bryce tomando al otro chico del cuello de la camisa con agresividad -sal de mi casa ahora mismo, no quiero problemas con la poli por tu puta culpa.

-¿Que está pasando? -interrumpí.

-Este... individuo -escupió con asco -se niega a salir de mi casa. Aquí el colega es algo así como narcotraficante. Le he pillado vendiéndole tres gramos a otro chico.

-Eso a tí no te incumbe, tío.

El rubio tenía los ojos rojos e hinchados. Su cuerpo estaba allí presente, mientras su cabeza flotaba en una nube.

Bryce expulsó aire con fuerza y cerró las manos en puños. Sus nudillos se tornaron blancos y de un momento a otro impactaron contra la napia del rubio.

-¡BRYCE NO!

Pero él no me escuchaba.

-¡BRYCE, DETENTE! ¡ES MI AMIGO!

Detuvo su puño en el aire, el cuál ya estaba preparado para impactar de nuevo contra la cara del chico. Giró la cabeza y me miró con confusión.

-¿¡Qué este es tu amigo!? -preguntó incrédulo -¡Pero si es un delincuente!

-¿¡Y tú eres un santo!? -intervino el rubio.

Di un paso adelante y llevé mis manos al pecho de los dos chicos para separarlos. Me colé en el hueco que quedó entre ellos y alterné la mirada de uno a otro.

-Bryce, te presento a Wynn. Wynn, este es Bryce. Ahora que os conocéis y habéis estrechado lazos, permíteme que te robe al rubio un momento -expliqué a un Bryce que me contemplaba ojiplático.

Agarré al rubio del brazo y lo arrastré a la otra punta del sótano, lo más lejos de la música posible, donde apenas habia un par de personas que se besuqueavan en la oscuridad.

-Wynn -reclamé su atención.

El despegó la mirada de la pareja a tan solo unos metros y gruñó.

-¿Mmh?

-¿Por qué has hecho esto, Wynn? ¿Por qué te autodestruyes así? Tú no tenías que drogarte, ese no era el plan -dije apenada contemplado su expresión semi ausente.

El rubio bajo la mirada al suelo y se tomó unos segundos para recapacitar.

-No he podido contenerme, Willow. Soy débil. Muy débil. Y he permitido que mi vida dependa de las drogas.

Cuando volvió a subir la cabeza descubrí que estaba llorando.

Se me partía el corazón de verlo así.

Lo arropé en un fuerte abrazo, pidiéndole que lo echara todo fuera y se desahogara.

-Ven conmigo -le pedí tomando su mano.

Lo conduje a través del sótano hasta la salida trasera, la que daba directamente a la calle. Una vez fuera, nos sentamos al borde de la acera y nos abrazamos a nuestras rodillas. Él se encorvó de espalda y yo apoyé mi cabeza en su hombro. Nos quedamos en silencio viendo a los coches pasar.

Ya estaba oscureciendo, pero no se dio lugar a un atardecer bonito, sino a uno muy oscuro, casi triste. Cómo si el cielo se compareciera de nosotros.

-No debí pedirte que vinieras -rompí el silencio.

-Lo hubiera hecho de todos modos. Quiero ayudarte, Willow, te lo debo.

-No quiero que sientas que me debes nada, porque no es así. Si yo te ayudé en su día fue porque yo quise.

-Y si yo te ayudo hoy es porque yo quiero -jugó mis palabras en mi contra siguiendo a un coche blanco con los ojos -Ven a vivir conmigo. Se que mi apartamento no es un palacio, pero piénsalo, si vienes tú te librarías de tú madre y yo podría tenerte todo el día vigilándome. Seguro que con tu ayuda conseguiría dejar las drogas definitivamente.

Sus palabras me dejaron en shock. Levanté la cabeza de su hombro en busca de su mirada. Quería comprobar si hablaba en serio o solo era una broma más.

-¿Lo dices en serio? ¿Te has vuelto loco? -inquirí con una sonrisa.

-Puede. Pero, ¿No es una idea brillante?

-Yo lo diría eso... Es una buena idea, a secas.

-¿Entonces te mudarás? -preguntó con ilusión en sus ojos.

-Lo pensaré.

Wynn asintió satisfecho y yo volví a apoyar mi cabeza en su hombro. Nos sumimos en un silencio de lo menos incómodo.

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