Capítulo 1
Mientras los minutos pasaban, los médicos y enfermeras atendían a Tabatha y él aguardaba en la sala de espera por alguna novedad. Un policía se acercó a él para hablarle.
—¿Señor Rossdale?
—Sí.
—¿Cree que podría aportarnos algo sobre lo sucedido?
—No creo que sea momento para hablar de éstas cosas.
—¿Y su esposa?
—No es mi esposa la que está ahí dentro, es mi cuñada.
—Necesito hablar con ella.
—Le dije que no es momento para hablar de eso, no creo que quiera tampoco.
—Necesito hacerle unas preguntas.
—Mire oficial, en serio, no es momento, no se encuentra bien.
—De acuerdo, pero aunque sea, tengo que verla.
—Está bien, pero yo me quedaré con usted.
—Como quiera.
Entraron a la habitación en donde ella estaba y cerró la puerta.
—¿Qué pasó en realidad? —le preguntó el oficial.
—¿Cómo llegó usted aquí? —le preguntó Darrell.
—Fuimos llamados por disturbios en la casa por uno de los vecinos, pero cuando llegamos no encontramos a nadie.
—Pudo haberla matado, si yo no llegaba a tiempo.
—¿Quién? —preguntó el policía.
—Mi hermano, su pareja.
—Investigaré sobre él, ¿puede aportarme algunos datos sobre su hermano?
—Le daré su nombre y apellido y usted podrá averiguar lo que quiera de él.
—De acuerdo.
—¿Están casados? Habiendo hecho lo que su hermano le hizo a su mujer, ¿sabe bien que tiene que denunciarlo?
—No están casados y estoy seguro que ella lo sabe, oficial.
—Si habla, por favor, hágamelo saber —le dijo entregándole una tarjeta.
—Seguro —le dijo y éste último se fue.
Unos minutos después, Tabatha abrió los ojos. Se sentía desorientada y con sequedad en la boca.
—No te levantes —le dijo su cuñado, con amabilidad y volviéndola a poner en su lugar.
—¿Estoy en el hospital?
—Sí, has llegado bastante golpeada, no quiero presionarte pero, ha llegado un oficial.
—¿Por qué?
—Un vecino llamó a la policía y pidió hablar contigo. Tabatha, tienes que denunciarlo.
—No quiero problemas, por favor, no quiero hablar del tema —le dijo casi volviendo a llorar.
—Está bien, no te presionaré pero no es bueno esto que estás haciendo.
Tabatha ignoró lo que su cuñado le había dicho.
—Gracias, ahora puedes irte, ya estoy bien —le contestó, pero ella se tocó el lado afectado de la cara y cerró los ojos.
Palpaba la zona, sintiéndola como algo extraña. Como si no fuera de ella.
—No me iré de aquí. No estás bien, te duele.
—Quiero que te vayas, solo dile a la enfermera si puede darme más anelgésicos, pero luego te vas.
—No seas terca mujer, ¿primero me llamas y luego me echas? —le contestó con interrogación y algo molesto con ella.
—Sí, te estoy echando, fuera de aquí —le expresó apretando los dientes y con los ojos abnegados en lágrimas.
Verse así, le generaba impotencia por haber sido una cobarde en no haberse defendido como habría tenido que hacer.
—Está bien, me iré, no me llames luego para avisarme que te está por matar —le respondió, escupiendo las palabras con ferocidad.
Darrell salió de la sala serio y molesto y, ella volvió a apoyar su cabeza sobre la almohada, lloró en silencio porque tarde se dio cuenta de que su vida era un desastre. Se sintió fracasada como mujer por dejarse golpear por su pareja.
Una semana después, el oficial le quiso hacer algunas preguntas y Tabatha no respondió a ninguna de las mismas, no quería problemas y tampoco iba a denunciarlo.
—Merece ser encerrado, por las cosas que hizo.
—No diré nada, no lo denunciaré.
—Está cometiendo un error.
—Quizás, pero si lo denuncio, comenzaré a recordar todo y aunque lo haga, quiero tratar de olvidarme.
El oficial, la miró y bajó la vista a la libreta que tenía en sus manos, la cerró, la guardó y volvió a hablarle:
—Con su permiso, me retiro.
El policía, no tuvo ninguna otra opción más que salir de allí.
El día del alta, su madre la ayudó a vestirse y a estar con ella en todo momento. Apenas firmó el alta la joven, salieron juntas del hospital y volvió a ver a Darrell en la entrada del hospital, las estaba esperando apoyado contra la camioneta.
—No tenía a quién llamar, él fue el único disponible y aparte, no le he tenido que insistir —le dijo su madre, mirándola.
—Prefería tomarme un taxi, he discutido con él y no tenías que haberlo llamado.
—Sin discusiones, Tabatha —le dijo su madre y él se acercó.
—Hola, Tabatha.
—Hola, Darrell —le dijo.
—¿Cómo estás?
—Reponiéndome, ¿y tú?
—Bien, ¿me permites?
—Sí, gracias —le dijo dándole su bolso.
El hombre la ayudó a subir al asiento del acompañante y su madre fue atrás. Llegaron poco tiempo después y tanto su madre como él la ayudaron a bajar de la camioneta. Les dio las gracias y, les pidió que se fueran ambos.
—No te dejaré sola, Tabatha, no seas cabeza dura —le contestó su madre.
—En serio, por favor, no quiero que te quedes conmigo.
—No chistes, me quedaré y se acabó.
—Eres una pesada, ¿lo sabías?
Entraron a la casa y Darrell dejó el bolso sobre uno de los sillones. Tabatha ni siquiera les dijo algo y entró a la habitación. La recámara había quedado como la recordaba. Mientras ella estaba dentro, Darrell aprovechó en hablar con la madre de la joven.
—El oficial que estuvo estos días en el hospital, me contó que al parecer Evan está prófugo, en verdad no sé lo que ha pasado entre ellos pero creo que no puede seguir suelto aunque sea mi hermano.
—Agradezco tu preocupación por ella, Darrell.
—Lo hago porque quiero.
Por otro lado, la joven abrió el ropero y se encontró con las perchas vacías, se sentó y lloró ante la sensación de sentirse abandonada y abatida.
Dentro de la cocina, a ambos les preocupó el hecho de que Tabatha aún no se presentaba, por lo que su madre fue a revisar de que todo estuviera bien. La vio sentada en el borde de la cama y se sentó a su lado también.
—¿Me puedes decir lo que te está pasando?
—Evan se fue de la casa.
—Era obvio, ¿o no?
—No lo sé, no pensé que se fuera.
—¿Qué piensas hacer ahora?
—Acomodarme, pensar muchas cosas.
—¿Hace cuánto que te golpeaba?
—Mamá, no quiero hablar del tema.
—Pero tendrás que hacerlo, tarde o temprano, ese oficial que viste, necesita saber lo que pasó hace una semana atrás.
—No levantaré cargos contra él, es el hermano de mi cuñado, no puedo hacer eso.
—Darrell desde hace una semana, acaba de ser tu excuñado y deberías de hacerlo.
—Es en vano, me abandonó, mamá —le respondió, y esquivó lo primero que su madre le había dicho con respecto a Darrell y la posición que ya no tenía en la escala familiar.
—Por tu seguridad debes denunciarlo, no quiero que te ponga una mano más encima ese cretino de Evan —le gritó en desesperación, al ver a su hija de aquella manera.
—¿Qué gano con denunciarlo? No quiero más problemas de los que ya tengo encima, empezarán a preguntar más y más cosas y no quiero contarlas.
—Está bien, Tabatha, te dejaré tranquila, por el momento —le contestó seria y levantándose.
—Mamá —le respondió alzando la vista y mirándola a los ojos—, en serio, no quiero que te quedes conmigo, tienes que atender tu negocio.
—Está Lizzy para eso también.
Al ver que su madre no iba a cambiar de opinión, suspiró y dejó que hiciera lo que quisiera.
—Necesito dormir un poco, por favor.
—Lo entiendo —le expresó, tocando su cabello y dándole un beso en la frente.
Su madre salió de la habitación y ella se descalzó, se sacó el abrigo y se acostó arriba de la cama sin desarmarla y, hasta que se pudo dormir, recordó todas las cosas que le había hecho Evan. Su madre, caminó por el pasillo hacia la cocina, dejando a su hija a solas para que descansara debidamente, fue hacia la cocina y se quedó charlando un poco más con Darrell.
—Tu hermano se ha ido de la casa —le dijo y él dejó a mitad de su boca, la pequeña botella de cerveza que estaba bebiendo.
—No puedo creer que Evan haya hecho una cosa así —expresó frunciendo el ceño y mirando con atención la botella.
—Tampoco yo puedo creer que tu hermano haya sido capaz de golpearla, tu hermano es un monstruo.
—Hace una semana atrás me llamó desesperada a mi teléfono móvil pidiéndome que la vaya a buscar, Evan se había vuelto loco y, la amenazó con un revólver también.
—¿Intentó matarla? —le preguntó sorprendida y sin haberse esperado esa confesión.
—Eso parece, no sé que carajo se le cruzó por la cabeza a Evan aquella noche, cuando llegué... —le dijo, pero se percató de que no podía contarle más cosas y sus ojos se ensombrecieron de angustia.
—Cuando llegaste a la casa, ¿qué, Darrell? Si ella no me lo cuenta, tú tendrás que decírmelo.
—Cuando llegué, Evan estaba intentando violarla, lo saqué del medio, lo golpeé y me la llevé al hospital más cercano.
—No puede ser —le dijo sentándose en uno de los taburetes y llorando desconsoladamente—, necesito que me hagas un favor, te lo suplico, Darrell.
—¿Qué quieres Uma?
—Que la cuides, eso mismo quiero, no te pido que la vengas a ver todos los días, pero aunque sea una vez por medio, la veo desorientada y sin ganas de nada, aunque seas el hermano de esa basura, supe siempre diferenciar entre ambos hermanos, Evan nunca me gustó para Tabatha, pero ella era muy feliz con él, no sé cuándo comenzó a ser tan malo con ella.
—La tendré vigilada, pero Tabatha no es más una nena, Uma.
—Lo sé, lo sé, pero fuíste su cuñado y sé cómo has sido siempre con ella y, mi hija contigo también.
—Está bien, lo haré.
—Te lo agradezco.
Darrell terminó la pequeña botella de cerveza y se retiró de la casa, pidiéndole a Uma que si necesitaba algo, solo tenía que llamar.
Dos días después, Tabatha decidió levantarse de la cama y comenzar a despejarse la mente, fue a la cocina y vio una nota sobre la encimera, la leyó y miró las cosas que había dentro de la bolsa, había comida china. Alguien llamó a la casa y atendió.
—¿Diga?
—¿Señora Rossdale? Llamamos de la hipotecaria, tiene deudas atrasadas, si no se pone al día, tendremos que desalojarlos.
—Por favor, necesito unos días y me pondré al día, por favor.
—El mes pasado dijo lo mismo señora y las deudas corren, no haga que los desalojen.
—Lo sé, sé que tengo que pagar las deudas, pero necesito un poco más de tiempo, por favor.
—Dentro de unos días más volveré a llamar.
—Se lo agradezco, en cuanto tenga el dinero, le aseguro que pagaré las deudas.
—Eso espero, señora Rossdale —le dijo y cortó la llamada.
Tabatha se dispuso a comer, sacando un plato de la alacena y un tenedor, junto con un vaso y gaseosa. Mientras almorzaba, llamó a su madre. Necesitaba juntar dinero de cualquier lado para pagar la hipoteca.
—Hola, mamá.
—Hola, Tabatha, ¿cómo te encuentras?
—Supongo que bien.
—¿Cómo van las heridas?
—Duelen un poco, pero están bien, necesito trabajar, ¿puedes meterme en la peluquería?
—Tabatha, ¿en serio quieres trabajar?
—Sí, Evan no me dejaba, pero realmente necesito despejarme —le contestó sin decirle sobre la falta de dinero que tenía encima para poder pagar la hipoteca.
—De acuerdo, ¿quieres algo en especial?
—Lo que sea, incluso si quieres ponme para lavar el cabello o fregar los pisos, cualquier cosa, pero en serio lo necesito, mamá.
—Ven ahora si quieres.
—Está bien, veré qué puedo hacerle a mi rostro y estaré en unos momentos allí. Gracias.
—Nena, no tienes que agradecerme nada, estoy contenta de saber que quieras despejarte, en serio, lo necesitas y mucho.
—Sí, lo sé, en un rato te veo.
—Hasta luego —le dijo su madre y ambas cortaron las llamadas.
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