El bueno y El malo
Era de las pocas veces que lo veía usar aquella marca demoníaca, y por lo regular era cuando sentía el verdadero peligro. El señor Meliodas no solo era la cabeza del grupo, se mostraba tal como un verdadero líder: sin temor, decidido, flexible, audaz y, sobre todo protector con sus compañeros.
Pocas veces mostraba su debilidad, pero en estos casos era necesario, aunque asustara a sus camaradas, debía hacer uso de un poco de aquel poder demoniaco para sacarlos del lio. Sin embargo, aquello no la asustaba, para su confusión, un extraño palpitar en su corazón le hizo sentir única en la vida de Meliodas, pues ¿Quién no lo haría al ver que luchaba por protegerte?, desataba su ira al mínimo roce que ella recibiera y, sobre todas las cosas que lo hacían un vil ente del purgatorio, ese pecado moría por ella, aunque no lo supiera.
¿Qué estaba mal?, ¿Qué era lo que la tenía dudando? Quizás el hecho de contradecirse constantemente, es decir cuando alzaba la voz para decir que no dejaría que nada la dañara, que esa torpe princesa era lo que necesitaba para vivir día con día, ¿para qué? solo disfrutaba de burlarse de ella en la manera en que la tocaba desvergonzada frente a todos sin que no pueda hacer algo para impedirlo. Incluso había ocasiones en las que ella se sentía como una broma, a veces se arrepentía de tomar la decisión de continuar el viaje con los pecados, sin embargo, su deseo por seguir con él era aún más fuerte, ¿por qué esa cercanía? ¿por qué esa familiaridad tan extraña y prolongada? Sabía que convivió con él desde niña, pero no era un vínculo tan recordado o fuerte como para que se sintiera así, ¿o si?
Quizás solo lo amaba demasiado, amor que le hacían recordar momentos jamás vividos.
—Elizabeth...— volteo a ver sin ánimos al porcino en estado de alerta, pues ese campo de batalla contra los peones de los demonios seguía en pie, muy cerca de ellos para ser precisos —¡Elizabeth, debemos irnos ahora!
Quizás seguía adormilada, quizás estaba cansada de pensar tanto en el rubio que ahora estaba siendo contantemente atacado, el hecho era que no estaba con ánimos de huir, como si estuviese acostumbrada a la muerte. Volteo a ver a su amiga castaña, el rey de las hadas trataba de mantenerla a salvo pese a sus propias lesiones y los jadeos que indicaban su pronta derrota. No se detuvo a pensar.
—Debo ayudar a Diane— contrario a lo que el líder había pedido, ella se adentró a la zona para comenzar a tratar las heridas de ambos integrantes a pesar de las suplicas del porcino.
—No, espera... ¡¡Hek!!— chilló, pues un ataque mando a volar el suelo que sus pesuñas pisaban.
—¡Hawk!, te dije que te llevaras a Elizabeth de aquí— reclamó el de ojos verdes tratando de no perder de vista a su contrincante a la vez que supervisaba que nada atacara a la princesa —Maldición— gruño entre dientes.
—¡Diane, ya estoy aquí!— alzó ambas manos a la gigante desmayada para comenzar su labor de curación —Solo aguanta un poco, en un momento estarás mejor— pequeñas luces resplandecientes aparecieron en las heridas del cuerpo de la misma, comenzando a sanar rápidamente a la vez que recobraba la conciencia rápidamente.
—¿Elizabeth?— se sorprendió al verla atender ahora las heridas del rey hada —Debes irte, no es un lugar para una princesa— estiro su adolorido cuerpo observando la persecución con el resto de los pecados.
—Es lo mínimo que puedo hacer por ustedes— sonrío levemente al verla recobrar su compostura. Sus fuerzas nuevamente habían vuelto, podría ayudar pese a los reclamos de King que insistía en que debía descansar.
—Gracias princesa Elizabeth— añadió el oso de la pereza antes de impulsarse en defensa de su amada gigante.
La doncella los observo pelear juntos una vez recuperados, sonriendo con una sonrisa de envidia a la pareja ¿por qué ella no podía hacer lo mismo? Simples manos de una monarca mortal, que tanto podría hacer. Solo ser rescatada.
—¡Kya!— unas fuertes manos la cargaron al estilo nupcial. No era su rubio, lo sabía por la manera tan lejana y respetuosa en que la tomaba del cuerpo protectoramente mientras corría.
—Lo siento, princesa— enuncio cantarín el zorro de la codicia corriendo a dirección opuesta a la batalla —Pero son órdenes del capitán. Lamentaría que se desquite con nosotros si a usted le pasa algo— la ojizarca volteo sobre su hombro, alejándose cada vez más del más del lugar. Como siempre, él velaba por su seguridad; se sintió aún más inútil.
Lo último que alcanzo a percibir fue aquellos ojos negros llenos de maldad y esa determinación sanguinaria a la hora de la lucha. Sin duda, un vil demonio.
[...]
Ban termino regresándola al bar que se encontraba fácilmente a unos cuantos kilómetros del lugar de batalla, dejándola en la soledad de la taberna con olor a pino y cerveza. No dudo en buscar al escurridizo cerdito que salió despavorido después que fue atacado por su terquedad; ahora se encontraba algo preocupada, pues su compañero y amigo porcino no aparecía por ningún lado del establecimiento. La culpa la atormento.
—Hawk, ¿estás aquí?— buscó por las habitaciones, el almacén, los alrededores. No estaba en ningún lugar —Diosas, espero que este bien— mordió su labio inferior con nerviosismo.
Resignada dejó el aire escapar de sus labios y comenzó a limpiar el lugar, era lo más que podía hacer para recibir con agradecimiento al capitán. En realidad, no había mucho que hacer más que sacudir algunas mesas y acomodar algunas botellas en el almacén, gran cosa.
Bostezó por cuarta vez consecutiva, realmente estaba cansada, pero el lugar deslumbraba más decente sin esa basura en el suelo y los bancos bien acomodados. Suspiro nuevamente.
Durante estos días donde sus sueños se vieron invadidos eróticamente por el rubio, un miedo a cerrar los ojos la amenazo desde entonces. Temía verse descubierta mientras dormía, temía que él se diera cuenta y simplemente se burlara , aun que sabía que no sería capaz de hacerlo, su temor era más grande.
—¿Por qué?— recrimino para sí misma. Estaba exhausta física y emocionalmente, quizás podría aprovechar ese momento a solar para tomar un pequeño descanso, después de todo no creía que en ese instante los pecados terminarán de derrotar a los demonios, mucho menos que algún cliente llegara, la presencia de los demonios habrá ahuyentado a los pueblerinos cerca de la zona.
Solo se aseguró de dejar todo en orden y adentrarse a la habitación que compartía con el rubio. Se despojo de los zapatos y se adentró en las sábanas justo donde el líder dormía, al menos su aroma a bosque la relajaría lo suficiente como para conciliar el sueño.
[...]
—¿Señor Meliodas?— su mirada era fría y serena mientras se mantenía recargado en la pared de la habitación. Sus verdes brillaban con violencia silenciosa, en ningún momento se despegaba de ella, ni siquiera parpadeaba.
Desde hace un tiempo despertó, encontrándose en un ligero manto de oscuridad que privaba de una vista completa del capitán. Lo escucho moverse alrededor con esa aura serena y preocupada hasta detenerse tan cerca de ella.
—Te dije que no te acercaras, pudo ser peligroso— contrario a lo que su rostro mostraba, su voz era amable y preocupada a pesar de la gravedad en su tono.
—Y-Yo lo siento, no podía dejar sola a Diane— bajó su mirada ocultándose del pecado frente a ella. Meliodas soltó una risa silenciosa.
—Has actuado un poco raro estos días, Elizabeth. No duermes bien, a cada rato te cansas como si algo te mantuviera despierta aun si duermes— una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro llena de pillería, tentando su espacio personal —¿Qué me ocultas?— un sonrojo la azotó.
—Yo nada— se veía descubierta, ¿realmente se dio cuenta de sus deseos más íntimos? No tenía de otra más que rehusarse a esa afirmación —Yo no oculto nada, S-Señor Meliodas— soltó vacilante ignorando ese cosquilleo en su piel.
—No trates de negarlo, Elizabeth. Acaso no cree que no me doy cuenta de cómo quieres comerme con la mirada— sus ojos se ampliaron contra su mirar asertiva. Meliodas se acercó a su oído derecho comenzando a olfatear sus hilos de plata —Créeme, princesa, que he estado esperando este momento— sopló ligeramente, torturándola con simples palabras de aliento—Solo nos provocas.
—¿Nos?— entre su confusión, sintió otro par de manos rodear su cintura y una nariz aspirar su cuello tentativamente en el lado izquierdo. Una bocanada escapo de sus mohines, pero no se molestó en abstenerse del intruso que se atrevía a tocarla tan familiarmente.
Logro verle sobre su hombro; se sorprendió al ver sus ojos, sus cabellos rebeldes, era él. Una marca predominante en su frente y unos ojos lascivos, profundos y negros, mismos que fueron cómplices de miles de muertes y decapitaciones, mismos que le erizaban la piel.
—Ambas partes de mi te desean, incluso debería sentirme celoso de que mi lado demoniaco te provoca aún más— soltó una ligera risa el oji verde, enternecido por sus sutiles gestos, peleando contra sus impulsos por detenerse.
Esto debía ser un sueño o de repente había dos señores Meliodas ¿Qué debía pensar del otro?; quizás era un simulador impostor que robo la imagen de su amado para aprovecharse, pero por alguna extraña razón sentía que era el mismo ser, eran la misma energía, la misma presencia de tenaz coraje en batalla, exceptuando que uno totalmente amable de traviesos ojos esmeraldas y otro de tortura sanguinaria en esas orbes negras que la tentaban al pecado.
—Pero independientemente que seas tu...— susurro con grosos en su voz el demonio —No significa que seré amable— por alguna extraña razón se estremeció.
¿En qué momento terminó recostada sobre el colchón con la falda enrollada en sus caderas y la blusa abierta? La tela azul apenas cubría sus pezones, las piernas separadas por una mano de cada espécimen rubio, uno a cada lado de su cuerpo, torturándola de distintas formas.
Mientras uno acariciaba el interior de su muslo derecho, el otro acariciaba alrededor de su seno izquierdo ¿Qué era esto? solo la dejaban deseosa. El oji verde era sumamente amable y se tomaba un tardío tiempo; el demonio apenas y tocaba sus zonas erógenas.
—Estás desesperada— enunció el demonio dando un largo lengüetazo en su hombro para posteriormente morder. Un gemido salió de Elizabeth.
—¿Cómo puedo ayudar?— cuestionó con amabilidad ahora el oji verde alejando su mano de su muslo sonriendo por su frustración.
—Mmh, no me torture más, por favor— mordió su labio inferior retorciéndose, tratando inútilmente conseguir esa cercanía.
Tanto el demonio como el pecado descubrieron los pechos de la mujer, temblando por el aire libre entre los suaves montículos. Abrió sus ojos, encontrándose con ambas miradas, bien una era adorable, la otra despiadada, pero tenían algo en común; hambre carnal.
—¿Sabes...?— comenzó el portador de ojos verdes envolviendo su pecho con lentos movimientos circulares —Hay veces que no me controlo al rededor tuyo, ¿sabes por qué?— sonrojada, negó con un apretón en sus labios para evitar soltar gemidos.
—Porque no soporto cuando se atreven a mirarte como yo lo hago— murmuro ahora él demonio —Solo me dan ganas de matarlos— un pequeño grito salió de ella, pues este comenzó a succionar la piel de su otro pecho.
—Mel-Meliodas— soltó un suspiro vaporoso. Ambos la estimulaban, era gratificante más no lo suficiente ¿tan difícil era que fueran agresivos?¿Dónde quedo esa energía que le mostraba en cada día? Solo deslumbraba aquella concentración en batalla. Meliodas, un piadoso luchador, cariñoso hasta con los ataques; el demonio, disfrutando de ver el sufrimiento de su víctima antes de darle entender que no saldría con vida.
Eso quería, no quería ni una pizca de piedad en ellos; tal vez se volvía una masoquista, ansiosa de aquel dolor placentero de que había escuchado de la boca desvergonzada de su hermana Verónica. Ahora no quería ser la dulce princesa, solo una amante más del rubio.
—Meliodas, quiero que me toques más— en su momento de desesperación por el calor de su piel, tomo las manos de cada uno y las situó en sus piernas, cerca de su feminidad.
—A ver, a ver, a ver...— rio en bajo apretando su muslo, separándolo para tener más acceso a esa zona.
—Deberías mantenerte quieta, pequeña traviesa— ambos rubios coincidieron en sujetar cada extremidad de la doncella por encima de su cabeza, de modo a que esta no pudiese mover ni un poco.
—Aaah— arqueo la espalda, Meliodas apena trazaba caminos con su lengua entre sus pechos, intercalaba succiones y mordidas, dejándole marcas muy visibles, mientras el demonio pasaba su índice sobre la hendidura de su intimidad con pequeños toques —Ngh, más... más, se los ruego— apenas y la tocaban, apenas sentía la humedad escurrir de su cuerpo, sentía el frio tacto por encima de la fina tela blanca.
Ellos solo la dejaban ansiosa, quería que dejaran de jugar y simplemente la tomaran, si era posible, al mismo tiempo, le importaba poco lo exagerado que sonaba, así lo deseaba.
Con cada uno sujetando ambas manos por encima de su cabeza, mirando su expresión tímida y bochornosa, era imposible que siquiera pudiese moverse, incluso los agarres en sus muñecas dolían; solo sus caderas inquietas por sentir algún toque se movían contra los dedos del demonio.
Como si sus plegarias fuesen escuchadas, tortuosamente percibió ambas extremidades de Meliodas deslizándose por cada costado de su cuerpo. Era como ver al pecado en un espejo, los dos imitaban las mismas acciones al mismo tiempo por su silueta delgada. Sus dedos recorrieron la aureola de su pecho de manera casi nula para después tirar de sus botones rosados, apenas y se distinguía el cosquilleo del placer. Ambos rieron por su desespero.
Elizabeth mordía sus labios empujando la parte de su cuerpo superior a ellos, faltaba poco solo quería sentir ese par de dedos tocarla íntimamente. Se los imaginaba uno metiéndole los dedos en lo más profundo, moviéndolos dentro de ella, a la vez que el otro frotara sin freno su botón hinchado, anhelaba que ambos la hicieran llegar.
Podía casi sentirlo, sus bragas comenzaron a ser retiradas lentamente ante sus miradas lascivas a la vez que se relamían los labios, sin embargo...
—¡¡Elizabeth!!— la última sílaba fue alargada escandalosamente, lo suficiente como para despertarla agitadamente de un brinco.
—¡Hawk! , ¡¿qué...?!— el porcino saltó a sus piernas en busca de protección mientras temblaba sin esperar a que esta cuestionara la situación.
—¡¡Ayúdame!! ¡Meliodas quiere cocinarme!— chilló escondiéndose bajo la sábana. La princesa desconcertada volteo a ver como el zorro y el dragón llegaban corriendo por las escaleras.
—¡Claro que no!, yo solo te asesinare por no cuidar a Elizabeth— enuncio —Ban va a cocinarte— dijo despreocupadamente mientras el mencionado moría por estallar a carcajadas. Hawk realmente estaba muy asustado.
Al menos desviaba la atención de la princesa sonrojada, ver al rubio le recordaba aquella alocada fantasía. Sentía una ligera humedad entre sus piernas y un incómodo hormigueo.
—Justo conozco la receta ideal para ti, maestro— en tono cantarín y burlón agregó el peliblanco provocando que el color rosado se esfumara del cuerpo del cerdito dando paso a un color blanco.
—¡¡¡Heeeeeek!!!— gruñó —¡Ya no me quejaré!, ¡haré lo que me pides, pero no me cocines!— imploro entre lloriqueos —Seré un cerdito obediente— se derrumbó entre suplicas, lamentos y sollozos de piedad mientras el rubio se mantenía con un mohín pensativo.
—Hmm. Creo que puedo agregar a Hawk al menú de esta noche—
—¡Elizabeth, sálvame!— salto temblando detrás de la chica, por otro lado, esta soltó un sonoro bostezo que llamo la atención del líder.
—¿Estabas durmiendo?— asintió ligeramente —Eso aumenta el castigo Hawk, la despertaste—
—No, yo solo...
—Bueno, fue un gusto conocerte cerdito— una voz grave salió de sus labios a la vez que desenvainaba a lostvayne. El alma de Hawk salió de su cuerpo, vio su vida frente a sus ojos en un segundo; sin embargo, lo que no esperaban era que Elizabeth actuaría ante esto.
—¡¡Meliodas, no!!— en reflejo se colocó frente a Hawk de manera protectora. Sus ojos fruncieron dejando perplejos a ambos pecados, incluso ese tono de voz hizo recordar al rubio cuando aquella misma diosa se unía en batallas sanguinarias. Se le erizo la piel y un ligero temor a ella acaricio su columna. Sin embargo, los ojos azules se ampliaron al caer en cuenta el tono que había usado —E-Es decir, señor Me- Meliodas no creo que...— tartamudeo regresando a su dulce voz.
—Elizabeth me llamó feo por mi nombre— hizo un puchero fingiendo un sollozo mientras Ban negaba con la cabeza en desaprobación a la actitud de la joven. Tal vez para ellos era una pequeña broma, pero la princesa no evito sentirse culpable.
—No, yo no quería ser grosera contigo ¡lo siento!— para este punto, el porcino regreso a la conciencia.
—No le hagas caso— bramo el cerdito al caer en cuenta de su juego —Esa cosa ni sentimientos tiene— antes de que pudiese reaccionar, el rubio ya tenía su rostro en medio de los pechos de la joven
—Supongo que eso me hará sentir mejor— murmuro entre los montículos suaves, apretándolos suavemente contra sus mejillas por los costados.
—¿En serio?— cuestionó inocentemente.
Ban rodo los ojos negando ante la actitud pervertida de su líder, Hawk reclamaba entre gruñidos mientras Elizabeth palmeaba su cabeza a modo de consolación.
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Bueno, creo que esta vez fue un poco menos intenso, pero me lo guardo para dos capítulos más.
Quiero aclarar que, desde un principio, dije que esta historia no tenía sentido, así que no se me quejen y solo gócenlo.
Ok ya. Espero que les haya gustado, leo sus comentarios y opiniones al respecto. Espero actualizar lo más pronto posible UwU
Sin más, gracias por leer.
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