6 . De como Lete... ¡Oh, lo olvidé!
Cuando cupido llegó supe que era mi fin.
—¿Cómo se te ocurrió traer a Eris?
—Ella dijo que no haría nada malo—declaré.
—Es la diosa de la discordia—señalo—, a donde vaya causa desastre. Vamos, hay que solucionar esto.
Agarró mi brazo y reaparecimos en un lugar oscuro y tenebroso.
—¿Dónde estamos?—Cupido me mandó a callar.
—Lete, necesitamos pedirte un favor.
Una mujer salió de entre las sombras, el cabello negro y dos iris de color azul resaltaban su demacrado rostro.
—¿Qué quieres Eros?
—Necesito que borres unos cuántos recuerdos—indicó—. Tu madre soltó la manzana otra vez—aclaró.
—¿Quieres que le borre la memoria a los dioses?
—Esta vez sucedió en la Tierra.
Lete soltó una risa:—Veo que mi madre está ampliando horizontes.
—¿Vas a ayudarnos?—Lete sonrió malévolamente.
Cupido me envió en busca de Eris, ya que ella era la única que podía tomar la manzana.
—¡Eris!—grité en cuánto la vi, estaba hecha un ovillo recostada contra la puerta de la oficina de Eros.
—Haris, lo siento.
—Eso no importa—la tomé del brazo y la levante
—¿Qué sucede?—masculló confundida.
Volvimos a teletransportarnos a la cafetería.
—Toma la manzana—ordené a Eris. Ella lo hizo con rapidez.
Entonces Lete comenzó a pronunciar unas cuantas palabras:—Todos los aquí presentes deben olvidar lo que vieron, la manzana nunca existió. Que este recuerdo se borre de sus mentes—pronunció a modo de conjuro—.Olviden, olviden, olviden—canturreó—. A partir de que ahora no recordarán absolutamente nada—chasqueó sus dedos.
Todo volvió a la normalidad, el ajetreo había pasado y los clientes charlaban como de costumbre. Lo único diferente eran las puertas que Cupido había trancado, con el fin de que absolutamente todo olvidaran.
—Hora de irnos—espetó Lete recogiendo la falda larga de su vestido negro.
Me encontraba recostado en uno de los sillones de Cupido. Tenía una pelota en mis manos, la cual lanzaba cada tanto para entretenerme.
—Creo que encontré el indicado—dije al fin.
—¿Si?—Cupido volteó a verme.
—El barman de dónde trabaja Star.
—¡Perfecto!
—Mañana voy a seguirlo.
Cupido enarcó una ceja—: Ten cuidado, no quiero volver a tener que sacarte de la cárcel.
—¡Solo eran 10 dólares!
—El trabajo de mi vida—dramatizó.
—Como si los dioses necesitarán dinero—contesté.
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