Una promesa bajo el hielo
Un nervioso Enoc volvió a mirar el camino por donde vino minutos antes, con temor de haber dejado algún rastro que pudieran seguir para encontrarlo. Cuando comprobó que todo estaba en orden, se acercó a una piedra congelada escondida tras unos rosales y con la mano sobre ella, recitó:
«Initus proponendum est quia hoc modo volo».
La piedra se movió y, ante el elfo, un pasadizo secreto quedó a la vista mientras una hilera de antorchas se encendían, revelando el camino hacia un palacio subterráneo oculto bajo una montaña de hielo, que se convirtió en su escondite especial tan pronto como descubrió que su energía no podía ser detectada dentro de él.
Enoc caminó por el pasillo tratando de ocultar su emoción, pero le fue imposible hacerlo al saber que ese día vería de nuevo a Azad, el demonio que conoció varios milenios atrás y que se convirtió en su mejor amigo luego de haberse llevado mal al principio.
No se habían visto en dos décadas porque los peligros acechaban a Alfheim, el hogar de los elfos. Dejar su tierra se convirtió en algo imposible con tantos enfrentamientos efectuándose a su alrededor, pero ese día, por fin, podría volver a verlo.
El solsticio de invierno había llegado y con él llegaba también la celebración del Concilio de los ocultos, el único día del año en el que todas las criaturas de diversas especies podían salir con mayor libertad y sin tantas restricciones.
El día en que finalmente vería a la única criatura con la que quería encontrarse.
El elfo llegó al palacio y, tras recitar otro encantamiento, entró a sus aposentos, mientras respiraba el mágico aire invernal que siempre abundaba en esa época. Organizó todo a su alrededor y después de lo que parecieron horas estando completamente aburrido, comenzó un tarareo que luego se convirtió en un hermoso canto que resonó por todo el palacio.
Sin darse cuenta, sus pies comenzaron a seguir el ritmo de la música y pronto se encontró bailando al son de la melodía, sin embargo, unas manos se posaron en su cintura con delicadeza, deteniendo el movimiento y haciéndole sobresaltar en su lugar.
Al mirar sobre su hombro, encontró al musculoso demonio gris con sus característicos cuernos negros y esa sonrisa seductora llena de colmillos que le parecía tan encantadora; sus pupilas rojas tenían un destello de emoción que le fue contagiado al verle frente a él.
—¡Azad! —El elfo se dio la vuelta y abrazó al alto demonio con todas sus fuerzas, sintiéndose pleno en sus brazos—. No sabes cuánto te extrañé.
—Yo también te extrañé, Eny —susurró sobre su cuello, haciéndole estremecer.
A regañadientes, el demonio se alejó de su amigo —fastidiado de tener que dejar atrás el adictivo olor a tierra mojada y avellanas que siempre lo acompañaba—, y le dio una rápida inspección para ver los cambios que atravesó el elfo en el tiempo que estuvieron sin verse.
Enoc se veía tan hermoso como recordaba. Su esbelta figura estaba cubierta por esas finas ropas que se ajustaban a la perfección a su torneado cuerpo. Su sedoso cabello rubio caía por su espalda, más abajo de su cintura; sus ojos dorados brillaban con algo desconocido y su encantadora sonrisa calentó el corazón de Azad, como en cada ocasión que le veía.
Pero, por alguna razón, el elfo se veía más deslumbrante que nunca ante sus ojos.
—Tenemos mucho de qué hablar —afirmó el demonio, dándole un último vistazo—, pero primero cuéntame cómo ha ido todo en tu vida. —Agarró su mano con delicadeza y los condujo hasta el sillón que estaba allí, luego tomó asiento con Enoc sentado a en su regazo como solían hacer cuando se encontraban.
—Estaría mejor si pudiera verte todos los días —admitió el elfo, aferrándose al pecho del demonio—, pero es complicado salir, Azad —dijo con pesar—. Alfheim cada día es más inseguro, hay guerras entre los ljósálfar (elfos luminosos) y svartálfar (elfos oscuros), y tantas muertes registradas que estoy asustado.
El demonio se quedó en silencio, sin saber cómo responder a eso. También estaba preocupado, no quería que Enoc viviera en un ambiente tan turbio. Pensó en alguna solución mientras acariciaba su espalda y luego comprendió que las cosas podrían resolverse si confesara los sentimientos que tenía guardados.
El corazón de Azad se aceleró y sus manos comenzaron a sudar cuando notó que luego de dos milenios al fin sería completamente honesto con Enoc.
—Enoc, hay algo que nunca te he dicho... —Su boca se secó por el nerviosismo—. Desde aquella vez que luchamos juntos para derrotar al minotauro, estoy enamorado de ti —confesó, sorprendiendo al elfo—, y... no lo sé, tal vez puedas venir conmigo y vivir a mi lado.
El elfo jadeó emocionado.
—Yo también te amo, Azad. —Un rubor intenso cubrió sus mejillas e incluso sus orejas puntiagudas se movieron con emoción. No obstante, su rostro decayó al recordar que las cosas no eran tan simples—. Pero no puedo huir de mis problemas. Es mi gente la que se está enfrentando y no puedo irme a ser feliz contigo mientras las guerras continúan.
Lágrimas comenzaron a caer de los ojos de Enoc, haciendo que Azad tomara sus mejillas mojadas para consolarle. Luego de acariciarle y mirarle con dulzura por unos segundos, juntó sus labios en un beso suave que hizo palpitar con emoción el corazón de ambos.
Algo que habían esperado por milenios.
El beso continuó, junto a las lágrimas de tristeza que ambos compartieron por su situación tan lamentable. Pero al separarse, Azad juntó sus frentes y con una sonrisa tranquilizadora en sus labios, dijo:
—No llores, Enoc. —Secó sus lágrimas con dulzura—. No importa cuánto tiempo tardemos en lograrlo, te prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para que vivamos juntos y seamos felices.
Ambas criaturas compartieron sonrisas a juego y sellaron esa promesa bajo el hielo con otro beso, que no fue el último de la noche.
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