Capítulo 16

Una hora después, el silencio la estaba poniendo más intranquila y se sentía más horrible que antes.

—¿No te parece que estás actuando como un inmaduro? —le interpeló con frustración en su voz—. Tú mismo me aconsejaste que te dijera todo para que yo me desahogara y sin embargo, terminaste por culparme de algo en donde no tuve la culpa. Desde anoche me siento sucia solo por la manera en cómo empezaste a mirarme y a ignorarme —le confesó sin vueltas y de forma sincera—, por eso mismo era que no quería decirte nada por el momento o quizá nunca, solo para evitar esta situación o tu reacción —le replicó—, si por mí hubiera sido, te evitaba todo esto, incluso si en mí estaba, jamás me habría relacionado contigo solo para que no tuvieras esta amarga situación —expresó con congoja.

—Si estoy actuando así, ¿no crees que tengo algo de ese monstruo? —interrogó con pesar sin mirarla a los ojos.

—No son iguales, ni de manera física y mucho menos en pensamientos —respondió la joven observándolo.

—Pero en parte lo siento así porque me siento culpable también —hizo en un bollo la servilleta de tela que tenía en su puño cerrado—. Me siento culpable porque nunca me di cuenta la forma en cómo te trataba —articuló con enojo contenido.

—No deberías pensar eso, no tienes la culpa de nada, tu hermano jamás se comparará contigo —le declaró tratando de que por le menos le retuviera la mirada—. ¿Terminaste tu merienda? —le preguntó.

—Sí —le dijo asintiéndole con la cabeza también.

—Quitaré las cosas entonces —le afirmó levantándose de la silla.

—No, lo haré yo —contestó poniéndose de pie y sujetando el plato que su esposa sostenía en una mano.

—De acuerdo —le respondió.

Ambos terminaron por mirarse a los ojos y ella soltó el plato que Darrell tenía retenido del otro extremo. La joven se dio media vuelta y se retiró al cuarto de nuevo porque parecía que aunque le dijo todo aquello, él no había dicho más nada y más rara se sintió. Apenas se sentó en el borde de la cama de su lado, estalló en un llanto incontrolable y tuvo que taparse la cara con las manos para que el arquitecto no escuchara nada. Rato después, el hombre golpeó la puerta para hablarle.

—En unos minutos regreso —le emitió.

—Está bien —le comentó tratando de sonar con voz normal.

Y aquella vez fue verdad, a Darrell no le tomó más de quince minutos en estar de vuelta en la casa y con un pequeño ramo de flores en sus manos.

—Tabatha —la llamó y la joven levantó la vista hacia él—. Son para ti —expresó con algo de vergüenza en su voz.

—Gracias —le dijo tomándolo en sus manos—, son hermosas —confesó llevándolas hacia su nariz para olerlas.

—Vi el puesto de flores cuando volvía de recorrer los locales de construcción, está en una de las esquinas del condominio —le acotó y ella se levantó de la cama para acercarse a él y abrazarlo por el cuello estando en puntas de pie.

—Por favor, abrázame —le emitió sintiendo sus piernas débiles.

Darrell la abrazó fuertemente contra su cuerpo y no pudo evitar por más tiempo quebrarse delante de ella. La muchacha lloró en sus brazos también.

—Perdón... perdón —fue lo único que Tabatha escuchó varias veces durante todo lo que duró aquel abrazo entre ellos.

El hombre lloraba con tristeza en el cuello de la joven, mientras la tenía sujeta por la cintura y la cabeza. La muchacha se separó un poco de él, solo para verle el rostro. Con una mano lo sostuvo entre la barbilla y la mejilla mientras que con la otra todavía tenía el pequeño ramo de flores.

—¿Estás mejor? —le preguntó con preocupación, él solo asintió con la cabeza—, ¿qué tienes ahora Darrell? —cuestionó con voz quebrada.

La joven lo veía como si estuviera conmocionado.

—Me duele estar así contigo —la miraba con el ceño fruncido del llanto que aún mantenía.

—Pero no estamos más como dices —le contestó con una sonrisa y quitándole las lágrimas de las mejillas con una mano—. Pondré las flores en agua dentro de algún recipiente y te daré un poco agua para que te tranquilices —le dijo y se puso en puntas de pie para darle un beso en sus labios.

Enseguida salió del dormitorio con el ramo para hacer lo que le había dicho segundos antes. Tabatha estaba nerviosa y no sabía el porqué. ¿Y si sucedía algo entre ellos aquel día? Sonrió de tan solo pensarlo. Dentro del cuarto de baño, Darrell se enjabonaba las manos y luego se refrescaba la cara de todo lo que había llorado. Odiaba estar mal con ella y solo esperaba que las cosas a partir de aquel día cambiaran.

Dejó sobre la encimera de la cocina las hermosas fresias y sonrió otra vez porque era la primera vez que le regalaba algo así. Volvió a entrar al dormitorio para lavarse las manos y se encontró con Darrell quien aún continuaba dentro del baño.

—¿Te encuentras mejor? —le formuló de manera preocupada acariciando su espalda para reconfortarlo—. Aquí tienes un poco de agua —respondió ella con una sonrisa.

—Sí, lo estoy —contestó a medida que asentía con la cabeza también y la miraba a los ojos—. Gracias —él la bebió en tres grandes sorbos y después apoyó el vaso vacío sobre el lavabo.

—Me alegro mucho que lo estés —sonrió cuando le habló—. Te quiero Darrell, te quiero mucho y no quiero verte afligido por algo que tú nunca has hecho —respondió con pesar.

—Sé que no quieres que lo esté pero siento que todo se me escapó de las manos —confesó con un suspiro.

—Entiendo cómo debes de sentirte pero tú no eres él y si estoy aquí contigo es porque me encuentro segura y tranquila —habló con seriedad—, tampoco debías de saber todo lo que me pasaba de puertas adentro, eras mi cuñado en aquel entonces y habría sido muy extraño contarte cosas como las que te terminé por confesar anoche —le sentenció sin ningún sentimiento en el tono de su voz.

—Lo sé y tienes toda la razón —le afirmó acunando su rostro entre las manos.

Tabatha tomó una de las manos masculinas y le depositó un beso en el centro de la palma.

—No tienes idea de lo mucho que te adoro —se sinceró con él sin sacarle la vista de encima.

Darrell se inclinó hacia el rostro femenino y sujetando con delicadeza su barbilla entre los dedos índice y pulgar, la besó.

—Eres una belleza —sonrió y sus ojos brillaron cuando la miró—, incluso en la discusión que tuvimos seguías siendo pacífica por momentos —confesó sincero.

—Tú lo has dicho —rio ante las palabras—, por momentos lo era, otras tantas me enojé contigo por la forma en cómo actuaste —emitió con seriedad pero sin estar enojada.

—Y estabas en todo tu derecho de sentirte así —manifestó con énfasis—, yo era el equivocado y terminé comportándome como un inmaduro —dijo al fin.

—Ya pasó, no quiero que te lamentes más Darrell —le expresó con cariño y volviendo a besarlo.

Tabatha llevó sus manos a los botones de la camisa de su marido y le desabotonó el primero de estos. Él se separó de ella para mirarla con fijeza a los ojos y la joven bajó la vista para aflojarle el segundo botón.

—¿Qué haces? —le cuestionó asombrado y abriendo los ojos más de lo normal.

—Creo que te das una idea de lo que estoy haciendo —le respondió con certeza.

—¿No quieres esperar un poco más? No quiero que termines arrepintiéndote —contestó con una voz casi trémula.

—¿Crees que me arrepentiré? ¿Me ves cara de que me estoy arrepintiendo de lo que ahora estoy haciendo? —formuló las dos preguntas sin darle tiempo a él a responder una de ellas.

—No te veo con cara de arrepentida —rio por lo bajo y la abrazó por la cintura.

—Pues entonces deja de pensar en eso, en todo lo demás —manifestó con acierto retomando lo que había dejado.

Darrell la besó sin más palabras que decirle de por medio, la levantó en sus brazos y caminó hacia la habitación. La acostó en el medio dela cama y continuó besándola. Él se separó un poco de su rostro y se miraron a los ojos, se sonrieron y el hombre mordisqueó la barbilla de la joven.

—¿Puedo quitarte la camisa? —preguntó con algo de pena.

El arquitecto no le dijo nada, solo se sentó sobre la cama flexionando las piernas y dejó que ella lo desnudara. Era todo incómodo pero a la vez lo quería, deseaba que el hombre que tenía frente a sus ojos la amara de verdad, porque lo necesitaba, anhelaba con todas sus fuerzas que la quisiera, que la amara.

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