11. De como una sonrisa arregla un mal día
Alguien tocaba a la puerta insistentemente. No quería levantarme, pero si no lo hacía iban a derribarla.
—¡Haris, abre!
¿Cupido?
Abrí la puerta, Eros lucía una gran sonrisa y estaba muy entusiasmado.
—¿Sucede algo?
—¡Es Star!—lo observé confundido—. Se encontraron, y fue algo mágico.
—¿De qué hablas?
—Star y Romance.—Sonrió como demente—.Hay oportunidad de que estén juntos.
—Pero...
Al parecer sin mis desastrosas intervenciones esos dos habían llegado a hablar, sin gritarse. Como personas civilizadas.
Tal vez mi lugar no era vivir aquí.
—Cupido—llamé al hombre, quien no dejaba de parlotear—. Yo no sirvo para esto—confesé.
—Haris.
—Voy a hacerle una oferta a Zeus—expresé. Yo había tomado una decisión, y no iba a cambiarla.
—¿Cuál?
Horas antes
Romance
Hoy había tenido un pésimo día. Fui a presentarme para trabajar como estilista de perros, el problema surgió cuando tuve que demostrar mis habilidades. Obviamente no sabía hacerle un corte a un perro.
"No puede ser tan difícil" pensé. Terrible error.
—Florecita, ¿qué te hicieron?—La mujer observaba a la diminuta perrita de raza chihuahua.
La perra estaba completamente calva, ni un pelo tenía su frágil cuerpo. Oculté mi rostro avergonzado.
—¡¿Quién es el responsable?!
—Fue él—acusó otro aspirante.
—El perro tenía garrapatas—me excusé.
—¡Insolente! ¡Hijo del demonio!
—Señora, cálmese.—El entrevistador se interpuso en medio de los dos—¿Estás seguro?—me observó esperando respuesta.
—Si.
—¿Eres veterinario?—preguntó el aspirante entrometido, de nuevo.
Negué.
—¡Mentiroso!—La señora se abalanzó sobre el entrevistador con el fin de atacarme. Ambos cayeron al suelo, la gravedad actuando en su contra, y también el peso de la señora.
Salí corriendo. Debía dejar de huir. Mi madre siempre me dice eso.
"No seas cobarde. Afronta tus problemas"
Y ahora me encontraba vagando por la calle. No tenía trabajo. Era un fracasado.
No debí estudiar ingeniería informática. Hasta ahora no había logrado nada en la vida.
Yo sabía que me iba a ir mal cuando no logré encontrar el trébol de cuatro hojas en el jardín de la vecina. Siempre lo hacía, mi mamá me decía que era una estupidez. Sin embargo, ese simple hecho me hacía sentir seguro. Sabía que eso estaba mal, pero me era inevitable.
Caminé frustrado por las calles de Nueva York cuando un empujón me hizo enojar aún más.
—¡Oye, fíjate!—grité.
Una chica rubia me devolvió la sonrisa. La chica del bar
Entonces sentí que debía hacer algo, aparte de gritarle. Se me escapó una risa.
—¿Por qué sonríes así?
—Es un lindo día. ¿No crees?
—Eres algo extraña—solté de pronto
—Gracias.—Ella giro sobre sus talones con la intención de continuar su camino
—¡Espera!—espeté asombrado por mi acción—¿Cómo te llamas?
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