1. Hasta tocar fondo juntos

Daba lastima ver a Bryce Halton tan apagado.

Superaba los niveles humanos de la perfección física, sus aires a chico malo que en realidad tenía un brillante futuro asegurado por ser hijo del presidente provocaba en las demás jóvenes un orgasmo visual. Solía contar con una infinidad de dinero y popularidad, tarde o temprano todas acabamos por caer en sus encantos.

Incluida yo.

Sobre todo yo.

Empezó hace varios años, cuando aún éramos dos jovenes hormonales de instituto que creían poder comerse el mundo. Él era el machito alfa, yo la rubia popular, teníamos todo para ser la pareja perfecta. Pasamos un par de meses de puta madre, conocí el verdadero cielo junto a Bryce. Pero entonces él tuvo que echarlo todo por tierra y ceder ante lo que tarde o temprano todo hombre acaba siendo: infiel.

Me puso los cuernos una infinidad de veces, con una infinidad de tías, algunas mis amigas. La voz no tardó en correrse, y yo pasé de ser la chica más envidiada del instituto al hazme reir de la ciudad.

Juré no dejar las cosas así. Bryce pagaría caro por cada una de mis lágrimas derramadas.

La gente olvidó y todo empezó a volver a la normalidad para mí. Por fin las cosas marchaban como yo quería. Tenía lo necesario para hundir a Bryce, yo había vuelto a la cima de la popularidad y próximamente firmaría un contrato de trabajo como modelo para Valentino, que era lo que yo siempre había soñado.

Cuando hice rular los vídeos íntimos de Bryce por las redes, consideré que habíamos quedado en paz. Puse orden a mi vida, ya solo podía ir hacia arriba. Claro que el orgulloso de Bryce tuvo que tomarse mi venganza como algo personal, como una declaración de guerra.

Movió sus hilos y contactos tal y como su padre le había enseñado, hasta dar con la mejor forma de destruir mi vida. Buscaba hacerme el mayor daño posible, acabar con mis posibilidades de futuro. Y lo hizo, claro que lo hizo, y con la cabeza bien alta además.

Pero no tuvo algo en cuenta: si yo me hundía, haría todo lo posible por arrastrarle conmigo hasta tocar el fondo juntos.

Y así es como los dos nos quedamos solos.

En la uni todo el mundo nos hacía el vacío. Todas las puertas de la moda se cerraron para mí. También escuché que Bryce tuvo problemas con su padre, quién pronto le cedería la presidencia del país.

Al principio pensé que en un tiempo la gente perdonaría, olvidaría y volvería a nosotros como ya habían hecho anteriormente. Pero tres años después, nuestras vidas seguían igual de rotas, y yo no estaba dispuesta a seguir así.

Atravesé el comedor haciendo sonar el tacón de mis Christian Louboutin con cada uno de mis pasos. A pesar de estar destruida, yo seguía derrochando los mismos aires de superioridad y empoderamiento que antes. Sabía que para acercarme a Bryce y entablar una conversación en iguales condiciones necesitaba resultar intimidante en todos los sentidos posibles.

—Bryce Halton —nombré sin titubear tomando asiento frente a él.

La cafetería estaba a rebosar, aún así su mesa permanecía vacía, lo cuál había observado que nos pasaba a ambos desde aquel día. La gente nos evitaba.

—Largo de aquí —demandó con frialdad sin molestarse en despegar la mirada de la mesa.

—Escuchame bien, Bryce Halton, esto tiene que acabar.

—¿Esto? No sé a qué te refieres.

Entonces Bryce me dirijo la primera mirada en tres años. Sus rasgados ojos grisáceos habían sido rodeados por una gran cortina de abundantes y oscuras pestañas, lo que le daba una expresión aún más intimidante. Pero no dejé que influyera en mí, tenía muy claro mi objetivo, y no era él.

—Ayúdame a arreglarlo porque ya no lo aguanto más —le supliqué con dramatismo en la voz.

—¿Ahora te arrepientes? —curvó sus labios en una pequeña cruel sonrisa.

—En absoluto. Solo quiero soluciones. Para ambos —aclaré alzando la barbilla con impasibilidad.

Bryce pareció meditarlo unos segundos. Examinaba mi expresión buscando algún atisbo de duda que le permitiera averiguar si mentía, si aquella era otra de mis trampas. Pero pareció no encontrarla, por lo que amplió su escalofriante sonrisa y se inclinó sobre la mesa para acortar distancias y con voz ronca responder:

—Te escucho, entonces.

Mis labios imitaron su sonrisa y me felicité mentalmente.

Puede que después de todo mi vida no estuviera tan acabada como yo creía.

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