3. De como terminé en prisión
―¿Me estás siguiendo?―La chica entrecerró sus ojos hacia mí.
Estaba en problemas.
―No.
―¿Y qué hacías, entonces?
―¿Yo?―pregunté para ganar tiempo.
―Por supuesto, idiota.
―Estaba paseando a mi perro―dije lo primero que se me vino a la mente.
Ella sonrió satisfecha y pronunció de manera desafiante:―¿Y dónde está, el perro?¿Acaso es imaginario?
Volteé a mirar a todas partes, e intenté sonreír amigablemente.
―Creo que escapó. ―Solté una risa nerviosa.
La chica empezó a acercarse.
―No te creo.
―Pues es la verdad.
―¿Porque me seguías?―Star me empujó. La chica tenía más fuerza de la que creí, por lo que caí al suelo. Auch, tener cuerpo humano era horrible.
―¿Qué pasa, aquí?―preguntó un oficial de policía.
―Ese hombre, estaba siguiéndome.―Star chilló como una niña pequeña―.Es un demente.
―Eso es mentira―contraataqué.
―Es un acosador. Tuve mucho miedo.―Puso una expresión en su rostro, como si fuera a llorar.
―Debe acompañarme a la comisaría.
El hombre me levantó y sacó unas esposas.
―Estás detenido.
―No, oficial, le juro que yo no hice nada. ―Intenté forcejear, pero sus brazos me sostenían firmemente, con las manos atadas y la dignidad en el suelo, el hombre me arrastró a su auto.
―Por favor...―supliqué.
Miré hacia donde Star se encontraba, sonrió diabólicamente y se despidió moviendo su mano.
Esa chica era un demonio.
Ahora entendía porque no conseguía novio, y los pocos que tenía duraban tan poco.
En la comisaría me encerraron como a un criminal, tuve derecho a una llamada, debía llamar a Cupido. Por suerte, Psique poseía un teléfono del mundo humano.
―Hola, Psique. Soy Haris―dije apenado―¿Está Eros?
―Claro―respondió con voz dulce―Ahora te lo paso.
Pisque era una diosa hermosa y benevolente. Nada comparada con la antipática de Star.
―¿Haris?¿Qué sucede?
―Cupido, estoy en prisión―murmuré.
―¿Qué?―exclamó.
―Esto es culpa de Star Deferth―Respondí con remordimiento, el oficial me miraba como si yo estuviera loco.
Era obvio que no todos los presos llaman a Cupido para que los saquen de la cárcel.
―Ven rápido, el oficial cree que estos desquiciado―susurré para que el hombre no escuchará
Cupido tardó más de lo que creí.
Espere y espere. Me recosté contra la fría pared de concreto hasta que llegó. Jamás había estado tan feliz en toda mi vida.
―Vengo por mi hijo―le dijo al oficial.
―Debe pagar una fianza.
―Genial―murmuró sacando su billetera, luego me miró con desprecio.
¿Quién se creía? Él me metía en problemas y ahora no podía pagar 10 dólares por su mano derecha.
El oficial me sacó y me mantuvo la mirada por mucho tiempo.
―Procura no perseguir a más chicas, niñito.
Me estremecí, ese oficial era todo un caso. Igual que Star y su estúpida rabieta.
―¿Cómo te metiste en esto?
―Solo voy a decir una palabra.―Respiré el clima frío de Nueva York―.Star.
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