Cinco
«Lady Pequeña ha crecido un metro»
Tres días después, en el baile que ofrecía el conde de Corby, James abrió sus ojos hasta que salieron de sus cuencas, impactado por lo que divisaba desde su pequeño grupo de conversación.
Lady Althea se dirigía hacia su madre, erguida y a paso decidido. Cuando llegó frente a ella, le dedicó una respetuosa reverencia, la que era recibida por una altanera inclinación de cabeza. Acto continuo, la pequeña impertinente deslenguada se atrevió a avanzar un poco más y entabló una conversación.
Notó que su madre inclinaba su cabeza con… ¿Eso era interés?, cuando lady Althea sacaba de su retículo un papel, el cual procedió a exhibir.
James logró leer que los labios de Althea articulaban un:
―Esto es lo que logré entender… ¿Estoy en lo correcto?
Para su absoluta sorpresa, Julia asintió y señaló algunas partes con una inesperada paciencia, como si estuviera corrigiendo a una estudiante aplicada.
Tras unos segundos con el ceño fruncido, Julia señaló con el dedo algunas partes y parecía explicar otras, mientras que Althea asentía con emoción y tomaba notas sobre el mismo papel con un pequeño lápiz, el mismo que usaban las damas para anotar sus bailes.
Entre ambas mujeres parecía haber respeto, complicidad y entusiasmo. No obstante, para el conde fueron los cinco minutos más largos y angustiantes de su vida. Ya veía que su madre hacía gala de su talento para infligir humillación con su lengua viperina…
Aunque tampoco se imaginaba a lady Althea retrocediendo ante un ataque verbal.
De reojo notó que lady Tisbury, con una expresión horrorizada, se abría paso entre las personas y se dirigía hacia su hija, quien le sonreía a Julia y le brindaba una reverencia final.
Julia volvía a asentir con elegancia.
Lady Tisbury tomó del brazo a su hija. La dama parecía un ratoncillo asustado mientras intercambiaba algunas aparentes palabras de cortesía. Se despidieron con sendas genuflexiones y luego lady Tisbury se llevaba a lady Althea casi a tirones.
James carraspeó, torció una sonrisa y ofreció una excusa a sus contertulios:
―Si me disculpan, caballeros, debo atender un asunto urgente.
Discreto, siguió a ambas mujeres que se dirigían a un rincón, lejos de las miradas intrusas. Se parapetaron detrás de una ancha columna de mármol y una gran planta ornamental.
James no pudo evitar pensar que la planta ocultaba en su totalidad a lady Althea, y daba la cómica impresión de que lady Tisbury reprendía a un tupido arbusto de jazmín.
Se acercó lo suficiente para poder ver y escuchar a lady Tisbury que decía:
―Dámelo, Althea… ―En las manos de lady Tisbury apareció un papel―. ¿Qué demonios es esto?
La voz de la joven titubeó, algo raro en ella, y repuso:
―Lo que le comenté hace unos días.
Lady Tisbury soltó un resoplido y su ceño se contrajo como un nudo entre sus cejas e interpeló:
―¿Y te atreviste a importunar a lady Wexford por esto? ¿No te basta con que te mencionen todas las semanas en ese horrible pasquín? ¿Hasta cuando pretendes ser el hazmerreír de todo Londres?
Silencio… No por mucho tiempo… Lady Althea replicó con ese tono conocido para él, cuando ella atisbaba su vulnerabilidad.
―Ya estoy acostumbrada, madre. ―rectificó su tono y sonó más desenfadada al agregar―: Tómelo por el lado amable, si me mencionan lo suficiente, capturaré la atención de otra persona que no sea lord Feti… Durrington
―Solo lograrás arruinar más tu reputación por esto. ¡Entiéndelo, hija! Esto no es un juego, es la vida, es la realidad, nuestra realidad. ―Lady Tisbury arrugó el papel hasta convertirlo en una triste y deforme pelota que empuñó con fuerza―. ¡Aaaaah, por Dios! ¡Althea, piensa! Hasta el momento solo tienes un prospecto y estás desaprovechando todas tus oportunidades para que él se anime de una vez por todas y te corteje formalmente. Lord Durrington se va a aburrir de ti si sigues eludiéndolo.
James pensó que esa noche lady Althea había tenido suerte, lord Durrington se había retirado temprano del baile. El rumor decía que el salmón le sentó fatal y estuvo encerrado en el servicio de caballeros más del tiempo normal.
Y su fetidez fue más ofensiva de lo normal.
La interrogante de lady Tisbury lo trajo de vuelta al momento.
―¿Alguien te ha invitado a bailar?
James apenas escuchó un:
―No…
―¿Ves? Si tienes algo de inteligencia, deja de llamar la atención de esa manera. El marqués se fue temprano y sin invitarte, es una pésima señal. Eres una dama, por todos los cielos. ―Lanzó el papel al suelo y Althea jadeó―. ¡Compórtate como tal!
Lady Tisbury se alejó a paso airado. James notó que la mano de Althea recogía el papel con sus deditos temblorosos.
Sin pensarlo demasiado fue hacia ese rincón. Necesitaba saber si lady Althea estaba bien.
La encontró aferrándose al papel arrugado, apretándolo contra su pecho. Con los ojos cerrados, ella inspiraba por la nariz y espiraba por la boca. Lo hacía largo y profundo, una y otra vez.
James domó el incipiente pero intenso deseo de abrazarla y darle una pizca de consuelo. En vez de ello hizo lo mismo que ella, inspiró y espiró hondo y pausado un par de veces antes de decir en voz baja:
―¿Le puedo ayudar en algo, milady?
Althea abrió los ojos y suspiró, cansada. Lord Wexford parecía tener la inquietante afición de escuchar las discusiones que tenía con su madre. Enderezo su espalda y respondió con dignidad:
―Solo me puede ayudar si cumple con lo que me prometió. ―Con un movimiento brusco le ofreció el papel arrugado, el cual temblaba ligero.
James lo tomó y leyó.
El papel contenía las palabras que él le había dicho en español, cuidadosamente anotadas con una caligrafía pequeña y ordenada. Bajo esas palabras, Althea había escrito posibles significados, y junto a ellos, preguntas y dudas. Era como si hubiera convertido su desafío en una tarea escolar.
Una sonrisa se asomó en sus varoniles labios. Se sintió contento, complacido. ¡La dama se había atrevido a ir con su madre para resolver el enigma! ¡Pero qué descarada y osada!
O suicida…
¡Le encantaba! ¡Estaba decidido, no había duda ella era la mejor elección!
Intentó ponerse serio, dobló el papel y se lo guardó en la levita, pensó en que lo enmarcaría para la posteridad. Se aclaró la garganta y se propuso ser lo más solemne posible para preguntar:
―¿Le parece que este es un lugar apropiado para declararme y hacerle una propuesta?
―Ya escuchó a mi madre. Tengo que aprovechar todas mis oportunidades, este rincón es tan bueno como cualquier otro… A menos que usted sea un hombre que no honre sus promesas.
James se llevó la mano al pecho e hizo una leve inclinación antes de sentenciar:
―A partir de hoy no dudará jamás de mi honor… ―Plantó una rodilla en el suelo, tomó una mano de Althea y dijo―: Lady Pequeña Impertinente y Deslenguada, ¿me haría el inmenso honor de ser mi esposa?
Althea entreabrió la boca. Fue muy consciente del calor que le transmitía él a través del guante. Sus latidos se dispararon, podía ser un sueño y para cerciorarse, preguntó con desconfianza:
―¿Está hablando en serio?
―Como jamás en mi vida, milady ―respondió James con convicción. Y al terminar de decir esas palabras, sintió que todo en su lugar, que no se arrepentiría nunca de cometer esa locura. Su pulso se aceleró ante la expectativa de iniciar su vida junto a esa singular dama. Sabía que lo que estaba haciendo era algo inesperado en él y, por eso mismo, se sintió que así debía ser. Nunca antes había estado tan seguro de algo. Lady Althea era la respuesta a su dilema, despertaba en él una ilusión que no había experimentado con otra mujer.
―En ese caso, acepto.
James, solo por asegurarse de que todo era real, y por qué no, también con un poquito de miedo, preguntó:
―¿Está hablando en serio?
―Como jamás en mi vida, milord.
James besó la mano de Althea y se levantó con una sonrisa.
Althea todavía sentía el toque de James que traspasó el guante y llegó a su piel. De pronto sintió que algo se destrozaba y reconstruía a la vez. Tenía la certeza de que él la estaba viendo como lo que era, no como lo que debía ser; una persona con sueños, expectativas y sentimientos, que su valor no radicaba en su juventud, capacidad reproductora o una dote.
Le sonrió a James, feliz. A él no se le borraba la sonrisa, se veía más joven y abierto. Más él.
―Me ha pillado desprevenido, no tengo ningún obsequio de compromiso… ―Miró de reojo los aromáticos jazmines y cortó una flor. Se acercó un poco más a ella y sintió un delicioso aroma floral, lavanda tal vez. Con cuidado ornamentó con el jazmín el sencillo recogido de Althea y probó lo suaves que eran esos cabellos negros―. Esto servirá de momento.
Althea sonreía. Todo su cuerpo temblaba. Logró percibir el aroma de James. Era cierto, olía a bergamota y menta.
―Todo obsequio es bien recibido. ―Acarició el jazmín con cuidado, necesitaba tocarlo, sentir que sí estaba despierta―. Es la primera vez que me regalan flores. La guardaré para siempre, será mi tesoro más preciado.
James asintió. Eso le gustaba de Althea, su forma de ser era genuina.
―Mañana en la mañana iré a su casa a pedir su mano… No se arrepienta.
Althea negó con la cabeza y aseveró, vehemente:
―No me arrepentiré.
James notó que la orquesta había terminado de ejecutar una cuadrilla. Según el programa, el baile que seguía era ideal para celebrar su compromiso y pidió:
―¿Me concede el siguiente baile, querida? A menos que el vals sea demasiado atrevido para usted. El anfitrión es un libertino que le encanta escandalizar a la aristocracia.
Althea alzó su barbilla y le ofreció su mano.
―Estoy a punto de cumplir veintitrés, solo las debutantes se escandalizan con ese baile. Además, usted es mi prometido, tiene derecho a tomarse algunas libertades.
James tomó su mano, la besó y la guio para que se aferrara a su brazo. Lady Althea era tan pequeña, pero no había un ápice de fragilidad en ella.
Salieron de su escondite y se mostraron a la luz.
A medida que avanzaban, los murmullos se alzaban a sus espaldas en una cacofonía morbosa e incrédula. Tan dispar e impensable, así era la pareja que se acercaba a la pista de baile. Algunas damas se cubrían la boca con los abanicos para poder susurrar a gusto. Los caballeros entrecerraban los ojos, como si trataran de descifrar el enigma que era esa extraña pareja. James ignoró todas las miradas; su mundo se reducía a la pequeña mujer a su lado.
Bueno, quizás no ignoró todas las miradas. Dos en especial capturaron su fugaz atención. Sonrió con arrogancia al notar la expresión de impacto de la madre de Althea. Y su satisfacción aumentó al ver la manifiesta estupefacción de Julia. Aquella satisfacción no tenía precio.
Miró de soslayo a Althea, en su rostro también danzaba la arrogancia en su sonrisa. Se situaron al centro de la pista de baile y James dijo:
―Disfrute el momento, querida. Su madre tendrá que comerse todas sus palabras ―susurró James, sintiendo en el aire una inusitada complicidad.
―Lo mismo digo. Su madre nunca más desestimará una amenaza suya.
Los primeros pasos de ese baile no estuvieron exentos de dificultad. La diferencia de estaturas hizo que James tuviera que improvisar la coreografía, saltándose la parte en la que sus brazos se alzaban para tocar la punta de sus dedos. Solo se limitó a recibirla entre sus brazos, afianzando su mano en la espalda de Althea, mientras ella se aferraba a su brazo ―porque no alcanzaba su hombro sin empinarse―. Sus manos libres se tomaron.
La orquesta comenzó a ejecutar The Sussex Waltz. La dulzura de la melodía los envolvió y empezaron a bailar. Althea, muy consciente de lo minúscula que se veía al lado de James, sintió que la cara le ardía. Con suerte le llegaba al pecho de su prometido.
―Y yo que pensaba que usted no conocía la timidez ―bromeó James.
―Es diferente bailar que conversar ―admitió Althea.
―Solo míreme, querida. Ahora solo tengo ojos para usted y nadie más. No se moleste en pensar cómo la ven los demás, será la futura condesa de Wexford, que no se le olvide.
―Y usted, ¿cómo me ve? ―indagó. Quería… necesitaba saber más cómo funcionaba la mente del hombre al que le entregaría su vida.
«Y mi virtud». Althea tragó saliva.
A James no le costó definirla. Todos los días invadía su mente y recordaba sus conversaciones, sus desafíos… Esos hermosos y vivaces ojos verdes.
―La veo como la mujer más decidida e inteligente de todas las que están aquí. Valiente, determinada. Estoy seguro de que nuestra unión será más que exitosa.
Althea asintió, conforme con la respuesta, y añadió:
―También lo creo. Usted y yo hacemos una buena pareja. Espero que perdure en el tiempo.
Se centró en los ojos de James y esa picardía que dejaba entrever. Se preguntó por qué él no la intimidaba. Las otras damas solían criticar su tamaño, su aspecto, el temor que infundía su semblante severo, su voz profunda y su arrogancia
O tal vez ella estaba tan desesperada por huir de lord Durrington, que todos esos defectos que se suponía que él tenía, dejaron de tener importancia.
Su mente revoloteaba como un enjambre de abejas. Pese a que no había palabras de amor, sí se estaba gestando entre ellos algo más profundo: respeto y admiración mutua, y la promesa de construir algo juntos. Y eso, en este momento, era más que suficiente.
Quizás con el tiempo… Tenía esperanza de sentir afecto por James y ser correspondida.
De hecho, ya sentía algo parecido. Un sentimiento cálido que se derramaba en su pecho y lo aceleraba a una velocidad peligrosa.
La voz de él la trajo de vuelta al momento.
―Y usted, ¿cómo me ve, querida?
―Un hombre que es amable, considerado…
―¿Canalla, pirata ?
Althea rio.
―No, nada de eso, solo mordaz. Muy diferente a los otros caballeros, debo admitir. Usa su arrogancia para desafiarme, no para humillarme. Es extraño, a usted no le molesta cuando me pongo a su altura.
―Y eso es muy difícil para usted, ¿no?, lady Pequeña. ―Y arqueó su ceja.
―En sentido figurado, lord Gigante.
―Por eso me gusta, acaba de crecer un metro.
Y siguieron bailando. James guiaba a Althea acoplándose a sus pequeños pasos y, de vez en cuando, sus piernas rozaban el vestido. Era en esos momentos en que ambos eran conscientes de que esa distancia se reduciría más y más en el futuro.
Llegarían a ser uno…
Entretanto, Julia compuso su expresión y procuró mantener su habitual altivez, mas sus ojos, entrecerrados y brillantes, la delataban. Su mente, siempre tan aguda, calculaba los pros y los contras de lo que acababa de presenciar. ¿Acaso había subestimado a esa pequeña damita vivaracha? ¿O se trataba de alguna ridícula venganza por parte de su hijo?
Por su parte, Abigail parecía a punto de desmayarse. Con cada giro de su hija en los brazos del conde, su rostro palidecía más, como si estuviera viendo el futuro de Althea escapándosele de las manos. Si lord Durrington se enteraba de que su hija puso su atención en otro, de seguro la descartaría. No creía que lord Wexford fuera en serio, para él debía ser solo un baile sin importancia.
Tras unos minutos, el vals dejó de vibrar en el aire. Althea sintió que algo dentro de ella había cambiado para siempre. Por primera vez, no se sentía como una dama relegada a las sombras, esperando a que alguien la viera; estaba en el centro de la luz, y no lo cambiaría por nada. Lamentó que hubiera terminado ese vals. Si hubiera sido por ella, habría bailado toda la noche con su prometido.
Por su parte, James no sintió el paso del tiempo, quería que durara más ese encuentro, no era suficiente para él.
Por primera vez en mucho tiempo, ellos se habían divertido en un baile. Sendas sonrisas adornaban sus rostros. Sí, ese era el comienzo de su futuro juntos.
James tomó su mano y se la besó para luego pedir:
―Lléveme con su madre para solicitarle permiso de visitarla mañana, querida.
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