Epílogo
Cinco años después
La lluvia caía inclemente cuando el auto estacionó frente al atrio del templo de arquitectura colonial que, aunque pequeño comparado con las grandes catedrales, había sido uno de los primeros construidos en la ciudad. Una mujer lo conducía y en el asiento de atrás, otra comprobó que salir en ese momento era una imprudencia pese a que faltaban cinco minutos para la hora pactada. Nerviosa, miró por el retrovisor a la conductora en tanto planchaba con las manos la tela impecable de la larga falda de su vestido.
—No te preocupes, cabezota. La lluvia se irá pronto y podrás entrar. Vas a deslumbrarlos a todos, empezando por mi jefe —dijo Vanessa girando en su asiento hacia su amiga. Se veía maravillosa, envuelta en el radiante blanco del ajuar de novia que ella misma le ayudó a elegir, a eso se le sumaba la felicidad de su semblante pese a que no poder salir del vehículo la tenía nerviosa.
—Gracias por aceptar traerme, no quería llegar con un desconocido, pero no olvido que estos lugares no te gustan.
A Vanessa la enterneció que, aun siendo su día especial, Alejandra se preocupara por su sentir.
—Tienes razón, las iglesias me dan miedo, me recuerdan a mi mamá. Cuando comencé a salir con chicos y a acostarme con todos ellos, se volvió una bruja: me recibía a gritos y mientras con una mano sostenía su biblia, con la otra intentaba golpearme con su rosario, creo que su intención era exorcizar a la puta en la que según ella me estaba convirtiendo. Nunca supe cómo hacía para saber siempre de dónde volvía —contó con gestos desenfados y una pizca de humor para distraer a su acompañante. Sin embargo, Alejandra apenas sonrió, conocía de sobra ese pasado poco amable y lo que había roto en su amiga —Además, este es su día, no me lo perdería por nada. Tú y Mauricio merecen que el mundo sepa lo felices que son —agregó solemnemente para borrar la pasada anécdota que, en lugar de alegrar, tuvo el efecto contrario en quien la escuchó.
—Bueno, en realidad no ha sido nada fácil —Alejandra miró enternecida a su amiga por sus intentos de hacerle más llevadera la espera. No obstante, sus palabras le recordaron que ganarse al menos la aceptación de su futura familia política resultó en muchos momentos amargos.
Aunque con Mariana los roces habían sido mínimos y cuando llegaban a verse, se trataban con la cordialidad que se le dedica a cualquier conocido, con el resto de la familia, especialmente el padre y el hermano de Mauricio, la interacción seguía siendo tan fría y tensa que para Alejandra era imposible imaginar como por las venas de esos dos hombres y del que ella amaba corría la misma sangre.
Por fortuna, la madre de Mauricio siempre fue amable y pronto, entre ellas surgió verdadero cariño, fue por su suegra en gran parte que pudo soportar la frialdad y el rechazo del resto durante los primeros años luego de que Mauricio y ella decidieran oficializar su relación viviendo juntos. Lo otro que la sostenía de forma casi total, era el cálido ambiente que al interior de su hogar construyó junto a su familia. La comunicación fluía de forma casi natural y Sebastián había aprendido a compartir su sentir de igual forma. La convivencia de los tres no era perfecta, nada en el mundo lo era, pero Alejandra sentía una paz inmensa y eso fue algo que solo encontró al lado de Mauricio.
—Sé que no lo ha sido, pero te has mantenido como toda una campeona, me siento tan orgullosa de ti, cabezota —exclamó Vanessa juntando los dedos pulgares con los índices de ambas manos, haciendo el ademán de pellizcarle las mejillas.
—Ayudó que Mauricio no sea apegado a su familia —aclaró la otra con un tono de complicidad.
—Tienes razón, cuando lo he visto en reuniones con ellos, parece otro. Aun así, él es tan genial como tú. Los envidio a ambos, debe ser lindo tener a alguien a tu lado —Vanessa suspiró, intrigando a su amiga.
—Pero a ti no te gustan las relaciones largas, con quien más duraste fue con Erik y creo recordar que estuvieron juntos ¿un año?
—No me voy a quejar, Erik es un buen tipo, me trataba bien y me cumplía cualquier capricho... —explicó la mujer torciendo la boca.
—¿Pero?
—Me di cuenta de que yo también era un capricho para él del cual quería absoluta exclusividad. Fue divertido unos meses, pero luego se volvió tedioso para ambos. Sabes, lo malo de los hombres con dinero es que son aún más egocéntricos que los que no lo tienen —Alejandra bajó la mirada y sonrió pensativa, provocando que su amiga sintiera la necesidad de corregir nuevamente sus palabras. A menudo le sucedía estando con ella —Que quede claro que no considero a mi jefe en ninguno de esos grupos. No quiero que te arrepientas de prometerle amor eterno antes de pisar la iglesia.
—No lo haría, sé que él no es como Erik. Aunque su padre lo ha apoyado con la constructora, no le ha dado ninguna ventaja por ser su hijo.
—Ni lo hará, es un viejo avaro.
—Lo es, pero tiene su lado bueno... muy escondido —ambas rieron hasta que Alejandra se puso seria —Pero sabes, en realidad me sentiría más tranquila si encontrarás a alguien para ti.
—No empieces con eso, ese hombre no existe. Y si existe, no quiero conocerlo —Vanessa respiró hondo antes de continuar y su amiga pudo percibir el atisbo de soledad que en ciertos momentos notaba en ella, pese a lo mucho que se esforzaba por ocultarlo —Las relaciones son complicadas, tienes que dar mucho más de lo que esperas recibir. Eso no es para mí, soy demasiado egoísta.
Era una mentira, Vanessa era la mujer más bondadosa que Alejandra conocía y se lo había demostrado en múltiples ocasiones. Empero, también era difícil comprenderla y muy sencillo malinterpretarla, así que entendía lo complicado que era que las personas, en especial los hombres, la valoraran y mucho menos, cuando lo único que veían en ella eran su cuerpo atractivo y su cara bonita.
Como el tema se tornaba demasiado serio lo cambiaron y siguieron charlando despreocupadas hasta notar que el tormentoso aguacero que azotaba la calle poco a poco fue menguando para al fin convertirse en una ligera llovizna.
—Creo que es hora de salir —anunció Alejandra.
Vanessa estaba de acuerdo, de inmediato tomó el paraguas que llevaba en el asiento del copiloto y salió sin importar mucho que sus zapatos se mojaran al igual que el vuelo de su vestido de gala que llegaba casi hasta el suelo. Pero antes de que pudiera rodear el auto y llegar a la portezuela trasera por la que saldría la novia, un hombre ya estaba ahí abriéndola para la pasajera. Vestía un elegante esmoquin y la mujer por poco no lo reconoció pues su propio paraguas le cubría parte del rostro. Alejandra en cambio le sonrió en cuanto lo vio darle la salida del vehículo que llevaba rato esperando.
—Papá —exclamó entusiasmada.
—Tu familia te espera adentro.
Ella asintió y en tanto Jorge la cubría de las menudas gotas de agua que seguían cayendo y le daba la mano para ayudarla a bajar, Vanessa hacía malabarismos tratando de impedir que los bordes de la larga falda de novia tocaran el pavimento mojado. Una vez atravesaron los tres la puerta principal del templo y estuvieron en el nártex, Sebastián se les unió. Al igual que su abuelo, vestía un elegante esmoquin negro que adelgazaba todavía más su figura adolescente. Su madre lo miró orgullosa, había crecido hasta convertirse en un agradable jovencito de catorce años que ya la sobrepasaba en altura.
—Estás muy bella, mamá —le dijo dándole el brazo izquierdo. Alejandra lo tomó con su mano derecha mientras con la izquierda tomaba el brazo de Jorge.
La usanza era que la mujer que iba a desposarse entrara acompañada solamente de su padre, pero ya que en su familia las cosas se habían dado de forma atípica, todos acordaron que también lo sería la acostumbrada entrega de la novia que más que eso era una esposa consumada camino a anunciarlo al mundo. Vanessa tomó los dos paraguas, el suyo y el de Jorge, y abrió las puertas que daban acceso a la nave del templo.
Adentro, los candelabros encendidos y dispuestos en el techo sobre el largo pasillo iluminaban a los invitados que se pusieron de pie apenas notaron que la ceremonia estaba por comenzar gracias al órgano cuyo sonido inundó el recinto. Alejandra miró nerviosa a cada uno buscando a los familiares de Mauricio, hasta ese momento creyó que al final decidirían no asistir, más sus temores fueron infundados porque todos se encontraban ahí, incluso Mónica a la que nunca le agradó. Al fondo, junto al altar, pudo ver a Mauricio. Suspiró, verlo con su traje de novio hizo que una sensación electrizante le recorriera el cuerpo, seguía gustándole tanto o más que el primer día. También la enterneció casi al borde de las lágrimas ver quien lo acompañaba. En los brazos de él, la pequeña de dos años que parecía una muñeca luciendo su elegante vestidito, le sonreía igual que su padre.
Para Mauricio, verla aparecer luego de aguardar su llegada por incontables minutos fue alucinante. Nunca la había visto tan bella, sintió el corazón latir más rápido de pura emoción y deseó poder abrazarla en ese mismo momento. Más se contuvo teniendo la certeza que cada instante de paciente espera sería recompensado con creces, así fue desde un inicio con su chica. Cuando Alejandra llegó a su lado la recibió con la misma sonrisa que la vio caminar hacia el altar hasta que los ojos se le volvieron vidriosos y tuvo que tragar saliva para no dejarse dominar por el intenso sentimiento que lo invadió. La pequeña en sus brazos quiso cambiar a los de su mamá, esta la recibió con un abrazo y un beso para luego entregársela a Sebastián. Ambos hermanos tomaron el lugar que les correspondía junto a su abuelo en las sillas dispuestas para la familia.
—Ya estoy aquí —le susurró Alejandra al novio, tomándole la mano una vez que estuvieron los dos solos en el altar frente al sacerdote.
—Como siempre te tomaste el tiempo que necesitaste —respondió él.
Y así había sido porque a veces incluso los amores a primera vista necesitan un largo tiempo para cosechar sus más dulces frutos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top